Relato: Zapping

Fuente: vivirmasymejor.elmundo.es

Una familia se recluye en su apartamento a causa de una extraña gripa que saca a flote sus miedos y frustraciones. A propósito de la pandemia que nos asalta, publicamos este relato del escritor hispano-canadiense Gerardo Ferro Rojas que forma parte de su libro Antropofobia (Lugar Común, 2019) catalogado como una de las 50 obras suramericanas que todo el mundo debería leer antes del apocalipsis (y que resuena como una agria premonición).

Somos una familia rara.

Julio Cortázar

SSSSS

Blaz 

Todos aquí tenemos gripa. Hace más de dos semanas que andamos agripados, y todavía continuamos igual. Pero lo preocupante no es eso, lo preocupante es lo que escribí la vez anterior, ¿te acuerdas, Bob?, sobre la gripa que no quiere irse del todo, como si estuviera esperando algo que la reemplace, una presencia que ya nos empieza a llenar de manera anormal.

Arturo  

Siempre ando en calzoncillos por el apartamento. ¿Para qué vestirme si no pienso salir a ningún lado? Mi barriga ha crecido bastante, en parte porque mi mujer ahora cocina más y mejor que nunca. Desde que tiene gripa se le ha dado por cocinar todas las recetas que pasan por su mente. Por mí está bien, lleno mi plato de comida hasta tres veces seguidas y cada cierto tiempo paso por la nevera en busca de más. A estas alturas ya me he resignado a no hacer nada, incluso he dejado de revisar las ofertas laborales en los clasificados del periódico. Nadie va a contratar a un viejo arquitecto de 57 años despedido por ineptitud, así que distribuyo mi tedio lo mejor que puedo mirando televisión y quemando CDs en el computador. Aunque últimamente me he sentido un poco raro y una idea extraña me ronda por la cabeza. 

Olga

Camila ha hecho un papel excelente. Sin duda es la que más opciones tiene para ganar al final del programa. El dinero cubrirá algunas deudas y alcanzará para terminar de pagar la carrera de Blaz en la universidad. Desde que Arturo perdió su trabajo las cosas han estado un poco apretadas. El problema fue por un edifico a medio construir que se vino abajo una madrugada. Sus jefes dijeron que las fallas en la estructura provenían del diseño arquitectónico. Arturo se defendió alegando que fue un problema de los constructores. Pero el constructor era el yerno del dueño de la compañía, y como había que despedir a alguien, despidieron a mi marido. Imbéciles. Es por eso que las cosas están un poco duras. Pero todos confiamos en el papel de Camila, aunque Arturo y Blaz no estén muy pendientes del programa, yo sé que todos confiamos en ella. Solo dos participantes llegarán a las finales y estoy segura que mi hija se colará entre uno de ellos. Mantengo encendido el televisor día y noche. Casi nunca salgo de la cocina así que traje el televisorcito del cuarto de servicio —tuvimos que despedir a la empleada para ahorrarnos el dinero de su sueldo— y lo conecté sobre el mesón. Ahora puedo cocinar mis recetas y ver a Camila las veinticuatro horas del día. A veces la gripa no me deja, pero no importa, no todos los días la hija de uno es la participante de Reality mental, uno de los programas más vistos en el país. Tengo ganas de cocinar un manjar estupendo para esta noche.

Blaz

Insisto, la gripa tiene la culpa de todo. Tú dirás que estoy un poco loco pero es cierto. Ya sé, debo investigar más al respecto y no hablar sin fundamentos. Pero al final terminarás dándome la razón. ¿Ya te conté lo sucedido con Gina el día de ayer? En realidad no fue nada relacionado directamente con ella. La historia ocurrió más o menos así: Gina llegó a visitarme porque hace ya varios días que no paso por la universidad a causa de la gripa, y no nos vemos desde entonces. Así que pasó ayer y cenamos juntos. Mamá cenó en la cocina viendo ese reality donde está participando mi hermana y papá lo hizo en la sala mientras veía Mega construcciones en Discovery channel. Gina y yo cenamos en el comedor. Fue algo impresionante. Mamá sirvió comida como para todo el edificio. Cada 5 minutos llegaba con otra bandeja. Cada 5 minutos papá pasaba y llenaba nuevamente su plato. Gina sonreía cada vez que uno de los dos llegaba al comedor. Yo en cambio no dije nada, más bien me quedé callado como si por medio de mi silencio captara las señales que rondaban en el ambiente. No sabría explicarlo, no me pidas que lo haga, por favor. El caso es que después de la cena Gina y yo nos encerramos en mi cuarto. Le enseñé unos dibujos en los que estaba trabajando (¿ya te dije que hago quinto semestre de Diseño Gráfico, verdad?), vimos Mtv, Locomotion, y algo de Cinemax. Después hicimos el amor sin muchas ganas. Yo le prometí que volvería a la universidad al día siguiente, pero los dos sabíamos que estaba mintiendo. Pero lo que quiero contarte vino después, cuando Gina me pidió que la acompañara hasta su casa. Entonces bajamos en el ascensor, llegamos hasta la puerta, y justo ahí, antes de salir a la calle, me detuve en seco. Mi aspecto debió ser alarmante porque Gina me observó con una mezcla que hervía entre el asombro y el susto. Sin saber exactamente por qué, le dije que no podía acompañarla, que me era imposible salir a esas horas de la noche. Gina no pudo pronunciar una sola palabra, así que dio media vuelta y se marchó disgustada. ¿Logras entender algo de esto, Bob? No pude poner un pie fuera de mi edificio. Creo que no podré poner un pie fuera de mi edificio por mucho tiempo. 

Arturo

A Olga se le han caído el culo y las tetas, pero sigue cocinando como en sus mejores años. Arroz de cebollas con pollo en salsa jardinera. Carne con champiñones a las finas hierbas. Ensalada de repollo con piña y queso rallado. Papas criollas en leche con mozzarella. Todo lo que tocan sus manos es exquisito. Ojalá me tocara el corazón nuevamente. Soy un idiota. Tanto tedio me hace pensar demasiado en el pasado, en lo que jamás volverá a ser. Sobre todo me pasa cuando escucho estas canciones de Nicola Di Bari o de Doménico Modugno. He compilado unos 53 CDs con las mejores baladas románticas de todos los tiempos. En las carátulas me gusta colocar fotos de Olga cuando era joven. Olga en vestido baño junto a una piscina. Olga en el balcón del hotel en nuestra luna de miel. Olga riéndose a carcajadas sentada en la cama. Olga cargando a Blaz y a Camila en sus brazos. Olga y yo de la mano caminando por alguna calle. No le muestro estos CDs a nadie, aunque tampoco los oculto. A veces Blaz pasa por el computador de la sala y me observa mientras yo trabajo en esto. No hablamos casi, desde que nos cayó esta gripa rara ya nadie habla con nadie. Así son las cosas, y por más que quiera, no podré solucionarlas; incluso creo que no me importa mucho solucionarlas. En el fondo, me importa un comino lo que pueda suceder. Yo sigo compilando canciones que nadie escuchará y rescatando fotos que todos hemos olvidado. 

Olga

Ayer eliminaron al sexto participante de Reality mental. Cada vez son menos. Empezaron 10 y ahora sólo quedan 4, 2 hombres y 2 mujeres. Hay cámaras siguiéndolos a todos lados, mostrando cada una de las cosas que dicen, susurran y hasta piensan. “No hay secretos en Reality mental”, dice una vocecita cada vez que empieza el programa. Mi hija ha sabido mantenerse con firmeza. No debe ser nada fácil estar allí, sobre todo con el tipo de pruebas que tienen que superar. Cada uno de los participantes debe ingeniarse todo tipo de juegos, conspiraciones y experimentos de carácter psicológico para vencer a los otros.  Reality mental es el único reality del país donde los participantes salen por petición propia, por cansancio o porque no soportan los estados extremos a los que son llevados a través de los juegos. Cada participante tiene libertad absoluta para elaborar sus estrategias de tortura mental. El programa les proporciona lo necesario, desde el dinero requerido para desarrollar la logística, hasta información detallada sobre cada uno de los participantes que pueda ser útil a la hora de diseñar las maniobras tácticas. Cada jugador es entonces, por definición, un enemigo, alguien en quien jamás se puede confiar. “Cada jugador es presa y verdugo”, sigue diciendo la vocecita antes de empezar el programa. Y es cierto. A mí no me gustaba mucho la idea de un programa con esas características, pero desde que Camila está jugando es lo único que veo. Ver televisión y preparar las mejores recetas del mundo, es eso lo único que hago. Aunque a veces me gusta pensar que soy una participante más de Reality mental, y que desde la cocina del apartamento cuido a Camila y le cuento lo bien que estamos todos por acá, a pesar de la gripa, a pesar de la inactividad de Arturo y los encierros de Blaz. Ya sé: crema de verduras y chuletas de cerdo agridulces con ensalada fresca. Hoy tendremos una cena deliciosa.

Blaz

Gina ha escrito un corto mensaje en mi blog. No lo hacía desde que empecé a escribir sobre el asunto de la gripa. Cuando creé Mono sapiens como mi bitácora personal en Internet, lo hice para hablar de todo lo que me importa y para mostrar los diseños que realizaba en mi clase. Me respondía mucha gente, sobre todo adolescentes recién ingresados a la universidad que vivían experiencias similares a las mías. Pero desde que me contagié con esta gripa desquiciada sólo escribo sobre lo mismo. Todos los visitantes de mi bitácora fueron desapareciendo poco a poco hasta que al final no quedó ninguno. Incluso Gina dejó de escribir. Y precisamente cuando creía estar solo en la inmensidad del ciberespacio, sin nadie, sin presencias virtuales que me acompañaran, apareció la única persona interesada en leer los pensamientos paranoicos de un enfermo de gripa. ¿No entiendo por qué te empeñas en seguir respondiendo cada cosa que escribo, Bob? No importa. Escribo esto para decirte que Gina se ha vuelto a comunicar. Desde que nos despedimos en la puerta de mi edificio no habíamos hablado. Es obvio que las cosas no marchan bien. Ahora me ha escrito para decirme que quizás pase por el apartamento uno de estos días, que todos preguntan por mí en la universidad, que quizá deba tomar algo más fuerte para la gripa y olvidarme de esto. Imposible. Estoy investigando al respecto. Te contaré los resultados en estos días.

Arturo

Por fin he descubierto cuál es esa idea rara que me ronda la cabeza. Ocurrió una de estas tardes. El ambiente era el propicio:

En el canal 53 pasaban TecnoMetrópolis, en mis piernas tenía un viejo álbum con fotografías de los primeros años en el apartamento, y del equipo de sonido salía una hermosa y tiste canción de Charles Aznabour a todo volumen. De pronto, exactamente después de un estornudo, como si además de limpiar mis cavidades nasales también hubiera limpiado mis cavidades mentales, la idea que me rondaba se aclaró del todo: si yo no era más que un viejo arquitecto desempleado y deprimido sin nada mejor que hacer que ver televisión, escuchar canciones viejas y recordar mejores tiempos a lado de mis fotografías, entonces mi labor sería precisamente esa, la de construir un altar para mi depresión y mi tedio, algo que me permitiera estar en mi habitad sin que nadie me molestara. Es por eso que ahora estoy concentrado en esta tarea, en este último diseño de mi vida profesional.

Olga

¿Y si realmente soy un personaje de Reality mental? Quizá todo lo que esté pasando, la gripa y todo esto, no sea más que la táctica de uno de los participantes para sacar a Camila del juego. ¿Pero la táctica de quién? ¿De John Marcus? ¿Ese gnomo con gafas y cara de psicópata que odia a mi hija…? Debo ser fuerte, entonces. No podrán conmigo ni con mi familia. En este preciso momento estoy siendo observada por varias cámaras, de eso estoy segura. “No hay secretos en Reality mental”, recuerda eso, Olga, recuerda eso y sonríe. Camila debe verme sonriendo y cocinando para que no se preocupe. Prepararé comida para todos. Arturo estará hambriento, después de mucho tiempo ha sacado nuevamente sus instrumentos de trabajo y los ha tirado sobre el piso de la sala. Blaz sigue pegado al computador y al televisor de su cuarto. Es mejor que no salga hasta que se cure del todo y pueda volver a la universidad. Todos tienen que estar hambrientos y cansados a causa de esta gripa. Sonríe, no dejes de sonreír. Hay cámaras observándome ahora mismo. 

Blaz

Siempre dices lo mismo, que lo único que te interesa de nuestras conversaciones a través de la blog es conocer más sobre mí y mi familia, que estás escribiendo un libro sobre familias raras y te has topado con esta que es la más rara de todas. Un hermoso regalo que encontraste en Internet, ¿verdad, Bob? Debes ser un poco enfermo y algo maniático. De conocerte me darías asco, pero mientras tanto te sigo escribiendo para alimentar nuestras rarezas mutuas.

Sólo dos cosas por ahora:

  1. He estado investigando sobre la gripa pero no he encontrado nada más allá de lo normal. Enfermedad del sistema respiratorio de origen vírico acompañada de manifestaciones variadas. Eso es lo normal. Aunque también debe ser normal que sus virus vayan haciéndose cada vez más poderosos, mutando dentro de nosotros de maneras extrañas y con manifestaciones verdaderamente variadas. No sé qué pueda significar eso, pero sé que hay algo más detrás de esta inocente virosis.
  2. Gina cumplió su palabra y vino a verme. Yo mismo le abrí la puerta. No recuerdo cuánto tiempo tenemos de ser novios pero no debe ser mucho. Aunque desde que empezó todo este asunto casi no nos vemos. Eso me lo dijo ella misma sentada en mi cama, que ya casi no nos veíamos y que si las cosas no cambiaban podría irme olvidando de ella para siempre. Preferí no responder para no comprometerme con nada. La verdad es que no tengo tiempo para pensar en Gina, mis investigaciones sobre la gripa y sus posibles mutaciones en virus más inteligentes demandan la mayor parte de mi tiempo, así que después de unos minutos de completo silencio —agravado por las baladas de Leonardo Fabio que papá hacía sonar a todo volumen en la sala— Gina se levantó de la cama y salió del cuarto. Yo la seguí por inercia hasta la puerta principal del apartamento, donde se detuvo después de abrirla y me pidió que la acompañara hasta su casa para seguir la conversación. Traté de dar un paso para cruzar el umbral de la puerta. Fue imposible. Gina se veía realmente hermosa, pero su rostro se alejaba cada vez más, como perdiéndose en un agujero de vértigo. Creo que algo muy parecido a una lágrima empezó a bajar por su mejilla, no pude comprobarlo porque en ese momento me dio la espalda y se escondió en el ascensor. Luego cerré la puerta. Mamá me sonreía al otro lado con un plato de comida en la mano. Lo acepté. Crucé el apartamento hasta mi cuarto mientras la sonrisa de mamá se transformaba en una carcajada que rasgaba mi cráneo. No sé si podré salir del apartamento en los próximos días.

Arturo

Roberto Carlos suena mejor a las nueve de la noche, con las luces apagadas y la ciudad susurrando grititos a lo lejos. Nadie en el apartamento duerme todavía. Hay un haz de luz saliendo por debajo de la puerta del cuarto de Blaz. Mi hijo ya no sale de la casa ni tiene contacto con nadie, vive encerrado frente a su computador conectado con la nada. Olga también continúa despierta, desde aquí puedo ver sus ojos abiertos vigilando la pantalla de su televisor. No le quita la vista de encima a ese reality donde participa Camila, aunque de vez en cuando le da por sonreír mirando a todas partes como un ser poseso. No entiendo por qué lo hace. Quizá todo sea por esta gripa inentendible que no nos deja tranquilos, y que me produce un eructo vacío atragantado en la mitad del esternón que no me deja respirar con calma. Y a mí lo único que se me ocurre es construir un altar. Tengo cincuenta años, no tengo trabajo, y siento ganas de llorar cada vez que miro a mi alrededor. Me deprimo con demasiada facilidad. Mientras tanto es mejor subirle el volumen a Roberto Carlos. Por ahora dejo de un lado el diseño y los planos. Dentro de cinco minutos repetirán Súper máquinas en Discovery channel.

Olga

Otro eliminado más en Reality mental. Sólo quedan 3; Camila se acerca cada vez más al final. Sus estrategias la siguen poniendo en un lugar privilegiado dentro del grupo. Aunque eso es un peligro constante en este juego. Todos en el programa la odian. Todos quieren unir fuerzas para sacarla. Pero nadie puede contra Camila. Es por eso que ahora más que nunca debemos permanecer fuertes. No hay duda que somos el conejillo de indias para debilitar a mi hija. Pero eso nadie puede saberlo. ¡Y es tan difícil mantenerme callada! Si hablo con Blaz o con Arturo las cámaras me escucharán y nos pondremos en evidencia, eso sería la aniquilación definitiva de Camila. “No hay secretos en Reality mental”, dice la vocecita multiplicándose en mis oídos como si hubiera parlantes en las paredes de la cocina. Lo mejor es seguir sonriendo, servir enormes cantidades de comida y pretender que todo está bien. De vez en cuando me acerco a la sala donde Arturo traza las líneas de un complicado diseño en un papel. Mi intención es que las cámaras me vean cerca de él y que Camila piense que todo marcha a las mil maravillas. Mi esposo no entiende el porqué de mi sonrisa cuando lo veo haciendo lo que hace. Con Blaz es más difícil porque en los últimos días casi no ha salido de su cuarto, y cuando lo hace es sólo para ir al baño o para comer uno que otro bocado. Sin embargo siempre trato de juntarme a él y darle un pequeño abrazo y un beso sólo para que las cámaras nos vean. ¡Si tan sólo supiera dónde están ubicadas exactamente! Mientras tanto, sigo sonriendo, sigo cocinando sin cansarme y vigilando cada paso de Camila desde el televisor.

Blaz

Hola Bob. No te he escrito en cinco largos días, lo sé. Las cosas aquí han empeorado. El aire que respiramos se ha hecho más pesado, casi neblinoso, como si nuestra peste fuera una nube sudorosa que nos recubre. Supongo que has leído lo que escribió Gina en el blog. Dice que no piensa hacer nada más para ayudarme, que puedo irme al mismísimo infierno con mi gripa y mi paranoia, que lo nuestro se ha terminado. Por mí podría menearle el culo al mismísimo Papa. Aunque estoy seguro que seguirá revisando Mono sapiens, sólo por morbo, eso nos encanta, ¿verdad, Bob? Porque por más que lo jures no puedo creer que tu intención sólo sea la de buscar datos para tu libro, ¿cómo me dijiste que se llamará…?: Historietas psicóticas de buenas familias. Un buen título, como si fuera un espejo donde se refleja el alarido de los rostros. Espero que me mandes un ejemplar autografiado cuando esto termine. Yo sé que no eres más que un pobre escritor que rebusca porquerías por Internet para llenar sus vacíos, ¿acaso tu papá te llevaba a orinar cuando eras niño y se la sacudía enfrente tuyo? No me pidas idioteces, entonces, como entrevistas personales o llamadas telefónicas, habla con Gina si se te da la gana, yo escribiré en Mono sapiens cuando tenga tiempo, cuando mis investigaciones en el caso de la gripa me den un respiro y pueda salir por un momento de este laberinto al que me han llevado. No importa si no me entiendes, Bob, ni siquiera yo puedo hacerlo. La gripa crece de otra manera, me infecta de otra manera y yo sigo sin entenderlo. Es suficiente por ahora. Hoy tampoco voy a dormir. Las canciones de Sandro no me dejan en paz. El apartamento sigue oliendo a los medallones de pescado de esta noche y al sudor pegajoso de nuestros virus. Debo seguir investigando, creo que he descubierto algo.

Arturo

He terminado el diseño de mi altar. Y no es un altar cualquiera, es el mejor altar para la depresión jamás diseñado por ser humano alguno. Los de Discovery channel deberían hacer un programa sobre esto. He sacado todas mis herramientas y yo mismo lo empezaré a construir desde hoy. Tendré que echar abajo algunas porciones de paredes y partir algo del piso. Pero el resultado final valdrá cualquier molestia e incomodidad. Además que a nadie le importa mucho lo que yo haga o deje de hacer. Voy a poner algo de Palito Ortega para amenizar el inicio de la construcción.

Olga

¡Qué bien que Arturo esté haciendo algo! Ha sacado todas sus herramientas y está construyendo alguna cosa en la sala de la casa. No me importa lo que esté haciendo, lo importante es que las cámaras lo vean, que Camila sepa que los experimentos de su rival no han dado ningún resultado. Y qué bien que sea ahora, cuando el final está cerca, cuando sólo son dos los participantes que quedan, Camila, por supuesto, y ese gnomo con gafas llamado John Marcus que dice tener un as bajo la manga para derrotar a mi hija. Pobre diablo, no sabe que yo conozco su plan contra nosotros, que he ubicado el sitio exacto de cada una de las 5 cámaras que vigilan nuestros movimientos al interior del apartamento. Todo está perfecto hija, no creas en nada de lo que ves ni en nada de lo que oyes. Yo sigo sonriendo. El final del reality es mañana. 

Blaz

Lo he descubierto, Bob. No tenemos salvación. Nada gano con gritar auxilio. Estamos perdidos, infectados por un germen que nos invade como un moco podrido expandiéndose por dentro. Borrelia burgdorferi, Bob, Borrelia burgdorferi. No sé si pueda volver a escribirte.

Arturo

Para trabajar en esto tengo que estar escuchando a Julio Iglesias, o a Raphael, o a Nino Bravo, o a  Gian Franco Pagliaro, y estar viendo TecnoMetrópilis en Discovery, y tener cerca las fotos de Olga cuando era joven y tenía bien puestas ese par de tetas hermosas que me enamoraron. Voy a romper el piso a mi gusto para hacer lo que quiero. Y mientras rompo las paredes me rompo el corazón cada vez que veo las fotos regadas por la sala, y pienso en todo lo que nunca más volverá a ser, y lloro como un niño chiquito escondido en el pellejo de un viejo arquitecto deprimido. Paso mi mano por el cachete para limpiarme las lágrimas y mi rostro se mancha de polvo. Respiro todo el aire que me queda y doy un fuerte golpe a la pared con mi martillo. Y el golpe es tan fuerte que alcanza a averiar un conjunto de cables que pasan entre los ladrillos. Un chispazo me manda a volar hasta al otro lado de la sala. Caigo sobre un montoncito de fotos de mi matrimonio. He provocado un corto circuito en el apartamento. La voz de Gian Franco Pagliaro desaparece. Los televisores se apagan. Quedamos a oscuras. Qué extraña ha resultado ser esta gripa.

Olga

¡Mi marido es un idiota! Casi se electrocuta y para rematar ha dejado sin fluido eléctrico a todo el apartamento. ¡Lo peor es que no podré ver el último capítulo de Reality mental! No puedo creerlo. Pero no puedo desesperarme, debes tranquilizarte Olga, quizá este sea el último movimiento del despiadado John Marcus. Recuerda que las cámaras pueden ver, incluso en la oscuridad, y si Camila observa mi desespero puede que pierda, ¡y eso ni pensarlo! Respira profundo y sonríe, no olvides sonreír. Voy a sentarme en la cocina a esperar que la luz vuelva. Sé que las cámaras me siguen observando. Sé que lo mejor es que siga sonriendo. No puede existir otro ganador que no sea Camila, de eso estoy segura.

Zapping 

Salgo de mi cuarto y compruebo que no hay luz en todo el apartamento, mamá da gritos porque no podrá ver el último capítulo de Reality mental, sólo a ella le interesa lo que haga o deje de hacer Camila en ese tonto programa. Debes tranquilizarte Olga, voy a prender unas cuantas velas y a cocinar un delicioso puré de papas gratinado y un rollo de carne con vegetales, no pueden sospechar nada en el programa. Me perderé el capítulo de hoy de TecnoMetrópolis pero no importa, no escucharé mis canciones pero no importa, las fotos puedo verlas a luz de una vela, incluso puedo cantar imitando la voz de Roberto Carlos con tal de seguir construyendo este altar a oscuras, con eso es suficiente para mí. Mamá sigue cocinando, quiere terminar de envenenarnos con sus platillos, alimentar el germen que nos sofríe la cabeza y nos mantiene enfermos. En este preciso momento ese gnomo de John Marcus le debe estar mostrando un video a Camila donde nos ve a todos nosotros convertidos en esto que somos ahora, con esta gripa y en esta oscuridad, y esta picazón infecciosa que nos devora, todo ha sido un completo fracaso, hija. Observo estas fotografías y descubro algo que no había visto antes, ese falso congelamiento del tiempo, cierto resplandor manchado que no soporto y que quisiera echar afuera como la flema podrida que me ahoga. Papá rompe una a una las fotos de sus álbumes mientras canta un mosaico con las mejores baladas románticas de su repertorio. Me he quedado sin comida en la nevera, ¡no puedo creer que me haya quedado sin comida en la nevera precisamente ahora! ¡Eso es Olga, así me gusta, echa al piso toda esa maldita comida del demonio que has preparado y recuerda ese tiempo en que eras bella y me la ponías dura como un roble, te ves hermosa con tantos platos rotos, querida! Recorro el apartamento por última vez, sé que será la última vez porque cada paso que doy es como una sacudida que me marea y me hace débil, como si al internarme en la oscuridad captara la tormenta de piedras que nos cae encima. ¡De qué sirve toda esta comida que he cocinado si al final me he quedado sin nada en la nevera, si Camila terminará dándose cuenta que estamos acabados!, pero ahí está la cámara, sonríe, Blaz, sonríe. Mamá me abraza y quiere que sonría a alguna cámara inexistente, corre hasta donde mi padre y le lleva un plato roto con un poco de comida que ha recogido del piso. No puedo sonreír, Olga, no quiero comer más nada, quiero terminar de romper estas fotos y cantar otra canción en paz. Termino de cruzar la sala, tengo que esconderme en mi cuarto si quiero sobrevivir, si es que esta gripa no nos termina matando antes de pura locura; creo que no podré salir de mi habitación en mucho tiempo.

Camila

Siempre pensé que ese idiota de John Marcus me ganaría. Imaginé que de verdad tenía un buen juego reservado para el final. Pero resultó ser la presa más fácil de cazar, un niño que se orinó en los pantalones al más mínimo de mis movimientos. ¡Y ahora soy la flamante ganadora de Reality mental! En casa deben estar orgullosos de mí. Sé que no me esperan hasta dentro de varios días, pero esta mañana alguien de producción me despertó y me dijo que me acompañarían hasta mi casa, que ese sería el gran cierre del programa. Ahora voy en un taxi con una cámara que no deja de grabarme un solo segundo; están transmitiendo en directo mi triunfo y millones de personas me observan en este preciso instante. El taxi se parquea en la entrada del edificio. Me bajo y la cámara viene detrás de mí. Llegamos hasta el ascensor y subimos hasta el piso 6. Salgo al pasillo. La cámara se concentra en mi rostro. El apartamento es el último del piso. Voy tan distraída respondiendo preguntas a la cámara, que sólo hasta la mitad del trayecto me percato de la presencia de dos personas más. Alcanzo a distinguir a Gina, la novia de mi hermano, y a un hombre que nunca antes había visto. Gina está de pie, observándome, y el otro está sentado en el piso, recostado contra la pared mirando la puerta del apartamento. La cámara también los descubre. Abrazo a Gina de pura felicidad, pero Gina no me dice nada. Su rostro seco deja sobre un borde filoso mi sonrisa. Hay algo en los ojos de Gina que me produce miedo. El hombre desconocido se pone de pie y me observa mientras les pregunto qué hacen allí.

—Tú debes ser Camila—me dice—. Yo soy Bob, un amigo de tu hermano.

Introduzco la llave en la cerradura y abro la puerta lentamente.


Gerardo Ferro Rojas (Colombia, 1979). Escritor y periodista, magister en Estudios Hispánicos de la Universidad de Montreal. Ha publicado los libros de cuentos Cadáveres Exquisitos (2003) y Antropofobia (2006), y las novelas Las Escribanas (2012) y Cuadernos para hombres invisibles (2016). Acaba de publicar el libro de cuentos Nunca olvidamos nada, nena Reside en Montreal desde 2012. Leer más artículos del autor.