La esencia de la inmigración en un filme de Andrés Livov

La professeure Mme Loiseau et le cinéaste Andrés Livov avec l’affiche du documentaire (source : Facebook Andrés Livov).

El significado de inmigrar y el sentir de un inmigrante se pueden hallar en una clase de francisation. Es el mensaje que ha enviado el cineasta hispanocanadiense Andrés Livov a quienes no saben del tema. Lo ha hecho a través de su más reciente documental: La langue est donc une histoire d’amour. El filme fue estrenado hace sólo unos meses y sigue ganando audiencia.

Por Lucía Arana

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Apagan la luz. El público de la Maison de la Culture Claude-Léveillée se sumerge en el filme: la clase de francés de Madame Loiseau y las historias de sus alumnos, una treintena de inmigrantes que comienza su francisación. Los relatos de sus vidas reflejan las experiencias de miles que arriban a Quebec cada año: van al encuentro de una cultura y un idioma que desconocen, guardan en el bolso sus sueños. Se trata del documental La langue est donc une histoire d’amour del cineasta argentino Andrés Livov, que tras la proyección toma un micrófono para preguntarle a los asistentes si les gustó. La gente corea un oui, que más que afirmación parece un suspiro. La película es el resultado de un largo y difícil proceso personal y creativo por el que pasó este joven director argentino desde su llegada a Montreal hace 12 años.

— Ante todo quisiera agradecer a la Maison de la Culture Claude-Léveillée por organizar esta proyección, a los alumnos de Mme. Loiseau y a ella misma, que se encuentra en algún lugar de esta sala —, dice Andrés Livov causando otro murmullo.

Où est Mme. Loiseau ? —, pregunta una de las asistentes. Unas butacas más allá, la maestra de los inmigrantes se pone de pie y saluda.

— La idea original de la película la tuve cuando yo mismo estaba haciendo la francisation; en su momento la presenté pero no le interesó a ningún productor, quizás no supe bien cómo contar la historia —, reflexiona Livov — Pasaron muchos años pero la idea quedó en algún rincón de mi cabeza. Aprender un idioma nuevo siempre es difícil. Me acuerdo que después de las clases llegaba a mi casa y le pedía a mi compañero de cuarto que me hablara en cualquier otro idioma que no fuera francés — confiesa con humor el cineasta — Por ese entonces yo había estrenado mi primera película (Un lugar llamado Los Pereyra), y llegué a la conclusión de que había trabajado durante cinco años sin descanso y que aun así a nadie le interesaba lo que había hecho. Tenía muchos cuestionamientos. Me fui, viajé por el oeste de Canadá y me desconecté de todo lo que había hecho hasta ese momento.

Tras ese viaje, y luego de seis años de haber llegado al país, Andrés Livov comenzó un nuevo capítulo en su vida. El punto de inicio surgió cuando se mudó a Parc-Extension, barrio multiétnico. Nuevo vecindario, nuevos amigos, nuevos proyectos. De esa suma nació el escenario que lo volvería a acercar a la producción cinematográfica: el café cooperativo “La Place Commune” que creó con un grupo de amigos y en el que trabajó durante un tiempo.

Fue entre ruido de tazas, olor a café y charlas que imaginó lo que sería su siguiente creación: Lettres au premier ministre, un cortometraje que salió seleccionado en el concurso “Regard sur Montreal” del Consejo de las Artes. “Se me ocurrió la idea de una poeta que se reuniera en el café con los vecinos para preguntarles qué le dirían al primer ministro”, detalla. “En su momento me dije que era la última botella que tiraba al mar, y que si salía bien seguiría apostando a esta industria, pero que si no, ya no iba a seguir”.

Sin imaginarlo, Andrés lanzó su moneda del lado de la suerte porque tras el cortometraje, conoció en el café a quien lo llevaría a darle forma a su antigua -pero nunca olvidada – idea de contar las historias dentro de una clase de francés. “Era una maestra del Centre Williams-Hingston que organizó una exposición de marionetas y poemas con sus estudiantes. Me pareció súper lindo y se me ocurrió hacer un proyecto de película que se iba a llamar Las marionetas libres”, relata Livov. “Escribimos el proyecto y salió el financiamiento… Pero con el tiempo, ella se arrepintió, no se sentía cómoda con la filmación y decidió no estar”, cuenta.

Con el impulso de la idea en el tintero y los recursos para rodar, Andrés comenzó una nueva búsqueda para reformar el proyecto y encontrar una nueva profesora que se animara a abrir las puertas de su clase. “En ese momento fue que me junté con el director del Centre Williams-Hingston, quien no lo pensó ni dos segundos y me dijo: tenés que conocer a madame Loiseau”.

Durante un año escolar, Livov y su equipo se convirtieron en testigos silenciosos de las clases de la carismática profesora; conocieron y se involucraron en cada una de las historias de esos hombres y mujeres que volvieron a la escuela o que lo hacían por primera vez en su vida.

“Nosotros éramos unos inmigrantes más en la clase, por eso nos adoptaron como compañeros de alguna manera y logramos hacerlos parte de nuestro juego. Eso tiene de hermoso la realización, porque desde esa relación es que se logra capturar la esencia de cada persona”.

El documental La langue est donc une histoire d’amour se estrenó en octubre pasado. “Dos días antes de que la mostráramos en público por primera vez, madame Loiseau y el director del Centre Williams-Hingston la vieron en un cine del National Film Board junto a la montajista y yo para que dieran el visto final”, recuerda. “Nosotros estábamos sentados detrás de ellos y durante toda la película Loiseau negaba con la cabeza y posaba su mano sobre la frente en gesto de desaprobación. Me acuerdo que cuando terminó la película lo único que podía pensar yo era en cómo íbamos a modificar tanto en tan poco tiempo”. Afortunadamente, quien comenzó a hablar fue el director, que se vio interrumpido por sus propias lágrimas y ese nudo en la garganta que marcaba un rotundo éxito. Madame Loiseau, atónita, se limitó a mostrar un pulgar arriba y sonreír.

“Cuando la proyectamos por tercera vez, ella vino y me confesó que la primera vez que vio la película no le había gustado nada; la segunda vez la suavizó y que recién en esa tercera vez la había disfrutado”, cuenta divertido Andrés.

Livov y el equipo filmando la clase (fuente: Andrés Livov).

Es posible que, en parte, el gusto que fue adquiriendo la profesora y coprotagonista del documental haya nacido de la reacción de la gente. Y no solamente la de los inmigrantes que se ven representados, sino -y especialmente- en la de los francófonos que con este largometraje corren el velo a una realidad que les es ajena pero que, a la vez, los conmueve profundamente.

“Mi objetivo siempre fue el público francófono”, asegura el director. “Aunque sea lindo verse reflejado, la película está hecha para la gente que no sabe de qué se trata inmigrar y aprender una nueva lengua. Es para aquellos que están atravesados por muchas críticas o lugares comunes en relación a los inmigrantes; es para los hijos de esos expatriados que no saben lo que sus padres vivieron. Creo que la película los logra meter en la piel del otro y sufren una transformación, por eso terminan emocionados”, reflexiona.

« Bravo, Andrés, c’est très touchant. Et bravo à vous, les immigrants, ça prend beaucoup de courage », se escucha desde el público. Y otra vez el murmullo de aprobación y de complicidad entre aquellos que quizás no se habían visto nunca, que sus costumbres, idioma y rasgos los separan, pero que en el amor a la vida, se reconocen.


Lucía Arana es comunicadora social, periodista y fotógrafa. Es también agente comunitaria e intercultural de la Association éditorial Hispanophone de Montreal. Tiene amplia experiencia en radio y comunicación institucional (en el sector público y organismos no gubernamentales). Lea más artículos de la autora.

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