Viaje al corazón de la selva (2)

La Pedrera, un punto de la selva colombiana (foto: David Arias).

Váyase en el primer avión, que aquí hay muy mala energía, le aconseja alguien al autor de esta historia sobre un lugar remoto de la selva. Hispanophone publica la segunda parte de esta crónica de viaje acerca del vasto enigma que es la Amazonía, mientras los incendios la arrasan. (Lea la primera parte de la crónica).

Por David Arias

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El hospedero es un hombre viejo llamado Hernando. En ocasiones le dicen Japay. Un día le pregunto qué significa “japay”. Me dice que la palabra quiere decir “muchacho” en su lengua materna, el makuna.

–No me gusta que me digan “japay”. “Japay” puede ser cualquiera. Un niño, un muchacho. Yo prefiero que me llamen Hernando.

Hernando dispuso para nosotros un rincón de la casa, no muy lejos de la entrada principal.

Esa primera noche me fue difícil conciliar el sueño. Los ruidos de insectos y de pasos sobre el techo estuvieron a punto de enloquecerme. Cuando encendí la linterna, pude ver cómo una cucaracha acababa de filtrarse por el toldillo. El animal caminaba rápidamente sobre la colchoneta, acercándose cada vez más al lugar donde en ese momento descansaba la cabeza de Nütba Deka.

– Nütba Deka– le dije en voz baja mientras tocaba su cuerpo con mi mano–. Una cucaracha.

Azorado, Nütba Deka abrió los ojos.

– ¿Qué pasó?

– Una cucaracha–repetí.

El hombre lanzó de repente un manotazo sobre el insecto, dejándolo lastimado. La cucaracha salió de la escena cojeando. Cuando la perdí de vista, apagué de nuevo la linterna. Nütba Deka siguió durmiendo, y yo seguí recorriendo la oscuridad con los ojos abiertos, cavilando todo el tiempo sobre la mejor manera de salir de La Pedrera.

Afuera, mientras tanto, los ruidos continuaban. El flujo de la vida animal no paró en toda la noche.

5

El río que pasa frente a la casa es el Caquetá. Estoy sentado a escasos metros de su orilla, en una banca. Mientras tanto, en las copas de los árboles, un concierto de aves y animales cuya apariencia no logro imaginar embriaga mis sentidos.

Hernando habla español con esa entonación musical propia del portugués. Me ha dicho que aparte del makuna, también conoce el yukuna. Hernando es dueño de una mirada triste y melancólica y de una cordialidad que me resulta poco habitual. Su presencia permanente en la casa me tranquiliza.

La tarde anterior tuve ocasión de tratar con el supuesto ladrón. Es un muchacho de quince años que en cuanto supo que era antropólogo se puso a hablarme de rezos y animales, de secretos y misterios, del ritual del yuruparí, de flautas y cerbatanas, de brujos y chamanes, y de otros temas que por supuesto me interesaron y mantuvieron mi mente ocupada durante las noches siguientes.

Aquella primera noche en La Pedrera, en la que todos los ruidos del mundo parecían reunidos, empecé a concluir que los verdaderos dueños de la selva eran los animales y no las personas. Poco a poco me fui convenciendo de que, como decían los indígenas, aquellos seres no solo tenían alma, voluntad y cuerpo, sino que también tenían la capacidad de transformarse en espíritus, los cuales, a su vez, podían transformarse de nuevo en animales o, aún más aterrador, en entidades más poderosas cuya naturaleza era incomprensible para los humanos. Esos animales, empezaba a reflexionar, poseían una parte importante de la energía que circulaba en la selva. Esa energía podía sentirse y palparse en el aire. Ni el más incrédulo de los escépticos podía sustraerse a ella. Tal era su fuerza, su presencia que era en verdad omnipresencia.

¿Y qué más puedo decir? Que solo unas horas fueron suficientes para empezar a entender el inmenso poder de la selva y la fuerte impresión que puede causar en sus habitantes y visitantes.

La selva amazónica. ¡Un mundo tan variado y tan complejo, tan lleno de energía y de poder! Solo el que lo visita puede saber lo que se siente. Pensar que hay sabios y chamanes que lo conocen, no con la prepotencia del que busca entenderlo para dominarlo, sino con el respeto y la reverencia de quien se siente solo una parte de él. “Es que a la selva hay que respetarla”, escucho decir una y otra vez. El solo hecho de estar aquí se puede volver en ciertos momentos una experiencia sobrecogedora. Este viaje apenas comienza. ¿Cómo podré resistir a esta experiencia por los casi sesenta días que me faltan? ¿Podré dar cuenta de ello? ¿Podré escribirlo?

6

Hace  horas no veo la cara del sol. El cielo ha permanecido oscuro durante todo el día. Ha llovido en la mañana, lo cual ha permitido que el clima se refresque. Cada cierto tiempo los pájaros entablan entre ellos un diálogo bullicioso. ¿Qué dicen? ¿Qué es lo que traman ahí arriba?

Algunos disparos y explosiones hacen retumbar la tierra de vez en cuando. Las explosiones provienen de una base militar cercana. Por un instante quise dar marcha atrás y regresar a casa para empezar de nuevo este viaje. ¿Pero cómo borrar lo vivido? Cada detonación produce un eco en los cerros cercanos. Después de ellas, un pájaro canta. Es un canto hermoso que jamás había escuchado. Una música que parece querer el diálogo, o simplemente probar que la naturaleza termina siempre por imponerse sobre el ser humano y sus artefactos. Así, entre trinos y estallidos, puedo observar que las aguas del río se agitan cada cierto tiempo. Entonces emerge de ellas un resoplido. Es el pez que respira, un animal que los indígenas llaman bufeo y el cual, por alguna razón, nunca pescan.

Camino un rato por el pueblo en busca de un sitio para tomar una foto. Sin darme cuenta, me veo de repente invadiendo los territorios de una avispa. Esta parece enojarse, pues de un momento a otro empieza a dar vueltas a mi alrededor a toda velocidad. En silencio y con sigilo, logro escaparme de su peligroso cerco.

El tiempo en La Pedrera pasa lento. La espera se hace desgastante. De todos modos, me empeño en seguir haciendo averiguaciones sobre cómo salir de aquí.

En uno de mis recorridos hallo una tienda abandonada de madera en cuyas paredes puedo leer las siguientes frases:

1. “Inteligente es el que solo cree la mitad de lo que oye, pero el que sabe cuál mitad”.

Esta frase la encuentro enigmática, pero creo que se ajusta bien al contexto en el que me hallo.

2.  “Creer es un talento”. No estoy seguro de entender esta frase y no tiene autor atribuido. Imagino que fue inspirada o pronunciada por algún religioso.

3. “En media hora de juego podemos descubrir mejor a una persona que en un año de conversación”. Atribuida a Platón, más bien de acuerdo. Por último:

4. “La risa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro humano”. Esta frase parece hecha para redimir al viajero de sus tristezas y preocupaciones.

Aún en el culo del mundo, no faltan los aforismos.

7

A veces prefiero estar solo, sentarme a escribir o hablar a solas en algún lugar apartado del caserío. Hoy he pasado la mayor parte del tiempo en casa, cavilando sobre la forma más conveniente de llegar a Jirijirimo. La noche se acerca, y con ella los temores y sobresaltos.

Esta noche he sostenido una conversación muy entretenida con Nütba Deka y Hernando. Este último me ha enseñado algunas palabras en makuna. “Ñokuá” significa estrella, “ría’gá” significa río, y “se’tá” significa tierra. Pasadas las siete, he salido con Nütba Deka rumbo a la casa de un funcionario de Parques Naturales. El funcionario, llamado Óscar, comparte casa con unos indígenas miraña. Al parecer, la invitación vino por cuenta de los miraña, a uno de los cuales Nütba Deka conocía desde antes.

Óscar me dice que en La Pedrera hay muy mala energía.

– La gente está siempre queriéndole dar a uno en la cabeza – me asegura. Su consejo: salir de aquí en avión.

Al cabo de un rato, llegaron a la casa un grupo de jóvenes. El grupo estaba formado por un  practicante de medicina, una antropóloga y un muchacho que no se identificó. Los miraña me han ofrecido ambil, pero me he rehusado, no por falta de curiosidad, sino por la presencia de otros blancos, que para mí resulta incómoda. El estudiante de medicina no ha tenido los mismos reparos: ha mambeado como un loco, al punto que ha acabado con el contenido del frasco que le entregaron.

Al salir de la reunión, Nütba Deka me ha advertido de la importancia de aprender a mambear y de aceptar cuando me ofrezcan ambil, ya que ello es esencial para aprender a escuchar historias.

Antes de acostarme he matado dos cucarachas, lo cual me da cierta tranquilidad para ir a  dormir. Sin embargo, después de matarlas, también me pregunto si los espíritus de esas dos criaturas cobrarán venganza en mis sueños.

¿Qué hago pensando estas cosas? La sola idea parece absurda. Pero tal como ahora lo veo, todo es posible en este mundo enigmático de la selva. Nütba Deka se ha dormido primero. Pero su sueño no parece ser muy tranquilo.

Pese a algunas dificultades, debo decir que he disfrutado del paisaje. Prefiero evocar, mientras me quedo dormido, la imagen del río tranquilo y silencioso que pasa enfrente de la casa.

8

Hoy desperté antes de las seis. Quise dormir un poco más, pero no fue posible. A las seis y media me levanté y tomé el baño. La ducha es una pequeña caída de agua natural ubicada en el patio de la casa.

Después del baño salí a buscar noticias. Hallé en el camino a un señor que me dijo haberse comunicado con Taraira. Se trata de un pueblo cercano desde el cual salen vuelos ocasionales a La Pedrera.

– Si hubieran estado el sábado, hubieran podido viajar a Mitú en un avión que vino desde Taraira.

– Qué lástima – le dije –. Pero nosotros llegamos el domingo.

Más tarde entré a una tienda, en la que un comerciante me sugirió no dar largas al asunto y salir cuanto antes hacia Taraira.

– Pues sí – respondí – ¿Pero cómo? Si pudiera salir de aquí cuando quisiera, me hubiera ido hace rato.

El comerciante añadió que en ese momento había en el muelle una embarcación dirigida por una pariente suya que en cuestión de horas, sino minutos, zarparía hacia el sitio.

– El viaje les toma entre cuatro y cinco días. Solo hay que descargar y volver a cargar una mercancía entre dos y tres veces para atravesar las cachiveras.

Ahora entendía: la encargada de aquella embarcación necesitaba mano de obra para cargar y descargar mercancía. Dos viajeros varados en La Pedrera eran una buena ocasión para conseguirla.

–Es la mejor opción–insistió el comerciante–. Ustedes se benefician, ella también. Ustedes pueden contribuir con los gastos de gasolina, y de paso prestar una ayuda a ella, quien por supuesto no les cobraría el pasaje completo.

–Voy a pensarlo–le dije–. ¿No tiene ayudantes?

–Sí, pero entre más ayuden, mejor.

–Y en esas condiciones, ¿cuánto cree que cobraría por llevarnos a Taraira?

–Tendría que hablar con ella. Ahora mismo debe de estar en el embarcadero.

–Voy a mirar. Si alguna cosa, la busco después.

–No se demore. El barco sale temprano.

–No se preocupe. Le agradezco el ofrecimiento.

–No hay de qué.

Decido hacer caso omiso de la oferta. Mientras tanto, sigo tomándole el pulso al tiempo, viendo cómo este pasa lento pero inexorable. Varios me han dicho que Jirijirimo es un hermoso lugar que vale la pena visitar.

Analizando la situación con cabeza fría, no me puedo quejar. A pesar de las cucarachas y de los ruidos extraños en las noches,  tanto Nütba Deka como yo hemos comido y dormido relativamente bien. ¿Qué más se puede pedir? Es cierto que no es bueno estar donde uno no  quiere y no debe estar, pero sé que algún día saldremos de aquí. Por eso mi tarea de todos los días es salir a recoger noticias sobre posibles vuelos que lleguen a La Pedrera. Dado el carácter incierto de las informaciones, esta empresa se torna fatigante, en especial para la mente. ¿Pero qué más puedo hacer? Es de las pocas cosas en las que puedo entretenerme mientras estoy aquí. De paso me da la oportunidad de conocer un poco a los pobladores y cómo llevan su vida en este rincón apartado de la geografía del mundo.

Para evitar posibles robos, Nütba Deka y yo nos turnarnos las salidas. Si yo estoy por fuera, Nütba Deka se queda en casa. Si sale Nütba Deka, yo permanezco en casa.

Cuando estoy por fuera, me gusta caminar, tomar fotos y hablar un poco con la gente. Cuando estoy en casa, me gusta mecerme en la hamaca y hablar un poco con Hernando. También me gusta el silencio, así como leer y escribir estas notas.

Desde que estamos aquí, Nütba Deka se ha dado sus buenos banquetes de pescado. También ha dormido cuanto ha querido. Al parecer, prefiere salir en las tardes (yo lo hago en las mañanas). Él aprovecha para conocer gente, charlar con los pobladores y hacer uno que otro amigo.

Me han dicho que el mejor punto de partida para llegar hasta Jirijirimo es la ciudad de Mitú. Por tal motivo, Mitú se ha convertido para mí en una especie de sitio soñado.

–Como sea tenemos que llegar a Mitú–le digo una y otra vez a Nütba Deka, como intentando asegurarme de que me lo haga saber en caso de que llegue a enterarse de algo.

El otro día, mientras pasaba frente a una cantina, un indígena se levantó y empezó a vociferar. Decía cosas que no comprendía, así que me alejé sin prestar mucha atención.

Los miraña se quejan de Leticia. Dicen que no les gusta porque es una ciudad ruidosa y llena de gente. Para mí, que vengo de Bogotá, una ciudad de treinta mil habitantes es un oasis de tranquilidad.

En las tardes, Hernando pasa las horas leyendo un libro. Es un  hombre creyente. Un convencido de que el reino de los cielos está por llegar. Yo, mientras tanto, guardo esperanza de que del cielo llegue un avión.

(Continuará)

Lea la primera parte


David Arias es colaborador y uno de los fundadores de la Revista HispanophoneLea más artículos del autor.

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