Yo he visto a esos ladrones de tuétanos

La escritora Cherie Dimaline obtuvo el Governor General's Literary Award for Young people's literature por su libro El libro The Marrow Thieves (foto: Carlos Osorio/Toronto Star).

Conmovida por la realidad de los jóvenes de las comunidades indígenas canadienses, la escritora Cherie Dimaline de la nación Métis de Canadá se ha atrevido a confrontar uno de los temas más dolorosos de esta sociedad en un libro a la vez dura y hermosamente narrado: The Marrow Thieves. Pero en esta novela distópica aparecen también claves involuntarias para lectores provenientes de otras realidades. Porque las tiranías, aunque distantes, tienen siempre demasiado en común. Cherie Dimaline acaba de participar en el festival Hay Querétaro 2018 en la mesa sobre literaturas indígenas.

Por Cynthia Rodriguez

Hay historias que resuenan de distintas maneras en distintas audiencias. Y aunque a veces dos lectores parecieran no tener nada en común, hay algo que termina uniéndolos. Una suerte de empatía que puede estar basada en muchas cosas, pero que a veces se centra en la pérdida. En lo que hemos dejado atrás y sabemos que nos costará mucho recuperar, pero que siempre vale la pena soñar con mantener vivo.

Es lo que te pasa cuando eres una venezolana en la diáspora y lees The Marrow Thieves, el celebrado libro de la autora canadiense Cherie Dimaline (Dancing Cat Books, 2017), una novela que supera las expectativas que uno se hace incluso cuando ha sido ganadora del Governor General’s Literary Award, el Kirkus Prize y el White Pine, y ha sido seleccionada como uno de los mejores libros por el School Library Journal, Quill et Quire, la New York Public Library y el Globe and Mail. Tal vez porque uno no espera que un libro “para adolescentes” le vaya a pegar tan duro. Pero este no es un libro que obedezca solo a la etiqueta de su público destinatario.

Algo debes intuir cuando te encuentras de entrada con un epígrafe de The Road, esa desgarradora y maravillosa novela de Cormac McCarthy. Pero reconozco que a mí me agarró desprevenida. O que al menos nunca esperé leerme un poco en estas páginas, como terminaría pasándome.

La novela narra la historia de Frenchie, un adolescente métis -como se llama en Canadá a la nación mestiza creada por franceses e indígenas- que ha perdido la mayor parte de su familia biológica y está tratando de salvarse. Quienes quieren capturarlo buscan algo muy especial que únicamente Frenchie y quienes comparten con él la sangre de las Primeras Naciones poseen en estos días: su capacidad para soñar.

Cherie Dimaline con su esposo, la escritora Rosemary Sullivan y la periodista Ingrid Bejerman en el Hay Querétaro 2018 (Foto: Daniel Mordzinski).

El escenario es un Canadá distópico varias décadas en el futuro, que ha sufrido los efectos del calentamiento global y una serie de conflictos por el territorio y los recursos, y en el que los no indígenas han dejado de soñar por las noches. Los científicos y la Iglesia han encontrado la que parece ser la única cura al descubrir el lugar donde se aloja la capacidad onírica. La mala noticia es que ese lugar es el tuétano de los hombres y mujeres como Frenchie.

No les tomará mucho tiempo a las autoridades retomar antiguos vicios y costumbres, esas que oscurecen la historia de este país y de las que apenas ahora se comienza a hacer mea culpa. Las terribles escuelas residenciales comienzan a reaparecer por todo el territorio. Los indígenas son perseguidos, capturados y procesados como materia prima para curar los males del hombre blanco. Los que sobreviven están ocultos y tratan de huir al Norte. La promesa es que allí se están juntando las comunidades que persisten para encontrar una manera de combatir el horror y fundar una nueva nación. Para volver a hacer eso que uno llama “hogar”.

Frenchie emprende entonces un largo viaje. Encontrará una nueva familia, aliados y amor. Pero también deberá enfrentarse a la furia e imprevisibilidad de un planeta que ha sido devastado y un clima que ya no se parece en nada al que hoy conocemos, la escasez de recursos, la reeducación en el arte de sobrevivir a la intemperie y mucho peor, la capacidad de algunos seres humanos para traicionar sus valores y dejarse corromper hasta lo más profundo, porque tal y como sucede con toda sociedad que vive una persecución, lo mejor y lo peor de cada quien sale a relucir y más temprano que tarde le tocará entender que “no todo Indio es un Indio”. Frenchie perderá la inocencia tanto metafórica como literalmente. Vivirá durísimas pruebas, algunas de las cuales serán duras incluso para quienes leemos.

Uno de los grandes méritos de esta novela es lo bellamente escrita que está. Dimaline emplea un lenguaje refinado y elabora unas imágenes muy poderosas a partir de ideas como la tesis inicial del libro, ésa de que los sueños que llevas en ti se han tejido allí en tu ADN y que el enemigo que ya te lo ha quitado todo, un día va a venir también por ellos. Allí es donde este libro, como decía líneas más arriba, me hizo sentir un poco como Frenchie.

Cuando le has visto la cara a la tiranía y se la sigues viendo todos los días en las historias que lees y escuchas de parte de tus familiares y amigos, los que todavía están allá, atrapados en ese otro lugar de tu mundo, no puedes evitar identificarte con una imagen como esta.

En mi país de origen, que pertenece a esta época y no a un futuro distópico, la gente también lucha para sobrevivir. Huyen, como Frenchie y su familia adoptiva. No solo al Norte, en todas las direcciones. Huyen sin plan, sin recursos, sin comprender del todo a dónde ni para qué. Huyen desnutridos, tras meses de no haberse alimentado apropiadamente, en autobuses, caminando, con la ropa que llevan puesta y los niños, que no entienden nada, halados por un bracito. Huyen a países que no están preparados para recibirlos y que muchas veces los rechazan, porque no es normal ver una oleada de gente como esta llegar así, de la nada. Huyen igual que en las pateras del Mediterráneo, como lo ha dicho la Organización de Estados Americanos, que entre otros organismos ha visto en la estampida venezolana una crisis equivalente a la que confronta Europa. Un estallido migratorio imposible de determinar con números oficiales, pero que extraoficialmente suma ya dos millones y medio de personas. Eso es casi la población total de Caracas, la ciudad en la que yo hice toda mi vida antes de venir aquí, huyendo también aunque de manera mucho más afortunada, hace cuatro años.

El tema es que yo he visto a esos ladrones de tuétanos. Yo he visto a los jóvenes de mi país caer ante unos agentes que han ido por ellos, por sus sueños y que en muchos casos han logrado arrancárselos, encerrándolos en un calabozo sin luz, o plantándoles un balazo en la cara. He sabido de gente que pierde la vida por una bolsa de comida y de otra que ha decidido quitársela por pensar que ya no hay esperanza. He visto a familias separadas por la migración, que es si se quiere la “razón feliz”, porque también está la muerte. La de un hijo de 15 años que no pudo completar su tratamiento para el cáncer porque no había medicinas, de un padre que fue abatido en la calle mientras volvía a casa con la única ración de comida del día, de una madre que simplemente sucumbió en la fila del supermercado, tras demasiado tiempo privándose de comer para poder alimentar a sus hijos, que igual están desnutridos a niveles irreversibles, o la de uno de esos niños, que murió de inanición. He visto demasiadas imágenes de personas de todas las edades con las que comparto nacionalidad, lengua y cultura, hurgando en la basura.

Todas estas imágenes están también en mis sueños. Me llama la atención que los sueños hagan parte de las claves de este libro. Porque una cosa que creo que nunca dejará de pasarme es seguir soñando con aquel lugar y en mi idioma; y no siempre en clave feliz, evidentemente.

La persecución, la privación, la huida, la captura, el abuso, la muerte son imágenes que la novela de Cherie Dimaline, originaria de la comunidad Métis de Georgian Bay (Ontario), evoca para hablar de la realidad indígena en Canadá, para hacer vigente esa máxima de que cuando te lo prohiben todo, queda prohibido olvidar.

Como venezolana de esta época que eligió este país como tierra adoptiva todo esto me toca no sólo como observadora de una realidad que me interesa comprender con todos sus matices, sino también como sobreviviente de aquella cruel dictadura que sigue tragando gente. Porque también en la pérdida uno empatiza.

Siempre sucede con los buenos libros y leyendo éste me hice muchas preguntas. Una de ellas fue por qué la autora decidió contar esta historia para esta audiencia, los adolescentes. Encontré en una entrevista que le hicieron en Radio Canadá la explicación: tras haber trabajado con comunidades indígenas durante varios años, quedó muy impactada por la epidemia de suicidios entre los jóvenes. Decidió entonces crear, desde su trinchera, una respuesta para esos jóvenes que parecen estar perdiendo las esperanzas: una historia en la que ellos “no sólo sobreviven, sino que son la respuesta, los héroes”, quienes logran no sólo superar el horror, sino reconstruir el mundo. Este ha sido su regalo para ellos.

No puedo evitar preguntarme cuánta falta nos hace una imagen como esta, a la que nuestros jóvenes puedan aferrarse. Es verdad que necesitamos muchas otras cosas con más urgencia. Pero si una lección me deja un libro como este es la importancia de la transmisión de las historias (tradición de la que Dimaline es una heredera natural en su comunidad), de la riqueza de la lengua y la cultura y de la defensa de lo que somos y lo que soñamos como la única manera de seguir viviendo.

Puede comprar el libro aquí: The Marrow Thieves

The Marrow Thieves
Cherie Dimaline
Dancing Cat Books,
Toronto, ON, Canadá, 2017
234 pp.

Comentarios