ESPÍRITU SANO EN EMPRESA SANA

Por Federico Puebla

Nuestra historia está impregnada de esta constante evolución que tiende a dar un modelo precedente por obsoleto. En esta parte, los ejemplos fluyen. Hace apenas algunos siglos, creíamos que la Tierra era el centro del universo. Los azares del clima no eran otra cosa que el reflejo de un humor divino. Sólo algunos decenios atrás, los médicos nos recibían en la clínica con un cigarrillo en las manos, y las mujeres no tenían el derecho a votar.

Aunque hoy estas creencias y prácticas nos puedan parecer aberrantes, es posible que muchos de nuestros modelos contemporáneos le parecerán también absurdos a las generaciones futuras. Entre estas últimas, creo que aquella de la (o la falta de) felicidad en el trabajo será tema de profunda incomprensión.

Oigo ya sus cuestionamientos: «Toda las tardes de domingo, la angustia colectiva era palpable. Los ambientes tóxicos estaban muy extendidos; las luchas de poder intrascendentes. Trabajaban con una incomodidad constante, contaban los días que faltaban para llegar al viernes. ¿Pero cómo lo hacían?». Y la pregunta aparece: «¿Por qué hemos llegado a ahí?»

La herencia de las normas masculinas

A cada fin de trimestre, la profesora Tina Seeling, de la Universidad de Stanford, pide a sus estudiantes autoevaluarse lo más objetivamente posible. Invariablemente, la nota media en los hombres es «A» mientras que en las mujeres roza apenas un «B-». Ella concluyó que hay un fenómeno bipartito. De un lado, hay una sobre confianza por parte de los hombres. Del otro lado, poco alentador aún, existe una gran falta de confianza en las mujeres, a pesar de sus excelentes resultados académicos.

Lamentablemente, esta falta de confianza en sí las va acompañar, especialmente en el comienzo de su carrera, poniéndolas incómodas al pedir el lugar que les corresponde, mientras que los hombres no tendrán pena en reclamar un aumento o alguna promoción, llegando incluso hasta pelear como un gladiador en la arena.

A pesar de la emancipación de la mujer durante los últimos años, nuestras culturas de empresa quedan fuertemente aún impregnadas por normas masculinas, a menudo de consecuencias nefastas y contraproducentes. Hablo aquí de normas tales como sentirse constantemente en competición, o no mostrar sus debilidades sino la fuerza de carácter exhibiendo un caparazón anti emociones y una energía sin límites. A través de los años, las culturas de empresa han aprendido a recompensar estos súper héroes del trabajo otorgándoles mejores promociones.

Sin embargo, estas prácticas envenenan nuestras organizaciones, y modelos de competición malsanos contaminan nuestras relaciones como epidemias. Lamentablemente, siempre y cuando nuestros sistemas continúen recompensando este tipo de liderazgo arcaico y deshumanizante, pocos verdaderos cambios verán la luz del día.

Ser testigo de un líder que a veces derrama lágrimas, verlo reconocer que no dispone de la respuesta instantánea, o verlo tropezar para luego tomar el equilibrio, he aquí gestos de un indistinguible poder. No solamente nuestros líderes ganarían respeto, más por el mismo acto, desdramatizarían lo que nos es común y fundamental a la vez: nuestra fragilidad humana.

Elogio de la incertidumbre

No hay una semana en que no reciba una de las siguientes preguntas: ¿Cuál es el buen proceso de innovación que mi organización debería adoptar? ¿Cómo hago para gestionar la innovación de manera óptima? Y mi respuesta siempre es la misma: Comience por hacer las buenas preguntas. Uno no controla todo en la vida ni en el trabajo. Hay otras partes por administrar, otras por formar, equipar, mientras que otras deben ser dejadas al azar, véase al caos natural.

A menudo, cuando pronuncio esas últimas palabras, denoto una cierta ansiedad que atraviesa las pupilas de mis interlocutores. «¿El azar? ¿El caos? ¡Pero si yo he estudiado el tema a fondo precisamente para eliminar hasta el más pequeño trazo de incertidumbre!».

Y los comprendo. En un mundo donde nos hacen creer la ficción de controlar todo, de anticipar y calcular todo, lo último que nuestras organizaciones desean es vivir en la incertidumbre. Además, todos los cómplices de esta última, como la imaginación, la creatividad, la duda o la ambigüedad, serán también estigmatizados como persona non grata en el ambiente de trabajo.

Pero quienes han vivido procesos creativos saben que no es así. La incertidumbre y la imaginación no son solamente un pasaje obligatorio del proceso creativo, también son fuertemente asociados al bienestar de los individuos. Aristóteles lo explicaba con excelente toque poético: «La imaginación crea el lazo entre el cuerpo y el alma. Ella reconcilia sentido e intelecto. Ella acoge, restaura y abre el tiempo».

Puede ser que, en lugar de glorificar las respuestas puramente factuales, deberíamos celebrar la calidad de nuestras preguntas y las tensiones creativas que pueden engendrar. En vez de ensimismarse con decisiones estrictamente cartesianas, deberíamos cultivar nuestra intuición. Ya que, la incertidumbre, la duda y la imaginación bien canalizadas, irrigan la tierra fértil de nuestro bienestar, abriendo así las fronteras de lo posible.

La Pachamama como fuente de inspiración

William McDonough, uno de los más grandes arquitectos de nuestra época, provoca muy seguido a sus audiencias lanzándoles el desafío siguiente: «Creen algo que produzca oxígeno, aprisione el carbono, regule el azote, destile el agua, acumule la energía solar como carburante, fabrique azúcares y alimentos complejos, cree microclimas, cambie de color con las estaciones y que se auto duplique…». Ya lo habrá adivinado, hace referencia a los árboles, estos magníficos seres que tenemos tendencia a talar para escribir encima.

La Pachamama (‘Madre tierra’), palabra sacada de la antigua cultura inca, era una diosa patrona de todo lo que existe sobre la Tierra. Por extensión, ella representa todo lo que la tierra (la naturaleza) nos ofrece. A fuerza de miles de años de ensayo y error, como una cápsula del tiempo, la naturaleza está rociada de mensajes de sabiduría para aquellos el tiempo de leerla.

La primera lección que la Pachamama nos enseña es que, a pesar del carácter austero y a veces sin piedad de la vida, ella privilegia modelos cooperativos y simbólicos para asegurar su evolución. En esta parte, los árboles son excelentes ejemplos.

La Pachamama es sensible, creativa y salvaje a la vez. Su sabiduría es codificada por cualquiera que uno mire, como estrellas en el firmamento. Pero frecuentemente, nuestra mirada citadina es llevada hacia abajo preocupada por la próxima reunión o el próximo trimestre, mientras que hay una sinfonía de felicidad toca delante de nuestros ojos.

Por una florida primavera

Sea lo que hagamos, nuestras elecciones de sociedad serán últimamente juzgadas por las generaciones futuras de acuerdo con la manera en que tratemos a los más vulnerables, a aquellos que dependen más de nosotros, a nuestro planeta, nuestros abuelos y también nuestros equipos de trabajo. Juzgar, humillar, recompensar a los gladiadores corporativos, son al fin y al cabo elecciones.

Sin embargo, el líder también puede elegir inspirarse de la naturaleza y hacer prueba y de cooperación a fin de crear ambientes ricos en placer, sentido y comprensión. Estos líderes saben que en el otro lado de la montaña, una primavera de felicidad nos espera, junto con sistemas simbióticos que valoran más al ser que somos y menos lo que ofrecemos a la maquinaria, una primavera con flores bellas, poesía, y un poco de magia. Una primavera donde se honre la sabiduría millonaria de la Madre tierra ya que no hay naturaleza sin humanos; hacemos parte de ella. Quizás en ese momento, la norma será adorar su trabajo.

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Federico Puebla fue Director de Innovación del Grupo Desjardins, donde impulsó la incubadora Desjardins Lab, Startups en Résidence para empresas emergentes y de innovación abierta de Canadá, Coopérathon. En la actualidad, Federico es CEO y cofundador de Créativité Québec.