El matrimonio levirático: ayer y hoy

Imagen: Julius Schnorr von Carolsfeld, Ruth in Boaz’s Field (1828), Londres, National Gallery.
Por Enrique Pato, profesor de la Universidad de Montreal

¿Qué pensaría usted si la unión entre un hombre y una mujer no se consumara en función del amor, sino de los intereses económicos y el honor de la familia? Pues bien, este comportamiento social ha sido muy común en muchas culturas. Del matrimonio que me voy a ocupar en las siguientes líneas es el yibbum (Deuteronomio 25:5-10), generalmente conocido como levirato.

El levirato, o matrimonio levirático (de levir ‘hermano del marido, cuñado’), entra dentro de la antropología del parentesco y se producía cuando un hombre casado moría sin descendencia, especialmente sin un hijo varón. En este caso concreto, su viuda tenía que casarse con el hermano del difunto, es decir, con su cuñado. El primer hijo de esa nueva unión (matrimonio de cuñado) llevaba el nombre del difunto y se le consideraba descendiente de él (Génesis 35:9; Mateo 22:24). De este modo, el nombre del fallecido no se perdía y se aseguraba el futuro de la viuda. En otras palabras, por un lado, el levirato prolongaba la vida del difunto en el hijo de su hermano y su mujer viuda, así como el honor y el nombre de la familia. Por otro, también aseguraba la posesión de los bienes familiares, para que no pasaran a manos extrañas.

Esta práctica era una obligación familiar, y se llevaba a cabo como derecho inalienable de la viuda. La ley mosaica se aplicaba tanto en el caso de que el cuñado (el hermano del difunto) no estaba casado como si ya lo estaba y tenía su propia familia (mujer e hijos). Cuando el cuñado se negaba a cumplir su deber como hermano del fallecido, la viuda debía acudir a los jueces de la ciudad, le quitaba la sandalia (ritual del “descalzamiento”), le escupía a la cara y le decía unas palabras en público (Deuteronomio 25:9-10). La Biblia recoge varios casos frustrados de esta práctica de levirato, como en el libro de Rut:

12Y ahora, aunque es cierto que yo soy pariente cercano, con todo eso hay pariente más cercano que yo. 13Pasa aquí la noche, y cuando sea de día, si él te redimiere, bien, redímate; mas si él no te quisiere redimir, yo te redimiré, vive Jehová. Descansa, pues, hasta la mañana (Rut 3:12-13).

O la historia extrapolada de Tamar en el Génesis:

6Después Judá tomó mujer para su primogénito Er, la cual se llamaba Tamar. 7Y Er, el primogénito de Judá, fue malo ante los ojos de Jehová, y le quitó Jehová la vida. 8Entonces Judá dijo a Onán: Llégate a la mujer de tu hermano, y despósate con ella, y levanta descendencia a tu hermano. 9Y sabiendo Onán que la descendencia no había de ser suya, sucedía que cuando se llegaba a la mujer de su hermano, vertía en tierra, por no dar descendencia a su hermano (Génesis 38:6-9).

Este tipo de matrimonio, para perpetuar el linaje por todos los medios posibles, no es exclusivo de la antigua Judea, y ha estado extendido entre otros pueblos del mundo, como los hunos (en Asia central), los tibetanos, los bereberes del norte de África (Marruecos y Argelia), los onas o selknam (en Tierra del Fuego y el sur de Santa Cruz, en Argentina), los aborígenes australianos, los pueblos melanesios o lo hinduistas de la antigua India (Leyes de Manu), por nombrar solo algunos de ellos. También fue práctica habitual en el Perú, la Nueva España y Guatemala durante el periodo colonial, tal y como recoge el misionero y cronista dominico Gregorio García en Origen de los indios de el Nuevo Mundo e Indias Occidentales (1607):

Los Indios del Perú guardaban esta Lei, porque Pachacuti Inga, que la instituió, mandaba, que la Muger viuda se casasse con el Pariente mas cercano de su primer Marido.

Item, los Indios de Nueva España, quando alguno moria, i dejaba Mugeres, el Hermano estaba obligado à tenerlas, i casarse con ellas. Y en Guatemala se casaba la viuda con su Cuñado; i si no lo havia, con el Pariente mas cercano al difunto (Libro tercero, cap. IV, p. 113).

Asimismo, el levirato aparece reflejado en algunas de las obras literarias más conocidas, como La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca (1603) de Shakespeare. En este drama, Gertrudis, la viuda del rey Hamlet, contare matrimonio con Claudio, el hermano de su difunto marido, solo unos meses después del funeral; hecho que causa la tragedia familiar. Situación que recuerda a la de la reina consorte Catalina de Aragón (1495-1536) –hija menor de los Reyes Católicos y madre de María Tudor–, quien se casó con el rey Enrique VIII (1491-1547) tras la muerte de su primer marido, el príncipe Arturo Tudor (1486-1502) hermano mayor de Enrique.

El cine también ha tratado el asunto del levirato. Por ejemplo, en la comedia Holy Matrimony (1994, de Leonard Nimoy), traducida en Argentina como Matrimonio a la fuerza y en España como Esposa a la fuerza, Havana (Patricia Arquette) contrae segundas nupcias con el hermano de su difunto marido Peter (Tate Donovan), Ezequiel (Joseph Gordon-Levitt), un joven de tan solo 12 años que es el único que conoce el paradero del dinero que Peter robó a su jefe.

Por último, en varios países de África, como Senegal, Camerún, Togo o Sudán del Sur, el matrimonio levirático se sigue practicando hoy en día, pese a las quejas y denuncias de varias ONG y de la Unesco.

Ya sea considerado como una tradición religiosa y cultural, o como un medio para ayudar económica y “emocionalmente” a una mujer que ha enviudado, el matrimonio levirático solo debería producirse si las dos partes (la mujer viuda y el hermano soltero del difunto) están de acuerdo, y nunca como un matrimonio forzado. Tampoco se debería pensar que la mujer viuda es un bien hereditario. En muchos países los matrimonios no dejan de ser un contrato civil o una relación entre particulares. En otros, en cambio, son una institución jurídica. En ambos casos, dos personas se unen para (con)vivir juntos, procrear (o no) y prestarse auxilio el uno al otro, es decir, ‘para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses’, según especifica el Diccionario de la lengua española. Si esa comunidad es de mutuo consentimiento y, además, hay amor entre las personas, mucho mejor.


Enrique Pato es doctor en Filología Española por la Universidad Autónoma de Madrid. Sus campos de investigación se centran en la gramática, con especial atención a la sintaxis, y en la dialectología y la variación, tanto histórica como actual. Investigador principal de varios proyectos, Corpus de la sintaxis dialectal del español peninsular (FQRSC), Sintaxis dialectal del español (CRSH), El español en Montreal y COLEM (Corpus oral de la lengua española en Montreal), ha coeditado varios volúmenes colectivos y actas de congresos y tiene publicados más de un centenar de artículos en revistas nacionales e internacionales. En la actualidad es professeur titulaire en la Universidad de Montreal. Leer más artículos del autor.