Los pájaros ebrios, el filme sobre los trabajadores agrícolas en Quebec

El filme se estrenó el 15 de octubre en salas.
Por Alejandro Estivill, Cónsul General de México en Montreal
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Una película canadiense acaba de llegar a los cines en esta temporada: Los pájaros ebrios (Les oiseaux ivres) del director Ivan Grbovic (coescrita con Sara Mishara quien contribuyó además a la fotografía). Habla de México, de los trabajadores temporales agrícolas y de las relaciones dentro de una granja desde una perspectiva humana, intimista y finalmente reconfortante.

Es la película con que Canadá participará en la premiación de los Oscars de este año y su difusión hará más relevante y preeminente, a ojos de propios y extraños, la circulación constante de trabajadores temporales mexicanos en los campos canadienses, para este caso, en las cercanías de Montreal. Es una película donde reencontramos al actor mexicano Jorge Antonio Guerrero, reconocible por su papel tan preciso y dramático en Roma de Alfonso Cuarón. 

Lo último que pretendemos es hacer una crítica cinematográfica que recomiende o no esta producción. Pero hay algo en el filme que, ante todo, dejará huella para el importante debate constructivo que se busca hacer para mejorar este programa de trabajadores temporales agrícolas que ha funcionado por tantos años ayudando a la producción de alimentos en Canadá y cuya esencialidad fue inminente a raíz de la pandemia de Covid 19.

Vale destacar que una de las principales funciones que se han impulsado últimamente es externar respeto y reconocimiento a las muchas granjas que en Quebec entienden el trasfondo humano que existe en la relación con trabajadores mexicanos. Los pájaros ebrios, con un tono idealista, se coloca como una voz en este sentido porque esas empresas familiares quebequenses, en su mayoría, establecen una relación laborar fincada en años de experiencia, en condiciones adecuadas para el trabajo que motivan nuevas temporadas de producción, ambiente positivo y en un ganar-ganar para las partes. Pero el programa no está exento de muchas dificultades y los consulados nos centramos en movilizar a las autoridades canadienses para que actúen rápido y eficazmente en los casos de abusos.

La película es la obra de realizadores sensibles y expertos para contar una historia cautivante. Utiliza un ir y venir en el tiempo narrativo que nos permite hilar las casualidades insospechadas que unen las vidas de las personas hasta sumar una amplia gama de recursos cinematográficos para conectar mundos: fincas en México y Canadá, lujos y penurias en uno y otro lado, dramas y persecuciones, agua, sequia calor de uno a otro lado de nuestra América del Norte. Es una película de texturas y lenguajes diversos: el oral, el visual, los sonidos, las aves, los horizontes, los deseos incompletos, la trascendencia que sus personajes se cuestionan con frecuencia (incluidos los ridículos narcos de la historia). Y más que cualquier otro sendero, Los pájaros ebrios apunta a las dudas y aspiraciones de un granjero y su familia con generaciones de producción de lechuga; incertidumbres emparejadas a las repuestas que ofrecen sus trabajadores conscientes de que cada “retorno a casa”, “retorno a sus familias” les significa la recompensa necesaria para que valga el esfuerzo de realizar una y varias temporadas de trabajo en Canadá.

¿Los pájaros ebrios será un filme contrastante, apenas melodramático y por momentos lírico, en esta época de producciones más frecuentemente hiladas por las voces de denuncia? Quizá, pero más importante aún es el hecho de que alcanzará el nivel de esos referentes temáticos que valdrá la pena ver varias veces, porque hay arte por descubrir en cada detalle de su realización: el uso de constantes recorridos, casi poéticos, entre las cosechas; el uso de la lluvia torrencial para las escenas más violentas; el uso de los luces y los reflejos en la ciudad de Montreal, conspicua de gente al hablar de sus vicios de pornografía infantil durante el periodo de la Fórmula 1 que queda abandonada en una mañana de esas de verano, cuando amanece a las 5:30, y las calles se abren tan luminosas como vacías.

Pero el punto medular para recordarla siempre estará, creo, en su equilibrio: una historia de reencuentro amoroso (surgida a partir del estereotípico y cruento mundo de los carteles de la droga en México, sus excesos y caricaturesco mundo de acumulación de riqueza ornamental e inútil) se desarrolla siguiendo la hazaña del trabajador que “busca” afanosamente en Canadá a su amada y lo hace viajando por vía del programa de trabajadores temporales. Pronto descubrimos que él no es el único necesitado; sus compañeros tienen sus respectivas diatribas y sobre todo, la familia de granjeros canadienses que alberga a los trabajadores, Richard, Julie y Léa, vive atravesada por sus necesidades igualmente plásticas en el lenguaje de la película: necesitados de un sentido de vida, de un diálogo que ha desaparecido entre ellos como familia, de razones para enfrentar la repetición de cada temporada de producción, ellos son capaces de recorrer igualmente su propio camino y aprender gracias a los trabajadores. Tan solo un pasaje: la audiencia en el cine podrá siempre paladear la forma en que la hija de los propietarios, interpretada por Marine Johnson, una adolescente en el momento más doloroso de su vida y de su propio descubrimiento como víctima de una violencia inesperada en la gran urbe Montreal, recorre los pocos —pero muy simbólicos— objetos personales de los trabajadores temporales en su albergue: las fotos de sus seres queridos, sus valores morales y religiosos, sus puntos de contacto con la esperanza y el futuro, provocan en ella, aún adolescente, un crecimiento humano sin paralelo.

La injusticia y la violencia sí son objeto de revisión en la película. Son, por contraste y quizá por convicción de sus autores, el resultado del desconocimiento de las respectivas partes. Sabiendo más y hablando más la injusticia pareciera desaparecer. Quizá ese será el mensaje que la película nos deje. Quizá sea, así lo esperamos, una contribución aun necesaria al manejo de nuestro importante programa de trabajo temporal si queremos que siga siendo un ejemplo de contacto y solución compartida a los retos actuales entre naciones del mundo. Tan sólo por ello, cabe aquí la recomendación para asistir a una sala, ver Los pájaros ebrios y desearle la mejor de las suertes como representante del cine canadiense.


Alejandro Estivill es diplomático de carrera del Servicio Exterior de México, con el rango de Embajador. Se ha desempeñado principalmente en América del Norte, y en las áreas de cultura y asuntos consulares. Es escritor y ha publicado las novelas El hombre bajo la piel, Alfil, los tres pecados del elefante, premio AKRÓN novela negra 2019. Es promotor cultural y especialista en lingüística e intercambio cultural internacional.