Diplomacia y performatividad hacia la eliminación de la discriminación

Ilustración: egpsiteso.wordpress.com/
Por Alejandro Estivill, Cónsul General de México en Montreal
“No hay identidad de género que anteceda las expresiones de género: esa identidad es performativamente construida por las expresiones precisas que se usan para ese resultado”, Judith Butler.

La persona nace persona. En ese terreno no tendría nada que demostrar. Sin embargo, la distancia a la justicia es mucha y aún enfrenta una tortuosa carrera identitaria. Quienes se sienten poseedores de la identidad correcta, binaria, tan solo por la “moral victoriana”, pueden hacer el camino doloroso para que se acepte que “la persona nace persona” y que lo demás es parafernalia funcional, momento, lugar y construcción formal de un gusto.

Un ministerio de relaciones internacionales como la Cancillería mexicana ha puesto uno de los más denodados esfuerzos en avanzar hacia la eliminación de todo tipo de discriminación por raza, ideología, edad, capacidades, género y, de manera especial, por preferencia sexual; ha iniciado este trabajo en su espacio interno (sus reglamentos, guías y prácticas, sus oficinas, embajadas y consulados bajo el lema de “zona segura”), y a partir de ahí… hasta donde el esfuerzo alcance. El marco jurídico está en la mesa de disección para avanzarlo hacia un servicio público exento de cortapisas y estas acciones aprovechan el marco simbólico del 17 de mayo (y todo el mes de junio) día contra la homofobia, la transfobia y la biofobia que recuerda que no fue hasta 1990 que la OMS eliminó la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales.

Cabe preguntar por qué un área de la diplomacia toma la vanguardia en un proceso de esta naturaleza y lo erige como prioridad. La primera respuesta radicaría en la obviedad: el poder del diálogo. El cuerpo diplomático de un país está obligado a ser receptivo, abierto, ilustrado hacia la otredad. “La mera relación con el otro, es la relación con el futuro”, diría Emmanuel Levinas.

Pero existe un sentido más filosófico para este papel asumido por un ministerio de exteriores (1). Los movimientos feminista y LGTBI+, que tanto compartieron en su lucha contra la vulnerabilidad y luego se distanciaron, tienen su efervescencia entre 1968 y 1982. Fincan su base en el momento posestructuralista y deconstructivista que les otorgó la llave para desquebrajar la suposición de que existen modelos “naturales” para el comportamiento humano en materia sexual. Esa llave es el concepto de performatividad. A la manera de J.L. Austin, el lenguaje (y, dentro de él, toda formalización) construye realidad: la buena y la mala. Incluso, la correcta apropiación del insulto “queer” que antaño esputaban a los poseedores de una inclinación diferente a la binaria, permitió a la comunidad LGBTI+ construir, sobre un término, su fuerza de unidad.

La arena internacional, quizá subconscientemente, intuye mucho sobre esa fuerza constructiva y poco a poco “adopta lenguaje” (el término “adoptar” permea casi aludiendo a un “nacimiento” para la arena pública y es la fórmula más usada en las salas del multilateralismo para generar los ladrillos de un castillo de sutiles modificaciones al entramado de costumbres, concesiones y finalmente al derecho. Los actores en estas salas son muchos, son países, son fuerzas soberanas. Por ello, unos resisten ferozmente cuando el lenguaje no les conviene (el multilateralismo avanza lentamente) y otros insisten infatigables pero sutiles, por vía de lenguaje y más lenguaje, cuando creen que la adopción del término, término performativo a fin de cuentas, va con sus intereses. Es el momento de recordar que, a pesar de los avances, tristemente 72 países siguen criminalizando las relaciones entre personas de un mismo género y 8, entre ellos, las castigan con la pena de muerte.

La primera novela sobre la homosexualidad en EUA es La Capital y el pilar de sal de Gore Vidal y se escribió antes, en 1948. Es curioso que en México, el famoso autor gay, Salvador Novo, concluyó en 1945 su autobiografía descriptiva de una juventud en los espacios homosexuales de clandestinidad con el título similar: La estatua de sal. La comunidad gay aludía, en un metalenguaje establecido, al retorno o revisión que hace la esposa de Lot al huir de Sodoma en La Biblia y la forma en que fue convertida en una “columna de sal” como castigo por su anhelo “pecaminoso”. Novo y Gore Vidal eran por igual personas de gran cosmopolitismo internacional (Gide, Genet, Foster, García Lorca, Thomas Man y tantos otros tenían ese pie afincado en el diálogo internacional).

La novela de Vidal, cuya publicación fue lo más aventurado en literatura homosexual en la posguerra, lo convirtió en el centro de la polémica, en el odiado por la crítica y en un éxito en ventas. No han faltado críticos (Ian Young o Iker Itoiz Ciáurriz) que encuentran una delgada correlación entre ese ambiente de postguerra y la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU, con la decisión de Vidal de publicar su novela. Similar a Salvador Novo, su forma narrativa apunta hacia los alcances máximos de esa declaración genuinamente entendida: recuenta el ambiente de los jóvenes homosexuales con total naturalidad. Vio la dimensión de la palabra “humano” en la retórica constructiva que se sentía ya revigorizada en los años cuarenta: el “ser humano” lo es tal en su existencia sin calificativos por lo que cabía describir al homosexual como el ser más natural del mundo por su calidad humana.

Sobre los pilares de Foucault (omnipresencia de las retóricas de poder) y de Derrida (deconstrucción y correlación funcional de las partes del texto), la filósofa Judith Butler ha elevado la performatividad como la base misma de entendimiento ético y activista del movimiento LGBTI+. Su enseñanza ha sido motivo de temores fatuos: algunos leen en ella una apología a la “actuación” de las inclinaciones sexuales al garete de los vientos. Nada más lejano de su visión. Lo que realmente ella aporta es el entendimiento de que cada expresión lingüística, cada símbolo, cada manifestación y cada texto en su sentido más amplio contribuye a crear el entramado donde la sociedad mueve sus fobias, sus rechazos y su violencia, argumentando falsamente que hay una “naturalidad” a la cual regresar; a la cual volver el rosto atrás como la esposa de Lot para convertirse, quizá, en estatua de sal.

Pero también en ese tenor performativo el texto construye y construirá las aceptaciones, la tolerancia y el estar en paz con la diferencia de ese otro con el que se dialoga. Queda clara que en su lentitud, la retórica diplomática (tan llena de declaraciones, vistas, símbolos y prosopopeya, rebosante como ninguna otra de sutileza, forma y circunstancia…, de puntos y comas, así como términos cuidados que van calando poco a poco la misma estatua de sal) construye también —el término no puede ser más exacto— la fraternidad misma para eliminar la injusticia. La diplomacia también es performativa; la más performativa entre las formas. Es un proceso lento y a veces desesperante, pero es sólida y penetrante como el que más, y por ello, sí corresponde a la diplomacia tomar su sitio a la vanguardia del desfile formal hacia la justicia.

(1) Reconozco la forma en que la diplomacia mexicana y canadiense han coordinado una “Declaración sobre equidad de género” y sus acciones específicas, así como el trabajo coincidente y articulado con Quebec y la CDMX en legislación para limitar las llamadas “terapias de conversión”, terribles para la población LGBTI+.


Alejandro Estivill es diplomático de carrera del Servicio Exterior de México, con el rango de Embajador. Se ha desempeñado principalmente en América del Norte, y en las áreas de cultura y asuntos consulares. Es escritor y ha publicado las novelas El hombre bajo la piel, Alfil, los tres pecados del elefante, premio AKRÓN novela negra 2019. Es promotor cultural y especialista en lingüística e intercambio cultural internacional.