Regreso a lo anormal

Los zoomies no se ven más que a través de las plataformas de videoconferencia, haciendo abstracción del universo entre las reuniones, del contacto humano y del importante capital de rituales que hemos creado en sociedad. (Photo: 123RF).
Las lecciones de liderazgo y de innovación se disimulan a veces en lugares sorprendentes. En este pasaje, los transporto a África Central. Les hablaré del lazo entre la geología y la resiliencia, del “self-made men” [hombre hecho a sí mismo] y de una nueva especie: ¡los zoomies!
Por Federico Puebla
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En nuestro camino hacia un mundo sin COVID, una pregunta servirá de hilo conductor: ¿Nos vamos a readaptar a una nueva realidad o más bien vamos a elegir transformarnos, al interior de esta nueva realidad?

Algo seguro, esta importante elección de sociedad está acompañada de un periodo de transición.

No como antes

Boris Cyrulnik, neuropsiquiatra francés, popularizó un concepto del cual oímos mucho hablar: la resiliencia. 

Contrariamente a lo que pudiéramos imaginar, este término proviene del campo de la geología. En efecto, los agricultores son los primeros en haber empleado esa palabra. Ellos calificaban al suelo de “resiliente” cuando, después de una catástrofe, la vida regresaba a sus dominios. Pero no como antes.

Con más  precisión, este famoso “no como antes”, es rico en muchos sentidos. Puesto que no se trata de regresar al estado original esperando la ausencia de futuras catástrofes, sino del compromiso en una transformación de sí, para afrontar mejor los próximos desafíos. 

En este capítulo, el campo floral muestra un ejemplo elocuente. En ciertos climas vueltos secos y áridos, una proporción de plantas sobrevivientes desarrollaron espinas. Estas últimas reemplazaron las hojas, reduciendo así su superficie y por tanto las pérdidas de agua.

Ciertas plantas tenían otras razones, igual de válidas, como para desarrollar espinas. Por ejemplo, para protegerse de nuevos depredadores. Algunos animales adaptaron sus molares para superar obstáculos.  Este proceso de complejidad creciente se inscribe dentro de una evolución contínua.

Al inspirarnos de la sabiduría de la madre naturaleza ¿sabremos hacer prueba de resiliencia en el curso de los años de transición al horizonte? ¿En qué medida los ambientes de trabajo, los estilos de gestión y las relaciones humanas van a transformarse para retomar el curso de la vida, pero “no como antes”?

Sawubona: la valentía de “ver” al prójimo


La tradición zulú tiene una manera inspiradora y remarcable de saludar a su prójimo: ¡Sawubona! Este saludo significa literalmente “Yo te veo, tú eres importante para mi”. Esta tradición apunta al respeto del prójimo, a aceptarlo tal como es, con sus contradicciones e incluso sus defectos.

La respuesta a ese saludo es igual de sublime: ¡Shikoba!, es decir “Yo existo entonces para ti”. Como se vea, esa noción de existir para el otro es primordial para los zulúes. Esta cultura mantiene la creencia según la cual los seres humanos existen solo si los otros los ven y los aceptan.

Más que simples palabras, esta filosofía de vida es compartida en muchas culturas indígenas. La relación con los demás, por extensión, a la vida y a la tierra, o a la “Pachamama” (literalmente Madre tierra) como la cultura inca la nombraba, es fundamental.

En este nuevo capítulo de la humanidad, en esta nueva sociedad híbrida, no veremos tanto a nuestros colegas en persona. En este contexto, creo que podríamos inspirarnos de culturas como la zulú para aprender a “ver” nuestros camaradas con una nueva mirada.

Por ejemplo, antes de preguntarles acerca de algún proyecto, pregúnteles cómo está tal miembro de su familia. Aprenda a ofrecer ayuda antes de pedir la del otro. Y, solamente después, discuta de trabajo. Ya que nos dirigimos a seres humanos, comportémonos de manera más humana.

Dime lo que celebras y…

Preste atención a lo que una cultura (u organización) reconoce y celebra y usted aprenderá mucho sobre esto último. Nuestra cultura norteamericana, de fuerte sazón capitalista, todavía está impregnada por la herencia del periodo industrial.

Ella celebra, entre otras, aquellos “self-made men” salidos de la nada, cuya fortuna han construido (supuestamente) solos. ¿Cree usted verdaderamente que lo han  logrado sin ayuda? ¿Cree que se trata exclusivamente de hombres “men”?

Usted se habrá seguramente fijado en que las redes sociales perpetúan los mismos estereotipos: donde pululan los mismos influencers viviendo la dolce vita, y demás personas con trayectorias excepcionales, precoces superdotados y otras publicaciones similares.

A menudo inspiradoras, me pregunto si estas celebraciones en las que el sueño llena nuestra reserva emocional, nos empujan a superarnos o, por el contrario, a la inacción, al encadenar un vídeo tras otro, tienen el efecto de desanimarnos en fin.

Tenemos una ocasión única para equilibrar nuestras aspiraciones y encarnar ideales más auténticos, inclusivos, adaptados a nuestra época. Por ejemplo, en el medio laboral, usted podría reconocer más a los colegas que han tomado riesgos, elogiar a los gerentes que sacrificaron una parte de sus privilegios o a las divisiones que compartieron su conocimiento con la comunidad. 

Entre reuniones

Mucho antes de la COVID-19, levantarse de la silla para ir a ver un colega al otro lado del edificio parecía todo un trajín. Sobre todo si era por alguna razón delicada. Nos inclinábamos entonces, muchas veces hacia lo fácil: enviar un mensaje o un e-mail.

Pasábamos igualmente gran parte de nuestros días en ir de una sala a otra para asistir a reuniones que, a veces, tenían tendencia a disminuir más que a alentar productividad.

En la era del teletrabajo, este fenómeno ha empeorado. En primer lugar, hemos encontrado la forma de encajar más reuniones por día. Es más, hemos subestimado altamente la complejidad de la comunicación, mientras que el 93% de nuestros intercambios son no verbales.

Anteriormente, los líderes naturales eran capaces de leer entre líneas, de interpretar el lenguaje corporal de los participantes y de alimentar las conversaciones con una buena dosis de inteligencia emocional. Hoy, el factor de complejidad ha aumentado considerablemente por la sobrecarga de las comunicaciones en pantalla. 

En mi opinión, esta dinámica virtual es propicia a la aparición de una amenaza aún más grande: un equipo no puede innovar ni progresar sin confianza. Y esta confianza no se desarrolla durante las reuniones Zoom o Teams.

Esta se manifiesta entre las reuniones, ofreciendo ayuda a un colega en apuros, o cuando sentimos la urgencia de confiarnos a un miembro del equipo. O cuando una persona se remanga la camisa y sacrifica su hora de lonche para ayudarnos. Es ahí dentro de esos pequeños y grandes gestos que se construye la confianza.

A lo opuesto, a la luz de la falta de confianza en el seno del equipo, el cinismo se asoma para conducir a la paranoia. Al punto de percibir ciertas acciones como ataques personales. 

En este periodo transitorio, mientras que la enfermedad mental nunca fue tan amenazante, deberíamos devolver su lugar al espacio y tiempo entre cada reunión. A veces, lo que no se dice es tan importante como las palabras.

Si los trastornos mentales han sido con frecuencia una suerte de espejos que revelan el estado de ánimo de una época, no dejemos que el COVID se lleve este combate.

Los estigmas de la distanciación

Los males asociados a este periodo, como los dolores de espalda o la falta de ánimo, no son nada comparados con otro mal: el condicionamiento de nuestro universo racional. Astuto, esto nos lleva a adoptar y a parametrizar nuestros comportamientos, sin siquiera darnos cuenta.

Así la falta de contacto humano y la plétora de reuniones virtuales donde los intercambios esencialmente alrededor de estatus y los resultados nos condicionan a confundir el papel de los líderes.

Tenemos ahora la impresión que este rol está puramente enfocado en el logro de los objetivos estratégicos mientras que el rol de los líderes es de cuidar de las personas, que a su vez desarrollan productos, servicios y estrategias.

De manera caricaturesca, yo llamo a esta especie Los Zoomies. Esos habitantes no se ven más que por medio de plataformas de videoconferencia haciendo abstracción del universo entre las reuniones, del contacto humano y de la importancia capital de rituales que hemos creado en sociedad. Cómo apretar las manos, ofrecer el asiento, un café, un plato. Los zoomies parecen obsesionados por el eterno triunvirato: rapidez, rendimiento, ganancias.

A pesar de su aspecto simplista, esta caricatura ilustra una tendencia que incita a la prudencia. Durante este pasaje de transición, tomemos pues un paso en retro necesario para interrogar nuestras propias hipótesis, sin ceder a ciertas propensiones insanas de espíritu.

Hacia la anormalidad

Si calificamos de “normal” nuestro día a día de antaño, deberíamos reconsiderar esta noción de normalidad y abrazar una dimensión más madura, más mestiza, o sea un poco más sofísticada.

Esta nueva dimensión, que yo llamo un regreso a lo anormal, podría inspirarse de la Madre Naturaleza, una líder auténtica, dotada de una gran sentido de la innovación. Lo anormal consistiría también en reconciliar el lado práctico de lo digital y la recentralización de lo humano, ilustrado en la sabiduría ancestral de la cultura zulú, que derrumba silos simplemente aceptando al otro.

En este mundo “anormal”, la lentitud sería valorada. Ya que a esa velocidad, los instantes se dilatan y revelan secretos a aquellos que saben escuchar. ¿Sabremos, esta vez, escuchar?


Federico Puebla es experto en innovación abierta e impacto social. Actualmente es director de Lava Lab Montreal, SNC Lavalin. Este artículo fue publicado originalmente en Les Affaires.