Corazón migrante: Nuestros hijos también atraviesan por un duelo

Los hijos de la autora poco tiempo después de la llegada de la familia a Canadá. Foto: Archivo familiar
Por Merling Sapene

Me emociona mucho tener una nueva oportunidad de hablarte de la vida diaria de nosotros, los inmigrantes, y de los procesos emocionales por los que atravesamos y que, no pocas veces, se vuelven invisibles o poco evidentes.

En esta serie de columnas, como mencioné en el artículo anterior, compartiré experiencias, técnicas y consejos que me han ayudado positivamente en mi proceso de inmigración e integración en mi nuevo país.

Al referirme a ‘mi proceso de integración’ incluyo también a mi familia: mi esposo, mis hijos y, en mi caso, también a mi madre, quien se aventuró a los 60 años de edad a inmigrar con nosotros y comenzar de nuevo.

Esta vez les hablaré del proceso de integración emocional de mis hijos.

Cuando llegamos a Canadá hace 20 años, mi hijo menor, Luis Santiago, tan solo tenía 11 meses. Ni siquiera caminaba. Prácticamente nació en Quebec. Creció en un ambiente donde en casa se hablaba español. Se nutrió de nuestras cultura y costumbres, de las hallacas, las empanadas, el pan de jamón y las arepas preparadas casi a diario. Podría decir que su integración marchó sobre rieles. Desde pequeño estudio en francés, aprendió el inglés perfectamente y cultivó amistades verdaderas a temprana edad, las cuales son parte fundamental en su vida.

Sin embargo, para mi hijo mayor, Luis Vicente, la historia fue totalmente distinta.

Él llegó a Montreal a los 9 años. Como madre asumí que su adaptación era `sencilla’ ya que era solo un niño. Y esta idea se reforzó cuando noté en él mucha facilidad para aprender los idiomas, y disposición plena para hacer amigos con rapidez.

Antes de continuar quisiera que te preguntes lo siguiente: ¿has pensado en el impacto emocional de la inmigración en tus hijos?, ¿cómo viven ellos el proceso?, ¿el ‘duelo’ que significa inmigrar es menos complicado para ellos que para nosotros?, ¿el proceso de su integración es diferente que el nuestro?, ¿es que como padres estamos preparados para apoyarlos en ese tránsito?, ¿ estoy escuchando realmente a mi hijo o hija cuando me necesita?, ¿o he asumido que todo está bien porque aparentemente resultó para ellos más fácil?

Al principio, cuando recién inmigramos, nos sumergimos en una gran cantidad de ‘cosas por hacer’: buscar colegio para ellos, hallar un empleo y conservarlo, aprender un nuevo idioma, planificar nuestras finanzas, la cual se ve comprometida con todos los gastos naturales de la transición, la rutina, gestionar nuestro propio duelo y un largo etcétera.

En mi caso, ignoraba totalmente lo profundo del impacto de esta transición en mi hijo mayor, ya que mi presunción era: “Para Luis Vicente es más fácil ya que es un niño y los niños se adaptan rápido, sin problemas”.

¡Tenía una venda en los ojos!

Y ese vendaje no me permitió ver lo que en realidad sentía su corazón. Aun cuando, en ocasiones, venía llorando de la escuela o me decía que extrañaba a nuestra familia, siempre yo lo consolaba y escuchaba lo que me compartía, lo abrazaba y le daba apoyo. No obstante, jamás pensé que tenía heridas profundas y que había vivido un proceso emocional tan o más intenso que el mío.

Al pasar el tiempo su integración fue haciéndose más evidente y plena. Hizo buenos amigos, practicó deportes, recibió invitaciones frecuentes y, nuevamente, asumí que todo marchaba a la “perfección”. Hasta que Luis Vicente cumplió 14 años. Es decir, había pasado cinco años de nuestro arribo a Canadá. Entonces leí unos poemas que escribió en un mini-folleto para una clase de literatura.

Desde que descubrí esos versos los he guardado celosamente a mi lado como “joyas de poesías”. Los atesoro en mi mesa de noche y me han servido de honda inspiración para dedicarme a lo que hago, y para mantener con fervor mi propósito: generar un impacto positivo en miles de migrantes y sus familias en el mundo para que alcancen su máximo potencial de integración en su nuevo país.

Con el permiso de mi hijo Luis Vicente quisiera compartir contigo dos de esos poemas, ya que es muy probable que expresen lo que tu hijo siente en este momento, y quizá te puedan motivar a intervenir de forma consciente para apoyarlos en su propio proceso inmigratorio.

Luis Vicente era un adolescente cuando escribió estos versos en francés. Los he traducido al español procurando que no pierdan su esencia. La expresión de estas líneas podrían ser un reflejo de los latidos más íntimos de tus hijos.

Poema 1:

LAS COSAS QUE YA NO TENGO

“Hay cosas que comienzo a extrañar,

Como la playa blanca, y el sol pleno del verano,

Las palmeras que se mueven sin cesar,

Extraño el sonido de las olas acercarse constantemente.

Y esos paisajes imposibles de olvidar,

Las densas selvas, derrochando humedad,

Llenos de animales de la cabeza a los pies,

¡Verlo es tan bello!, es la pura verdad.

Sin mencionar la comida que te hace salivar,

Y los juegos de basquetbol en la tele,

Poder ir a casa de mis primos para divertirme,

Pero todo esto son solo cosas del pasado

En un momento dado tuvimos que irnos

A causa de la política que nos ponía en peligro

Y eso cambió toda mi vida

Lo único que desearía es ver a mi familia

Al menos una vez al año”.

Poema 2:

LOS COCOTEROS

“Antiguamente, los cocos eran parte de mi vida

En la escuela me servían para jugar con mis amigos

Para relajarme cada tarde

También había otros en mi casa

Donde yo me iba a esconder para comer bombones

Y a veces me montaba sobre ellos para admirar el horizonte

O a veces para hacer mis deberes, o muchas veces prácticamente sin ninguna razón

Finalmente, aquellos de la playa,

¡El lugar favorito de mi juventud!

Donde yo iba a reposarme cubierto de un sol radiante

Allá es donde me acostaba en una hamaca,

Mientras bebía agua fresca de coco

Frente a los más bellos paisajes”.

Cuando leí estos poemas me conmoví hasta lo más hondo. Me revelaron el corazón de mi hijo. El amor que guardaba por nuestras raíces y por la belleza de nuestra tierra, la familia y los amigos que dejamos. Eran semillas sembradas antes de los 8 años de edad que marcaron y perdurarán en su vida.

Pero también me sentí triste y, sobre todo, consciente de que había minimizado el impacto de nuestra inmigración en su vida. Asumí erróneamente que eso para un niño era muy fácil, sin percatarme que Luis Vicente atravesó también, a su manera, por el trayecto difícil que transité. Una montaña rusa de emociones a diferente intensidad.

Si retrocediera el tiempo, le prestaría más atención y apoyo emocional en su proceso. Le hubiera hecho más preguntas, me hubiera ocupado más de mis propias emociones y de la de todos mis seres queridos. Pero muchas veces me dejé llevar por la angustia, el estrés, la ansiedad y las ocupaciones del día a día, ignorando lo esencial: las emociones que habitaban dentro de mí y en mi familia.

Si no lo has hecho con frecuencia, te propongo que te tomes un tiempo para preguntarle a tu hijo o hija cómo se siente. Abre un espacio y enfócate en atender oportunamente todas las emociones de tus hijos. Mi mayor realización fue entender que él pasó por donde yo transité, que vivió lo que viví.

Hoy mis dos hijos ya son jóvenes. Luis Santiago, el menor, se expresa en francés, inglés y español, y estudia Ciencias de la Salud en la Universidad de Montreal. Mientras que Luis Vicente, el autor de los poemas, tiene 28 años y se graduó en la Universidad de Ottawa. Es especialista en Relaciones Internacionales y Lenguas Modernas, y ejerce un cargo de liderazgo en el Gobierno de Canadá. El futuro de ambos es prometedor.

Verlos como hombres de bien y con valores me recuerda agradecerle a Dios por el proceso que vivimos, una prueba ardua que atravesamos con mi esposo Luis Manuel.

¿Valió la pena?

No abandones el barco cuando arrecie la tormenta. No te rindas.

Líneas abajo comparto un breve video del 2018, mis hijos me dedicaron unas palabras durante el lanzamiento de mi libro Guía de Ayuda para Inmigrantes. ¿Valió la pena todo lo que vivimos?

Ellos dicen: “nos sentimos privilegiados de ser parte de la próxima generación de canadienses y de llamar este lugar casa”

Que el Día de la Madre sea un momento propicio para que te reencuentres con los sentimientos de tus hijos, esos pequeños inmigrantes.


Merling Sapene es experta en manejo de cambio, coaching y responsabilidad social corporativa. También es certificada gerente de proyectos de alto impacto social por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). ha creado el programa “Corazón Migrante” para que los inmigrantes del mundo no vivan las mismas dificultades emocionales que ella padeció, y generar un impacto positivo en su integración. Este proyecto les brindará estrategias para una integración eficaz y plena en su nueva sociedad. Venezolana de origen y fundadora de la organización MSTransition.