Escritor del exilio y la clase media: el centenario de Mario Benedetti

Mario Benedetti, su una obra es admirada por muchos y desestimada por otros (foto: m24.com.uy).
Se cumplen cien años del nacimiento del escritor uruguayo Mario Benedetti (1920-2009). Hispanophone repasa algunos hitos de una vida y obra multifacéticas.
Por David Arias

Escritor del exilio y de la clase media: así definieron alguna vez a Mario Benedetti, el escritor uruguayo nacido el 14 de septiembre de 1920 en Paso de los Toros, una localidad de 13 mil habitantes situada en el corazón geográfico del Uruguay, en el departamento de Tacuarembó (el mismo donde, según las pesquisas, nació otro ilustre uruguayo llamado Carlos Gardel) y a donde su padre y madre, de origen paraguayos, habían llegado para administrar una farmacia.

Escritor de la clase media porque su escritura, más bien sencilla y surgida como reacción a  la literatura exótica y de formas complicadas que predominó en las primeras décadas del siglo XX, se apoya en su larga experiencia como oficinista que más adelante utilizaría para retratar la realidad de la clase media uruguaya y sus problemas existenciales. Un aspecto que, lejos de verlo como una fortaleza, el escritor percibió como una de sus limitaciones, ya que como lo señaló en una entrevista, escribía “nada más sobre montevideanos de clase media, que es mi clase”.

Quizá los libros donde mejor refleja la vida de esa clase media y sus problemas son los Poemas de la oficina (poesía, 1953-1956)  Montevideanos (cuentos, 1959) y La tregua (novela, 1960, posteriormente llevada al cine y nominada a los premios Oscar en 1974). Tres libros que le valieron la atención de muchos lectores tanto en su país como en el exterior y la traducción de sus obras a veinticinco idiomas. Benedetti se había convertido en una especie de best-seller, un éxito innegable que el escritor atribuyó a que mucha gente se reconoció en sus obras (“por fin alguien escribe sobre nosotros”, dijeron algunos en su momento) y a que “la clase media entre un país y otro país tiene bastantes rasgos en común […], un común denominador […], incluso con distintos regímenes políticos”.

Lejos de ser idealizada, la clase media burocrática de las obras de Benedetti es retratada con ojo crítico: “Yo veía las consecuencias nefastas de la burocracia. Que gente brillante, inteligente, lúcida, con esa rutina burocrática, se iba como agrisando, mediocrizando. La burocracia era muy invasora como estilo de vida. Había muchas empresas, bancos, que eran como burocracias, como estilos de trabajo, de estructura y de vida…”, explicaba el autor para caracterizar esa vida segura y relativamente cómoda a la que, tras veinte años de servicio (quince de ellos dedicados al trabajo en una empresa privada inmobiliaria como contable), renunció para consagrarse de lleno a la vida incierta del periodismo y la literatura. 

Tras una estancia en los Estados Unidos que le resultó particularmente reveladora y “rebeladora”, Benedetti empezó a combinar su ejercicio periodístico y literario con un activismo social y político por el que fue conocido más tarde y que le costó (al igual que a muchos escritores uruguayos y latinoamericanos del momento) varios años de exilio. Un exilio que para él comenzó en 1973, cuando siendo una pluma ya conocida en Uruguay y en el exterior, dirigía también el Departamento de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de la República, y que culminó en 1985, año en el que la dictadura cívico-militar que gobernó su país durante ese periodo llegó a su fin. Su estancia en Argentina, Perú, Cuba y finalmente en España, encontraron su expresión literaria en sus dos poemarios Poemas de otros (1974) y La casa de ladrillo (1977) y en su novela corta Primavera con una esquina rota (1982).

Benedetti siguió siendo parte de la clase media uruguaya, pero ya no de esa que trabajaba en las dependencias gubernamentales y privadas montevideanas sobre las que escribió en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, sino de esa clase media que se vio de repente arrojada a un exilio que para muchos nunca terminó.    

Tal vez pocos saben que, antes de ser conocido, Benedetti publicó ocho libros por su propia cuenta (tal era su empeño por convertirse en escritor). Lo que tal vez sí saben muchos es que aprendió alemán cuando era estudiante de liceo (quienes hayan visto El lado oscuro del corazón recordarán las escenas en las que el autor declama algunos de sus poemas en ese idioma) y que a pesar de haber cultivado distintos géneros como el cuento, la poesía, el teatro –con una obra que prefiere olvidar–, el periodismo y la novela, se sentía más cómodo cuando era llamado poeta.  

Benedetti murió en Montevideo el 17 de mayo de 2009. Tenía 88 años y una obra admirada por muchos y desestimada por otros. Los fragmentos que presentamos a continuación son dos poemas de su libro Poemas de la oficina y un fragmento sobre el exilio de Primavera con una esquina rota, los cuales darán una idea a los lectores de la obra de un referente inevitable de la literatura hispanoamericana:

POEMAS DE LA OFICINA (1953-1956)

EL NUEVO

Viene contento
el nuevo
la sonrisa juntándole los labios
el lápizfaber virgen y agresivo
el duro traje azul
de los domingos

Decente
un muchachito.
Cada vez que se sienta
piensa en las rodilleras
murmura sí señor
se olvida
de sí mismo.
Agacha la cabeza
escribe sin borrones
escribe escribe
hasta
las siete menos cinco.
Sólo entonces
suspira
y es un lindo suspiro
de modorra feliz
de cansancio tranquilo.

Claro
uno ya lo sabe
se agacha demasiado
dentro de veinte años
quizá
de veinticinco
no podrá enderezarse
ni será
el mismo
tendrá unos pantalones
mugrientos y cilíndricos
y un dolor en la espalda
siempre en su sitio.
No dirá
sí señor
dirá viejo podrido
rezará palabrotas
despacito
y dos veces al año
pensará
convencido
sin creer su nostalgia
ni culpar al destino
que todo
todo ha sido
demasiado
sencillo.

   VERANO

Voy a cerrar la tarde
se acabó
no trabajo
tiene la culpa el cielo
que urge como un río
tiene la culpa el aire
que está ansioso y no cambia
se acabó
no trabajo
tengo los dedos blandos
la cabeza remota
tengo los ojos llenos
de sueños
yo que sé
veo sólo paredes
se acabó
no trabajo
paredes con reproches
con órdenes
con rabia
pobrecitas paredes
con un solo almanaque
se acabó
no trabajo
que gira lentamente
dieciséis de diciembre.

Iba a cerrar la tarde
pero suena el teléfono
sí señor enseguida
comonó cuandoquiera.

PRIMAVERA CON UNA ESQUINA ROTA (1982)

“…quiero aclararle que desde hace unos cinco años vivo en Australia. Soy obrero. Plomero, o fontanero, según los países” […] “¿Y cómo se siente allá?” “En el aspecto económico, bien. Pero nada más. Por otra parte, vos sabés […], la emigración a Australia no fue precisamente política, sino más bien económica, aunque me digas que eso significa que es indirectamente política. Y es cierto, pero por lo general los emigrados económicos no tienen conciencia de esa relación. En este sentido es un exilio bastante ingrato, muy distinto al de otro sitios. A veces hay un respiro, por ejemplo cuando vienen Los Olimareños y la gente va a oírlos porque, a pesar de todo, los temas del terruño siguen conmoviéndola. Y no solo los temas. También los nombres de árboles, de flores, de cerros, las figuras históricas, las calles, los pueblos, las referencias al cielo, a los atardeceres, a los ríos, a cualquier arroyito de mala muerte. Pero se van los Olima y volvemos todos a nuestra rutina, a nuestro aislamiento. Yo digo que en Australia somos el Archipiélago Oriental, porque en realidad constituimos una suma de islas, de islotes, de tipos o parejas o familias, todos aislados, en soledades más o menos confortables, pero que no dejan de ser soledades. Algunos mandan plata a las porciones de familia que quedaron en Uruguay, y eso da cierto sentido a sus vidas y a su trabajo.” “¿Y no intentan por lo menos integrarse en el medio, hacerse de amigos australianos?” “Mirá, no es fácil. Ante todo está la barrera del idioma. Es claro que con el tiempo cualquiera acaba por aprender inglés, pero cuando se llega a ese punto uno ya se ha acostumbrado al aislamiento, y es difícil cambiar la rutina. Además, la sociedad australiana, si bien necesita la mano de obra extranjera, no se abre así nomás a los emigrantes. He entrado en muchos hogares australianos, pero solo como plomero. Y si la familia está reunida cuando paso con mi caja de herramientas, automáticamente dejan de hablar” (pp. 49-50).