Ser enfermera en tiempos de coronavirus

Fuente: business.financialpost.com/ Leah Hennel vía Postmedia

Dado el trabajo que desempeño en el  hospital, me gustaría compartir algunas vivencias que como enfermera he tenido en medio de esta pandemia del covid-19, dar a conocer algunos aspectos de mi trabajo de los que poco se habla en los medios y comunicar mis impresiones sobre la realidad de quienes por estos días agotadores trabajamos en el sector de la salud en uno de los hospitales de la ciudad de Montreal.

Por Jennifer Pardo (con la colaboración de David Arias)

Soy enfermera hace más de diez años. Desde entonces, he trabajado siempre en el departamento de urgencias. El trabajo en el hospital me ha permitido ver muchas cosas. En el transcurso de estos años he conocido diferentes facetas del ser humano (unas buenas, otras no tanto). He tratado con todo tipo de pacientes, he visto morir algunos, he visto a otros recuperarse y agradecer el cuidado que les damos. He conocido historias familiares, dramas personales y situaciones muy difíciles de los pacientes. He tenido contacto con algunas realidades muy tristes y duras. Sin embargo, es la primera vez que afronto una pandemia. Se trata de una situación excepcional, un momento particular en la historia humana y por supuesto en mi vida.  Algo que nunca pensé vivir, y menos de esta manera, al pie o enfrente del mismo cañón.

Empecé a saber del coronavirus a través de algunas noticias internacionales. Se hablaba entonces de un virus bastante contagioso originado en China, un tipo de infección que forma parte de lo que aquí clasificamos como MRSI (en francés Maladies Respiratoires Sévères Infectieuses) que reagrupa un conjunto de infecciones vinculadas a los viajes (entre esas el ébola, la gripe aviar, la gripe bovina, etc.). Donde trabajo tenemos siempre una lista actualizada de países donde hay ese tipo de infecciones y empecé a ver que China aparecía en ese listado con una nueva infección llamada coronavirus. Las medidas y protocolos hospitalarios frente a esas infecciones siempre han existido. Desde el triage, al paciente se le hacen ciertas preguntas con respecto a los síntomas de enfermedades respiratorias (tos, fiebre) y si están vinculados con un viaje reciente en los últimos catorce días. Dependiendo del país señalado, continuamos con un triage normal si el país no aparece en la lista. Sin embargo, empezamos a ver que cada vez se nombraba más China, y se encendían alarmas en el hospital (es decir, la persona encargada activaba el protocolo). El protocolo consiste en aislar al paciente desde su entrada. Se lanza un código y hay un equipo que se desplaza para hacer el aislamiento y acompañamiento a la persona encargada de hacer la evaluación primaria, la evaluación del triage. Esta es una tarea que no se hacía regularmente, era algo que aparecía una vez al mes, diría yo. Pero poco a poco estos casos empezaron a ser recurrentes, digamos una vez por semana, y empezamos a recibir comunicados del Departamento de Prevención y Control de Infecciones del hospital donde se nos decía que había una nueva infección y debíamos estar alertas. Empezaron a hacer formaciones, o a refrescar conocimientos más bien (porque ya los teníamos), acerca de las medidas a tomar y a hacer el fit test, que es encontrar la talla adecuada para la fisonomía de la cara de cada trabajador de la máscara o el tapaboca N-95. Empezaron a haber una serie de medidas, pero en un principio todo eso se veía lejano, como en preparación por si llegaba algo, pero no se sentía mucho, no se hacía ruido de eso.

Un estudio muestra que el personal de la salud está más expuesto al virus (a ese y a cualquier otro) sobre todo cuando se está retirando la protección. Debido a eso, hicieron bastante énfasis en ese punto en las formaciones para evitar que los empleados nos contagiáramos. Junto con esto, se preparó un protocolo especial de atención de pacientes con este tipo de enfermedades respiratorias severas infecciosas, adaptado al estado de gravedad de los síntomas presentados por el paciente.

Como enfermera de urgencias, debemos cubrir diferentes áreas del servicio. Una de las zonas críticas es el triage, primero porque es la puerta de entrada de los pacientes, y segundo porque la persona debe tener un juicio clínico bastante agudo. Debe ser bastante observadora y tener la capacidad de dirigir el paciente al lugar adecuado donde va a ser atendido de la forma más rápida y con los recursos disponibles de acuerdo con su estado de salud. Es un puesto en el que se necesita al menos un año de experiencia, como yo trabajo allí de forma regular, se me asignó entonces la tarea de identificar a los pacientes sospechosos de estar contagiados con el coronavirus. Sin embargo, los protocolos cambian constantemente, de forma que en un mismo día podemos tener dos modificaciones porque es una enfermedad que va avanzando rápidamente y de la cual no tenemos demasiada información. Pero el principio sigue siendo el mismo: aislar al paciente tan pronto llega y proteger a los demás pacientes que no se consideran sintomáticos y que podrían contraer la enfermedad.

En un comienzo la persona llegaba (y digo llegaba porque en esta fase de la pandemia el test ya no se está haciendo de forma sistemática en el hospital) y yo le hacía ciertas preguntas que me indicaban si la persona estaba cursando con la enfermedad. Si su cuestionario era positivo o me indicaba que podía estar teniendo la enfermedad, inmediatamente se le aislaba, se le ponía lo que llamamos una “etiqueta respiratoria”, se le hacía lavar las manos, se le ponían unos guantes, un tapabocas y se dirigía a una sala de aislamiento. Entre tanto, yo preparaba la sala de descontaminación, que es una sala que está dividida en dos partes: una parte es un cubículo donde hay una presión negativa, que básicamente permite evitar la transmisión de infecciones respiratorias manteniendo una presión de aire menor al interior que al exterior de la habitación, y otra en la que el personal de salud se prepara con el material disponible para entrar a dicha habitación.

Inicialmente creímos que este era un virus que se transmitía a través de aerosoles, por eso la necesidad de la presión negativa que permite evitar el intercambio de aire de la habitación con el exterior. Sin embargo, con el tiempo se supo que este es un virus que se transmite por gotas, o microgotas que pueden ser expedidas por la persona cuando habla, tose o estornuda. Esto significa que, a diferencia de los aerosoles, los virus de microgotas permanecen menos tiempo en el aire. Son más pesados y por eso mismo se supone que caen más rápido. En ese momento no se tenía esto muy claro, así que por eso se utilizaba la presión negativa, que es la máxima protección que se puede tener en una infección contagiosa respiratoria cuya vía de transmisión es aerosoles, como en la tuberculosis, por ejemplo. Entonces se preparaba la sala y yo me preparaba con mi material, que es lo que llamamos un equipo de protección individual (hay de bajo riesgo y de alto riesgo). En ese momento yo me vestía con bajo riesgo, lo que incluía una bata azul impermeable, guantes, un tapabocas N-95, unas gafas (protección ocular) y unos guantes de nitrilo para cubrir mis manos (el de alto riesgo incluye un gorro y envolturas especiales para los zapatos). La persona o el paciente entra entonces por la puerta exterior de esa sala de descontaminación, yo estoy al exterior, preparando todo mi material, incluido el hisopo para hacer el examen, y entro en la sala, completo el triage, le tomo los signos vitales, completo el cuestionario con sus antecedentes, alergias a medicamentos, recapitulo su historia clínica, y finalmente hago el examen. Inicialmente, si consideraba que esa persona estaba estable y no necesitaba una atención médica inmediata, yo podía enviarla de vuelta a casa y nosotros nos comunicábamos con ella para darle el resultado del examen, fuese positivo o negativo. Eso, sin embargo, no duró mucho, porque nos dimos cuenta de que los pacientes se descompensaban muy rápidamente, entonces cabía el riesgo de que se le diera salida a un paciente y al cabo de uno o dos días en su casa el paciente entrara en una situación crítica. En ese momento el resultado de los exámenes tardaba dos o tres días, así que se corría el riesgo de que el paciente volviera al  hospital bastante deteriorado. En ese momento se decidió que era el médico quien evaluaba al paciente, y a partir de su evaluación se decidía si el paciente se quedaba o salía. Sin embargo, se podría decir que en un 90% de los casos a los pacientes se les evaluaba en el pre-triage, es decir, el paciente no pasaba de la sala de espera y estaba aislado todo el tiempo.

Sin embargo, este es un procedimiento que, dada la logística y los procedimientos a seguir, puede durar fácilmente una hora por persona. Esto debido a que era un proceso nuevo, el personal no estaba capacitado cien por ciento para hacerlo (tenía solo la teoría pero no lo había ejecutado), había muchas dependencias que tenían que trabajar en conjunto y que tenían que estar formadas para ese trabajo (esto incluye personal que no necesariamente es personal médico como guardias de seguridad, agentes administrativos –algunos de los cuales fueron desplazados de otros servicios para unirse al servicio de urgencias–, préposés, entre otros), entonces el trabajo de la enfermera, aparte de hacer esa evaluación, era también dirigir ese personal. Con el paso de los días la situación se volvía cada vez más complicada. Pacientes que esperaban hasta cuatro horas para pasar el examen y que a pesar de su aislamiento, ponían en riesgo la salud de otros pacientes que estaban consultando por razones diferentes al covid-19.

En esos momentos en los que hacía los exámenes en mi cabeza solo existía atención para no contaminarme y tener el menor contacto posible con la persona y estar pendiente de cada movimiento que pudiera contaminarme a mí o a otros pacientes. Eso era lo único que se me pasaba por la mente. También tenía la sensación de que necesitaba salir rápido, que necesitaba hacer el examen de una forma rápida y precisa, sin contaminarme. El equipo de protección genera mucho calor porque uno está respirando su mismo aire, entonces pasados algunos minutos uno empieza a sentir mareo, náuseas en caso extremo, pero en general empieza a sentirse una sensación de calor en la cara y mareo, entonces siempre pensaba en tener todo listo y hacer el examen lo más rápido que pudiera y salir de esa zona de contaminación lo más pronto posible. Una vez afuera, tomaba el tiempo de hablar con el paciente más detalladamente a través de un vidrio (cosa que complica un poco la comunicación) y pues uno veía en los ojos de los pacientes que ellos estaban asustados, que para ellos y para nosotros era una situación desconocida que genera ansiedad porque ver a la enfermera vestida como una especie de astronauta no es tranquilizante para la persona, lo hace sentir como si estuviera en un riesgo importante, y lo es, pero pues es un enemigo invisible, entonces ellos, en la mayoría de casos, no se sentían tan enfermos. Eran pacientes que cursaban síntomas gripales leves o moderados, y de pronto sentían que las medidas eran excesivas, pero cuando veían cómo se instalaba el proceso, empezaban a preguntarse si estaban más enfermos de lo que creían. Uno veía que los pacientes se preguntaban: si ellos (es decir, nosotros) están tomando todas estas medidas es porque creen que voy a morir, creen que soy un peligro para mi familia, entonces uno veía cómo la gente llegaba tranquila, pero a medida que iban pasando las horas se sentían más ansiosos y siempre con su angustia de si iban a tener los resultados, cuánto tiempo se van a demorar, seguro me van a llamar, cómo puedo estar seguro de no transmitírselo a mi familia mientras espero los resultados, etc. En ese sentido, era un trabajo de bastante educación hacia el paciente y en general a la población. Hacer entender a alguien que las visitas en el hospital están restringidas (salvo ciertas excepciones), que hay que lavarse las manos cuando entra y cuando sale, etc. Usar unos guantes y un tapabocas en la comunidad no necesariamente protege a una persona de una infección o de un contagio. En fin, era complicado hacer ese tipo de educación en circunstancias como las actuales. Sin embargo, los pacientes salían satisfechos porque al 100% se les hacía el examen. Esto era así hace algunas semanas. Ahora las cosas han cambiado.

Recuerdo que un día terminé mi jornada, y al finalizar uno de mis superiores me dijo: todo cambió. Ya no es necesario que te vistas con el equipo de bajo riesgo. Ahora te vas a vestir lo que llamamos “gotas y contacto”, es decir, precauciones para gotas y contacto. Esto es un equipo que consiste en una blusa de papel amarilla no impermeable, unos guantes normales de látex (lo que llamamos guantes de manejo), un tapabocas normal, y una protección para los ojos (unas gafas). Y eso era todo. Con esa noticia sentí que bajábamos bastante en materia de protección para poder hacer el examen, un examen que consiste en introducir un hisopo en el fondo de la garganta, y con ese mismo hisopo se entra por la nariz para ir hasta la orofaringe. Es un examen que estimula el reflejo nauseoso, entonces es normal que la gente tenga náuseas, y al entrar por la nariz vamos a provocar que la gente tenga la necesidad de estornudar o de toser. De cualquiera de las dos formas va a haber gotas que van a ser expulsadas y eso es lo que lo pone a uno en riesgo. Ese era el riesgo más alto de hacer el examen.

Entonces cuando me dicen que había que bajar el nivel de protección, me pregunté por qué. No entendía muy bien en qué se basaban mis jefes o superiores para tomar esa decisión, sobre todo porque ese cambio era solo para pacientes que llegaban estables. Los pacientes que llegaban con una alteración hemodinámica o respiratoria se acostaban en unos cubículos especiales (de presión negativa), y la persona que les hacía los exámenes continuaba vestida con el material apropiado (con el que habíamos iniciado y que describí más arriba). Entonces yo me preguntaba por qué yo iba a utilizar una protección más baja respecto a la otra persona que iba a hacer el examen a la persona más enferma, si estamos hablando del mismo virus. Podía pasar que la persona aparentemente más sana pero contagiada por el virus había ido al hospital en un momento más temprano y oportuno de su enfermedad, mientras la otra persona aparentemente más enferma tomó su tiempo antes de consultar. El porqué de esa diferencia es algo que en su momento no entendí (y que aún hoy sigo sin entender), y la única respuesta que se me ocurrió a esa duda es que hubiera escasez de insumos. De hecho, algo de eso lo mencionaron en alguna de las reuniones: nos decían que los insumos empezaban a escasear, que por favor fuéramos racionales con el uso de esos insumos porque esta era una pandemia que iba a durar algunos meses y que los insumos podrían tardar en llegar, etc.

Ese día salí yo salí con la sensación de abandono. Estaba triste, decepcionada. Ese día tuve que hacer siete veces el examen. Y me dije: hoy me expuse directamente siete veces a un virus que ha matado setecientas personas hoy en Italia. La sensación fue: yo no soy inmune, yo no soy inmortal, yo también puedo morir por eso, y ahí fue cuando sentí la vulnerabilidad, la fragilidad de la vida y sentí que yo estaba corriendo peligro en mi trabajo. Era la primera vez que yo sentía que realmente corría peligro en mi trabajo. Y sentía una presión enorme porque solo habían formado a dos o tres personas para hacer ese trabajo, y mis jefes decían que no iban a formar más personas para hacer ese examen porque entre más personas lo hicieran, más riesgo de contaminación había y no podían permitirse que su personal se enfermara. Si bien me lo propusieron, y yo lo acepté porque me pareció que yo podía ser una persona bastante útil en ese trabajo, ese día salí con lágrimas en los ojos, diciendo que tal vez yo no quería ser la persona sacrificada para hacer ese trabajo. Yo me sentía en una posición privilegiada cuando lo escogí al pensar que vivía sola y que por eso no tenía el peligro de transmitir esta infección si la atrapase a otra persona en mi hogar. Pero también sentía que corría peligro, que también era vulnerable, que estaba en un sistema de salud que me abandonaba de a poco a mi propia suerte y me dejaba literalmente como carne de cañón.

Fue una tarde bastante angustiante para mí. Dormí, y recuerdo que al día siguiente, al despertar y darme cuenta de que tenía que ir a trabajar, fue la primera vez en diez años de experiencia que lloré porque sabía que tenía que ir a trabajar. No quería entrar a trabajar, y lo peor era que yo sabía que esto era solo el comienzo y yo pensaba: no es posible que siendo esto apenas el comienzo, yo me sienta de esta forma. Yo me decía: necesito tomar día a día la situación, llevar un día a la vez, llevarlo con calma. Sin embargo, al ver las cifras, me sentía más ansiosa, más vulnerable, más abandonada por el sistema de salud. Me sentía entre la espada y la pared porque quería ayudar, pero no tenía las herramientas. Sentía que la población y los pacientes estaban cada vez más agresivos y más ansiosos, y con toda razón, sin pensar que detrás de esa enfermera y de esa trabajadora también hay un ser humano. Para ambas partes era difícil. Es difícil tratar de negociar o ser empático con alguien cuando uno mismo se siente vulnerable y cuando, en mi caso, tiene miedo de hacer un trabajo para el que he sido formada y para el que uno tiene las competencias y las capacidades para ejercerlo. En esos momentos de alto nivel de estrés y de carga emocional todas las competencias y conocimientos tambalean.

A raíz de lo que está sucediendo, se ha repetido hasta el cansancio que somos unos héroes. Nos han aplaudido y reconocido nuestro trabajo públicamente. Pero yo no lo veo así. No somos héroes. Somos personas que en algún momento escogimos este oficio por vocación y ahora cumplimos con nuestro deber profesional. No es cuestión de heroísmo. Se trata simplemente de asumir nuestra responsabilidad como trabajadores de la salud. Decir que somos héroes es para mí la manera de hacernos sentir bien. Es una forma de alzar nuestro ego profesional, hacernos creer que tenemos  nuestro cuarto de hora de fama y vendernos la idea de que somos importantes y protagonistas de esta historia. Muchos de mis compañeros han comprado esa idea y se han conformado con eso. Han inflado su pecho porque se han sentido por fin reconocidos. Pero en esos momentos me preguntaba si ese reconocimiento no debía expresarse de otra manera. Si, por ejemplo, en vez de decir que somos héroes, mejoraran las medidas de protección, ya que somos nosotros quienes más nos exponemos al virus. ¿Han visto ustedes las imágenes de cómo se viste el personal hospitalario de países como China, Hong Kong, Corea, Singapur, etc.? En ese momento pensaba que me gustaría ser menos heroica y estar más protegida.

Se hablaba entonces de que a los trabajadores de supermercados, farmacias y otros almacenes que están expuestos al virus les aumentarían el sueldo, y me preguntaba por qué a nosotros, que estamos más expuestos, no. Algunos dirían que a los médicos y a las enfermeras nos pagan muy bien, mejor que a los trabajadores de un supermercado. Pero me pregunto, o me preguntaba en ese momento, si en tiempos de pandemia esa es una razón de peso para negarnos lo que a otros les han concedido. Entendía que era más fácil tener contenta a esa mayoría que trabaja por fuera del hospital aumentando temporalmente sus salarios, que satisfacer las demandas de esa minoría “heroica” que trabajaba en los hospitales. Para los otros había mejores sueldos. Para nosotros, el consuelo de que nos sintiéramos como héroes, pero desprovistos de las armas efectivas para protegernos.

Fueron días muy oscuros. Yo veía cómo la  situación empezaba a deteriorarse. En contraste con el optimismo de algunos, para mí las cosas se iban poniendo cada día peores. Empezaba a sentir escasez de insumos, el personal estaba agotado, y había en general mucho estrés. Fueron los días en que se empezó a considerar la transmisión en la comunidad, es decir, cuando ya no era necesario haber viajado o estado en contacto con alguien que hubiera viajado y que tuviera los síntomas, sino que también el hecho de tener síntomas gripales se consideraba sospechoso y meritorio para hacerle el test. Fueron días y semanas muy agotadoras, en las que la motivación por trabajar se iba yendo a la basura. Ya para entonces se había declarado la alerta naranja en el sistema sanitario. Nos habían anulado vacaciones, feriados, y fuera de eso nos podían hacer trabajar doce horas, cambiar de sitio de trabajo según las necesidades del gobierno. El panorama, en definitiva, se veía bien oscuro.

Alguna vez atendí a una persona, una mujer de unos veinticinco a treinta años, que llegó pidiendo un tapabocas. La gente llegaba mucho al hospital pidiéndonos tapabocas y guantes porque en las farmacias estaban escasos o agotados, pero la directiva para nosotros era no darlos bajo ninguna circunstancia porque estábamos guardando material para nosotros. Esta muchacha llega y me dice: yo me siento bien, pero necesito tapabocas. En ese momento los aeropuertos no estaban cerrados, entonces le digo yo: “no, qué pena, no estamos dando tapabocas”. Me dice: “¿dónde los puedo conseguir?” Le digo: “en la farmacia”. Me dice: “no, no hay”. Y añade: “yo tengo un vuelo en este momento para Francia. Cinco o seis (no recuerdo la cifra exacta) personas allegadas han muerto por ese virus”. Y a esta niña se le encharcan los ojos y me dice: “yo solo quiero un tapabocas porque tengo miedo de morir”. En ese momento yo sentí un frío que me bajó del pecho al estómago y  me volvió a subir, y no pude respetar la consigna del hospital de no dar tapabocas, porque yo sentía que era lo mínimo que yo podía hacer por ella. Seguramente si ella ya había atrapado el virus o lo fuese a atrapar allá, un tapabocas no hubiera sido suficiente, pero yo como enfermera, como persona, lo único que me sentí en la posibilidad de hacer para demostrar un gesto de solidaridad y de empatía con ella fue darle los tapabocas que necesitaba.

En los últimos días, por fortuna, las cosas han mejorado. Han sido días más bien tranquilos. Pensaba que iba a haber mucha más congestión en el servicio, pero no. Sorprendentemente la consulta ha bajado bastante. Seguimos recibiendo pacientes sospechosos, seguimos haciendo los exámenes bajo las mismas medidas de precaución, con el mismo equipo. Los pacientes, si lo necesitan, están quedando hospitalizados y si se tiene un test positivo, y si hay camas en otro hospital, se envían allá. Esto se hará hasta que no haya camas en ese otro hospital y los positivos se tengan que quedar en el hospital donde trabajo. Pero hasta este momento eso no ha sucedido.

Por otro lado, la situación para el personal de salud ha mejorado. El gobierno aceptó las peticiones que le hizo el sindicato. Nos van a dar uniformes, van a dar una prima para las enfermeras y el personal que trabaja en los servicios donde hay casos confirmados de coronavirus. Darán también una prima o un bono (creo que son $15 dólares) para las personas que hagan tiempo suplementario como ayuda para la comida, y nos han dado implementos de protección personal que debemos usar permanentemente como gafas, guantes, tapabocas (que a mí y a algunas compañeras nos han causado irritaciones en la piel cerca de las orejas por tener que usarlo durante ocho horas),  y una bata de papel de color azul o amarillo. También han facilitado el parqueadero para las personas que llegan en carro. Todas estas son cosas que han sido aprobadas pero que todavía no han sido puestas en marcha, así que por ahora seguimos a la espera.

Sin embargo, por fuera del hospital, las cosas lastimosamente han empeorado. Los casos aumentan cada vez más. Hoy (19 de abril) escuché que había casi 17 mil casos y  688 muertes, y estaríamos alcanzando, según el ministro Legault, el pico en la curva en estos días. Eso quiere decir que todavía  estamos subiendo la curva. Hasta el momento no se ha perdido el control de la situación, al menos ahí en el hospital, pero estamos en eclosión: ha habido dos pisos en los que se reportaron varios casos positivos en los cuales los pacientes desarrollaron los síntomas en el curso de la hospitalización y las medidas se aplicaron tardíamente. De ahí las medidas de usar guantes, tapabocas y gorro todo el tiempo. El de nuestro hospital no es el único caso, hay varios hospitales que están también en eclosión, de modo que es algo general.

La curva de contagio habla del número de casos detectados en una región específica en un tiempo determinado. En el plano cartesiano ponemos el tiempo en la línea x y los casos en la línea y. A medida que aumentan los casos, la curva va subiendo. En una pandemia, esa curva que representa los casos va subiendo exponencialmente hasta encontrar una cima, después de lo cual se estabiliza un poco y luego comienza a caer lentamente. La idea de “aplanar” la curva no es  registrar cero casos de contagios. La idea es alargar o disminuir esa curva para que no haya un pico, sino más o menos una meseta. Las medidas que se utilizan para que eso ocurra son las medidas que tenemos actualmente: el distanciamiento social, el confinamiento, el lavado de manos, utilizar el codo para estornudar o toser, evitar el contacto cercano con alguien, limitar la participación en eventos masivos, etc. La idea de todo esto es evitar la pérdida del control sanitario. Sabemos que el virus se contagia de una manera muy fácil. La enfermedad ataca a adultos mayores, con enfermedades crónicas y un sistema inmunológico débil, entonces al ocurrir esto, ellos desarrollan el síndrome de depresión respiratoria aguda del adulto, lo que produce una cascada inflamatoria a nivel respiratorio que a su vez conlleva, en el peor de los casos, a la necesidad de usar un ventilador, un soporte respiratorio que solo se da en unidades de cuidado intensivo. Lo que estaba pasando en Italia y en China es que no había suficientes ventiladores, suficientes unidades de cuidados intensivos ni suficiente personal para atender a la cantidad de personas que desarrollaron este síndrome. Entonces, todas las medidas que se toman es para intentar reducir el número de personas que van a necesitar de un ventilador y cuidados intensivos. El hecho de que yo me contagie del virus no quiere decir necesariamente que yo vaya a llegar al punto de necesitar un ventilador. Hay gente que desarrolla síntomas gripales ligeros, otros moderados que van a necesitar hospitalización y observación, y otros que van a desarrollar sintomatología grave que van a necesitar cuidado intensivo y soporte hemodinámico y respiratorio. La idea es tratar de evitar el colapso en el sistema de salud. Por eso es importante mirar la curva. En el momento en el que el número de casos diarios comience a estabilizarse, podremos decir que estamos aplanando la curva. Por el momento ese no es el caso, al menos aquí en Quebec. Estamos sumando más o menos seiscientos casos por día (antes eran unos trescientos). Evidentemente entre más exámenes se hagan, más resultados positivos se van a presentar. Sin embargo, también sabemos que hay pacientes que pueden ser portadores y asintomáticos. Estos pacientes también tienen una influencia en la curva porque son casos confirmados. En la curva hablamos solo de casos confirmados. No hablamos de muertes, de recuperados ni de hospitalizados, porque en su mayoría los pacientes confirmados están en su casa en aislamiento. Por fortuna, el porcentaje de fallecidos es muy pequeño (algo así como el 2%), y eso explica el optimismo de algunos frente al manejo del virus en la provincia.

Por último, una palabra sobre las cadenas que circulan en redes sociales con recomendaciones de cómo protegerse y desinfectarse. Creo que hay algunas imprecisiones al respecto. Lo veía el otro día viendo un video de cómo alguien, aparentemente de la salud, llegaba a su casa y se quitaba la ropa y la guardaba en una caja, y luego desinfectaba la suela de los zapatos con clorox. Eso, para mí, no tiene mucho sentido, pues está visto que el virus se propaga principalmente por contacto con ojos, nariz y boca, y que el principal vector de contagio son las manos. Si uno se pone a pensar, es poco probable que los ojos, la nariz o la boca entren en contacto con la suela de los zapatos. En cambio, en la misma operación de desinfección de los zapatos, sí es posible que la persona entre en contacto con el virus (en caso de que el virus se aloje en los zapatos), lo cual aumenta el riesgo de que, en un gesto involuntario, la persona pueda contagiarse con sus manos. De hecho, hay estudios que indican que las personas nos tocamos sin darnos cuenta la cara con las manos unas ocho veces por hora. Por eso, lavarse las manos es la mejor medida, más efectiva y económica que usar guantes, los cuales por cierto deben ser removidos con una técnica que la mayoría de la gente no conoce (de hecho, los médicos y las enfermeras hacemos cursos sobre cómo debemos quitarnos los guantes, ya que, como dije antes, en el momento de quitarnos los guantes y el equipo de protección es cuando estamos más expuestos al virus, y aun así, nos lavamos las manos inmediatamente después del retiro de guantes, ya que usar guantes no excluye el lavado de manos).  El tapabocas, por su parte, es una barrera que protege a los otros de los virus y bacterias que pueda expulsar la persona enferma. El tapabocas funciona como un filtro: si yo toso o estornudo, esas microgotas que expulso donde se aloja el virus no van a pasar ese filtro. Lo recomendable es que lo usen las personas que están enfermas, no las sanas. Nosotros lo usamos porque estamos expuestos al virus y porque cuando hablamos con los pacientes también los podemos contaminar a través de nuestra saliva. Además, idealmente un tapabocas debe cambiarse cada cuatro horas, y en esta escasez de insumos, no veo que la gente lo haga. He visto que la gente lo usa, se lo quitan, lo guardan, lo doblan, se lo bajan, comen con él con la misma mano, con los guantes sucios, se lo suben…en ese proceso el tapabocas ya está contaminado y en vez de proteger, se convierte en un vector de contagio. De hecho, hay una forma específica de cómo retirarse un tapabocas sin contaminarse. Así que mi llamado a las personas sanas es que antes de aventurarse a comprar guantes y tapabocas por cantidades que seguramente no necesitan, tengan un gesto de consideración y empatía por quienes sí los necesitamos, y más ahora que escasean. Muchas gracias.

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