Crónica: Así paso mi cuarentena

Aléjense dos metros. Aviso en la entrada del súpermercado Costco (foto Esteban Ríos).

Texto y fotos de Esteban Ríos

No sé si alguien tiene esa misma sensación que yo, que la vida como la conocimos ya no va a ser la misma. Empiezo a valorar la vida que llevaba y que hasta hace unos días me parecía monótona y rutinaria. Ahora la extraño.

En casa somos cuatro: mis hijos, Benjamín de 7 y Juana de 14 años, hacen las tareas del colegio (el más pequeño al menos) tratando de no perder el ritmo escolar. Mi esposa actualmente hace teletrabajo como diseñadora gráfica. Le dieron una computadora de la empresa, de manera que pueden controlar la cantidad de veces que teclea, y con capturas de pantalla periódicas corroboran quién realmente trabaja y quién no. Como si estuviera físicamente en la empresa, debe cumplir todas las horas estándar.

Por mi parte, estaba cursando el último nivel de la francisation, pero desde hace unos días todo quedó suspendido. Desde el ministerio de Educación dijeron que tendríamos una evaluación final a distancia con la profesora, y que con eso podíamos recibirnos. Francamente, no creo que volvamos a la escuela para recuperar días perdidos de clase que debían terminar el 15 de abril.

Así que todos cumplimos con quedarnos aquí adentro. Los chicos no salen y, nosotros, solo a hacer las compras.

No puedo decir lo mismo de algunos de mis vecinos. Como mi ventana da a la calle, todos los días abro las cortinas y veo cantidad de padres con sus hijos paseando en bicicleta, en patinetas, etc., o simplemente caminando. Todos parecen inmunes al virus.

A mis vecinos casi no los veo, aunque nos enviamos uno que otro mensaje de texto. Ya no veo tanta gente mayor como hace unos días (había varios paseando como cualquier inicio de primavera en Montreal). Hablo con mi mamá en Argentina, ella está bombardeada por los noticieros. Ve todo negativo. También hablo con mis amigos en Montreal y con mis compañeros de la francisation. Percibo desesperanza en sus mensajes.

No comparto ese sentimiento. Pese a todo, me siento optimista. Eso sí, hay que vivir de una manera a la que no estamos acostumbrados. Es lo que toca. Fácil de entender, pero no de practicar.

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Fuimos a Costco a hacer compras como para varios días. Noté muchos procedimientos nuevos: cola de gente para ingresar, alcohol en gel y paños de limpieza aplicados sobre cada carrito, y una cantidad reducida y controlada de gente comprando.

Mucha demanda de papel higiénico (todavía no entiendo bien por qué, ¿se come?). En los demás productos no noté desabastecimiento. Tampoco noté ese nerviosismo en la gente, que sí había visto días atrás en las noticias sobre otras sucursales de Costco. Todos bastante amables. Será cuestión de ir en un tiempo a ver si todo sigue igual de tranquilo.

Acompañando este texto verán una serie de fotos de mi última visita a un Costco en Montreal. Ahí, al igual que la mayoría de los países, controlan la cantidad de gente que ingresa, y toman todas las medidas necesarias para cuidar tanto a clientes y empleados.

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Veo las noticias y comparo la situación de Canadá con lo que sucede en mi país, Argentina.

En el primero no hay tantos controles del gobierno como en mis tierras. En Argentina algunas personas salen a pasear, incluso de vacaciones. Pero debo decir que tanto el gobierno como el ejército, la policía y los médicos están haciendo un trabajo increíble. El presidente Alberto Fernández, como dice el argot futbolístico, “se puso la 10” y tomó medidas. Mientras que en Canadá da la impresión que no se necesitara tanto el control para que la gente no salga.

Tengo una amiga en Alemania que es una especie de cronista, y relata que la cosa allá está más difícil. Hay muchos contagiados, el sistema de salud no se da abasto para atender a los pacientes. Leía también que en Madrid están utilizando el Palacio de Hielo, el cual tiene en sus instalaciones deportivas una pista de hielo. Ahí almacenarán los féretros de los muertos por el COVID-19. Pero no se me confunda con un pesimista. Como dije, estoy en la fila de optimistas que saben que todo esto pasará pronto.

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Meterse dentro de casa es también meterse dentro de uno mismo, y encontrar esas cosas que habíamos olvidado, las buenas y las no tanto. Busco cosas para hacer, escribir es una de ellas. Estoy leyendo que las compañías de streaming y televisión liberan contenido para que la gente pueda mantenerse entretenida. Aun sabiendo que no van a haber contenidos nuevos, al menos no por ahora.

Las relaciones interpersonales afloran. La esposa y/o el marido que trabajaban todo el día y que se veían apenas un rato por la noche, ahora se ven todo el tiempo, con los chicos, con toda la familia. Leía en Internet que en China explotaron los casos de divorcios. ¿Coincidencia?

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Me llama la atención que hay millones de sedes del “Gran Hermano” replicadas en las casas. Es el libro 1984 de George Orwell en versión hogareña. Los participantes son la familia misma. Toca convivir durante días y días. Todo sea para cuidarnos. Cuando estábamos afuera, trabajando, queríamos quedarnos en casa. Ahora no vemos la hora de salir. Humano = contradicción.


Esteban Ríos es escritor argentino. Radica con su familia en Montreal.