Diario de un inmigrante: Ven al Hombre Araña en un almacén

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Por Jesús Gambus (*)

Reviso de nuevo la lista de empleos. Ninguno solicita a alguien como yo. Sin embargo, trato de imaginarme en un fogón preparando las especialidades de algún restaurante. Se me dan bien los panes, las arepas y, si sigo al pie de la letra las recetas, podría ser un buen repostero. Kijijí me envía al Plateau para hacer la limpieza de un apartamento por un pago a convenir según la experiencia. Esto de limpiar no es una destreza  que aparezca en mi currículum.

Hay gran demanda de servicio de entregas en los “pequeños anuncios” de Métro y 24 h. Quizás si me presento de nuevo al examen de conducir y apruebo, pueda llevar una pizza en tiempo récord o ser chofer de Uber. Otros avisos clasificados parecen más bien una trampa cazabobos ofreciendo el cielo en un tronar de dedos.

El otoño ha sido bueno conmigo. Me regaló cientos de colores en la vía pública en mi ruta hacia lo que fue mi primer trabajo, colores que se mezclaban a capricho del conductor del bus por Papineau. También me “soltó” un poco la lengua y permitió que, con la complicidad de una inmigrante ecuatoriana que fungió de entrevistadora, consiguiera el empleo en un almacén.

Con un fondo musical de Celine Dion en las horas más aciagas del Titanic, un alma piadosa del almacén de Hochelaga, donde yo estaba a punto de naufragar, me lanzó un salvavidas, explicándome las bondades del escáner que sería mi compañero ocho horas al día, cinco días a la semana. “Aquí lo prendes, aquí le colocas las iniciales de tu nombre y aquí va la contraseña”.

Con el dispositivo aferrado a mi brazo sentí poder. Un solo toque de mi dedo y lo que era, o lo que parecía, un potente rayo láser atravesaba paredes y hojas de acero. Con el aparato recorrí los laberintos del almacén donde entraban y salían libros, tarjetas, juguetes, discos, regalos y cuanta cosa fuese comercializable. Todos los productos prestos a caer en mi lista de víctimas.

Diariamente, de 3:30 p. m. a 11:45 p. m., con las pausas de ley, me ajustaba el arma imbatible. La batería. El nombre de usuario, el mode de passe, y listo ¡Manos a la obra! Solo yo con mi escáner, sin ninguna ayuda por ahora. El silencio se adueñaba del pasadizo donde reposaba el inventario y, sigilosamente, me disponía a disparar mi láser. Comenzaba el combate cuerpo a cuerpo, caja a cuerpo. En esta esquina, el producto en su cajita, escondido en el entrepaño del algún estante, con su talón de Aquiles: el código de barras. En la otra, yo, “el hombre araña” inmigrante que con la sola presión de su dedo, creaba una especie de red intrincada que se pegaba sobre el objeto, lo inmovilizaba y descifraba el enigma: Serviette de table con imagen de gato… Serviette de table con figuras de unicornios…

Y así iba la cosa hasta que mi primera experiencia de empleo en Montreal tomó un camino inesperado. En otro cuerpo a cuerpo, el “hombre araña” saldría mal librado. El jefe, sin escáner y con una red más fuerte que la mía me confrontaba diciendo cosas de las que entendía solo una mínima parte. Asumí, por el color de su cara y los decibeles de su reclamo que no estaba haciendo bien el trabajo. Su presencia se fue haciendo cada día más intensa y su lenguaje cada vez más incomprensible. Lo veía en la cafetería, en la estación del metro, en el depanneur, y hasta llegó a ir a mi casa para sentarse a mi lado frente a la televisión, siempre con su gesto a punto de explotar.

Y pasó lo que debía pasar. El acrobático “hombre araña” perdió anoche el trabajo. Lo llamaron de la oficina, le dijeron que el contrato finalizaba ese mismo día, que no renovarían y que dejara el escáner en su lugar.

Bien, dije. Conforme. Me despojé de la poderosa extensión de mi brazo, dejé de ser Peter Parker, vi por última vez el almacén y pensé que al día siguiente habría en el puesto otro hombre araña, uno que vendría de quién sabe dónde, al que darían como a mí su fugaz momento de poder y celebridad, lanzando redes con su láser, ganándose así la vida.

Hoy me espera de nuevo la lista de empleos.


(*) Colaborador.

Jesús Gambus es comunicador social y periodista con amplia experiencia en producción audiovisual y radial. Ha laborado en diferentes medios en Venezuela  y los Estados Unidos. Vive en Montreal.