Montreal bajo los tibios aires del cambio climático

Miles escucharon a Greta Thunberg (foto: David Arias).

Una crónica sobre la multitudinaria marcha contra el cambio climático realizada en Montreal.

Por David Arias

“¿Irás a la marcha mañana?”. “Jum, no sé, tengo cosas que hacer”. “Yo quiero ir, siento que es una cita histórica a la que hay que asistir”. “Yo no creo que vaya, me parte el día en dos”. “El día siempre está dividido en dos”. “Sí, pero, ¿a quién se le ocurre citar una marcha a las 12? Podrían hacerla a las 3 ó 4 de la tarde, cuando  la gente sale de sus trabajos”. “Pero a esa hora es muy tarde. En otras partes las marchas empiezan a las 10, 11 de la mañana”. “Bueno, hubieran podido fijarla a esa hora, ¿pero a las 12?”.

Frases pronunciadas en una conversación casual en vísperas de la manifestación por el clima convocada para el 27 de septiembre en Montreal.

“Greta Thunberg está en Montreal?”. “Sí. Lo leí esta mañana en el diario”. “No sabía”. “Pronunciará un discurso. En la tarde”. “¿O en la mañana?”. “En la mañana dará una rueda de prensa. En la tarde un discurso”. “¿Es en serio?” “Sí”. “Si es así, vale la pena asistir”.

Adultos con niños, padres y madres con sus hijos. Temperatura: 18 grados centígrados. Ideal para caminar. Ideal para marchar y manifestar bajo un cielo azul despejado. No cabe duda: el clima ha sido benévolo con los manifestantes. Se ha aliado con ellos para poder salir a marchar.  ¿Alguna excusa para no hacerlo? Trabajo. Tengo mucho que hacer. Me parte el día en dos. No me gustan las multitudes. El clima no cambiará por salir a marchar. El clima seguirá cambiando independientemente de que yo marche.

La marcha del clima. La gran manifestación por el clima.  No parece un día normal. Y en verdad no lo es. En Montreal, “la métropole”, buses y metro gratuitos. Anulación de cursos en las escuelas y universidades para que los estudiantes puedan participar del histórico evento. Los empleados podrán hacerlo. Sin embargo, deben considerar una de las opciones: utilizar sus horas de descanso “congé” acumuladas, de “maladie”, o reponer las horas de trabajo (o de no trabajo) otro día de la semana. El sistema es permisivo, pero tiene sus cortapisas.

Y también sus temores. En la mañana, en la prensa, una rápida búsqueda en Google arroja los tres primeros resultados: “Manifestaciones del viernes en Montreal: los sectores a evitar” (La Presse); “Marcha por el clima: el centre-ville de Montreal paralizado” (Le Journal de Montréal); “Demeurez pacifiques” (“Manténganse pacíficos”), pide el ministro Guibault a los manifestantes por el clima” (Ici Radio Canada).

Quizás más abajo encontremos algo distinto: “Una manifestación jamás vista en Quebec” (TVA Nouvelles). Y más abajo, en esa misma entrada: “La manifestación monstruo que se desarrollará hoy en Quebec…”. En la página de Facebook: “Crisis climática, manifestación histórica”.

Es el ambiente que se respira en las oficinas de redacción. Mientras tanto, en la calle…

…el aire es diferente. No es el aire habitual de todos los días, claro que no. Un día extraño, sin duda. Día atípico que rompe con la rutina. Para muchos, viernes cultural, lleno de afiches y pancartas. Alguno que otro disfrazado. Pitos y tambores. Sonido de batucadas. Una foto del primer ministro. Un reclamo: parar la construcción del oleoducto. El servicio de metro ralentizado. “En razón de las manifestaciones, se prohíbe el transporte de bicicletas en la red de metro…gracias”. En el centro, transporte de buses reducido, por no decir nulo. La rotación de manifestantes. A las dos de la tarde, algunos consideran que ya han hecho su parte y empiezan a retirarse. Otros, en cambio, se unen a esa hora. Calles cerradas por carros de la policía. Seguridad por todas partes. ¿Por dónde avanza la marcha? “Son varias calles: unos vienen por Sainte-Catherine, otros por René-Levesque; un grupo avanza por Saint-Laurent”. ¿A dónde se dirigen? No solo están los marchantes: también hay otros participantes: la multitud de curiosos que, desde distintas aceras y orillas (y también desde las ventanas de los edificios), ven pasar con agrado a los manifestantes, tomando fotos y videos que, con seguridad, irán segundos más tardes a alguna red social. “Montreal, hoy”. ¿Cuántos son? Esperaban más de 300 mil. Las estimaciones hablan de 500  mil. ¡500 mil manifestantes! Medio millón de personas marchando por el cambio climático. Expresión que algunos consideran eufemismo. Porque no es cambio climático. Es un calentamiento, dicen algunos. Una crisis climática. Un deterioro. Algo de lo cual los canadienses han de ser de los más conscientes del planeta, no solo porque, según informe reciente del Environment and Climate Change Canada (ECCC), del gobierno federal, este país se está calentando dos veces más rápido que el resto del planeta (particularmente en la región ártica), sino porque está entre los diez países que más contribuyen con emisiones de dióxido de carbono (617.301 kilotoneladas en 2017) al calentamiento global.  “Desde 1948, cuando se empezó a registrar, la temperatura del país aumentó de media aproximadamente 1,7 grados centígrados, mientras que en el norte el aumento fue de aproximadamente 2,3 grados centígrados”, asegura el informe. “Es probable que más de la mitad del calentamiento del Canadá se deba a la influencia de las actividades humanas”, asevera el mismo informe.

Es el impacto producido desde el sur de Canadá, donde se concentra la mayor parte de su población, en la zona semidespoblada del norte habitada por grupos dispersos de innuits y de animales como alces, caribúes y osos polares, por citar solo algunos de los más conocidos. Un aumento de temperatura que podría acarrear el sumergimiento de islas y pedazos de tierra en aguas del océano (como de hecho ya se ha documentado en uno de los territorios de la provincia de la Isla Príncipe Eduardo, en el Atlántico), oleadas de calor, mayores riesgos de incendios y sequías, entre otras consecuencias.

“Todos juntos por el planeta”, “Por la continuación de nuestro mundo”, “No hay planeta B”, “Abajo el oleoducto”, “Los dinosaurios también pensaban que ellos tenían tiempo”, “Cuando sea grande, quiero estar vivo”, fueron algunas de las consignas escritas en las pancartas de la manifestación. Entre tanto, hacia las cuatro de la tarde, en cercanías de la alcaldía de la ciudad, Greta Thunberg increpaba en un discurso de quince minutos a los políticos y responsables del calentamiento climático: “Mi mensaje a todos los políticos del mundo es el mismo: escuchen y actúen de acuerdo al mejor pensamiento científico…escuchen a la ciencia”, enfatizó.  Lo dijo en medio de una multitud que aplaudía y gritaba cada dos frases suyas y que encontró su punto culminante cuando expresó: “a través de la historia, los cambios más importantes en la sociedad han venido desde abajo, desde las bases… Somos el cambio, y el cambio está llegando… Le changement arrive, si vouz l’aimez ou non”, concluyó.

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El sol va cayendo lentamente por el oeste de Montreal. Los edificios de la ciudad no son todavía lo suficientemente altos para ocultarlo antes de las seis en esta época del año. Una pequeña plaza ubicada en inmediaciones de una estación de metro sirve de punto de encuentro para amigos, parejas y potenciales parejas. Algunos juegos infantiles, mesas y sillas para tomar el almuerzo o la merienda, escalones de cemento, adolescentes que conversan, lugar de paso de transeúntes que caminan hacia rumbos inciertos. Sitio apacible para reunirse y conversar un poco cuando no se tiene mejor plan ni dinero para gastar en bares o discotecas.

Hacia las siete de la noche, cuando aún no oscurecía, la aparición súbita de una comitiva de agentes de seguridad vestidos de chalecos verdes y fosforescentes irrumpió en la escena. El grupo avanzaba a paso rápido hacia la estación. La evidencia de un grupo de curiosos tratando de capturar imágenes y videos con las cámaras de sus celulares hacía pensar que alguien importante pasaba por allí. Su repentina presencia había tomado a todos por sorpresa. Algunos no se aguantaron e ingresaron a la estación, bajando las escaleras para corroborar sus sospechas. El metro llegaba en ese momento. En la plataforma, un grupo de personas grababa y tomaba fotos con sus celulares. “Está ahí”, sentenció alguien, echándose a correr. En efecto, allí estaba: la misma persona que había pronunciado un discurso en horas de la tarde, la misma que minutos antes se había reunido con el primer ministro de Canadá para decirle que no estaba haciendo lo suficiente para evitar el calentamiento climático, estaba ahora en el interior de un vagón del metro. Vistiendo una casaca azul, la trenza larga y recogida cayéndole sobre su espalda, la sonrisa tímida y perpleja de quien se sabe importante sin saber del todo cómo asimilarlo, Greta Thunberg hacía recordar a aquellas fieras enjauladas que, cansadas de ser el centro de atención, incómodas ante las cámaras y las miradas, busca sin éxito un rincón donde refugiarse, un vidrio donde apoyarse, un lugar donde escaparse.


David Arias es colaborador y uno de los fundadores de la Revista HispanophoneLea más artículos del autor.