Diario de un inmigrante: Tengo un “fantasma” en el ojo

(Foto: Daniel Cifuentes, wallhere.com)

Por Carlos Bracamonte

Estábamos en el tercer piso del hotel. Todo iba de perlas aquella mañana de limpieza diaria hasta que ingresamos a la habitación de cinco camarotes. Un tufo a licor y la escena de noche loca nos quitaron las ganas de seguir limpiando. Un grupo de jóvenes acababa de irse. Era un hotel para viajeros de paso. Éramos tres y no sabíamos por dónde comenzar: botellas por doquier, calzoncillos huérfanos, calcetines deshermanados, condones muertos tras la batalla, paredes pintarrajeadas. Benjamín salió al corredor en busca del teléfono del piso para notificar el problema a la recepción del hotel. Lo seguimos. Necesitábamos instrucciones.

Al otro lado de la línea, Benjamín escuchó una voz femenina y juvenil con marcado acento québécois que le daba las instrucciones a mil por hora. A cada fraseo de la muchacha, Benjamín respondía muy convencido: Oui, oui, oui, ok, oui, pas problème…

Fue casi un minuto de órdenes. Benjamín colgó el teléfono.

– ¿Qué te dijeron? – le preguntamos.

– ¡No lo sé porque no entendí nada!

Benjamín era ingeniero de sistemas. Tenía reparos en aprender la lengua francesa y le iba mejor hablando inglés. Por eso planeaba irse a trabajar a la congeladora anglófona de Calgary donde su oficio era bien pagado. Medio año después volvió a su Bogotá natal convencido por un amor que aún lo esperaba. Por nuestra parte, Manuel y yo teníamos apenas semanas en Montreal y nos expresábamos en francés como simios. Íbamos a la francisation (las clases subvencionadas por el gobierno) donde un egipcio sexagenario nos enseñaba el idioma con una eficaz pedagogía de escuela.

Cada tres días, este árabe que había llegado 30 años antes que nosotros a Canadá, nos dictaba al menos dos párrafos de alguna lectura. Luego recorría el aula entera, asiento por asiento, para constatar los avances o retrasos de sus alumnos. En casa debíamos repetir 10 veces correctamente cada palabra mal escrita para no olvidarlas jamás. Al día siguiente nos revisaba la tarea. También nos hacía conjugar en voz alta los distintos modos verbales usando todas las personas gramaticales. Este método formaba en el aula una sana competencia entre todos los alumnos del mundo: chinos, árabes, persas, latinos, europeos del este. Un ejercicio de presteza mental donde siempre ganaba el chino Hao Li. Aparte de ser un profesor extraordinario, el egipcio era también un lector voraz. Alto, bronceado y canoso, tenía el fuste de galán antiguo y hablaba un español de baladas de tanto haber escuchado los discos de Julio Iglesias. El día del examen final, que era una entrevista a solas entre el maestro y el alumno, mi profesor egipcio me preguntó acerca de un tiempo verbal que yo dominaba, pero que delante de él se me había borrado del mapa. Cuando mi respuesta parecía precipitarse hacia el error el hombre me hacía señas acomodándose los anteojos y abriendo la profundidad árabe de su mirada. No podía ayudarme más porque era un examen oral grabado en audio para el ministerio de Inmigración como una prueba de que algo había aprendido el alumno.

“Mi amor, aprobé el examen”, le dije con orgullo a mi esposa que sin inmutarse respondió: “en el último nivel de la francisation todos aprueban. Como te dan dinero por estudiar, no les conviene que te desaprueben. Les darías más gastos”.

Mejoré mi dominio del francés en mis empleos como mesero en fiestas para ricos. Al principio, cuando hacíamos malabares con los azafates repletos de platos, el cocinero nos decía al vuelo el nombre del manjar. Cuando algún invitado a la rumba me preguntaba qué era eso que les ofrecía, yo repetía lo que había pronunciado el chef, sin entender muy bien el significado y guiado sólo por los sonidos que escuché. Si me preguntaban “¿es pollo o pescado?”, ante la duda yo respondía siempre: “pollo, poulet”. Luego me escabullía entre las mesas o la pista de baile.

En el bus o en el metro procuro escuchar los diálogos de los jóvenes. Los entiendo hasta que me pierdo en el bosque de sus jergas québécoises. Sin embargo, hoy, mi dominio del idioma no se compara a mis primeros meses en Montreal. Un día de aquella época inicial y de ignorancia me fui a jugar fútbol. Cuando ingresé al campo no duré ni un minuto porque el balón impactó con violencia en mi ojo izquierdo. Al regresar a casa veía una sombra en mi ojo adolorido. Ya me pasará el dolor, pensé, pero el dolor no pasaba, y la mancha se agrandaba con los días. Hasta que fui a un centro médico. Tras una larga espera, la enfermera me pidió que me sentara en la camilla para que le explicara mi problema mientras me tomaba el pulso. Por entonces, mi vocabulario era tan elemental que no sabía cómo expresar mi angustia. Le señalaba mi ojo izquierdo y ella asentía con la cabeza: “lo comprendo, señor, es un problema en uno de sus ojos”. Le expuse como un simio entrenado lo del golpe del balón: “ya le entiendo, señor, usted jugó fútbol y lo golpearon con el balón”. Oui, enfermera, oui, oui. Pero al final no supe cómo explicarle que tras varios días del golpe recibido aún veía una sombra, una nube negra, una mancha que surgía en los giros de mi mirada. La enfermera se impacientaba. No sabía cómo decir sombra en francés, cómo decirle “señora, veo una mancha, una nube negra en mi ojo lesionado, y cada día es peor, ayúdeme, no quiero quedarme ciego”. Entonces eché mano de una palabra que juzgué la más parecida, la más cercana a sombra, a mancha, a nube negra y exclamé con drama: “J’ai un fantôme dans l’œil, je vois un fantôme dans l’oeil!” (“¡Tengo un fantasma en el ojo, veo un fantasma en el ojo!”).

Ella me miró con extrañeza quizá pensando: “qué mala suerte, me tocó el loco de hoy”. Luego escribió unas líneas en mi historia clínica (nunca sabré si anotó alguna observación de psiquiatría) y me pidió con gentileza que volviera a la sala de espera, que el médico no tardaría en llamarme.


Carlos Bracamonte es periodista, agente en temas comunitarios e inmigratorios, especialista en gestión de proyectos y responsabilidad social empresarial. Ha publicado una columna sobre historias de inmigrantes en NM Noticias. Es editor de la revista Hispanophone de Canadá. Lea más artículos del autor.