Hugh Hazelton ha hecho toda una carrera como traductor, poeta e investigador alrededor de una fascinación por lo latinoamericano que atraviesa su vida entera. En un país donde el español puede ser acallado por tantas otras lenguas, él descubrió otra literatura latinoamericana: la hecha en Canadá.
Por Rafael Osío Cabrices
Ahí abajo, detrás de las campañas Canada Reads y de los estudios asociados a la etiqueta CanLit, detrás de los homenajes a Les Belles Soeurs de Michel Tremblay y de las firmas de libros de las estrellas francesas, e incluso más allá, incluso oculta por el éxito de autores indígenas o Métis como Thomas King o Cherie Dimaline, corre desde hace décadas una corriente subterránea. Una literatura prácticamente clandestina, que en el coro de lenguas que resuena en Canadá susurra, y con distintos acentos, en español.
Y nadie la conoce mejor que un académico, poeta y traductor nacido en Estados Unidos, que vive en Montreal en una casa centenaria que es como una torre de libros: Hugh Hazelton.
En 2007, Hazelton anunció en su libro Latinocanadá: A Critical Study of Ten Latin American Writers of Canada, que una nueva literatura ha emergido al interior de la sociedad canadiense, un cuerpo escrito por gente de 20 países distintos del hemisferio occidental, los escritores latinoamericanos que viven en Canadá, y que se puede llamar literatura latino-canadiense. Estos autores, dice allí Hazelton, vienen de naciones con tradiciones literarias más antiguas y más aclamadas que la canadiense, pero están ansiosos por encontrar un lugar para su obra dentro de su sociedad de acogida.
En un país que se ha tejido entrelazando los colores de sociedades paralelas -la francesa en relación con las sociedades indígenas, y luego la inglesa en relación con la francesa- no luce como una elección azarosa la figura de literatura paralela que ha estado usando Hazelton para describir la literatura hispana en Canadá desde que la mencionó por primera vez, junto con Gary Geddes, en la antología Compañeros. Es un ecosistema cultural en la sombra, con sus autores, sus editores, sus lectores, sus canales de distribución, sus vínculos internos y con el exterior, que ha existido al margen de los dos circuitos literarios predominantes del país, que de paso apenas se comunican entre sí, el anglo y el quebequense.
Leer Latinocanadá puede resultar tan sorprendente para el escritor latinoamericano más o menos recién llegado al país como puede serlo para cualquier canadiense. Revela las coordenadas de un mundo creado por exiliados, más que por inmigrantes, desde los años 70 en Toronto, Ottawa y Montreal. Gente como el gallego Manuel Betanzos Sancos, fundador de la revista Boreal, que no solo escribía poesía y narrativa, sino que también ha hecho teatro, cine y pintura, generalmente con el muy politizado registro de quienes huían de las dictaduras latinoamericanas de aquel periodo. Luego de superar el relato del paraíso perdido, de atravesar la fase en la que procesan los esfuerzos de la integración, y de voltear la mirada hacia el paisaje que los acogió, algunos de esos creadores adoptaron el inglés o el francés como lengua de expresión. Otros, sobre todo los chilenos, montaron editoriales y festivales que operan en español y que todavía existen.
El trabajo que ha hecho Hazelton durante todos estos años para documentar esa actividad incluye una editorial en la que ha publicado a varios poetas latinoamericanos que viven aquí, La Enana Blanca, y un grupo que se reúne para leer poesía en francés, inglés y español, Lapalabrava. Hazelton ha sido incansable, pese a que la oferta de sus libros confirma sus propias tesis sobre el carácter subrepticio de su objeto de estudio: en la mayor biblioteca de Quebec, la Grande Bibliothèque de la calle Berri de Montreal, Latinocanadá solo está disponible en la Collection Nationale, sin préstamo externo; no se consigue en las librerías y apenas en Internet; y para leerlo hay que rastrearlo en las bibliotecas universitarias, como la de la Université de Montréal.
Tal vez tenga que ver lo que Hazelton anota en su libro: que los lectores de este país están más interesados en autores latinoamericanos consagrados, que aún viven en América Latina, que en los autores latinoamericanos que habitan entre ellos.
El niño que quería ser arqueólogo
Todo esto empezó hace más de 60 años, con un pequeño que se preguntaba cómo sería desenterrar una ciudad maya de las entrañas de la selva. Hazelton creció leyendo semblanzas de personajes como Simón Bolívar y entradas en enciclopedias sobre las grandes culturas americanas del pasado, y cuando en un trabajo de verano en Chicago hizo un amigo mexicano que le enseñó partes de su ciudad que él no conocía, aprovechó para empezar a aprender español.
En la universidad de Yale, Hazelton hizo su major en literatura inglesa y su minor en la francesa, pero tomó todos los cursos en español que pudo. En eso descubrió la literatura latinoamericana. “Me interesó muchísimo. Cuando Jorge Luis Borges fue a dar una conferencia en Wesleyan, viajamos varios amigos a verlo, en una van, y pudimos hablar con él”. Hazelton quería recorrer América Latina, ver con sus propios ojos los lugares cuyas fotos había mirado tantas veces en los Landmark Books de su niñez.
Pero entonces vino la guerra de Vietnam. Él no quería ir al otro lado del mundo a matar o a que lo mataran, así que entregó su tarjeta de reclutamiento. Mientras estuviera estudiando estaba a salvo, pero cuando se graduó era necesario que dejara su país si no quería ser reclutado. Hizo entonces lo que hicieron miles de estadounidenses en esos años: cruzar la frontera con Canadá, en 1969.
“No podía regresar a Estados Unidos en cuatro años, y viví en Canadá por seis, viajando mucho. Atravesé el país a dedo. Enseñé en pueblos pesqueros en Newfoundland y trabajé en construcción en British Columbia”. En 1975 pudo finalmente emprender su tarea pendiente: conocer América Latina. Pero no fue un viaje cualquiera; duró dos años. “Pasé tres meses en México, visitando cada uno de los murales que salían en un libro sobre muralistas mexicanos que yo tenía. Pude ver de cerca los sitios arqueológicos y sumergirme en aquella cultura. Luego pasé por Costa Rica, estuve cuatro meses en Perú, y el resto del tiempo lo pasé en Bolivia, Chile, Argentina, Paraguay y Brasil”.
En La Paz, durante el régimen del general Hugo Bánzer, subió a un cerro para tener una panorámica de la ciudad, pero como decidió pasar por encima de una cerca de alambre de púas, unos soldados le pidieron, “gringuito, salga de ahí que está prohibido pasar porque de ahí le pueden lanzar un mortero al Palacio. Sabemos que usted no lo hará, pero haga caso”.
En el nordeste de Brasil, adonde había llegado con su novia argentina luego de atravesar el Chaco por tierra y el Amazonas en bote, decidió ir a conocer una fazenda y lo llevaron a una mansión en medio de una sabana polvorienta, resguardada por hombres con escopetas. Salieron de América del Sur por Guyana, remontando unas selvas que siguen siendo impenetrables, pasando muy cerca de donde la secta de Jim Jones estaba a punto de prepara su último Kool-Aid. Y al llegar a Canadá decidió establecerse en Montreal, donde hizo contacto con los exiliados y empezó a traducirlos y a publicarlos.
Al volver de otro viaje a mediados de los 80 -nada menos que una vuelta al mundo en la que atravesó África a solas- Hazelton inició un doctorado en literatura comparada, cuya tesis se convirtió en el libro Latinocanadá, y una carrera como académico que ocurrió principalmente en Concordia University, donde enseñó por 25 años y se retiró como profesor emérito.
El poeta políglota, el traductor concreto
Cabe esperar que sea él quien pueda identificar las influencias de la literatura latinoamericana en la canadiense, principalmente del Boom. Un ejemplo son las novelas de Robert Kroescht, quien aplicó las herramientas del realismo mágico garciamarquiano en la Alberta de antes del petróleo. En British Columbia, el clásico The Double Hook de Sheila Watson fue escrito en clave real-maravillosa. Pero para Hazelton es claro que el puente con nuestra tradición tiene una de sus dos entradas en Quebec.
“Está por salir mi estudio sobre el papel de la traducción en los vínculos entre la literatura de Quebec y la de América Latina”, dice, “y sobre la latinidad creciente en Montreal”. Quebec ha tratado de conectarse con América Latina desde los años 70, explica Hazelton, dentro del proceso de reafirmación de su carácter distintivo frente a lo angloamericano; era natural que mirara al océano en lenguas romances que bate sus olas contra el límite sur de Estados Unidos. En efecto, como se cuenta en Latinocanadá, son numerosos los ejemplos de traducciones mutuas de poesía y teatro, de autores latinoamericanos al francés de Quebec, y de autores quebequenses al español y el portugués.
“En Quebec la colonia duró hasta los años 60; tiene mucho en común con América Latina”, alega Hazelton. El escritor boliviano Alejandro Saravia defiende las similaridades entre el componente indígena andino y el de Canadá; Hazelton ve más cercanía entre Quebec y el Cono Sur, con las tensiones por la independencia, la presencia de la Iglesia católica y la industrialización como gran fuerza movilizadora. “Mucho antes de Michel Tremblay, en Quebec ya se estaba escribiendo en la lengua de acá. Louis Frechette hacía cosas muy similares a Martín Fierro”.
El español de Hazelton tiene destellos rioplatenses: “despelote”, “regia”. “Me gusta mucho el imaginario de la literatura latinoamericana”, dice en el comedor de la casa que comparte con su familia y un perrito que un día puede perderse bajo los libros. “Más lo real maravilloso de Carpentier que el realismo mágico. Me interesa mucho lo experimental, las influencias de lo indígena y de lo africano”. Pero sobre todo las vanguardias suramericanas son una fascinación que ha estado en él durante medio siglo: acaba de terminar una traducción que no habrá sido nada fácil, la de la poesía de Oliverio Girondo, el argentino muerto en 1967 que hizo lo que quiso con el castellano (“Sípido hueco adulto con hipo de eco propio / sobresuspenso acaso por invisibles térmicos hipertensos estambres”). También ha estado trabajando la obra del mexicano José Juan Tablada y la de los hermanos Augusto y Hernando de Campos, los fundadores en Brasil de la escuela de poesía de la que Hazelton se siente parte: la de la poesía concreta.
Son cuatro sus libros de poesía hasta ahora: Crossing the Chaco (de 1982, naturalmente producto de su periplo suramericano), Sunwords (del mismo año), Ojo de papel (1988) y Antimatter (2003, que él mismo tradujo al español). Su carrera como traductor es simultánea y muy productiva: ha vertido al inglés parte de la obra del venezolano Aquiles Nazoa, del salvadoreño Alfonso Quijada Urías y de los quebequenses José Acquelin y Joël des Rosiers; por la de este último ganó el Governor General’s Award en la categoría de traducción inglés-francés, en 2006. Y eso es una fracción, solamente.
A sus 72 años, Hazelton sigue muy activo, publicando y traduciendo poesía y ensayo. Sigue descubriendo tesoros en la veta con que dio en 1969, cuando encontró en Montreal el camino al sur del que la guerra trató de apartarlo. Según la profesora y traductora argentina Flavia García, que junto a Hazelton organiza Lapalabrava desde hace diez años, no hay duda de que él es el mejor embajador de la literatura hispano canadiense. “Hugh Hazelton ha hecho todo lo posible y hasta lo imposible para hacer conocer en todo Canadá a la literatura hispano canadiense. Ha escrito un número incontable de artículos, participado en foros, mesas redondas, coloquios, festivales, charlas, etc. El hecho de no haber nacido en Latinoamérica lo ubica en una posición perfectamente objetiva con todos y cada uno de los países de los que provienen los autores de habla hispana”.
El escritor y periodista boliviano Alejandro Saravia, cuya obra Hazelton ha estudiado y promovido intensamente, dice que “mi trabajo es un grano de arena dentro del corpus que Hugh Hazelton ha sacado de la marginalidad de la escritura inmigrante para que pueda ser reconocida como una literatura con sus propios rasgos temáticos y estilísticos”. Para Saravia, autor de la novela Rojo, amarillo y verde y del poemario Lettres de Nootka, ambos coeditados por Hazelton a través de Las ediciones de la enana blanca, “la brújula que ha guiado el trabajo de Hugh en el terreno de la literatura -y diría casi que fue la brújula de su vida- es la de la generosidad. La prueba de ello es su trabajo como traductor, que es la persona que construye puentes para que aquellos que no se entienden puedan encontrar una forma de compartir el placer estético de la literatura y del compartir un imaginario”.
Rafael Osío Cabrices es periodista y escritor venezolano basado en Montreal desde 2014. Ha publicado seis libros de crónica, el más reciente de los cuales es Apuntes bajo el aguacero. Es traductor, consultor en comunicaciones y colaborador de varios medios en español e inglés.