El Hay Festival lo volvió a hacer: juntó música, literatura e ideas en torno a las mejores cosas. Esta crónica en primera persona demuestra porqué es uno de los eventos culturales más vitales del hemisferio.
Por Ingrid Bejerman
Es la noche del 9 de septiembre de 2018 y comienza el año de 5.779 en el calendario judío, mientras cierra la última edición del Hay Festival en Querétaro, México. Hemos improvisado una cena de Rosh Hashaná en uno de los restaurantes del hotel Camino Real del aeropuerto de la Ciudad de México, con vino tinto chileno y comida mexicana nada cacher, que comparto con tres gentiles canadienses que no podrían ser más diferentes pero tienen muchísimo en común: las dos mujeres están entre las mejores escritoras de su país y el hombre es el esposo de una de ellas.
Venimos de hablar de feminismo y activismo de género, medio ambiente y derechos humanos, la literatura infanto-juvenil, los retos del periodismo de investigación… Durante el Hay no existe tema que no se discuta, en un ambiente donde todos nos sentimos libres de pensar, explorar, compartir, cambiar de opinión y perspectiva. Una de las comensales de esa cena, Rosemary Sullivan, participó en un conversatorio sobre el movimiento #MeToo con la escritora feminista británica Jeanette Winterson, donde dijo algo en público que antes sólo había compartido en privado: el costo de tanta reglamentación sobre el comportamiento sexual será el erotismo. “A los hombres a veces hay que dejarlos ser hombres”.
Rosemary también vino a charlar sobre Svetlana Allilúieva, la hija de Stalin, objeto de su biografía de 623 páginas, la cuarta de su extensa obra de no-ficción, ensayo y poesía. A Rosemary siempre la va muy bien en el Hay; en la edición de Cartagena, en enero, superó la convocatoria de estrellas como Salman Rushdie y J. M. Coetzee, llenando el Teatro de Heredia. Vendió los 100 ejemplares disponibles de la versión en español de su libro –La hija de Stalin: La extraordinaria y tumultuosa vida de Svetlana Allilúieva, editado por Penguin/Random House- y de inmediato convirtió sus ganancias en un pendiente de esmeralda colombiana, que en minutos colgaba de su puño acalambrado por más de dos horas de firmar libros.
Donde ellos sean los héroes
Siento que a cada edición el Hay Festival es mejor.
Desde hace cinco años, tenemos un programa que se llama cosmovisiones indígenas de Américas: un conversatorio sobre lengua y culturas originarias entre escritores, intelectuales y artistas canadienses autóctonos y sus contrapartes del país anfitrión: Colombia, Perú y México. Son charlas que casi siempre modero en español e inglés, en las que los escritores indígenas hablan de cómo expresar por escrito una tradición literaria que es en esencia oral, o de cómo usar el poder de las palabras para empoderar a jóvenes de su comunidad y prevenir suicidios.
Hasta ahora hemos escuchado a más de una veintena de escritores en náhuatl, zapotec, wayuu, kuna, tule, quechua, aymara, puno, mohawk, anishinaabe, ojibwe y salish, entre otros. Esta vez acudió el poeta Hubert Matiúwàa (Hubert Martínez Calleja en nomenclatura mexicana), quien con sólo 30 años de edad se llevó el último Premio de Literaturas Indígenas de América (PLIA) de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Miembro de la cultura mè’phàà, su poemario ganador de uno de los premios más importantes del mundo para las letras indígenas —dotado de poco más de 20.000 dólares canadienses— tiene por título Las sombrereras de Tsítsídiin. “En esta comunidad”, dijo al recibir el premio, “las mujeres tejen sombreros para obtener recursos que les permitan su subsistencia. En el libro abordo el tema de la violencia causada por la trata de niñas en la montaña de Guerrero, un problema que se ha acrecentado. La población infantil es la más vulnerable ante la red criminal que se ha tejido en todo el país”.
Un drama que tiene su eco en lugares como British Columbia, donde tantas muchachas indígenas han sido sometidas a la trata, o asesinadas. Siempre me toca pedirle al escritor autóctono canadiense que describa la dura realidad de la mayoría de la población indígena ante el público del Hay. En el podio de Querétaro, lo hice con Cherie Dimaline. Miembro de la Georgian Bay Métis Nation, y primera escritora aborigen con residencia en la Toronto Public Library, Cherie es la autora de un auténtico best seller en Canadá: The Marrow Thieves.
Reseñada en Hispanophone por Cynthia Rodríguez, esta novela distópica imagina un futuro donde todos han perdido la capacidad de soñar menos los indígenas, que se convierten en presas de caza porque se supone que de sus tuétanos se puede extraer un nuevo suero del sueño. Cherie nos cuenta que todo lo que quería era dejarle un legado a los jóvenes indígenas de su comunidad: una historia donde ellos fueran los héroes. Y ahora esa historia está resonando por todo el mundo; esa semana le tocó al público mexicano.
En nuestra última noche en Querétaro, Cherie y su esposo Shaun cumplían 15 años de casados y se unieron a la fiesta que ofreció Random House Mondadori en una hermosa casa colonial. Bailaba entre nosotros Amanditita, la espectacular estrella de la cumbia mexicana. El calor nos lanzó a la calle a continuar la rumba bajo los paraguas: llovía a cántaros y todos queríamos guardar para siempre un pedacito de esa noche.
Nunca uso la palabra “surreal”, pero ¿cómo explicar al lector que a tu lado está bailando Daniel Divinsky, el legendario editor argentino que fundó Ediciones de la Flor, donde se publicaron por primera vez textos de Rodolfo Walsh y se difundió por el mundo la Mafalda, de Quino? Con 76 años, este superhéroe de nuestras letras que combatió la dictadura y ha publicado a gran parte de los humoristas gráficos argentinos — Fontanarrosa, Caloi, Sendra, Maitena, Nik, Liniers — era aquí un clásico bohemio porteño.
“¿Che, sabés si está Liniers?”, le pregunté. El creador de Enriqueta vino a participar del Hay Ilustrado, junto al chileno Alberto Montt: una improvisación de dibujos en vivo que también convocó a Raquel Riba Rossy (España), María Hesse (España), Peter Kuper (Estados Unidos) y Power Paola (Colombia-Ecuador). Encuentro en cambio a Power Paola, que me da un abrazo; ella hizo una caricatura mía para la revista Arcadia que usé de avatar en Facebook por meses.
Y de repente, mirando a su celular incrédula casi a medianoche, Cherie Dimaline pegó un grito en la pista de baile. ¡La CBC va a convertir The Marrow Thieves en miniserie!
Abajo ese muro
Pocas horas antes, luego de asistir al taller sobre el silencio que nos regaló la autora y monja zen francesa Kankyo Tannier, yo había compartido escenario con Robin Benway, con quien conversé sobre Far From The Tree y sobre familia, identidad, adopción. Robin ganó en 2017 el National Book Award en la categoría young adult con esa bella novela, que estuvo en la lista de best sellers de The New York Times. Luego se nos unió al contingente canadiense en un almuerzo tardío de sopa de calabaza y chilaquiles, que incluía a la escritora y agente literaria Eliana Kan, de quien Rosemary dijo que acababa de hacerle, en el escenario del Hay, una de las mejores entrevistas de su vida.
Robin y Cherie nos contaron a nosotros y a unos tequilas cómo ambas -dos de las más destacadas autoras hoy en young adult– estaban seguras de que The Hate U Give, de Angie Thomas, les ganaría tanto en el Kirkus como en el National Book Award, y ocurrió al revés: Robin ganó el National y Cherie el Kirkus, ambos en Estados Unidos. Con el crepúsculo y la fiesta, fuimos entrando en una adorable girl talk que tampoco estaba lejos de la literatura: la vida, el amor, nuestro lugar en el mundo.
En esa cena de año nuevo judío que hicimos antes de que se bifurcaran nuestros caminos, dimos cuenta del plato nacional mexicano – el verde, blanco y rojo de los chiles en nogada – mientras contemplamos las fotografías que nos acababa de mandar Daniel Mordzinski. Cherie y Rosemary jugando ante una pared de adobe. Hubert rodeado de muchachos que habían viajado muchos kilómetros para oírlo hablar. Yo misma, bajo un sombrero ecuatoriano, una bandera mexicana… Y entonces, nosotros, canadienses de distintas raíces – francesa y Métis, irlandesa, latina y judía – nos sentimos más conectados que nunca.
Sobre todo, cuando repetimos el grito de batalla que la gran Patti Smith emitió durante uno de los mejores momentos del Festival Hay de Querétaro 2018, su concierto homenaje a Roberto Bolaño, justo después de cantar “Imagine” de Lennon: “If Trump builds a wall, we will fucking tear it down!”
Tal como el lema del Hay, “imagine the world”, nosotros nos atrevemos también a imaginar un mundo sin fronteras, donde el poder de las palabras salva vidas.
Ingrid Bejerman es profesora de teoría periodística en Concordia University, directora asociada de la programación en español y portugués de Blue Metropolis, y directora de proyectos de Hispanophone.