Diario de un inmigrante: Busco empleo, lo que sea

Imagen: cspindia.co
Compartiré historias de inmigrantes anónimos como yo. Las he escuchado en el metro, en el bus, en clases, en los insólitos empleos que jamás pensé hacer. Serán relatos cortos sobre esfuerzos, incertidumbres y nostalgias. Algunos parecerán cuentos, pero la realidad supera cualquier ficción. En muchos casos cambiaré los nombres de los protagonistas salvaguardando su identidad: ellos me confiaron sus historias, pero quizá otros, leyéndolas, se sientan más acompañados en esta tierra de lejanías y sueños.

Por Carlos Bracamonte

“Hay que pagar el derecho de piso. Hice varias cosas, pero nunca vendí mi cuerpo, ni drogas”, me confesó el escritor chileno José Leandro Urbina cuando le pregunté si en sus primeros años de inmigrante en Canadá había sido también, como uno de sus personajes, un fino “consultor y especialista en limpieza de oficinas”. El escritor arribó a este país a fines de los años setenta con ese éxodo multinacional que – a decir de Urbina -, trataba de salvar el pellejo o la salud mental en tiempos políticos turbulentos donde era casi imposible planificar la vida.

Más de 30 años después de su exilio, hoy Urbina dicta cátedra en una universidad canadiense. Cuando quise saber en qué diferenciaba la inmigración de su época con la actual, me respondió que no conocía muy bien la de estos días, pero que tenía la impresión de que la gente ahora buscaba mejores oportunidades profesionales y económicas. Recordé esas respuestas tras leer la entrevista que hace poco realizó NM Noticias con el ministro provincial Martin Coiteux, que manifestó su voluntad de luchar contra el desempleo de los inmigrantes. No obstante su buen propósito, deducimos por sus respuestas que el arduo ejercicio lógico del gobierno se resume de esta manera: si la tasa de desempleo baja en Montreal, entonces baja también en Quebec, lo que sin duda beneficiará a los inmigrantes. Y listo. Los datos sobre los que apoya su entusiasmo provienen de estadísticas oficiales del 2016. A estos se suma la caída del desempleo en la provincia que registró un récord en mayo último.

“El ministro reconoce, sin embargo, que aún queda trabajo por hacer”, escribió la autora de la entrevista que, seguidamente, sentenció en dos líneas lo que quizá varios lectores-inmigrantes-profesionales-desempleados esperábamos leer: “los números no reflejan la frustración y hasta el desespero que sienten muchos inmigrantes al no encontrar el empleo al que aspiran, para el cual se prepararon y están formados”.

Más abajo, para edulcorar la agria realidad de muchos inmigrantes, el ministro Coiteux se refirió a la aprobación de una norma que presionaría a las órdenes profesionales para abrir una rendija en sus feudos que permita el ingreso de más inmigrantes, y aseguró también algo evidente y que quizá fue determinante para el arribo de muchos a esta provincia del frío: que la integración de los inmigrantes es prioritaria porque no pueden desperdiciar el enorme caudal de talento profesional que representamos.

Mientras la buena intención del ministro transita por los laberintos sombríos de la política, en las vicisitudes de la vida cotidiana hay profesionales jóvenes y joviales que siguen bregando por una chance, y hasta que ocurra una noticia feliz, ellos hacen lo que pueden, otros cambian a la fuerza de vocación y no pocos se emplean en lo que no saben hacer o en lo que no hicieron nunca en sus países con tal de tener los nervios templados a fin de mes.

Tal es el caso también de muchos nuevos inmigrantes que mientras aún estudiamos los idiomas o algún curso complementario para “hacernos atractivos al mercado”, invertimos horas en oficios desconocidos y en largas faenas para ganar la mentada “experiencia laboral canadiense”, deshaciéndonos de este modo de la leve arrogancia del “sólo trabajo en lo que estudié”. Un antropólogo colombiano terminó varios días del verano en cuclillas recogiendo fresas en campos surtidos e infinitos. Sacó la cuenta y le iba a salir más cara la hernia que le provocaría este trabajo: duró una semana. Un médico de la India, con un castizo dominio del inglés, ajaba sus manos lavando platos en un restaurante concurrido mientras la orden profesional se tomaba su tiempo para revisar su expediente. Un economista y su esposa administradora recién llegados limpiaban vidrios de oficinas en las madrugadas del otoño montrealés. Lo hicieron cash sin entender muy bien a lo que se arriesgaban y nunca les pagaron.

Pero “ellos al menos trabajan o trabajaron”. En un grupo del Facebook para buscar empleo en Montreal una mujer latina ofreció su mano de obra sincera: “Hola, buenas tardes, busco trabajo en lo que sea. Soy una persona seria, responsable y con ganas de trabajar. Muchas gracias”. Por su fotografía no aparenta más de cuarenta años. Alguien le remitió una esperanza: “te envíe un mensaje inbox”. Otro le dijo: “llama al siguiente número…”. ¿Cómo le habrá ido? Más abajo, una joven urgida y multifacética resumió su currículum de un tirón: “Busco trabajo cash en el día o de tarde. Sé hacer limpieza comercial y residencial. Soy Dj. Pintora, tomé cursos, hasta pinto autos. Cajera. Si alguien tiene algo, mandar un mensaje. Gracias”. En otro anuncio un muchacho menos locuaz fue al grano: “¿Algún trabajo cash?”. Y así por el estilo hallamos estos S.O.S laborales en el mar impredecible de las redes sociales. El conteo de las ofertas de empleo de la última semana muestra que los empleadores buscan mayoritariamente personas experimentadas para hacer limpieza (no cualquiera puede asear un baño).

“¿Papá, y por qué los latinos son los que hacen la limpieza?”, me preguntó en el almuerzo mi hija de 10 años que, como todo niño, lanza de vez en cuando esas preguntas filudas que arrinconan a los adultos. Lo dedujo porque el conserje de su escuela es latino, porque ha visto a latinos haciéndola en hoteles y centros comerciales, y porque sus orejas se cuelan siempre en las conversaciones de los mayores y se entera de que nuestros amigos y hasta su papá han cogido escoba ajena alguna vez. Bajo ese ineludible estereotipo pensé en la nueva ola migratoria de profesionales latinos que ha arribado con ganas de meterse a Norteamérica en el bolsillo, sin imaginar que, al principio, conseguir empleo aquí en lo que uno es experto conlleva casi siempre altas dosis de sacrificio y paciencia sacrosanta. El dominio de los idiomas no es garantía y tu origen (aunque parezca mentira) no deja de ser una barrera a franquear. Así le pasó al esposo de una amiga, un contador que tardó ocho meses en conseguir el mismo trabajo que varios de sus amigos quebequenses obtuvieron en un mes. O el caso de un hispano con apellido francófono: cuando enviaba su currículum pasaba sin problemas los primeros filtros. Pero al momento de la entrevista personal se daban cuenta de sus raíces por sus rasgos y su acento: “Ah, usted es latino, ya lo llamaremos”. No parece tratarse del síndrome del inmigrante victimizándose, este escenario peliagudo me lo confirmó en su oficina la directora quebequense de un organismo promotor de puestos laborales en el gobierno: “la discriminación existe; por más que hacemos lo posible, es complicado que contraten a nuevos inmigrantes”.

La otra tarde almorzaba con un amigo colombiano y sonó su teléfono. Se trababa de X, un peruano que acababa de culminar un postgrado en la Universidad de Montreal y le pedía que si sabía de cualquier empleo, por favor, le avisara. “Con la maestría parece estar sobrecualificado para los empleos que ha postulado. A estas alturas creo que quiere trabajar en lo que sea,”, me comentó mi amigo. “¿Así te dijo?”, le pregunté. “No me lo dijo con esas palabras, pero lo intuyo por el tono de su voz. Está desesperado”.

Perseverar, cambiar de oficio, lanzarse a la oportunidad, mudarse o volver. El destino inmigratorio de muchos puede dirigirse por algún rápido o encallar; también es posible que en la próxima curva un remanso de estabilidad laboral nos aguarde. Quién sabe.


Carlos Bracamonte es periodista peruano. Publica una columna sobre historias de inmigrantes en Noticias Montreal. Es editor de la revista Hispanophone de Canadá. Lea más artículos del autor.

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