Por Enrique Pato
Las continuas crisis económicas, las recientes amenazas de algunos políticos y los excesivos impuestos (directos e indirectos) que se pagan en la actualidad, ya sea por su cuantía o por su desigual distribución, son razones de peso para hacer un breve repaso –de corte lingüístico y cultural– a la situación que les tocó vivir, en relación a estos asuntos, a nuestros antepasados y conocer algunas de las consecuencias que todavía sufrimos en el presente.
Hasta finales del siglo XVII, los impuestos eran básicamente una obligación que los vasallos debían pagar al rey, a la Iglesia o a su señor. Para cubrir sus numerosos gastos, los monarcas fueron implementando modelos tributarios cada vez más sangrantes. En época medieval, por ejemplo, solían ser sobre todo prestaciones personales, como el servicio militaren época de guerra, la guardia del castillo o el cultivo de las tierras, por mencionar solo tres posibilidades. También se podía pagar con otros trabajos, como cocer pan en el horno, moler trigo en el molino o pisar uva en el lagar. Con el paso de los siglos los impuestos se convierten en prestaciones económicas. A los poderosos solo les interesará la moneda contante y sonante. Y todos los fondos se obtienen de manera directa, mediante rentas sobre las personas, las propiedades y el comercio. Este modelo “europeo” se conocía también en América.
Las voces relacionadas con los impuestos y las rentas que se empleaban antiguamente son muy numerosas. Algunas de ellas han llegado hasta nosotros, aunque las empleamos en contextos diferentes. Otras, en cambio, han adquirido nuevos significados. Muchos términos relacionados con la hacienda aparecen recogidos en el Diccionario de la lengua española y en el Diccionario de americanismos, fuentes de esta nota. En lo que sigue repasaremos algunas de esas voces.
La alcabala (del árabe hispánico alqabála) era el impuesto al comercio de mercancías, y hoy en día se aplica a los contratos de compraventa y permuta. Ha estado en uso desde 1349. En la actualidad, el término se emplea en zonas de Colombia y Venezuela para designar los puestos de policía que se sitúan en las carreteras y autopistas: “Representantes acudirán mañana a la sede de la Policía de Nacional para que se instale una alcabala o patrulla escolar en las cercanías, a fin de reforzar la vigilancia” (El Universal, 08-03-2015, Venezuela).
El herbaje era el pago que abonaban los propietarios de ganados trashumantes para atravesar tierras y bosques, y aprovechar los pastos. En la actualidad, este ‘pago por el uso de un campo ajeno para que paste el ganado’ se sigue empleando en el noroeste de Argentina, con el nombre de yerbaje. El peaje (del francés péage) era el derecho de tránsito (‘pasaje’) por pasar por un lugar. En Chile y Paraguay hace referencia al pago que exige una persona bajo amenaza de agresión en un lugar apartado. En El Salvador es sinónimo de soborno. La pecha o talla (de tallar ‘cortar’) era el tributo que cada familia campesina pagaba en dinero o en especie al señor. Se llama talla porque, una vez hecho el pago, se hacía una talla o señal en un madero. Hoy en día, en Chile, hace referencia al ‘provecho o beneficio que se logra gratuitamente a costa de otros’. Además, la locución dar (alguien) la talla (‘ser apto para algo’) tiene su origen en este tributo.
Las acémilas (del árabe hispánico azzámila ‘mula’) eran las aportaciones de mulas para el transporte de víveres durante las campañas militares. Hoy se usa para designar a una persona ruda: “Eres solamente un asno, un burro, una acémila. Ni siquiera sabes si te gustan los hombres o las mujeres, pedazo de idiota” (Jaime Bayly, Pecho Frío, 2018, Perú). Las banalidades (del francés banal) era el pago en especie que se hacía por el uso de las instalaciones del señor, como el molino o el horno. Este sustantivo se emplea en la actualidad con el sentido de ‘cosa o dicho trivial, común’. Las calumnias eran multas que imponía la justicia en el ejercicio de sus funciones. Su significado actual es otro, y se emplea para designar la ‘acusación falsa para causar daño a una persona’. La primicia era la obligación de entregar a la Iglesia una parte de los primeros frutos de la tierra y del ganado (las primitiae). Hoy hace referencia a la ‘noticia que se da a conocer por primera vez’.
La luctuosa (de luctus ‘llanto; luto’) era el derecho de los curas y señores de un lugar para recibir, a la muerte de un feligrés, una parte de los bienes que tenía el difunto. Todavía se mantiene en algunas zonas de España (como Galicia) y América. El término luctuosa se emplea en Honduras, Panamá y República Dominicana para hacer referencia a la ‘nota de defunción o de novenario que se publica en un medio de comunicación’. El yantar (de yantar ‘comer’) era el pago, en especie o en dinero, para el mantenimiento del rey o señor del lugar cuando transitaba por dicho lugar. En Bolivia se emplea para el ‘alimento preparado para el almuerzo o la cena’. La alfarda (del árabe hispánico alfarda ‘imposición’) era el pago por el aprovechamiento del agua, pero también, y de manera general, era la contribución que moros y judíos tenían que dar al rey. En la actualidad, en Cuba y Panamá forma parte del léxico de la carpintería, y hace referencia a la ‘viga que se emplea como soporte de techos de madera’.
En el pasado, los impuestos solo beneficiaban a la corona, al clero y a los nobles (incluida después la burguesía), y se aplicaban con independencia de la capacidad económica de las personas. En 1427 se crea en Florencia el primer catastro y el primer impuesto sobre la renta, que, en un principio, se pagaba cada tres años. Habrá que esperar a la Revolución francesa para que los nobles comiencen también a pagar a la Hacienda pública (fisco, erario, tesoro o finanzas). Tanto el tributo al Estado como las tasas que se abonan son muy diferentes en cada país, y cada uno ha ido modificando y adaptando sus leyes conforme a la situación política.
Los impuestos son antiguos, pero muchos de los términos que hemos revisado han adquirido nuevas acepciones y nuevos usos en América. Ahora solo hace falta saber si hay conciencia fiscal entre los hispanos y si aquello de “Hacienda somos todos” es verdad.
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