Sonia Rodríguez: Una vida entera en el Ballet Nacional de Canadá

Sonia Rodriguez in Watch Her. Photo by Aleksandar Antonijevic.Courtesy of The National Ballet of Canada.

La bailarina hispanacanadiense formó parte del Ballet Nacional de Canadá más de treinta años.

Por Sebastian Navarrete

Cuando Sonia Rodríguez llegó a la edad de 17 años al Ballet Nacional de Canadá nunca imaginó que se quedaría 32 años trabajando en esa compañía. Era los inicios de la década de los noventas. Sus padres, de origen español, estaban al otro lado del Atlántico. Sonia se había criado en España. Volvía a la ciudad donde nació, Toronto.  

Estaba emocionada porque interpretaría ballets clásicos como: «El lago de los cisnes, La bella durmiente o Romeo y Julieta», por mencionar algunos. Repertorio que empezó a bailar desde que tenía cinco años y que todo joven bailarín sueña con realizar. Además, estaría expuesta a distintas y nuevas coreografías, evolucionaría como bailarina.

Atraída por el movimiento e inspirada a través de la música, Sonia, con los años, siempre necesitó encontrar ballets, así no tuvieran historia o algo en concreto, pero sí un sentido y propósito. Que ese propósito la hiciera mover, no hacer pasos sin sustancia, sin algo más que dar. No quería hacer un paso por hacer un paso. La bailarina se preguntaba: «¿por qué estoy haciendo este paso?» «¿de dónde viene?» «¿qué es lo que está inspirando este movimiento?». Hubiera historia o no, siempre encontró la manera de buscar esa historia a través del movimiento.

En el año 2000 Sonia Rodríguez se convirtió en la bailarina principal del Ballet Nacional y desde el 2012 tiene su estrella en el Paseo de la Fama de Canadá. En marzo de 2022 anunció su retiro de la compañía, pero no de los espectáculos. «Que, ¿qué le dejo a esta compañía? Yo a la compañía le he dado mi vida, espero que la hayan apreciado» dice entre risas la artista. Para ella ser bailarina no es un trabajo, es la esencia de lo que es. Siempre se considerará una bailarina, baile o no baile.

Estando en su casa le resaltan varios rizos color plata en su cabello castaño claro. Detrás de ella decora un cuadro con una verde montaña y árboles coloridos. Sentada y con los codos recostados sobre una mesa advierte que su español está bastante «rusty». Con voz cálida inició la conversación para la revista Hispanophone:

—El repertorio de los ballets clásicos… soy una gran fan de seguir manteniéndolos. Eso no quita que aparte tenemos que seguir creando. Esas obras son sin duda la base y fuente del ballet clásico.

—Aparte de los clásicos y desarrollar nuevos ballets, ¿cree que es importante que el ballet evolucione?

—Las dos cosas son importantes. Hay que mantener y respetar la base clásica. Pero se puedan reinventar y hacerlas más actuales. Es como ir a un museo y decir: “tal arte no es relevante”. Sí es relevante por la época en que se creó y la historia que significó en su momento. Una persona siente que hay que preservarlo. También hay un espacio para reinventarlas en un contenido más contemporáneo. Muchos de los temas de los clásicos siguen siendo importantes hoy en día. Creemos que estamos avanzado y evolucionando, pero seguimos topándonos con los mismos problemas una y otra vez.

—Entonces, ¿cuál sería la evolución del ballet sin que pierda su esencia?

—El repertorio clásico solo se hace cuando eres joven, llega un momento que la técnica exige físicamente tanto que no puedes hacerlo después. Ese trabajo: las maneras de hacer las clases y el entrenamiento de un bailarín clásico, continúa igual. Los ejercicios son los mismos que hace cien años. No cambia la base de la técnica clásica. Lo que cambia es la interpretación de los pasos y la coreografía que cada coreógrafo crea y utiliza para poder contar esas historias. Tenemos ballets que están basados en la pura técnica clásica y están nuevos coreógrafos que inventan nuevos vocabularios basados en esa técnica y pasos, pero de una manera diferente.

—La idea que tengo del ballet es que hay dos roles, el coreógrafo y la bailarina. El primero piensa en el espectador, pero usted como bailarina, ¿cómo piensa también en el espectador?

—Es diferente, un coreógrafo es una persona que tiene una necesidad creativa de decir algo. Es como un pintor, que tiene algo adentro de él que necesita expresar. Bien sea algo político, emocional o algo que está pasando en el mundo. Lo expresa al público, esa es su manera, a través de la coreografía. Los bailarines somos un vehículo para poder decir esas historias. El trabajo del bailarín es interpretar ese vocabulario del coreógrafo, de inspirar y colaborar. Casi siempre es una colaboración del 50% y 50%. No utilizan a los bailarines solo como un vehículo para usar y contar su historia, es una conversación. Estás en un estudio y tienes una voz y no solo hacer lo que digan. Esa conversación, no es como la que tenemos ahora, sino que es a través del movimiento, es algo muy satisfactorio para el bailarín.  

—¿En el repertorio clásico hubo algunas propuestas suyas de movimientos que cambiaran lo establecido?

—Coreográficamente en los clásicos si hay menos espacio para hacer eso. No es como ser parte de una creación, sino que está estipulado lo que tiene que ser. En las coreografías clásicas no hay mucha área gris, o es blanco o es negro. Cuando se hace «La Bella Durmiente» se sabe exactamente qué se tiene que hacer y cómo. Son ciertas líneas y técnicas muy específicas. Es algo gratificante porque sabes exactamente lo que tienes que hacer. No te sientes perdida. Y no hay esa incertidumbre si lo estás logrando o no. Es un trabajo muy duro que demanda físicamente mucho del bailarín. Cuando haces esos ballets sabes que estás en el top, es algo que todos los bailarines, cuando empezamos, aspiramos a hacer.

En el libro «T is for Tutu. A ballet Alphabet» que Sonia publicó junto con su ex esposo Kurt Browning, patinador artístico canadiense sobre hielo y cuatro veces campeón del mundo, entre los años 1989 y 1993, explican que el ballet empezó en el siglo XXV en las cortes italianas cuando los nobles hacían grandes banquetes y bailes —grandes bailes con ropa muy formal— para impresionar a los invitados. Tiempo después Louis XIV de Francia obtuvo el crédito de lo que llamamos hoy en día ballet. Ya que, en el año 1611, el rey decidió crear la Academia Real de Danza para entrenar a los bailarines y otorgarle al ballet un aspecto más profesional.

Desde que interpretó los clásicos, más madura y experta como bailarina a Sonia le atraían los ballets más dramáticos o teatrales de alguna manera. Ballets que le daban la oportunidad de hacer un rol para descubrir y proponer quién era el personaje. Como si fuera una actriz, Sonia se preguntaba, «¿quién es esa persona?» «¿por qué está en esa situación?» «¿cómo se relaciona con los otros personajes de esa obra?». La artista buscaba dentro de cada coreografía y los movimientos un sentido a los pasos que le dieran más fuerza emocional a la historia.

Mientras que Sonia realiza posturas con sus brazos explica que “no es como el ballet clásico que, si el brazo está en determinado ángulo y se baja un poco, está mal. Depende del momento, del día, de la emoción. Si el paso es este, a lo mejor es más de lado o del otro. Tienes espacio para poder interpretar. Cada elenco lo interpreta a su manera, aunque estés haciendo los mismos pasos, no se ven igual. Los arcos de emoción son distintos”.

La bailarina tuvo la oportunidad de laborar con coreógrafos que trabajan de esa forma. Uno en especial, el coreógrafo estadounidense John Neumeier. Entre varias obras que hicieron, una destacada es la adaptación que hizo Neumeier para ballet de «A Streetcar Named Desire». Justo con la que Sonia se despidió del Ballet Nacional de Canadá interpretando a su protagonista Blanche DuBois, una joven que viaja desde Laurel, Mississippi a Nueva Orleans para vivir con su hermana Stella tras la pérdida de su plantación familiar, Belle Reve, y el suicidio de su joven esposo, Allan. Stella vive en un apartamento en ruinas con su esposo Stanley Kowalski, cuyo comportamiento brutal es un contraste para las afectaciones de Blanche. Su enfrentamiento culmina en una agresión y aumenta el deterioro mental de Blanche hasta que la internan en un manicomio.

En la interpretación el manejo de la técnica, que está dominada, lo deja de lado y su cuerpo se convierte en el personaje. Así, en el 2012 la artista también mostró en el show introductorio del Paseo de la Fama de Canadá una coreografía como solista acompañada del guitarrista chileno-canadiense Carlos López. Una obra que dejó ver el ritmo del flamenco que lleva en la sangre. Otra manera de expresarse. Una evidencia clara de su cultura española.

Después de decir durante la entrevista palabras en inglés como, «development, emotional purpose, rewarding» confirmó lo «rusty» que la bailarina tenía el español. Alumbraban sus pequeños aretes plateados. La piel delicada de la palma de su mano se recostada sobre su cachete derecho. La artista hispano–canadiense Sonia Rodríguez con una sonrisa clara y voz pausada, contestó las últimas preguntas:

—Teniendo en cuenta esos 32 de años de trabajo en el Ballet Nacional de Canadá, ¿qué le dejó usted a esta compañía y que se llevó de esta?

—La compañía para mí ha sido una familia. Llegué a los 17 años recién cumplidos. He pasado mínimo 7 horas diarias en la compañía desde ese momento. En el ambiente hay que haber confianza, y más con tu compañero de baile. No solo me llevo los increíbles años de estar en un escenario. También esos momentos del día a día trabajando con tantas personas que adoro.  Si voy a echar algo de menos es tener la rutina con esas personas. Tienes que darle tiempo completo al trabajo. Tienen que ver algo en ti. Queda ahí coreografías que he realizado y he inspirado. A las generaciones venideras espero que les haya ayudado a ser mejores bailarines y artistas. Y lo mismo con el público, aspiro a que haya llegado a ellos.

—Ahora que tiene más tiempo, ¿qué se viene? 

—Estoy ilusionada de tener un poco de libertad. De estar. Sí, hacer algunos espectáculos. Hacer proyectos más nuevos y descubrir nuevas cosas. Me encantaría tomar clases de arte dramático. Lo que me gusta es convertirme en un personaje. Hay que tomar clases, de igual forma que se hacen para hacer ballet, pues para actuar es igual. Ahora estamos con una productora creando un evento en Toronto para recaudar fondos por Ucrania. También estarán varios artistas ucranianos. A parte de que lo estoy montando, también voy a estar bailando. Me ha durado poco el estar fuera del escenario.

(*) Esta entrevista fue realizada originalmente en abril de 2022.

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