CANICAS: ORIGEN DE LA VOZ Y OTROS TÉRMINOS RELACIONADOS

Por Enrique Pato, profesor de la Universidad de Montreal

Como usted ya sabe, y puede ver en la imagen de arriba, la canica es esa esfera pequeña de color (generalmente de vidrio, pero también de barro, arcilla u otra materia), que usan los niños para jugar. Las canicas son un pasatiempo casi universal, practicado de manera ininterrumpida desde el antiguo Egipto y la antigua Roma hasta nuestros días. La voz canica, de empleo general en español, es una adaptación del francés canique que a su vez procede del neerlandés knikker (‘chasquido’), y hace referencia –como onomatopeya que es– al ruido que hacen al golpearse unas bolitas con otras. La palabra aparece recogida en el diccionario de la Academia desde 1925. Esto no significa que no se jugara a las canicas en el mundo hispanohablante hasta esa fecha, sino que se denominaba de otro modo, como veremos en esta nota.

Tradicionalmente, las canicas ha sido un juego practicado más por los niños que por las niñas. Lo interesante es que existen numerosas modalidades para hacer rodarlas y chocarlas entre sí, y cada país y cultura tiene las suyas. A continuación, les recuerdo solo algunas de ellas.

1. El triángulo (triangulito o la Troya): se dibuja un triángulo en el suelo y cada jugador coloca una canica dentro. Por turnos, cada uno debe intentar sacar del triángulo la mayor cantidad de bolitas, disparando su canica para que las de dentro crucen la línea trazada. Gana quien más canicas consiga sacar del triángulo.

2. El gua (o choya, meca, bocholo, hoyo): se hace un agujero en el suelo y cada jugador intenta, también por turnos, introducir su canica dentro. Si entra en el gua, se queda con las canicas de sus contrincantes que estén a un palmo de distancia del agujero.

3. La matacocha: se golpea a la canica del oponente, por turnos, para atacar y a la vez defenderse.

4. Los hoyitos: se hacen tres agujeros en el suelo, el jugador debe introducir su canica en cada uno de los agujeros y después atacar a sus oponentes.

Además de la voz canica, en español tenemos toda una serie de términos para denominar esta esfera. A continuación, veremos algunos de ellos.

Otros nombres

En primer lugar, destacan las voces relacionadas con la palabra bola (de origen occitano), como bolas (Ávila, Albacete, Cuba, Ecuador), boles (Asturias), boletes (Comunidad Valenciana), bolitas (Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay), boliñas (Galicia), boliches (Canarias, Colombia), bolinchas (Costa Rica), bolinches, bolindres, bolindros (Extremadura, Andalucía), bolondronas (Venezuela) y chibolas (del maya tzibol, Guatemala, Honduras, El Salvador).

En segundo lugar, los derivados del inglés marble, como marbles (Nuevo México), mable (Honduras, El Salvador), maules (Honduras, El Salvador, Nicaragua), maras (Colombia), meblís, mebil (Cádiz).

Otros términos documentados son: balas (del francés balle), kachinas (del quechua k’hachina, Perú, Bolivia), cantillos (diminutivo de cantos ‘trozos de piedra’), catotas (‘bulto en la cabeza’, México), cincos (en relación al precio que tuvieron, Guatemala), chinas (de chin ‘piedra pequeña’, Comunidad Valenciana), chivas (La Rioja), chócolas (de chocar, Colombia, Costa Rica), garbinches (Colombia), mecas (Ávila, en Bolivia significa ‘excremento’), metras (Venezuela), murras (de zarzamora, Chile), pedrolas (de piedra), piquis (Colombia), pitos (Aragón), polcas/polquitas (Chile), salvas (de salvo), sampecas, singuetes (de singar), tijchas (del aimara tijche, Bolivia) y tiros (la canica preferida del jugador).

Tipos de canicas

En el cuento “Reminiscencias” (Esbozos y rasguños, 1877), José María de Pereda nos recuerda los tipos de canicas que había en su época: de piedra barnizada, de jaspe, de cristal y de betún.

Las de piedra, que eran las más usuales, costaban á cuarto en la tienda de Bohigas; pero sacadas á la calle, áun sin estrenar, no valían más que tres maravedís; el otro se echaba á cara ó cruz. De este modo se adquiría la primera canica, con la cual un buen jugador ganaba una docena, que podía valerle doce cuartos, si al venderlas tenia un poco de suerte jugando los maravedís de pico. Advierto que como el género escaseaba y los muchachos no pensaban en cosas más árduas, los compradores llovian en derredor del afortunado.

La canica de jaspe valía dos cuartos en la tienda, seis maravedís en la calle, ó canica y media de las negras. En cuanto á las de cristal, no se cotizaban en la plaza. Poseíanlas siempre los pinturines, ó señoritos, ciertos niños mimosos que iban á clase y á paseo con rodrigon, y jamás se manchaban los pantalones, ni se arrimaban á la muchedumbre, ni bebian en las fuentes públicas. Jugaban aparte con aquellas, y ó bien se las ufaban los otros, ó se las estrellaban contra un banco de la Alameda, despues de habérselas pedido traidoramente para contemplarlas.

Las de betun se hacian con el de la azotea de las casas de Botin, ó de los Bolados, único asfalto que existia en el pueblo. Cómo se adquiria esa materia prima, yo no lo sé; pero es un hecho que nunca faltaba betun para canicas. Estas valian poco: tres por una de piedra.

Por otro lado, la voz canica ha tenido y tiene otros significados en la lengua española. Sirve para designar familiarmente a la persona de piernas flacas (de can) y también al hombre mayor y decadente (de cano, canoso). En Cuba hace referencia a una especie de canela silvestre propia de la isla. Y en República Dominicana significa ‘excremento’ (Diccionario de americanismos). Con respecto a esta última acepción, Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia general y natural de las Indias (c. 1535) hace referencia al uso de este término en Castilla de Oro (el área panameña entre el Cabo Gracias a Dios y el golfo de Urabá) para nombrar las heces fosilizadas de los cocodrilos:

Llaman los indios a la hienda del hombre, e a cualquiera otra suciedad semejante, de cualquiera animal que sea, canica, en lengua de Cueva. Tráese aquesto al propósito de un notable que cerca desto yo averigüé con indios en aquesta gobernación, en especial en la villa de Natá, delante de algunos cristianos, hombres de bien, e fué desta manera. Yo tenía en la cinta una espada, y en estas partes, como la tierra es húmeda mucho, tómanse de orín muy presto todas las armas; y en una posada donde yo estaba, vi una piedra que me paresció como piedra pomes o esmeril, e saqué mi espada de la cinta e díla a un paje mío (que estaba bien mohosa), e mandéle que le diese con la dicha piedra raspando la espada, e la limpió muy bien. Yo quise guardar la piedra, e díjome uno de aquellos hidalgos españoles que no curase de guardarla, que cuantas quisiese de aquéllas, se hallarían presto por la costa. E preguntando yo que qué piedras eran aquéllas, me dijo que no eran piedras, sino canica de los lagartos grandes o cocatrices.

Numerosos lugares naturales a través del planeta se han bautizado con su nombre, como la Gruta de las Canicas en Teapa (Tabasco, México), Moqui Marbles en el parque nacional Zion (Utah, Estados Unidos) o Devil’s Marbles (las Canicas del Diablo) en el Territorio del Norte (Australia). Existe, además, el Campeonato Mundial de Canicas (World Marbles Championship) celebrado desde 1932 en Tinsley Grey (West Sussex, Inglaterra). Por todo ello, las canicas deberán forman parte, algún día, del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.

Referencias

Asociación de Academias de la Lengua Española. Diccionarios de americanismos. Lima: Santillana.

Real Academia Española. Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española. Madrid: RAE.

Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española. Diccionario de la lengua española. Madrid: RAE.


Enrique Pato es doctor en Filología Española por la Universidad Autónoma de Madrid. Sus campos de investigación se centran en la gramática, con especial atención a la sintaxis, y en la dialectología y la variación, tanto histórica como actual. Investigador principal de varios proyectos, Corpus de la sintaxis dialectal del español peninsular (FQRSC), Sintaxis dialectal del español (CRSH), El español en Montreal y COLEM (Corpus oral de la lengua española en Montreal), ha coeditado varios volúmenes colectivos y actas de congresos y tiene publicados más de un centenar de artículos en revistas nacionales e internacionales. En la actualidad es professeur titulaire en la Universidad de Montreal. Leer más artículos del autor.