Hace unos días se realizó en Montreal el Festival Metropolis Blue, considerado uno de los encuentros literarios más multiculturales del mundo. En el evento se rindió tributo al escritor mexicano Carlos Fuentes, conmemorando diez años de su muerte. En el homenaje estuvo presente su viuda, la periodista Silvia Lemus, que viajó especialmente para el acto. En esta semblanza, el también escritor mexicano Alejandro Estivill recuerda la labor diplomática de Fuentes y relata detalles de su lado más humano muy poco conocidos.
Por Alejandro Estivill, Cónsul General de México en Montreal
Presentar la relación de Carlos Fuentes y la diplomacia es una tarea monumental: “Fuentes” y la palabra “diplomacia” están unidos por miles de nudos hermosos y vitales. Mi particular visión sobre el tema proviene en parte del apoyo que recibí de Silvia Lemus para, con su mano generosa, poder conocer como diplomático al “Carlos Fuentes, ser humano”.
La anécdota más diplomática y menos diplomática que tengo es haberlos ayudado en Kensington, Londres, a llenar los formularios para obtener su visa canadiense, ya que vinieron aquí en 2011 (habían venido en 2005 para recibir el premio Metropolis Blue cuando no se requería visa).
Los formatos canadienses eran intrusivos, insidiosos y buscaban saber todo sobre su vida y sus viajes, como si eso fuera posible.
El estilo bromista de Fuentes complicó aún más la tarea: llegó incluso a arrebatarme la pluma para llenar personalmente los formularios y burlarse. Por ejemplo, donde el consulado canadiense preguntaba “Education”, no se contuvo y escribió “bad maners”. E insistió: “mándalo así, que diga que mi educación fue ‘bad maners’”.
Fue la oportunidad de tratar con un Fuentes amable y juguetón que asistió a nuestras tumultuosas celebraciones del día nacional mexicano; Tuve que protegerlo de los efusivos admiradores ávidos de una foto. Y tuve el privilegio de considerar a Silvia Lemus con agradecida amistad.
Al hablar de amistad, no puedo avanzar sin decir que, en esta sala, debería estar presente el mejor amigo diplomático de Fuentes: Nacho Durán, agregado cultural en Londres y cinéfilo. Él marcó mi imaginario de la ciudad con sus paseos con Carlos Fuentes, para hablar de literatura, del momento histórico, de la estupidez humana, de lo que fuera, que después resultaba sumamente útil en la Embajada.
Pero desde un principio, la diplomacia y Fuentes fueron de la mano. Era hijo de uno de los diplomáticos más prestigiosos: Rafael Fuentes Boettiger. Veracruzano rectísimo, lector de los de verdad, que entendió que, en esto de ser embajador, ministro, consejero, entender al “otro” es la esencia del méttier y la literatura es el camino hacia esa esencia.
Cuando pienso en Fuentes de niño, se me aparecen los ojos de los hijos de los diplomáticos: sabios, informados y tremendos por igual. El dicho entre los colegas diplomáticos reza así: “los hijos de los diplomáticos aman u odian el trabajo de sus padres, pero no hay término medio”. Creo que Carlos, nacido en Panamá, lo amó.
Vivió en Ecuador y Brasil, donde otro gran escritor, Alfonso Reyes, tomó unos minutos para describir a su padre: “espontáneo, activo, metódico, no se enreda. Y tiene buenas lecturas. Es, por temperamento —dice Reyes—, un buen sustantivo sin adjetivos. Ser hijo del “sustantivo sin adjetivos” es como una conjura para ser un gran novelista.
El periplo de Fuentes continuó por Washington DC. Recuerda haberse formado dentro del New Deal rooseveltiano y el nacionalismo de Cárdenas. Atestiguó la llegada de niños refugiados judíos de la guerra. En 1939, su padre lo llevó a la New York World’s Fair; admiró maravilla tras maravilla y quizás quedó una huella, al estilo de Amado Nervo conociendo la Exposición Universal de París (1898) o, más literario, el pasaje fundacional en el que “muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía recordaría aquella tarde lejana en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”
Una vez, una periodista le preguntó a un ya consagrado Fuentes si no albergó el deseo de escribir en inglés, un idioma para él tan nativo como el español. Escribió maravillosos textos en ese idioma, pero su respuesta en ese momento fue humorística. “Cuando empiezo en inglés, el fantasma de Herman Melville aparece sobre mi hombro, mira mi texto y, aunque concesivo, me dice… “no, eso no se diría así”…
Perú y Argentina estuvieron entre los últimos puestos para un padre que forjó esa universalidad y el profundo y analítico afecto por México. Así que regresó a su país para provocar el temblor de tierra que fue su obra. Tenía un bolsillo lleno de… ya saben… Mark Twain, Salgari, Sabatini, De Amicis; el otro de Gabriela Mistral y Pablo Neruda: la suma con Stevenson, Dumas, Borges. Y rebeldía ineludible incluso con el conocimiento suficiente para rechazar autores como Hugo Wast. En el bolsillo más cercano al corazón, El Quijote: toda prosa occidental, decía, no es más que una variante del tema de la apariencia y la realidad.
Su curiosidad internacional, como un ansia, formó siempre parte de él. Con ella exorcizó y reformuló el nacionalismo mexicano desde sus estudios de adolescente en el Colegio México y de filosofía en el Colegio Francés Morelos.
Sólo una figura así, abierta al “otro” —Levinas avant la lettre— estaba preparado para recorrer la Ciudad de México, captar el futuro de nuestra Revolución, comprenderla y darle fin. Lo hizo “revolucionando” la visión de cabarés, mariachis, taxistas, acróbatas, en transformación hacia la modernidad. Eso es La región más transparente.
Llegaron los años conocidos: círculos creativos, revistas, cine, fuerza narrativa y éxitos… Pero sus vaivenes entre ríos nacionales e internacionales no podían desaparecer. La diplomacia mexicana estaba ansiosa de mentes inquietas que entendieran a sus contrapartes. Entonces Carlos Fuentes dejó la facultad de derecho (quizás por eso no me dejaba poner en su formulario de visa a Canadá que su educación era en derecho e insistía en escribir “bad maners”)… Apoyado en el trabajo diplomático, voló a Ginebra, y, en el Graduate Institute of International Studies, escribió una tesis sobre la Clausula Rebus sic stantibus. Nadie mejor que un escritor joven y ecléctico, consciente de lo que es diferente y lo que cambia, para hablar de que, en el derecho, como en todo en la vida, las cosas cambian.
Trabajó en la Comisión de Derecho Internacional y en la delegación ante la OIT e, inquieto como siempre, descubrió Europa, de norte a sur, de este a oeste y desde los clásicos (Thomas Mann, Baudaleire) hasta los modernos (Hermann Broch y Boris Vian).
¿Cómo se puede ser tan cosmopolita y mexicano a la vez? Él superó el dilema. ¿Cuántos Carlos Fuentes necesitamos ahora, no solo en México, para entender que separar lo nacional de lo internacional y hacerlos divergir es caer en un abismo? Él encontró el valor de la propia cultura en el concierto internacional, no haciéndola superlativa y por tanto altisonante, ni haciéndola insignificante y subyugada.
En 1968 recibió la invitación para escribir en Londres Terra Nostra. Las invitaciones a universidades y centros académicos y literarios nunca cesarán; el Centro Woodrow Wilson, Colombia, Pensilvania, Dartmouth, Harvard, Princeton, Cambridge (tuvo la Cátedra Simón Bolívar, que por cierto fue un éxito taquillero e incluso me lo recordaron cuando visité la universidad): Recibió 24 doctorados honoris causa. En fin…
Encontró la motivación para analizar los movimientos del despertar intelectual y rebelde en París que cubrió como reportero, y surgió el largo vínculo con la ciudad luz. En 1975 aceptaría —como homenaje a su padre— ser Embajador de México en Francia.
Los diplomáticos de carrera albergamos una admiración importante por su ejemplo y él, en reciprocidad, llegó a expresarse muy positivamente del Servicio Exterior Mexicano. Nos vio como esperanza (quizás de criterio, quizá de sensibilidad y capacidad de reforma) a partir de las libertades y el conocimiento de otras realidades, en contraste con la cerrazón y que dio pie a represiones en México (1968 y 1971)”.
Renunció a ser embajador cuando se decidió nombrar al expresidente Díaz Ordaz como embajador en España; ese político era la encarnación misma del totalitarismo y la represión contra los estudiantes.
Los cajones de la Cancillería mexicana guardan los informes políticos de Carlos Fuentes de ese período (640 páginas, con algunas de las mejores descripciones humanas de Giscard D’Estain, por ejemplo, y su visión de una época efervescente: la Guerra Fría, la fragua misma de la Unión Europea. Me quedo con su visión de que México tiene el arma más afilada en su cultura y su voz creativa. No es gratuito que antes haya sido fundador del Departamento de Relaciones Culturales de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Forjó una tradición de funcionarios en lo cultural. Menciono uno, pero la lista es larga: Jaime García Amaral, un joven que trabajaba allí en París, y que luego, bendita casualidad, llegaría a ser Cónsul General de México en Montreal.
En esa época consolida su voz como examinador del tiempo. Se convirtió en el escritor de orígenes remotos, con el único propósito de hacer perspectivas de futuro. De nuevo, ¿cuánto necesitamos en nuestros días de mentes como la suya que no inmovilicen el pasado, que lo comprendan y lo proyecten? Los diplomáticos hemos leído el Cristóbal Nonato como esa proyección al futuro de la crisis mexicana, que quizás predijo y que no termina. Un aviso de lo que haría poco después David Foster Wallace en el posmodernismo estadounidense.
Finalmente, sería difícil imaginar dentro de la enorme tradición de plumas muy selectas que ha tenido la diplomacia mexicana, alguien más admirado que Carlos Fuentes en la construcción, sin contradicciones absolutistas, de nuestro nacionalismo acompañado de su incursión en el mundo de las grandes corrientes universales.
Quizás Alfonso Reyes sea otro admirado, pero por otras razones. Reyes vivió momentos muy complicados en los que los diplomáticos debemos “explicar” México; y cada vez que tenemos esos momentos peliagudos pensamos en Reyes y las cosas complicadas que tuvo que explicar, como explicarle la Guerra Cristera a la España católica.
Pero de Fuentes nos llega algo más perenne: la pausa, el sentido común, la apreciación de las libertades, su posible construcción desde las tensiones. Fue un crítico independiente, duro con tirios y troyanos, para señalar, igualmente, las intervenciones estadounidenses en América Latina o las soviéticas en Europa (la diplomacia mexicana se alimentó en muchos aspectos del gran significado de su visión de las fronteras, espacio donde brota lo más humano, establecida en la obra La frontera de cristal sobre relaciones México- EUA).
Por todo esto, por la admiración, por haber caminado a su lado, menos veces que aquellos que lo merecieron más…, por haber llenado formularios migratorios en su nombre, por haberle protegido la espalda de fans semiborrachos, y más. , por haber acompañado a la maravillosa Silvia Lemus en un difícil regreso a Londres que realizó en 2013 para presenciar la inauguración de la exposición “Mexico a Revolución in Art, 1910 – 1940”, …, por todo ello, me siento especialmente agradecido de poder rendir el homenaje que hemos hecho a Carlos Fuentes y Silvia Lemus en el Festival Metropolis Blue este 7 de mayo de 2022.
Ha sido un reconocimiento de todo un equipo diplomático mexicano que sabe que todos somos herederos de esa su gran voz y su legado en la historia. Gracias a él, esa historia no es sólo el pasado, no es un solipsismo de nuestras viejas identidades. Gracias a él, es una apertura al mundo desde y para México.
Alejandro Estivill es diplomático de carrera del Servicio Exterior de México, con el rango de Embajador. Se ha desempeñado principalmente en América del Norte, y en las áreas de cultura y asuntos consulares. Es escritor y ha publicado las novelas El hombre bajo la piel, Alfil, los tres pecados del elefante, premio AKRÓN novela negra 2019. Es promotor cultural y especialista en lingüística e intercambio cultural internacional.