La hispana de origen peruano es una destacada promotora de la música y la danza latinoamericanas en Canadá. Una labor cultural que realiza desde que llegó al país hace casi tres décadas.
Por Carlos Bracamonte
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Un aguacero sombrío baña las afueras de Montreal. El invierno se precipita hacia su final. Pocos caminan por la cintura nevada de la ciudad. El sonido del silencio se expande. En su hogar, rodeada de música y colores de folclor, una hispana visita su pasado. Casi treinta años en Canadá. Los recuerdos vuelven.
Era mediados de los años 90 y Ana Silvia García acababa de ingresar como periodista en una radio local de Montreal, Radio Centre-Ville, con un programa llamado “La Hora del Hispanohablante”, que en realidad no era una sino tres horas consecutivas de programa cultural cada domingo.
Ana Silvia García era también cantante. Su voz dulce y atildada fluía frente al micrófono. Era además una presentadora rigurosa e informada. Cuando presentaba una canción, ofrecía datos que ubicaban a los radioescuchas en el contexto exacto del tema: ¿quién escribió la letra?; ¿quién es el autor de la música, ¿cuál fue la inspiración?
Antes de inmigrar desde el Perú a Canadá, Ana Silvia García se graduó como psicóloga y administradora de empresas. Pero un latido interior la impulsaba hacia el arte, por eso estudió en la Escuela Nacional de Folklore de su país. Complementó estos estudios con el de danzas sudamericanas.
En su programa radial se comprometió desde el primer día no solo a difundir la música y las danzas de nuestra región, sino a respetar y no olvidarse del buen uso del español.
— En muchos lugares, por ejemplo, en los Estados Unidos, los hispanos llegan y cambian un poco el idioma. Interactúan en lo que se llama el spanglish y es un fenómeno parecido aquí en Canadá. Entonces, la idea era reforzar nuestra lengua y por eso hicimos concursos donde regalábamos diccionarios con la librería “Las Américas” — recuerda Ana Silvia García.
Ni siquiera las vicisitudes del invierno extremo frenaron una emisión de su programa. Un día se preparaba para ir a la estación de radio, pero la puerta de su casa estaba atascada por un metro de nieve. Encerrada, sin salida, no le quedó más remedio que llamar a la radio y hacer el programa a distancia en una época sin Internet ni celular. El invitado sí llegó a la cabina. Entonces, usando el teléfono de su casa, Ana Silvia García platicó con él y difundió la música con una grabadora pegada al micrófono del teléfono porque en la radio el operador de sonido no tenía las grabaciones.
— Siempre me ha gustado viajar mucho por América Latina. Compraba discos y libros que no podían faltar en mi equipaje. Cuando migré a Canadá tenía una maleta llena de música que en ese tiempo eran casetes que conservo hasta ahora. Ese era el repertorio que llevaba a la radio. Los Chalchaleros, los Cantores de Quilla Huasi, Violeta Parra, Chabuca Granda… Sin pensarlo me sirvió de material para mí — explica Ana Silvia García que en paralelo al ejercicio del periodismo cultural continúo practicando las danzas.
Su empleo en el gobierno canadiense la vinculaba a los cálculos y la estadística. Una voz íntima le aconsejaba: Ana Silvia, sigue cantando, sigue danzando, no cortes las ramas de tus raíces.
Terminaba su jornada laboral y acudía a clases de danzas con el propósito de crear grupos de folklore. Un día fue convocada con su agrupación de danza por el Consulado de Argentina en Montreal para presentarse en la celebración de las fiestas patrias.
— Ese día la gente ya no cabía en el local. Se presentó el gran bailarín argentino Luis López, excelente danzarín de samba y tango. El embajador y el cónsul no querían irse. Se quedaron hasta el final y aplaudieron de pie.
Desde ese momento encontró un emprendimiento: presentar proyectos de eventos culturales. Con el tiempo esta propuesta desembocó en una peña folklórica a la que acudían artistas hispanos a cantar y bailar. Los eventos y actividades se diseminaron por los consulados de Perú, Bolivia, Uruguay y Venezuela.
— En el 2006 formamos una empresa cultural. Felizmente hoy, con la tecnología y el acceso a las redes sociales, la gente se informa mejor. Hay apertura de conocimiento. Pero cuando llegué a este país, muchos canadienses pensaban que todo lo que había debajo de Canadá era igual. No sabían la diferencia si uno era de Centroamérica o Sudamérica. Decían cosas como: “¡Ah! ¿eres inca o azteca?”.
Al detectar esos vacíos culturales, Ana Silvia García ofreció sus servicios en colegios canadienses. Si los alumnos viajaban a algún país hispano, ella les elaboraba una actividad o un relato previo sobre el lugar que visitarían: ¿con qué cultura se iban a encontrar? Les contaba las costumbres y les hacía un show antesala con danzas del lugar de destino.
El folclor nos une
Era el año 2014, centenario de la creación de la canción “Alma Llanera”, que, por muchos años, fue considerada el himno de Venezuela. Ana Silvia García presentó un proyecto al consulado de ese país para recordar esta emblemática canción del folclor venezolano. Aceptaron la propuesta. Y ella les entregó una lista de artistas para que los convocaran.
— ¿Y por qué les dio una lista?
— Es que había algunos latinos que decían “¿cómo vas a hacer algo que no es lo tuyo?”. Entonces, cuidando esa sensibilidad, le dije al consulado: mejor ustedes invítenlos.
Para el evento los organizadores alquilaron un salón amplio con excelente acústica. La sala estaba repleta. Colocaron un arpa, las maracas y todo lo que era alusivo para el evento. Ella estuvo detrás de escena. Nadie la veía. Iba contando la historia de cada instrumento mientras los proyectaban en una pantalla. Entonces se escuchó “Alma llanera” y todo el público se echó a cantar: “Yo / Nací en esta ribera del Arauca vibrador / Soy hermano de la espuma / De las garzas y de las rosas / Soy hermano de la espuma, / De las garzas, de las rosas.”
Al terminar la actividad festiva, la secretaria del consulado le dijo a Ana Silvia: “quiero contarte algo. Hay una señora venezolana que dice que por qué se contrató a una persona que no es de su país para que haga el evento. Y yo le respondí que Ana Silvia era la única que presentó el proyecto y no cobró honorarios. La señora dijo: “entonces retiro lo dicho; discúlpame, hijita”.
— Es esa actitud en la que creo que estamos aún muy cerrados, ¿por qué no nos abrimos más? Seríamos una América más unida si pudiéramos comprender que tenemos una raíz en común — aclara Ana Silvia — podríamos hacer una fuerza grande y no ir pensando “yo solo defiendo lo mío”. Estamos unidos. Por ejemplo, estudié varias danzas argentinas y descubrí que su origen era peruano por la relación idiomática de las regiones donde hablan quechua.
En el 2012, Ana Silvia García recibió un reconocimiento de parte de la Cámara de los Comunes de Canadá por su aporte en la integración de los inmigrantes y el aporte cultural que estaba ofreciendo al país. En suma, por su activismo comunitario y perseverancia para promover el multiculturalismo canadiense.
Casi tres décadas después de arribar a Canadá, Ana Silvia García no ha dejado de sentir el pálpito de América bajo su piel. Corre en su sangre un río que libera en su voz su caudal. Sube desde el Sur hacia la entraña América y total. Y en ella permanece un sueño: todas las voces todas, todas las manos todas, un canto de hermanos americanos.
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