Por Ángel Mota Berriozábal
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Con el inicio de la guerra, el barrio ucraniano se ha vuelto el corazón de Montreal. Cientos de personas han ido a mostrar su apoyo, los ojos de la ciudad miran este espacio con el deseo de hacer algo por lo que se está viviendo en Europa. Con la invasión de Rusia a Ucrania quise conocer lo que ahí se vive. Quise estar en sus calles y edificios para oír a los ucranios y compartir su historia.
A pesar de una tormenta de nieve que agolpó toda la ciudad, tomé un autobús que me llevara al este de la colonia Rosemont-La Petite Patrie. Donde se sitúa la pequeña Ucrania. Me bajé en la calle Beaubien, esquina con la avenida 12. Ahí me recibió una borrasca que se agolpó sobre mi rostro. Me dirigí de inmediato a la Caisse populaire Ukranienne. Uno de los sitios más importantes de la zona. Es, de hecho, la primera cooperativa bancaria de inmigrantes que se creó en Quebec. Esto fue hace 70 años. Su origen remonta al hecho de que en Ucrania misma las cooperativas eran el modo más viable de dar servicio a una sociedad en su mayoría pobre, por lo que, al llegar a Quebec, la cooperativa bancaria fue la opción más lógica y la única posible para ellos. Además, los emigrantes ucranios que llegaron en las diferentes olas migratorias eran muy pobres, por lo que ningún banco en Quebec les quería otorgar un préstamo con el que podían salir de su estado financiero precario y de su exclusión social.
Desde el momento en que entré al banco vi una bandera ucraniana enorme desplegada en un muro, como símbolo de pertenencia y, sobre todo, de resistencia. Observé y oí la presencia de la guerra en los gestos y conversaciones de los empleados y clientes. Varios quebequenses, haitianos y personas de otros orígenes hacían fila para ofrecer un donativo a la causa ucrania. En sus rostros se veía el deseo de poder hacer algo y, a la vez, la duda y el temor de la guerra. Una cajera, muy amable, me pidió que esperara un momento mientras iba a ver si podía entrevistar a alguien. Mientras así hice, otra empleada del banco salió a verme a la antesala de espera. En sus ojos percibí lágrimas contenidas, un enmudecimiento del que apenas pudo sacar palabras: “Gracias por estar aquí. No sé qué decirle. No hay cómo decirlo. Lo que sucede en Ucrania es horrible. No sólo es una guerra contra Ucrania es contra el mundo entero. Gracias por su apoyo, necesitamos de todos”.
Con viva emoción, fui recibido por la Directora Adjunta de la Caisse Populaire Ukranienne de Montreal, la señora Romana Kupchynska: “estamos desbordados no solo con la labor normal del banco, sino con todo lo que sucede”.
“Somos algo así como el centro de una comunidad ─me comentó, sentada en su escritorio, a la vez que observaba la computadora por los mensajes urgentes que tenía─. Nosotros hacemos una colecta de fondos y nos aseguramos de manera segura que el dinero llegue a Ucrania. Hacemos que los donativos sean dados a la Cruz Roja, porque es la Cruz Roja quien hizo un puente con nosotros para apoyar a Ucrania”.
A mi pregunta de cómo logran que el dinero pueda entrar seguro hasta su país, respondió:
“Tenemos muchos voluntarios en la frontera con Polonia. Ellos son los que se aseguran que el dinero entré al territorio Ucranio, y el dinero no solo es para la ayuda humanitaria sino también para financiar al ejército. En este sentido, tenemos mucho apoyo de la población (de Montreal). Nos mandan ropa, dinero. La última noticia que tenemos (de Ucrania) es que se necesita ropa caliente pero no muy usada, sino no sirve. Por el momento tenemos todo. Solo ayer nos organizamos para enviar ayuda humanitaria a Ucrania. Enviamos todo por la mañana a Toronto. A las 4 p.m. ya estaba todo en el aeropuerto y en seguida el vuelo se fue a Europa. Hoy ya tienen todo. Los envíos son muy rápidos, no podemos esperar. Debemos actuar. Los rusos no esperan”.
─ ¿Cómo se siente, usted, con todo esto? ─ pregunté, observando las lágrimas contenidas en sus ojos.
─ (Todos en el banco) tenemos familia allá. Ya son seis días que viven en un sótano, que los niños lloran, que nacen bebés en un sótano, en las catacumbas. Ninguna de nosotras duerme. Todos los días hablo por teléfono con mis amigos allá. Obviamente, por la diferencia de horario, me acuesto a las 2 ó 3 a.m., porque hay siete horas de diferencia. Cuando es de noche allá no podemos descansar tampoco, porque vemos las noticias, queremos saber lo que está pasando. Pero debo decirle que la resistencia en Ucrania es increíble. Hay gente que desea huir, pero no hay pánico. Todo es muy organizado. Todos están armados para defender su patria. No es solo el ejército (el que lucha) sino la gente común, los civiles. Se le llama: “El equipo de defensa territorial.” Hombres y mujeres que están listos a defender su país. Lo que nos da mucha esperanza. Vamos a ganar.”
Al acabar la entrevista fui inmediatamente al otro sitio emblemático del barrio: la tienda de abarrotes: Zytynsky. La tienda como la conocemos es de 1985, pero la original la fundó el abuelo de la dueña en 1922. Luego pasó a manos del hijo y nieto. En cuanto entré no solo fui a pedir un suculento emparedado, eran las doce sonadas, sino a intentar entrevistar a la señora Angel J. Zytynksy, quien ha tomado las riendas del local.
─ Pregúntame y yo sigo trabajando, no paro ─ me pidió, mientras atendía a un cliente, a todas luces cansada y estresada ─. Debías haber visto el sábado y el domingo, vinieron mil reporteros, uno tras otro. Pero la tienda parecía funeral; en lugar de oír conversaciones y risas había un enorme silencio. El silencio de la guerra. Pero pregúntame, que me tengo que deshacer de todos ustedes, periodistas, lo más pronto posible.
¿Cuál es la importancia de la tienda para la comunidad ucrania? ─inquirí, mientras la dama cortaba rebanadas de jamón cocido que la familia misma produce.
“Bueno, antes todo el mundo comía mucho de aquí, porque nadie ponía atención a la dieta, al colesterol, todo eso. Ahora es diferente. Pero durante las fiestas de Pascua y Navidad todos los ucranios vienen a comprar. Ordenan la salchicha ucrania, el jamón, el queso cottage. Lo ponen todo en una canasta. Van a misa y el cura la bendice. Luego van a casa y se lo comen. Esta tradición es muy importante para los ucranios, tanto ortodoxos como católicos. Vienen de todo Montreal y fuera de Montreal. Así nos apoyamos unos a otros, somos buenas personas. Queremos tener paz”.
Sobre la “iglesia” importante de la que la señora Angel hacía mención, está a solo una calle del negocio. Se trata de la catedral ortodoxa de Santa Sofía. De estilo bizantino, fue diseñada por el arquitecto V. Sichinsky. Usó la catedral de Volodymyr, en Kiev, como modelo. Se acabó de construir en 1962. Justo en frente del recinto sagrado se extiende el parque Ucrania. Ahí, entre juegos para niños, sitio para descansar, podemos ver el símbolo del “tridente”, emblema de Ucrania. Representado por un eje central y las curvas de los senderos que portan hasta un chalet, en el centro del parque. Hay unos arcos metálicos, como los del “Túnel del amor” en la ciudad de Klevan, Ucrania. Un arco formado por la vegetación por sobre las vías del tren en desuso.
“Durante veinte años en este barrio había una gran comunidad ucrania ─me comentó la señora Angel─, por 1985. Ya no es así. Los ancianos han fallecido y los jóvenes se han ido de aquí. Ya quedamos muy pocos. Pero el barrio es todavía el núcleo de la comunidad. De toda la ciudad vienen a comprarme cosas. La iglesia es muy importante, nuestros hijos estudian ucranio, se inscriben al grupo de baile folclórico”.
¿Y cómo te sientes con lo que está sucediendo?
“Me siento muy triste, en estado de shock. Tengo familia ahí. Mi madre tiene primos. Es muy difícil porque son ancianos, vienen de pueblos pequeños, al norte de Kiev. No tenemos modo de comunicarnos con ellos. Sólo un amigo polaco se comunicó conmigo ayer. Su hermana recogió en la frontera a una mujer y su bebé de tres meses. Se los llevó a su casa. El esposo se quedó en Ucrania.”
Tenía que acabar la entrevista, Angel J. Zytynsky estaba muy ocupada, casi no podía responder a mis dudas. De este modo, a mi última pregunta: ¿Tienes algún mensaje que dar a la comunidad hispana de Montreal?, tomó unos segundos, en los que entró en sí misma, respiró profundo y me dijo, esta vez quieta, mirándome a la cara:
“Gracias por su apoyo, permanezcan a salvo, ámense unos a otros. La vida es muy corta”.
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