La idea de una reforma ortográfica desanima a los amantes de la lengua francesa. Pero países hispanohablantes han probado que es posible hacer evolucionar un idioma sin desnaturalizarlo.
Por Jean-Benoît Nadeau (¨*)
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He escrito antes sobre el hecho de que los españoles han establecido una tradición para actualizar periódicamente las normas del idioma y la ortografía. Les explicaré de qué se trata.
Para comenzar, precisemos que es la Real Academia Española (RAE) quien comanda estos cambios. Desde su fundación, la RAE tuvo como mira sobrepasar a su modelo, la Academia Francesa (Académie française). Los españoles hicieron grandes esfuerzos.
Vale decir que la RAE goza de una real autoridad, ya que la mayoría de sus 36 académicos son lingüistas. Hay menos del lado de la Academia Francesa, que es ante todo un club de autores (existe actualmente una sola lingüista entre sus miembros – Barbara Cassin –, que ya es decir mucho respecto a la media histórica, que roza el cero).
Durante su creación en 1713, la RAE tenía ya su proyecto de diccionario. En 308 años de existencia, ha producido 23 ediciones de esa voluminosa guía. La cifra triplica a lo hecho por la Academia Francesa en 384 años de existencia. Los académicos “trabajan” desde 1935 en la novena edición del Diccionaire, y están nada menos que en la letra s. Y mientras que la Academia Francesa no ha encontrado el tiempo de elaborar una sola gramática, sus primos españoles ya han publicado una decena.
El espíritu reformista de los académicos españoles vuela lejos. Por ejemplo, en 1994, eliminaron dos letras del diccionario, la ch y la ll. Estos diagramas (letras hechas de dos letras) tenían sus respectivos sitios en el alfabeto (y los diccionarios) – al lado de la c y de la l respectivamente). Pero no había ninguna razón real para que tuvieran un estatus diferente al de los otros dos diagramas, rr y gu. Los editores cambiaron los diccionarios y, tras un debate, todo el mundo hispanohablante se puso de acuerdo con la RAE.
Más de veinte academias en armonía
Cabe señalar que este cambio formaba parte de un esfuerzo mucho mayor iniciado por la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), organización fundada en 1951 en Ciudad de México, que agrupa a las 23 academias de la lengua española. Hay una por país de habla hispana, así como en Estados Unidos y Filipinas. Cada academia trabaja según su propia norma nacional, al tiempo que colabora con la Norma General Española.
La ASALE es el resultado de un largo proceso. Ya en 1871, la RAE quiso fomentar la creación de las correspondientes academias en las antiguas colonias españolas que se habían independizado. En una época en la que los telegramas eran todavía escasos y la mayor parte de las comunicaciones se realizaban por correo y barco, el objetivo de establecer una lengua española general parecía inalcanzable.
Pero en 1951, el presidente de México convocó a una gran reunión de academias para fundar una asociación dedicada a este proyecto. Porque se estaba haciendo posible en la era del teléfono y del avión a reacción. No obstante, recién con los ordenadores y con la Internet el viejo sueño de 1870 empezó a tomar forma en la década de 1980.
Bajo la influencia de la ASALE, la RAE comenzó a revisar sus operaciones. A principios de los años 90, se decidió informatizar todo. En el proceso se creó una muestra lingüística muy amplia, que incluye miles de libros y periódicos de España y América.
Este enorme esfuerzo ha dado varios resultados como la publicación en 2001 de la vigésimo segunda edición del Diccionario de la RAE completamente renovada y actualizada. Es significativo que todas las academias sean signatarias del diccionario de la RAE, porque tiene en cuenta sus prácticas. Lo mismo ocurrió con la siguiente edición, publicada en 2013, y con una serie de otras obras.
Ocuparse de la ortografía
Este trabajo de base ha permitido a la RAE publicar otras obras influyentes, como una nueva edición de su gramática en 2009, incluyendo su parte más conocida, la famosa Ortografía, publicada por separado en 2010. Esta nueva edición se suma a la larga lista de ortografías que se publican cada 10 ó 15 años desde hace cinco siglos.
En la cultura hispana, especialmente en España, se suele regalar la Ortografía a los invitados distinguidos. En opinión de muchos lingüistas, la Ortografía es probablemente la obra de referencia más importante de la historia de la lengua, incluso más que el diccionario. Este documento describe cada letra y el sonido que representa (y también la puntuación). Esto puede parecer trivial en sí mismo, pero el mero hecho de hacerlo obliga claramente a cuestionar las convenciones ortográficas. En el siglo XVIII, la RAE pudo liquidar las letras griegas. Así, ‘theatro’, ‘elephante’ y ‘patriarcha’ se convirtieron en ‘teatro’, ‘elefante’ y ‘patriarca’.
Algunas ediciones fueron más significativas que otras. La edición de 1754, por ejemplo, estableció la regla de los signos de interrogación y exclamación invertidos. (en francés decir « Tu veux un thé ? » se escribe “¿Quieres un té?”). La Ley de 1803 definió claramente la pronunciación de las letras x, j y g. También introdujo dos nuevas letras: la ch y la ñ. La de 2010 cambió la denominación de media docena de letras, como la i griega, que ahora se llama ye.
Sería erróneo afirmar que todos estos cambios se han producido como un reloj, pero han sido digeridos por el mundo hispanohablante en los últimos tres siglos.
Los dos viejos pilares
La tradición evolutiva de la norma española se basa en dos pilares incluso más antiguos que la RAE. Dos siglos antes, estuvo Antonio de Nebrija; y dos siglos antes de Nebrija, estuvo Alfonso X, “el Sabio”.
A menudo se habla del español como la lengua de Cervantes, pero en realidad debería llamarse “la lengua de Nebrija”. Antonio Nebrija creó la primera gramática y el primer diccionario del español en 1492 -el mismo año en que Colón descubrió América- mucho antes de que los franceses decidieran hacer lo mismo (el diccionario y América). Sin embargo, lo más importante es que en 1517 Nebrija derivó de su gramática una obra muy influyente, Reglas de ortografía, precursora de las actuales Ortografías. Este primer manual de 76 páginas fue importante porque contribuyó a la unificación lingüística del imperio que se estaba formando.
La gran obsesión de Nebrija -que las palabras se escriban tal y como se pronuncian- nunca llegó a materializarse. El español no es totalmente fonético: el sonido b, por ejemplo, se escribirá como b o como v. Pero los sucesores de Nebrija siempre han trabajado en pro de la racionalización.
Si Nebrija tuvo éxito, se debió en parte a la labor asociada al rey castellano Alfonso X, conocido como “el Sabio”, que reinó de 1252 a 1284. Este rey erudito, rodeado de una corte de eruditos españoles, árabes y judíos. De hecho, era el editor jefe de la Escuela de Traductores de Toledo.
Bajo su dirección, esta escuela produjo una serie de libros originales y muy influyentes, incluyendo una historia de España en 1.135 capítulos y un amplio corpus de leyes españolas llamado Las Siete Partidas.
Alfonso nunca hizo un diccionario, pero a través de estas obras -que fueron referencias durante cinco siglos- impuso una norma lingüística coherente que algunos han resumido bajo la fórmula de derecho castellano.
Evidentemente, la lengua francesa tiene una historia completamente diferente. Mas el caso del español, que ha adoptado el modelo académico de inspiración francesa, demuestra que el academicismo puede hacerlo mejor que mantener la fatalidad de una ortografía fija y una gramática bizantina. El modelo a seguir está al otro lado de los Pirineos o del Río Grande.
(¨*) La versión original de este artículo fue publicada en francés en L’actualité, y ha sido publicada y traducida con el permiso de su autor.
Jean-Benoît Nadeau es escritor, periodista y conferencista. Ha publicado nueve libros y decenas de reportajes y columnas. Ha recibido una serie de premios literarios y periodísticos. Colabora frecuentemente con la revista L’actualité, y es editorialista en Avenues.ca. Ávido viajero, domina tres idiomas (francés, inglés y español) y actualmente estudia alemán y árabe. Es coautor, junto a Julie Barlow, de The Story of Spanish.