El Nacimiento y un nuevo año 2022

Colección particular de Nacimientos de la familia Jodoin Leveille de Montreal (foto: Alejandro Estivill).
Por Alejandro Estivill, Cónsul General de México en Montreal
Lire en français

La iconografía que relaciona un nuevo año con un recién nacido es vasta y antigua. Los griegos, en el marco de una fiesta dionisiaca, señalaban la llegada de un nuevo año elevando un cesto con un bebé. En la Alemania medieval ya se asociaba el año nuevo con la imagen de un recién nacido entendido como Jesús. Y ya en nuestra época, sería el raudal de ilustraciones icónicas de las portadas del Saturday Evening Post el que nutrió la vida moderna cada enero con imágenes de bebés activos, esperanzados, trabajadores y decididos para la necesaria mejora anual de cada ser humano.

La pregunta pertinente es si este nuevo 2022 merecería que imaginemos una narrativa especial para concebir su arribo. Se trata de un segundo año consecutivo de constricción que determina un denominador común atravesando las mentes individuales y el imaginario colectivo de familias y sociedades: la presencia de la pandemia del COVID 19 y sus variables. El COVID se renueva constantemente, ¿podremos seguirle el paso con nuestra propia renovación?

Quizá esteremos pronto hablando de saludos COVID, abrazos virtuales COVID, vestimenta y moda COVID y de “la Generación COVID” subsiguiente a los “X”, los “Milenials y los “Z”…  Parece inevitable que estaremos marcados por la insoslayable necesidad de establecer nuestra vida “frente”, “con” y “a pesar de” pandemias. Con suerte, quizá 2022 quede marcado por un genuino periodo de preparación internacional, cooperativo, multilateral, exhaustivo, para tomar en serio la insoslayable necesidad de responder a este desafío mundial.

Ya en mayo pasado la Asamblea Mundial de la Salud, máximo órgano decisorio de la OMS, estableció un Panel Independiente, liderado por la ex primera ministra de Nueva Zelandia, Helen Clark, que nos expuso lo impreparados que aun estamos para un futuro pandémico. Tan sólo como muestra, ese Panel anunció la falta evidente de mecanismos de preparación y la necesidad inminente de una fuente de financiamiento para la atención de pandemias que requeriría al menos unos 10 mil millones de dólares destinados, sin fronteras, a investigación, acceso generalizado a medicamentos y vacunas, así como conductas de prevención.

En el plano individual, tanto en Canadá como en Estados Unidos, Europa y la mayoría de los países latinoamericanos, el momento de la llegada de un nuevo año ha implicado una suerte de reducción festiva hacia encuentros de núcleos familiares más íntimos; y por ende más reflexivos. Quebec impuso la restricción de reuniones menores a 10 personas, mesas con dos núcleos familiares como máximo y en general la propuesta generalizada de quedarse en casa con los suyos y no, como en otros años, la proliferación festiva de orden tribal, urbano e incluso masivo y nacional hacia la plaza pública. Europa tiene restricciones mayores y la simple complicación de viajes ha centrado cada familia hacia su propio interior en sentido inverso al de la globalización que nos marcó en décadas recientes. ¿Será esa la pauta para incentivar una percepción diferente de las cosas?

No hay respuesta a esto que no se inunde de emotividad frente a un dilema que encierra igualmente el agudo temor a un futuro incierto y la dulce esperanza, algo constante en cada cambio de año. Obviamente, el Año Nuevo no siempre correspondió con un primero de enero, pero ello no elimina que sea la fiesta más antigua y la más refrescante de la humanidad. Los babilónicos la celebraban en la primera luna nueva después del equinoccio de primavera (finales de marzo) y los romanos heredaron tal tradición por su sentido de renacimiento, eclosión floral, rejuvenecimiento e inicio buen clima, aunque la fueron moviendo hacia el solsticio invernal por celebraciones en torno a la fuerza solar. Celebrar el 1 de enero como día del año nuevo estuvo incluso prohibido durante casi toda la Edad Media pero revivió y quedó fijo en 1582 con la instauración del calendario Gregoriano. 

Colección particular de Nacimientos de la familia Jodoin Leveille de Montreal (foto: Alejandro Estivill).

En estos momentos de reflexión sobre el año nuevo, Montreal me ha ofrecido una extraña respuesta. Desde hace años he tenido el privilegio de conocer a una familia quebequense que ha tomado con todo fervor la colección de “nacimientos” (algunos hispanohablantes conocen un “nacimiento” como un “Belén”). Es una fascinante colección que honra la tradición de representaciones de la sagrada familia en el portal de Belén al momento de del nacimiento de Jesús (con más o menos personajes, nunca faltan la Virgen, San José, el Niño, el ángel… a veces la vaca y el burro, los pastores, los Reyes Magos, animales del bosque aun cuando Belén estaría en zona desértica y en algunas representaciones mexicanas aficionadas al barroquismo puede aparecer el cartero, el organillero, personajes históricos, juguetes, ¿qué se yo?  

Colocar un nacimiento en casa, es una muy vieja tradición, instaurada por San Francisco de Asís en el pueblo llamado Greccio (así lo cuenta la tradición), inicialmente con personas de carne y hueso que actuaban ese momento definitorio de la tradición católica. La fuerza evangelizadora de esas representaciones semi-teatrales fue enorme en América Latina y no es de extrañar que la idea del nacimiento se haya tomado entre latinoamericanos con especial fervor y creatividad. La colección de la familia Jodoin Leveille de Montreal, entre piezas holandesas, rusas, inglesas, muchas africanas, incluso orientales y aderezada con nacimientos creados por artistas escultores de renombre que trabajan todo tipo de materiales, se enriquece especialmente con lo latinoamericano y lo mexicano.

Colección particular de Nacimientos de la familia Jodoin Leveille de Montreal (foto: Alejandro Estivill).

Una visión de conjunto de esa colección me habla sin titubeos de la época de año nuevo 2022 en tiempos de pandemia. Lo importante es que entre más exigido es el artista o el artesano, más capacidad tiene para encontrar la esencia de la familia con la menor cantidad de material. En la cáscara de una nuez puede caber entero el amor de Cristo. En la sutileza de trazos que estilizan el cuerpo humano o los animales del pesebre convertidos en una campanilla, se encierra toda la simpatía, la buena onda, el discurso divino y el apoyo eterno entre los miembros de una gran comunidad. Detona un diálogo de descubrimientos en cascada (este es José, esta es María…) que se subsume hacia la intimidad. Todo el rejuego de formas sencillas que humanizan unos pedazos de madera, unas figuritas de cerámica o vidrio, unos trozos de paja o unas piedras apenas labradas, termina por hablar de armonía infinita bajo el más mínimo, pero indispensable, techo común, el techo familiar.

Hoy nos toca pasar “año nuevo” más entre nosotros, más necesitados de nuestro techo común; tan mínimo como infinito. La pasaremos en formatos parecidos a los muchos nacimientos de una colección que se guarda en un rincón de Montreal, pero de ahí saldrá una proyección de buena voluntad y grandes metas para todo un año, con los mejores deseos de atendernos colectivamente a partir del 2022 y a futuro. Empezaremos quizá con la máxima de Ludwig Wittgenstein “Ayúdate a ti mismo y ayuda a los demás con toda tu fuerza y al hacerlo ¡conserva la alegría! …

Un consulado entero en Montreal, el de México, desde su unidad, desea el mejor de los años para todos.


Alejandro Estivill es diplomático de carrera del Servicio Exterior de México, con el rango de Embajador. Se ha desempeñado principalmente en América del Norte, y en las áreas de cultura y asuntos consulares. Es escritor y ha publicado las novelas El hombre bajo la piel, Alfil, los tres pecados del elefante, premio AKRÓN novela negra 2019. Es promotor cultural y especialista en lingüística e intercambio cultural internacional.