Por Alejandro Estivill, Cónsul General de México en Montreal
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El salón era magnífico: era el comedor del L’hôtel du Parlement de Quebec que a finales del siglo XIX ideó Eugène-Étienne Taché; la sobriedad de símbolos sobre las herencias culturales de la provincia, entonces revestido con pantallas, efectos luminosos azules y rojos desde la base de las columnas, mapping y sonorización de alta tecnología; una combinación única de tradición y novedad.
Imposible hacer un evento así ahora en medio de una pandemia, porque entonces, noviembre de 2017, se invitaron a unos 230 jóvenes abigarrados, pero gozosos, para la novena entrega de premios de las Oficinas Internacionales de la Juventud de Quebec (LOJIQ) en presencia del primer ministro. Toda una fiesta.
El privilegio para mí, como diplomático, fue entregar uno de estos premios. Entre temas de francofonía, sustentabilidad, emprendedurismo, excelencia artística y otros rubros, honré a un grupo de quebequenses en materia de “inserción social” por el magnífico trabajo que hicieron en su viaje a México. Desde entonces, se confirma la singularidad que ocupa México en los proyectos de LOJIQ, en gran medida por su constante vinculación con el Instituto Mexicano de la Juventud (IMJUVE). Quizá solo Francia ha sido un socio de LOJIQ con más respuesta de proyectos.
También entonces, como en muchas otras ocasiones en estos años en Montreal, pude conocer a alguno de los grupos de jóvenes que por vía de este puente arriban a Canadá con frecuencia para dar alas a sus ideas. Recuerdo con especial cariño un muchacho que desarrolló un genuino acervo electrónico de altares de Días de los Muertos dinámicos. Sí, con su programa de cómputo y un proyector podía hacer nacer toda la tradición que encierra esta enorme veta cultural mexicana: la incontenible ola de creatividad con que los mexicanos recordamos a quienes se nos han adelantado en el camino, fundamentada en símbolos que tienden raíces hasta nuestra herencia prehispánica. Él la hacía viajar en un haz de luz hasta manchar un grupo de cajas, una pared lisa o las diferentes texturas dispuestas a recibir el altar.
El pasado 27 de agosto, el director general y presidente de LOJIQ, Jean-Stephane Bernard a quien me une una buena amistad, y el director general del IMJUVE, Guillermo Rafael Santiago (quien destaca por haber sido un luchador social de Chiapas que llegó a ser el diputado federal de México más joven en 2015), renovaron el acuerdo que une a ambas instituciones.
Fue un acto en formato Zoom, en el que los interlocutores circundaban entre frases de reconocimiento al pasado y otras aludiendo al horizonte futuro que ahora se reabre. Merece mencionarse aquí nuestro agradecimiento la Delegación General de Quebec en México por la organización y por hacer que el Consulado General de México volviera a ser un actor de apoyo irrestricto a los jóvenes de ambas naciones.
Lo vivido, más allá de lo protocolario, circuló alrededor de una fuerte emotividad. Me tocó cerrar el acto y, al oír a los participantes mencionar tantos temas como el impacto de la pandemia del COVID 19 en los jóvenes, la necesidad de oportunidades para ellos, la participación juvenil en la integración social de grupos vulnerables, el interés de los muchachos en crear más empresas de orden comunitario, me sentí obligado a mencionar un hecho concreto que englobaba todo lo vivido.
El objetivo era simplemente dar oportunidad a los jóvenes. El mayor temor que podría haber en nuestros corazones era desaprovechar la energía y la bondad misma que proviene de la renovación humana y que se expresa en sus juventudes.
Me vino a la mente un momento especial detonado por alguna de mis viejas lecturas… Una que dota al poeta Pablo Neruda de esa fisonomía de hombre distanciado de la juventud (el mismo que en su biografía cargará siempre haber abandonado y ocultado su relación con su única hija quien nació con hidrocefalia). Muy temprano en su vida y sin saber lo que le vendría después, Neruda recuerda el cansancio de su padre y su mirar captando el sol que cae sobre los campos de labranza, para hablar de cómo se deja escapar la juventud. Decía Neruda en su poema “El padre” (1919):
Mira, mi juventud fue un brote puro
que se quedó sin estallar y pierde
su dulzura de sangres y de jugos.
No habrá nunca algo más costoso para cualquier nación que cerrar a sus jóvenes la oportunidad de saltar al éxito de la plenitud de sus vidas. México tiene un promedio de edad de 27 años y eso es, en sí mismo, un gran tesoro que no se puede desaprovechar. La pandemia ha sido dura con los jóvenes y se ha expresado justamente en oportunidades cerradas. Pero la pandemia es un llamado a no regresar iguales con la oportunidad perdida, sino a tener una forma nueva y diferente de entendernos, nos corresponde generar los espacios y hacer estallar las posibilidades de novedad y los pensamientos diferentes de los jóvenes, lo que el mismo Neruda llamaba en su “Poema 19” de Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) y que escribió a una niña morena y ágil:
Eres la delirante juventud de la abeja,
la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.
Alejandro Estivill es diplomático de carrera del Servicio Exterior de México, con el rango de Embajador. Se ha desempeñado principalmente en América del Norte, y en las áreas de cultura y asuntos consulares. Es escritor y ha publicado las novelas El hombre bajo la piel, Alfil, los tres pecados del elefante, premio AKRÓN novela negra 2019. Es promotor cultural y especialista en lingüística e intercambio cultural internacional.