El colombiano Mao Correa es uno de los artistas latinoamericanos que más visibilidad y reconocimiento han alcanzado en la diversa y competitiva escena creativa de Toronto.
Por Juan Gavasa
Mao Correa ha sido siempre un verso suelto en la comunidad de habla hispana en Canadá y, en especial, en Toronto. Como en todos los colectivos pequeños, hay cierta inclinación a una endogamia emocional que pone en riesgo tanto el verdadero valor de los halagos como los límites naturales de la crítica. Mao evitó desde el primer día que puso pie en suelo canadiense participar en ese aquelarre de identidades latinas que puede ser a veces un refugio y otras una noche de tormenta al descubierto.
El colombiano de Santa Marta marcó distancias a través de su arte, o cabría decir, de su concepto de la creación artística. Las pequeñas comunidades, como decíamos antes, tienen el tiento de una muchedumbre ruidosa y al mismo tiempo la necesidad permanente de reafirmación, que es la manera legítima de asirse a algo sólido en el mundo líquido de la diáspora.
Esa carencia emocional es también la coartada para una suerte de tradicionalismo que se manifiesta en casi todas las expresiones del arte. Lejos de mostrarse como una seña de identidad de los expatriados en el país de acogida, corre el riesgo de transformarse en mero elemento folclórico para calmar la melancolía de unos y alimentar el consumo de exotismo de otros. En ese marco, el arte pierde su capacidad de interpretación de la realidad para limitarse a ser un mero producto de consumo.
Mao Correa encontró un espacio propio en la escena artística de Toronto porque puso su arte por delante de su origen. Importaba su visión, no su misión. Los que llevamos muchos años viviendo en Toronto, la ciudad más multicultural del mundo, sabemos que esta sociedad, pese a todo, se sigue organizando por minorías étnicas. El gobierno a través de sus políticas de subvenciones, los medios de comunicación buscando su nicho, y los ciudadanos priorizando sus afectos emocionales han construido una sociedad que vive en armonía pero que no renuncia a sus diferencias.
Muy pocos son los artistas que logran trascender ese mosaico étnico y sobrevuelan un espacio global en el que lo identitario no tiene una carga determinante. Es el compromiso ético y estético el único que dirige su creación. Mao Correa es uno de los pocos artistas latinoamericanos que ha logrado esa suerte de transversalidad en la escena de Toronto. Lo ha conseguido porque, desde mi punto de vista, tiene una visión universal del arte y una capacidad de trabajo indesmayable. Como él mismo suele decir, “soy un creador compulsivo”.
En una ciudad construida a partir de herencias e influencias culturales de aquí y de allá, es fundamental tener una marcada personalidad y un discurso creativo sólido y coherente para sobrevivir. Mao lo tiene, y los canadienses se lo han reconocido. Mao, el transformador de la materia, el artista que utiliza la naturaleza y la recicla para explorar los límites del arte, bien podría ser considerado un panteísta que busca en lo orgánico la manera de transformar el mundo.
Artículo publicado originalmente en Lattin Magazine.