Un tren sin puertas ni frigorífico

Foto retocada, autora: Andrea Piacquadio. www.piacquadio.com/ ISTOCK/THINKSTOCK.

La joven escritora cubana María Karla Águila ganó el premio de escritura “Presencia Hispana en Montreal 2019” en la categoría ficción gracias al siguiente relato corto. Buena lectura.

Por María Karla Águila

El hambre nos pesa, es una piedra en la barriga y se atraviesa en los ojos, principalmente, pero no queremos comer. Tamy y yo no comeremos más.

Caminaremos cerca del muelle, mirando al mar y a los pescadores, tan frustrados como antes estábamos nosotras. Con el mismo olor a sudor y a pescado podrido.

Se lo digo a Tamy, y se ríe para complacerme.

Después se pone la gorra y me pregunta cómo le queda. Nunca la había visto con gorra. Tamy parece un gordito con gorra, un gordito perdedor, sin novias, ni aplausos.

Pero le digo que le queda muy bien. Te queda muy bien, Tamy.

No puedo decirle la verdad, la aplastaría, un gordito aplastado en el medio del camino. Le miento, para salvarla.

Hoy no me siento bien, me ha dicho después. Creo que no deberíamos ir hoy a caminar. ¿Qué sucede?, le pregunto. Creo que estoy enferma. Tú no estás enferma, Tamy, si nos quedamos acá seguiremos engordando, ¿quieres estar más gorda?, ¿eso es lo que quieres?

Ella llora. No quiero que llore, pero tengo que hablarle fuerte, para eso soy su amiga.

No podemos rendirnos, le digo, no podemos.

Tengo mucha hambre, me duele respirar, me explica, mientras se quita la gorra y la pone encima de la cama.

Te duele respirar porque estás gorda. Le duele, esta es una verdad que duele y aplasta a Tamy, pero es mejor que se lo diga yo, y no una cualquiera.

Quiero comer, Tata, quiero comer. Sabe que no la voy a dejar comer. Sabe que no comeremos más: ella y yo tomamos un tren del que ya no bajaremos, un tren sin puertas ni frigorífico.

No, le grito casi con odio.

Ella se arrodilla, me besa los pies. Por favor, me suplica.

No, y le doy una patada en el vientre. Me duele tener que golpearla, nunca quiero golpearla y Tamy lo sabe. Así son las reglas: si no caminas, te pateo, te pateo hasta que sangres.

Tamy no se levanta. Levántate, le digo, levántate o te mato.

Mátame, me dice casi sin fuerzas. Mátame, siempre lo has querido.

La odio, odio cuando Tamy saca lo peor de mí.

Mira, le digo, y levanto mi blusa, y le muestro mi enorme barriga, llena de estrías y celulitis. ¿Quieres estar así?

No no no, me suplica desde el suelo. Entonces, se levanta y me abraza. Dos gorditas abrazadas. Tamy huele a pescado podrido, pero no se lo digo, eso la aplastaría. Una gordita aplastada en el medio del camino.

Vamos, ponte la gorra. ¿Para qué?  Me pregunta como una tonta, y se aleja un poco de mí. Para caminar, Tamy.

Pensé que no caminaríamos hoy, me dice, y se va corriendo a la cocina. Esto estaba en las reglas: no debíamos ir a la cocina.

No tengo otro remedio que perseguirla, entrar a ese sitio vedado. Cuando logro llegar, ya Tamy lo ha conseguido con una sorprendente agilidad, teniendo en cuenta su gordura, y está comiendo carne de pollo cruda en el suelo, tiene la boca llena de sangre.

Esto no puedo permitírselo, hoy ha sobrepasado los límites. Se está cagando en todo, como una cerda.

La miro un momento, esperando que reaccione, pero a ella no le importa, ni siquiera me mira.

¿Eso es lo que quieres?, le pregunto.

Si lo deseas, mátame, pero de aquí no me muevo.

No tengo salida Tamy, le digo.

No hay salida, me responde.

Me acerco y le empujo el muslo de pollo que estaba saboreando, lo empujo fuerte dentro de su boca.

Ella no se queja, no lucha, el hambre la ha vencido, el hambre es ahora un nudo de pollo en su garganta. Una piedra incómoda, que terminará por matarla.


María Karla Águila es escritora y cursa el bachillerato en Estudios Hispánicos en la Universidad de Montreal.