“El arte del órgano” fue el título del concierto ofrecido en octubre por la Orquesta Clásica de Montreal (OCM) donde el protagonista fue un imponente órgano, joya musical de la ciudad.
Por César Salvatierra
El denominado gran órgano de la Maison Symphonique de Montréal (MSM) es la gema acústica en la sala de concierto. Aunque esta sala sigue los trazos de la arquitectura acústica “caja de zapato” para una mejor experiencia, tanto en los palcos, en las columnas y en el escenario predominan las curvas para experimentar un goce visual y auditivo, haciendo de los conciertos una alta experiencia sensorial para el público. En el 2014, el gran órgano fue bautizado como Grand Orgue Pierre-Bèique en honor del fundador y primer director general de la Orquesta Sinfónica de Montreal (OSM). El último concierto donde se le escuchó se dio en octubre y se tituló “El arte del órgano”. Fue un homenaje a la comunidad judía donde la Orquesta Clásica de Montreal (OCM) interpretó Extraits musicaux des Grandes Fétes jueves, y dos jóvenes organistas de renombre, Jean-Willy Kuns y Alcee Chris, mostraron las bondades del gran instrumento bajo la dirección musical de Roi Azoulay y Boris Brott.
El gran órgano tiene 6498 tubos para 109 registros, 116 rangos y 83 juegos. Cuenta con dos consolas. La primera es una mecánica y se halla en la base superior. Más parece un altar para algún dios. La segunda es eléctrica y móvil. Durante el concierto ofrecido por la Orquesta Clásica de Montréal, dirigida por Boris Brott, hubo un despliegue magistral de movimientos y sonidos, un lenguaje universal que comienza a atraer a otro tipo de público: inmigrantes de muchos rincones que han visto en esta corriente musical un camino para adaptarse a la ciudad.
En ese sentido, uno de los recientes desafíos de la Orquesta Clásica de Montréal es acercarse a todos los públicos, sobre todo, a los nuevos montrealeses, a los más jóvenes y a los nuevos inmigrantes, y restar del imaginario que se trata de música selecta sólo para conocedores criados bajo estos acordes. Es una misión ardua emprendida por Boris Brott que dirige una orquesta juvenil que representa la diversidad de la ciudad por donde se le mire.
El propio Boris Brott sabe bien lo que es inmigrar y ser “el nuevo” de la ciudad: a los 12 años, en una cena familiar de 1957, conoció a Igor Markevitch, director de la Orquesta Sinfónica de Montreal (1957-1961). Markevitch escuchó al adolescente Brott interptetar un solo de Vivaldi en el violín y de inmediato le pidió permiso a los padres para que el muchacho viajase con él a México a empezar una formación mayor en dirección de orquesta. Una bolsa de estudios del gobierno mexicano ayudaría con los gastos y él sería su tutor. Luego de seis meses de formación, Boris Brott ganaría el primer puesto del Concurso Panamericano de Dirección de Orquesta (1958). Al año siguiente regresó a Montreal. Con sólo 15 años de edad funda la Orquesta Filarmónica de Jóvenes de Montreal debutando como director de orquesta. Hoy, a sus 75 años, su prestigio es una escala mayor como las que se expresaron, bajo su dirección, en el solemne gran órgano de la Maison Symphonique de Montréal (MSM).
César Salvatierra es periodista y agente en temas interculturales en Canadá. Es redactor y relacionista público de Hispanophone y bachiller en Estudios hispánicos en la Universidad de Montreal. Lea más artículos del autor.