Por Carlos Bracamonte
Esta historia me la contaron así:
Mirá, por aquí me entró la bala, me pasó por este dedo, pasó por acá, por el brazo, pasó cruzada de arriba a abajo y casi me perfora el riñón. Veníamos caminando los tres muchachos y el soldado nos vio y sacó la pistola en mi cara y reaccioné. No sé cómo reaccioné y con la mano, ve, con la mano le esquivé la pistola pero ¡zas!, salió la bala, y me dio la primera a mí, acá en el dedo y en el brazo. Al muchacho que estaba a mi lado le dio la segunda bala en el estómago, se lo perforó, pero el otro, el tercero que iba con nosotros, ese chino era karateca, así que lo golpeó al soldado y lo redujo. Así que cuando me pasó lo de la bala que casi me mata yo me dije: ¡Julio tenés que irte!
En esos años Guatemala estaba jodida. Había guerra. El general Ríos Montt comenzó la matanza hacía años, sí, el dictador Ríos Montt, ríos, pero ríos de sangre Montt le decían, y esto, lo de la bala, me pasó saliendo de la universidad. Esa es nuestra maldición: los gobernantes de siempre. Así es que me fui de Guatemala para Los Ángeles. Y allá estuve unos meses. Te estoy hablando del año noventa, y yo tenía 20 añitos, muchachito estaba. Y de Los Ángeles fui cruzando hasta llegar a Nueva York, y yo que llego a Nueva York, y me invitan a un matrimonio, y saliendo del matrimonio se nos acerca uno de los invitados y nos dice:
— ¿Sabían que si se van para Canadá hasta esta noche pueden ser residentes? Hay una amnistía por el cumpleaños de la reina o de no sé quién y la amnistía vence hoy a la medianoche, a todos los que entren les van a dar residencia automática”.
Entonces miré la hora y ya era un poco tarde. Yo estaba con dos muchachas en ese momento, y nos dijimos: “vamos pa la frontera”, y nos fuimos, y cogimos pa allá y cuando llegamos, esa misma noche, ya casi eran las doce y la gente estaba pasando y yo, por ser un caballero, dejé que pasara la primera muchacha que estaba embarazada ya por dar a luz, como ocho meses tendría, una barrigota era, y pasó tranquila. Y luego pasó la otra muchacha que iba conmigo, que era mi novia, y entonces pasó, y cuando me tocaba mi turno miré mi reloj y ya eran como las doce y diez , ya se había pasado la hora porque se demoraban mucho con cada persona. Entonces cuando me tocó mi turno, no me dieron nada. Pero a ellas, sí. A ellas les dieron su residencia automática. Pero a mí no me dieron nada, así que me presenté como demandante de asilo nomás, ¿qué me quedaba? Ellas no pasaron lo que yo pasé, porque me tuve que esperar como cinco años para ser residente. Así era antes. Te estoy hablando de los años noventa. Entonces por dármelas de caballero me comí cinco años más. Hasta me acuerdo la fecha. Nadie se olvida el día que entró. Fue un 26, un 26 de noviembre, y me acuerdo que ese día cayó la primera nevada de ese invierno. ¡Hacía un frío! Los de inmigraciones me llevaron a un hospedaje y ahí estuve, y el frío me entraba y los pies los tenía helados, y me los frotaba y nada, no calentaban.
Pero mi error fue no haber estudiado bien el idioma cuando llegué a Canadá. Me puse a trabajar duro. Primero en una fábrica textil, después en una empresa farmacéutica. Me puse a estudiar mecánica por correspondencia. Así era antes, no había video ni Internet como ahora. Todo por correspondencia. El curso te llegaba por correo postal. Te enviaban la revista, así aprendí y me hice mecánico. Y trabajé de mecánico por diez años más o menos hasta que me cansé y volví a Guatemala, pero antes de irme me hice ciudadano canadiense. Vea, aquí está el carné que me dieron, vea mi foto, mi pelo negrito, estaba muchachito. Parezco otra persona, ¿no?
Allá en Guatemala puse mi taller de mecánica, me casé, tuve tres hijos. Y la verdad es que no nos iba mal. No me arrepiento de haberme ido de Canadá. Pero la inseguridad, la delincuencia, eso está duro allá, en Guatemala. Y mi esposa no quería venirse hasta que en un viaje asaltaron el bus donde ella iba y se armó una balacera dentro del bus y le cayó un balazo a la señora que iba al lado de mi mujer. La bala le entró por aquí, mire, por la pierna, y parece que le destrozó una arteria que cuando los asaltantes se bajaron y el bus partió pal hospital, la señora llegó cadáver, entonces mi mujer me dijo que sí, que sí, por favor, que vámonos, y aquí estoy. Vuelvo a Canadá después de veinte años.
En el aeropuerto, el agente de inmigraciones me preguntó que por qué me fui tanto tiempo, y le dije que quería viajar y que me fui quedando en mi otro país, en Guatemala, y me preguntó que por qué ahora quiero volver, y le dije que yo tenía mi negocio allá, en Guatemala, pero que ahora quiero vivir acá, pasar mi vejez acá, y que mis hijos son canadienses, que ya van a venir también, pero que sólo falta mi mujer, y entonces para eso vine, joven, para que usted me ayude con eso, para llenar los formularios para apadrinar a mi mujer.
El agente de migraciones me dijo: “muy bien, señor, bienvenido otra vez a Canadá, pase”, y me selló mi pasaporte y entonces entré.
Carlos Bracamonte es editor de la revista Hispanophone de Canadá. Agente en temas inmigratorios y comunitarios, especialista en comunicación, interculturalidad, gestión de proyectos y responsabilidad social empresarial. Lea más artículos del autor.