En la parte 1 y parte 2 de este diálogo, el escritor Ángel Mota consigue su propósito: convence al librero Francisco Hermosín de venderle a buen precio (para el comprador) una colección antigua de la Historia Moderna de México. Pero el hecho más bien revela la actualidad literaria de hoy: la Librería Las Américas, como otras en el mundo, ha dejado de ser la clásica librería de fondo. Esta circunstancia motiva al autor a reflexionar sobre la manera en que Internet y otros factores están cambiando nuestra relación con el espacio, con el libro y el conocimiento.
Por Ángel Mota Berriozábal
A los dos días de mi conversación con Francisco Hermosín, el librero de Las Américas, recibí un mensaje suyo:
“La colección de la Historia Moderna de México es tuya. Logré convencer al dueño. Le comenté que era mejor que los tomos estuviesen en tus manos, en vez de que se vendan como papel para reciclar, que tú les darías el uso que se merecen. En cuanto quieras venir yo te los tengo listos en las cajas.”
Leí tres veces el correo electrónico. Evoqué todos esos años, por lo menos unos 24, en que soñé con siquiera hojear las páginas de los 10 tomos enciclopédicos que ahora me ofrecía a un precio tan módico: La Historia Moderna de México, editada por Cosío Villegas. El fruto de por lo menos cincuenta investigadores. Todo el universo cultural, social, político y económico de la segunda mitad del siglo XIX en México, explicado al detalle y basado en cientos de fuentes primarias. Una Biblia de la historia de mi país de origen. Más aún, los tomos simbolizan la historia del inicio de mis anhelos literarios, mi trayectoria, tanto de aprendizaje, como de escritura.
Empero, entre el goce y la incredulidad, no pude menos que reflexionar sobre el hecho de que la compra de la colección simboliza el fin de un ciclo: el de la librería Las Américas como eje de grandes eventos literarios, eje espacial y difusor de la literatura hispano-canadiense, fin de su ciclo como librería de fondo, y pensé a la vez que esta situación se repite en las librerías, no subvencionadas, de todo Quebec. De este modo, tuve la sensación de que estaba a punto de salvar libros del naufragio. “Es una serie muy rara –me advirtió Paco−. Ya no hacen obras así.”
Obtener esos libros es como la recuperación de la memoria, la personal y la histórica de México, a la que yo pudiese tener acceso. Salvar momentos del tiempo, todos aquellos que viví en la librería, y el tiempo del siglo XIX en México, que yo desconocía. Cierto que la Historia Moderna de México se vende por Internet, seguramente está en las grandes bibliotecas de México o de los Estados Unidos y tal vez se podrá encontrar en algunas de las cientos de librerías de México o Madrid, y con ello esa memoria histórica está preservada, mas, ¿hasta qué punto? Por otro lado, la presencia de los tomos en Internet se muestra como otra dinámica social y de relación al objeto.
Con esta idea, evoqué el inmenso espacio de la librería Las Américas, ya reducido, en donde recorría libros y libros guiado por Paco. Como un Virgilio que te lleva en una barca del Saber. Con ello constato que visitar una librería no sólo es comprar, en realidad eso es secundario, es recorrer un espacio, un territorio, en el que cada paso, diálogo con el librero, con los libros desconocidos, es la escritura de una historia, la propia, y la escucha de la ajena. Escribimos los territorios, nos escribimos al caminar, nos dice Michel De Certeau, viajamos a nuestra propia ciudad como si fuésemos a otra, vamos al encuentro de la alteridad, de nuestro espejo como humanidad. Una alteridad, en el caso de Paco, que nos devela algo desconocido, nos da esa posibilidad de entrar al azar, a lo no previsto, y de esta forma adquirir un libro se vuelve una intriga en sí misma, se convierte en la novela o poema que buscábamos: la de nuestras vidas que hacemos con el movimiento en un desplazamiento a otro espacio y tiempo físico. Y es ese, tal vez, el principal valor de los libros. Marcel Proust lo ve de la misma forma, en su elocuente libro Journées de lecture. El valor de la lectura y los libros es el espacio, tiempo y personas con las que vivimos y creamos una historia al momento de leer o tener contacto con las obras.
Gracias a la librería tuve la posibilidad de conocer la existencia de los libros de la Historia de México, de acercarme a México desde lejos y de manera tan profunda. Si no hubiese sido así, ¿habría podido conocerlos por internet?, ¿comprarlos por internet? En los años noventa, no, a principios de los años dos mil, tampoco. Ahora tampoco, incluso si se venden los tomos en varios portales virtuales, simplemente porque hubiese desconocido su existencia, a menos que me hubiese dedicado a hacer algún tipo de investigación al respecto. Con ello los hubiese descubierto. De esta forma, si el lector sabe que existen los libros los puede hallar con facilidad. Empero, si el usuario del Web no es un especialista en el tema o se busca un libro en específico, la persona no podrá saber que existe en el Web la colección, siendo que no está a la vista del usuario del hipertexto, como lo puede ser un libro en una librería física.
El historiador francés Roger Chartier, especialista en la historia del libro y lectura, en conversación con la revista Confabulario, del diario Universal de México, nos explica y compagina con las ideas de Paco a este respecto:
“La diferencia entre comprar por internet y comprar en una librería no es exactamente del mismo orden: en internet usted compra un libro sobre la Inquisición en el siglo XVI y Amazon le va a indicar que debería comprar otros libros sobre la Inquisición, del mismo autor o sobre el Siglo de Oro; es una lógica temática. En cambio, usted entra a una librería para comprar un libro sobre la Inquisición en el siglo XVI, y es posible que salga con una antología poética o con una novela, porque hay una organización horizontal, sobre las mesas, de la oferta de libros. En este mundo tal vez es más difícil encontrar lo que busca, pero es más fácil tener encuentros con lo que el lector no buscaba”.
Con la desaparición de libros de fondo y de ciertos autores de la librería las Américas y de otras librerías de Montreal y Canadá, tal vez asistimos a un pérdida de la memoria, o como lo expresa Walter Benjamin, a un empobrecimiento del conocimiento. Siendo que el saber que se lega de una generación a otra por medio de los libros, de libreros, como Paco, se desvanece o queda en el limbo virtual. Se podría afirmar entonces que si el libro se conserva en una librería virtual o de venta en internet se conserva mejor que de manera física. Cierto. Sin embargo, como lo afirma Chartier, “la biblioteca es un lugar de memoria y vehicula la memoria humana.” A esta razón el francés expresa:
“Hay bibliotecas que pensaban que si tenían microfilmes o ediciones digitalizadas, podían alejarse de los libros impresos, de los periódicos; pero si les demuestras que eso es abandonar la idea de la biblioteca como lugar de memoria, si convencemos a los historiadores de la literatura, y a muchos otros que se interesan en la significación de una obra, que es importante comprender en qué forma fue leída por los lectores del pasado, si podemos hacerlo, harán una segunda reflexión y pensarán que digitalizar es una cosa esencial, pero que conservar y permitir el acceso al patrimonio escrito, también” (op cit).
Como leemos no sólo el problema es que se remplaza a la biblioteca física por el hipertexto, como acceso a la memoria y a la historia, o al contacto humano y físico, sino esta realidad se aúna al hecho, social y cultural, de la transformación de la noción de espacio y de nuestra relación con él, en nuestra búsqueda y acceso al conocimiento. La idea de espacio, como medio de acceder al saber, en lo que se refiere a visitar las bibliotecas y librerías, significa tener una ínter-relación con personas, con un espacio con el que nuestro cuerpo entra en contacto tanto visual, del olfato, como corporal; sentimos la materia y el objeto, lo cual se vincula, biológica y sicológicamente, con nuestros cinco sentidos y modo cognitivo de asociarnos con lo que nos rodea. Comunicamos a viva voz con una persona, lo que también nos conecta con el sentido del oído y la relación directa con el Otro. Parte intrínseca de nuestra humanidad. Se trata, de un modo de vida, como lo es visitar y convivir en Las Américas, en donde más allá de la venta o compra de libros, en la librería se vivió una red cultural y literaria que nos unió a muchos escritores y lectores, de manera directa y a viva voz.
Fui a la Las Américas nervioso, con un dejo de expectativa. Ya Paco me esperaba con la caja. Su sonrisa era bastante elocuente. Atisbé de inmediato los tomos de la Historia de México sobre el mostrador.
− Ya están listos los libros para que te los lleves – me comentó afable −. Es una gran colección – rozó una de la carátulas con los dedos −. Deseo que hagas un gran uno de ellos, que alguna novela emerja de estas páginas. Sé que así se salvarán.
Lo miré atónito, casi como si cometiese el sacrilegio de llevarme los libros sagrados de Babel, los últimos, y huyese con ellos como un fugitivo.
Esta crónica continuará en la próxima entrega. Puede leer la parte 1 y parte 2.
[…] El último libro de Babel, parte 3 […]