Un ensayo sobre el reciente poemario bilingüe del escritor mexicano Omar Alexis Ramos: Puerto Santanoche (Écrits des Forges, Trois-Rivières, 2018).
Por Ángel Mota Berriozábal
En su célebre libro Las Metamorfosis, Ovidio nos refiere que Teseo se aventura al laberinto de Minos, y es el único de tantos héroes en sobrevivir. El laberinto es un artificio que mandó hacer el rey para esconder “la infamia” de su esposa Pasifae. La cual, recordemos, fue seducida por un Zeus convertido en toro. Cárcel ingeniosa pensada por Dédalo para esconder al hijo del “crimen”: a la bestia mitad hombre y mitad toro. El minotauro debe permanecer en este sitio “tenebroso, de múltiples idas y venidas, donde se mezclan los puntos de referencia, los diferentes caminos”, “e induce la mirada al error por sus sinuosidades pérfidas” –escribe el poeta (Gallimard, París, 1992, p.260). Ovidio no refiere por qué y bajo qué necesidad el héroe debe entrar a este espacio. Lo cierto, Ovidio compara su idea del laberinto con las aguas del Meandro, en Frigia, en relación a sus corrientes que se encuentran y se separan, van adelante y atrás, sin nunca hallar reposo.
Es con esta imagen y relato que entro al poemario de Omar Alexis Ramos: Puerto Santanoche (Écrits des Forges, Trois-Rivières, 2018). Y entro como a un laberinto donde la poesía nos lleva por el camino de la vida del poeta y a las puertas de sus diversos yo: a sus metamorfosis. Un laberinto donde él mismo se dibuja como Minotauro y como Teseo, aún más: como Ulises. Él mismo afirma que el poemario es la escritura de sus viajes. El poemario es lo que vio y sintió en Europa, India, Tíbet, Marruecos y versos que surgen de su vida en Montreal y su redescubrimiento de la cultura mexicana. De hecho, leemos en los versos trazos del imaginario azteca. Mas el viaje en su poesía no es tanto una descripción de espacios y anécdotas como un viaje onírico, una reapropiación de lo vivido por medio de la metáfora.
La metáfora en la poesía de Omar es la nave así como los ojos de Ulises que nos describen las islas y sus seres mágicos. Como lo afirma Paul Ricoeur en su definición de metáfora: “La metáfora no copia un sentido como algo figurado, sino crea y devela un nuevo sentido, y las palabras, en su distorsión de la realidad, hacen emerger por asociación nuevos sentidos con su propia lógica. (“Métaphore”, en L’image, Flammarion, París, 1999, p.224). Lo vemos con el título del poemario: Puerto Santanoche. El puerto es un sitio sin fronteras, per se, y ese puerto, bajo la mirada del poeta, se observa como un sitio sagrado, y por lo mismo vuelve mítico lo que en base a nuestra cultura occidental se vincula al “pecado”: la noche. Emblema cristiano de la fornicación y de las labores que se hacen a escondidas de los ojos del mundo y de Dios, la noche como disfraz y velo de nuestros deseos reprimidos que afloran en el silencio. De ahí que desde el inicio el poemario de Omar sea iconoclasta.
Del mismo modo, cada uno de los versos en el poemario da cuenta, muy cabalmente, de esta forma de renombrar los símbolos, los espacios, el yo y nuestras sensaciones. Existe una enorme capacidad creadora en su metáfora, donde logra con mucho acierto otorgar una dimensión original y propia a lo que nos rodea. Su poesía es un mundo onírico donde la metáfora va construyendo ciudades, islas imaginarias, situaciones adversas, odio y amor, con sus propios referentes. En este sentido, nuestros vínculos culturales y lingüísticos sobre una palabra se transforman y dislocan, se pierden en un laberinto de significados y búsquedas de sentido. Las imágenes, en su engranaje, van hilando su propia lógica y su propia semántica. Se trata de una labor metafórica en busca de sí mismo, del poeta. Por ello, como deseo de ruptura lingüística, existencial y metafórica el poeta no sabe adónde va. Se transforma en Ulises:
Mi nombre es Ulises
Tengo la piel encendida con relatos,
Mi voz es astillero donde nacen barcas de mármol
Para poblar el mausoleo de los mares (38).
Florece el asombro en un precipicio de emociones.
La roca hiriente bajo los pies del extraviado,
Maná del cansancio.
Sobre la piel de los caminos: El manto sagrado
De la incertidumbre nos cubre con batallas
Incesantes
En los espejos de la memoria (8)
Somos lo que nunca se ilumina,
Un gemido que se transforma
En estrépito cegado por la incertidumbre, (62)
No solo se “extravía” el poeta en su cansancio del mundo, y vive la incertitud de lo que observa y escucha, sino que nos anuncia que el barco de la metáfora va en busca de la memoria; medio de acceder al recuerdo de los sitios que visitó y memoria de la experiencia, la que tal vez le ayude a volver a Ítaca. De la Odisea por las islas de la memoria surgen los poemas. Cada poema es con ello una isla que se nos va mostrando como relato onírico.
Desorientado en la piel y verbo
Elevo cantos como sueños en el ejercicio
De serparte
De esa Mar (18).
Leyendo cada poema, nos damos cuenta que “Los cantos como sueños en el mar”, −su poesía− se sitúa en la noche. Cada monstruo, mujer o sitio maravilloso que descubre el yo poético es en el universo de Selene. En este sentido, Omar me comentó en el bar Viceversa, en la Petite Italie, que mucho del libro, iniciando con el título, nace de sus experiencias nocturnas. Concibe, de hecho, a la noche como “su salvadora.” Me narró que se ha visto en situaciones adversas, de peligro de vida, y la noche misma le ha otorgado ayuda. En la noche escribe y ha creado sus mejores poemas.
Y fue precisamente una noche en el célebre Quai des Brumes de Montreal, sitio donde en los años noventa bebían los poetas quebequenses en boga, como Claude Beausoleil, José Acquélin, Dominique Robert y más, que lo vi primera vez. Presentó su revista Helios. Una revista de poesía trilingüe (underground la llama él). A partir de esa presentación mis encuentros con él fueron en aumento. Me invitó a participar en la publicación. Reúne en sus páginas autores muy disímiles y de todos los horizontes. La idea era y es experimentar. Lo que más me llamó la atención, al inicio, es el espacio que se daba y aún se da a tres lenguas diferentes y al náhuatl, un ejercicio lingüístico de mezclar incluso tres, cuatro lenguas, en una sola frase, como reflejo de la realidad social y cultural de Montreal. El plurilingüismo es uno de los elementos que más atrajo a Omar a la ciudad. Me dice que le encantó y fue un sueño realizado para él oír urdu, árabe, mandarín, o inglés y francés en una sola ciudad. La revista es con esto una necesidad de dar voz a todos y a todas los que escriben poesía, como si el papel fuese el eco de todas esas voces urbanas de Montreal, en sus diferentes sonoridades y estilos, culturas e historias. Helios era y es un medio de expresar esa emoción de Omar.
Por medio de Helios se organizaron numerosas fiestas, cabarets y lecturas de poesía en los años noventa e inicios del 2000, y aún ahora esporádicamente. Los primeros poemas de Omar escritos en Montreal son leídos en estos eventos y publicados en su revista. Una poesía a la que fui accediendo como se entra precisamente a un laberinto; en noches de juerga, música en vivo, disputas tontas y cabarets. En la desaparecida peña venezolana Recordar es vivir Omar organizó veladas donde se leía poesía y cuento en diversas lenguas, entre amigos, artistas y escritores de América Latina y otros orígenes. Se invitaba a numerosos músicos a tocar sus propias composiciones. El todo acababa en juerga musical y poética. Tal vez lo más relevante es que es ahí donde se consolidó la unión y amistad entre artistas, periodistas y escritores de origen mexicano. Era un sitio de encuentro de artes. Recuerdo también el famoso cabaret Le Cirque, en la calle Mont-Royal, cuando Montreal era todavía una ciudad Hippy (otra de las razones por las que el poeta se enamoró de Montreal y decidió quedarse. Era su sueño vivir en una ciudad hippy). El Cirque era un sitio donde se oía música alternativa, se veía performance y escuchaba poesía. Un loft que por su oscuridad y forma casi vacía se podía representar todo tipo de artes escénicas. Es ahí que Omar reunía a la activista y actriz Anabel Segovia, al actor Gerardo Nonell, a la ahora cineasta y fotógrafa Dafne Romero, a Patricia Pérez, madre e hija. La madre trabajó arduamente por el derecho de los trabajadores agrícolas mexicanos y centroamericanos en Quebec. La César Chávez de la provincia. A su muerte, por cáncer, hace unos años, el diario Le Devoir la nombró: “La mère protetrice des Mexicains.” No sé si fue en Le Cirque o solo en Helios que se publicaron los primeros poemas y un grabado de la cantante que después se volvió muy aclamada en Quebec y en Francia: Lhasa de Sela. Lo cierto la modesta publicación se volvió un puerto para futuros autores y artistas de gran talento, algunos reconocidos, otros menos. El Circo, Recordar es vivir y Helios eran y son puertas a la poesía de Omar. Una poesía, por ello, que se tiene que escribir con la amistad y la compañía de otros y otras:
Soy una criatura solitaria
Contando necedades para gente con necesidad de morir,
Llamando la atención. Mil veces “uno” individualmente
Vale pura mierda. (24).
Veo ahora que gracias al hecho de que esa “criatura solitaria” deseaba y desea engranar en su viaje nocturno a otros poetas, a otras soledades, la poesía se vuelve un eco colectivo de creatividad y compañía. Mas, donde luego Ulises, el poeta, tenía y tiene que continuar su viaje solo, su propio viaje a la memoria. Una experiencia similar a la del circo Medrano para la generación de los surrealistas, de Picasso, Élouard, Max Jacob, etc. en el París de principios de siglo veinte, donde, recordemos, Picasso y Fernanda, su compañera de vida, iban a los espectáculos circenses de Montparnasse en compañía de poetas y otros pintores para luego encerrarse cada uno en sus estudios o crear juntos en el Bateau Lavoir de Montmartre, mas con sus propias ambiciones, estilo y obsesiones. Muchas veces llegando a la disputa, como lo fue el caso de Matisse con Picasso.
De esta forma, el yo del poeta, tras dejar a la tripulación: sus amigos, mujeres, eventos, al dios sol Helios, navega solo y como la pecadora Nictimene vuela como lechuza a la memoria para encontrarse, para recrear, mostrarnos a algún monstruo, demonio o muertos, encontrados en su yo escondido. Tal y como lo pensó y vivió André Breton. El surrealismo es un intento por mostrar el deseo en el inconsciente de evocar imágenes de los sueños. Más que nada, el surrealismo, influido por Freud, es el deseo de hacer emerger el deseo reprimido, el imaginario vinculado a la naturaleza, a nuestro subconsciente bestial, animal y a nuestra capacidad creadora. De acuerdo a Breton, los sueños nos llevan a un mundo sumergido que debe aflorar en el arte. Los sueños traen sonidos e imágenes. Tal y como hace Omar en su poesía. Esto lo devela claramente en su poema “El Minotauro”:
En el esplendor del paladar platinado
Encirculo la certeza de lo sideral y sensato.
En la transformación de las torres tersas del tórrido
Tiempo del minotauro
Que en plenilunio prepara presuroso
El geranio que conjuga con gusto y jocosidad en las alquimias lóbregas(…).
Divido la deuda de un dios durmiente
Con la noche nueva que nadie niega.
Cantando quiero causar aquelarres
Y murmullos al manantial de un mausoleo (…).
Ventana afuera vislumbro el vocabulario vasto
De fieles y fatuos festejos; fruto de lo afable.
Restregando el riesgo en el horror
Ahora ahogo vehemente la histeria de lo humano. (10)
Vemos en estos versos el aspecto orgiástico, una rebelión contra lo pragmático, “el sentido común,” y el orden social. En este sentido, el poema desea provocar, es un grito y como tal es liberador, mitifica la juerga, el libido, la furia y nos provoca al enaltecer el horror y la histeria. Solo transformado en Minotauro Omar se puede expresar así. Hay que leer los versos como un personaje más de otros y no como el único Omar. Es un mito, el relato de un mito imaginado por él. De ahí la necesidad de los surrealistas, y en este caso de Omar, de visitar países con una historia ancestral no occidental, cuyas bases míticas exaltan la sexualidad, la muerte y el cuerpo. Lo contrario al cristianismo. Con ello toda creación, sea pictórica, literaria o cinematográfica, es una recuperación del tótem y el tabú. Existe un deseo voraz de tomar y besar ese tótem y de quebrar el tabú. Logo del surrealismo y de Omar. De ahí que el mexicano escriba tanto sobre la mitología greco-romana, verse sobre Varanasi y su experiencia de haber visto la cabeza de un niño en el Ganges, o dedique un poema a Mictlán: el sitio de los muertos azteca. Montreal misma se vuelve tótem y tabú. En la isla canadiense el deseo aflora en la noche, es la isla de Circe y a la vez de Medea, de Ariadna, de las sirenas. La mujer es el tótem, la mujer es a quien deja, la mujer es quien lo ayuda y quien lo seduce. Mujer noche. Sinécdoque y metáfora que plasman un viaje continuo así mismo, a la memoria encontrada y rechazada. Mas estos viajes solo los puede lograr como sueño y en metamorfosis, en sus diferentes yo, diversas subjetividades y realidades. Esa es la complejidad que aflora en sus versos.
Omar se presenta así como el Minotauro, lo expresa su poema al respecto, mas es Teseo al mismo tiempo. En conversación, el poeta me afirmó que él encarna las dos cosas, a veces es uno, a veces es otro, y su poesía muestra este hecho, en la metáfora y la temática. Unas veces es destructivo y violento, otras, busca el amor, la serenidad de lo mítico, de las estrellas y la naturaleza. A este respecto, comencé a conocer a Omar como pintor para sí mismo. Una de sus pinturas es la imagen de Ariadna que sostiene un hilo y en ella se ve al Minotauro. Tal vez el hilo importa menos que la figura sensual de Ariadna. A la pintura la firmó con el nombre de Ulises Gris. El Ulises que pinta imágenes de mujeres, de niñas que gritan, el Ulises nocturno. El alter ego de Omar. A la vez Omar, el individuo, es el creador de cabarets, es el actor y el payaso, o Che Guevara. Imagen que difunde de él mismo en la televisión, en las redes sociales, luego de su cortometraje: El Evangelio según el Che. Una sátira de la veneración ciega al ícono argentino. Otra metamorfosis. Empero, antes que nada Omar se escribe como Odiseo.
Me gusta mucho la Ilíada, desde siempre −me comentó en el bar−, porque en ella las historias nunca acaban, se va de una aventura a otra. El mismo personaje vive muchas aventuras, como Ulises.
Y como Teseo −agregué−, que luego de abandonar a Ariadna en una isla enamora a Medea, se roba el vellocino de oro y otra vez abandona una mujer con sus nefastas consecuencias.
Así es −aseveró−. Soy Teseo y el Minotauro, Ulises: a la vez la bestia que se impone, sexual, agresivo, y Teseo que enamora, que huye. Ulises que viaja. No puedo quedarme en un punto fijo. Siempre me ha encantado viajar, desde niño. Es parte esencial de mi vida. El mismo escribe:
Tengo la sangre agolpada de placeres secretos
Los mares huelen a distancia
Es un viento frío
La hiriente metamorfosis en la sonrisa del acontecer.(28)
Como todo Ulises Omar busca Ítaca. La isla, me dijo, es la sexualidad, la mujer anhelada, su puerto de anclaje, donde la nave fondea en paz movible, voraz, donde el Minotauro es vencido y sale Teseo victorioso, donde Ulises abraza a Penélope. Y de este modo acaba su poemario y de esta manera entendemos la crónica de viajes de su libro, el relato de la muerte, del cosmos, de la sangre y de la violencia, a la vez es la unión con otro cuerpo, el beso, el sexo y entonces entra el silencio. La palabra se ha encontrado.
Arde la noche en sus laberintos
Arde la palabra en tu cuerpo
Arde el instinto de entrega
Arde el cristal del tiempo
Arde la mirada del dios ateo
Arde lo que somos(…)
Ardes tú en los ojos de una diosa perdida
Ardo yo en tus brazos
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