Lleva ya 14 ediciones el Festival International du Film Black Montréal, que en 2018 exhibió 72 películas en cinco días. Hispanophone ingresó a un evento restringido con el director Spike Lee, parte de esta fiesta de la imagen que también exhibió obras de México y Brasil
Por César Salvatierra
Noche del 26 de septiembre de 2018. La sala del centenario Cinéma Impérial, en el barrio cultural montrealés, se inunda de aplausos. El director, guionista y productor de cine estadounidense Spike Lee llega por tercera vez al Festival International du Film Black Montréal, que exhibió 72 obras en cinco fechas, del 26 al 30 de septiembre. El cineasta nacido en Atlanta conoce Montreal desde que tenía diez años, cuando vino por primera vez con sus padres, para visitar la Expo 67.
Ya no viste viste el negro chándal deportivo y la gorra que llevaba en la conferencia de prensa de horas antes; ahora luce menos formal: chaqueta naranja, jeans azul claro, tenis negros y una gorra que cubre parcialmente los lentes detrás de los cuales su mirada barre la sala. Y tal vez es aquí más honesto, como suele serlo su obra, ahora que posa frente al público que ha podido ingresar al evento titulado “An intimate evening with SL”.
Su voz, micrófono en mano, resume sus ideas con ironía y franqueza. “Hacer películas en Hollywood es difícil”, dice Lee. “¡Es más! Es tan difícil que hacer malas películas en Hollywood es ya muy difícil. Pero el trabajo arduo es el único modo de hacer bien algo, si el trabajo arduo no te gusta, entonces dedícate a otra cosa”.
Lleva cuarenta años de trayectoria, desde largometrajes como Do The Right Thing (1989), la crónica de un día ficticio en el Bronx que atrajo la atención de la crítica, o la extensa biopic Malcolm X (1992), hasta su más reciente, BlacKkKlansman (2018), exhibida en el FIBFM, que cuenta la historia verdadera de un detective negro que se infiltró nada menos que en el Ku Klux Klan.
En sus películas, de distinto registro, el racismo siempre está sobre la mesa, aunque sea subrepticiamente, como en Inside Man (2006), donde el foco no termina estando sobre los detectives negros que intentan entender el secuestro de un banco, sino en la etnia perseguida del hombre que lo organizó.
Ahora, cuando Estados Unidos vive otra época de grandes tensiones internas en las que el componente racial aporta buena parte del combustible, la voz de Spike Lee destaca como una que ha venido dando claves para entender la realidad del racismo, tanto dentro como fuera de Estados Unidos .
“Cuando las cosas no van bien, siempre es el extranjero, el inmigrante quien tiene la culpa de todo”, dice en su conferencia de prensa en Montreal. “Tenemos que ser más inteligentes como personas y no ir a por esas viejas cosas de dividir y conquistar”. Frente al público diverso de su “intimate event”, agrega: “Esto no es nuevo, primero fueron los negros americanos, luego los árabes, ahora son los inmigrantes”. La sala corea la aprobación de sus palabras.
La herencia negra no es solo música
El Festival International du Film Black Montréal, como la comunidad que representa, tiene un pasado. Nació en Montreal como Festival du Film d’Haiti, hasta que el bilingüismo y el cosmopolitismo de la ciudad, sumado a las limitaciones de la oferta fílmica que puede producir la isla y su diáspora, lo llevaron a superar las fronteras de la nación antillana.
En 2010 se convirtió en el Festival International du Film Black Montréal y desde entonces ha ido ganando prestigio al expandir su convocatoria a los artistas que muestran con su cámara la realidad de una comunidad que refleja el brillo de su tradición y presencia en gran parte de las naciones de la Tierra. Varios jurados, divididos por categoría, otorgan diferentes premios al final de la muestra; en 2018, el gran premio como largometraje de ficción se lo llevó Supa Modo (Kenia-Alemania, 2018), de Likarion Wainaina.
El festival está organizado por la Fondation Fabienne Colas, creada por la cineasta haitiana del mismo nombre, junto con Réal Barnabé y Émile Castonguay, como una ventana para el arte que viene de países como el suyo. Esta fundación es también la responsable del Toronto Black Film Festival; el Festival Haïti en Folie à Montréal; el Festival du Film Québécois en Haïti; el Festival Fondu au Noir; y el festival de danza del mundo Dansomania.
Por su parte, el FIBFM reúne las miradas que los cineastas negros de muchos sitios proyectan sobre sus comunidades y su lugar en el mundo. Su programación es una crema moka de los matices, idiomas, acentos y ritmos con los que el cine hecho por afrodescendientes proyecta lo mejor de su legado en evolución. En la décima cuarta edición, de 2018, el FIBFM exhibió cortometrajes y largometrajes documentales y de ficción, y hasta obras animadas, producidas por más de 25 países.
Naturalmente, en un continente que en buena parte se hizo sobre las espaldas de esclavos africanos, también se hace un cine dentro del rango de este Festival. Varias películas latinoamericanas contribuyeron con su mirada de lo afro en nuestros países.
Miradas afrolatinoamericanas
En Correndo atràs (2017), el único largometraje de lengua lusa en la edición 2018, el director brasileño Jefferson De cuenta la historia de un hombre negro quien día a día se las arregla para tener un poco de felicidad, o sea dinero. Y como las oportunidades se toman como un balón al vuelo, sobre todo frente a los problemas económicos, decide convertirse en el improvisado entrenador de un joven futbolista. La meta: ser el descubridor del próximo Neymar.
Otras historias provenientes del segundo país en población negra del mundo, después de Nigeria, se contaron en formatos más modestos. Fue el caso de los cortometrajes Carne (Mariana Jaspe, 2018), O órfão (Carolina Markowics, 2018, mención de honor como corto de ficción), y This is Bate Bola (Ben Holman y Neirin Jones, 2018).
El otro largometraje latinoamericano en el FIBFM encarna el espíritu del festival en cuanto a iluminar las sombras que producen las paredes del racismo, en este caso sobre una herencia cultural que algunos no quieren ver. En La negrada (2018), el director mexicano Jorge Pérez Solano nos habla de una presencia, la de la comunidad afromexicana, y de cómo dialoga con una ausencia, la del Estado que tanto exhibe sus raigambres hispana e indígena.
Filmada en la costa de Oaxaca con un reparto de actores no profesionales de la región, la primera película mexicana protagonizada por afrodescendientes cuenta la normalidad con que llevan la vida un par mujeres que comparten el mismo hombre, y que discuten cuál es la pareja oficial y cuál la amante.
Con un buen trabajo de fotografía, La negrada describe cómo ese conflicto afecta a dos familias, y a la vez cómo ese 1% afromexicano trabaja, añora y convive con su herencia africana dentro de una zona rural, tropical y costera de México. Sobresalen escenas en las que los adultos mayores usan la poesía como instrumento de identidad: en la palabra está la herencia, no solo en la música. La cámara cinematográfica está ahí para registrar que siempre las cosas son de más de un color, y que el negro nunca puede faltar en el espectro.
César Salvatierra es Bachiller en Estudios Hispánicos por la Universidad de Montreal y se especializa en la promoción de la cultura hispanoamericana en Quebec. Es redactor y relacionista público de Hispanophone.