Reseña del libro de cuentos Nunca olvidamos nada, nena de Gerardo Ferro Rojas, escritor colombiano radicado en Canadá.
Por Humberto Medina
El tiempo es una sustancia combustible. Pensamos en él sobre todo cuando vemos hacia atrás, entonces entendemos que solo podemos tener una sensación del tiempo en las cenizas de lo que hemos vivido, cenizas que a veces llamamos memoria.
Atrapar el tiempo es un artificio y el acto de narrar es uno de esos artificios que nos permite sentir su paso. Más aún, nos permite construir las ocurrencias que lo constituyen y nos hacen sentir que poseemos la memoria de los objetos y que no olvidamos nada, nunca. De allí que solo el título de este libro de Gerardo Ferro, Nunca olvidamos nada, nena (Editorial EAFIR, 2018), nos hace pensar enseguida en el tiempo y la memoria.
Los cuentos de Gerardo Ferro me han hecho pensar en el tiempo. Creo que una de las razones es porque ellos asumen diferentes estructuras temporales y no se apegan a una misma manera de contar, y contar es una manera de lidiar con él. Otra de las razones es Borges transmutado en personaje de una historia en la que hay diferentes líneas temporales desplegándose a la vez. Una tercera razón es porque en otro cuento la escritura se divide en “combustiones” –ya lo explicaremos–, momentos que se consumen, que hacen del tiempo una llama fugaz. Pensemos entonces que el libro contiene 11 combustiones del tiempo. Comentaremos algunas de ellas.
La idea del tiempo fue una de las obsesiones de Borges. En Historia de la eternidad (1936) lo hacía explícito: “El tiempo es un problema para nosotros, un tembloroso y exigente problema, acaso el más vital de la metafísica; la eternidad, un juego o una fatigada esperanza”. Borges explora aquí el concepto de eternidad, una suerte de conjunción entre la movilidad y la inmovilidad, la recurrencia y la simultaneidad de presente pasado y futuro, un aplastamiento del tiempo en la memoria que parece contener en ella la eternidad. El tiempo sucesivo, como las cuentas de un collar, es una ficción que surge de la necesidad de nombrar, definir, diferenciar. Para Borges la materia de las cosas ha sido y será la misma, él está en Barracas en 1928 y a la vez está en allí en mil ochocientos y tanto, porque el olor de madreselva en ese pueblo no es una repetición, es siempre el mismo.
Y Borges puede estar en Montreal en 1968 y puede estar también en 2018, entramado en las páginas de Nunca olvidamos nada, nena. Borges es el protagonista de uno de los cuentos de Ferro titulado “Borges en Montreal”. En él nos encontramos a Borges invitado a Montreal para dar una conferencia. El cuento se divide en tres relatos paralelos que funcionan como desplazamientos de una misma realidad o como tres diferentes “ensayos” de la realidad que terminan conformando un solo relato calidoscópico. La anécdota central gira alrededor de dos jóvenes independentistas del Frente de Liberación de Québec que quieren abordar a Borges para pedirle su apoyo a la independencia de Québec. En uno de los relatos la acción es violenta y toma la forma de un secuestro; en otro los jóvenes son más apacibles y solo quieren obtener su firma en un documento como gesto de apoyo; en el tercer relato la joven –que antes pertenecía al FLQ– se transmuta en una mucama del hotel donde se hospeda el escritor, allí nos encontramos a un Borges más íntimo, en su cuarto de hotel, conversando primero con su esposa y luego con Martina, la mucama, sobre diferentes aspectos de la vida.
Es este tercer relato el que constituye lo que yo llamaría el ensayo que el cuento en su totalidad hace sobre Borges; es el Borges reflexivo, el que presiente que otras realidades están ocurriendo ¿el que piensa que quizás él es parte de un cuento? En un momento le dice a su esposa: “…desde que me levanté hoy, y mucho más desde que llegamos a la universidad para la conferencia, he sentido que este día se ha estado repitiendo al menos dos veces”. Su esposa recibe con extrañeza esa afirmación. Borges le replica: “Es como si ya lo hubiera vivido, o lo hubiera soñado, y yo fuese consciente de que ese sueño es también la vida que estaba soñando vivir”. Gerardo Ferro entrama las tres realidades de manera precisa, con control de sus historias y dominio de la narración sin soltar el punto central del tejido: hacer de Borges un personajes al borde de la conciencia de su propio lugar en otras posibles realidades.
“Borges en Montreal” es el último cuento del libro. Está allí como declaración de una propuesta estética, como cierre y modelo de la narrativa de Ferro. A partir de ese relato podemos ir en reversa o saltando por diferentes cuentos de Nunca olvidamos nada, nena. Si una palabra me viene a la mente con la lectura del libro es “experimentación”. Creo que Gerardo Ferro es un escritor que piensa en las formas, esto no quiere decir que las historia no tengan importancia, sus cuentos obviamente cuentan historias, pero la estructura del cuento y, sobre todo, la perspectiva del narrador –en qué dimensión temporal está situado y desde dónde habla– es lo que impulsa la escritura de Ferro. Pongamos como ejemplo dos cuentos. Uno de ellos es el que da título al libro, “Nunca olvidamos nada, nena”. Este cuento esta dividido en varios fragmentos llamados “combustiones” que, a su vez, llevan un título (“Banquete para caníbales”, “RadioKerouac”, “Un niño asustado frente a un televisor encendido”, entre otros). Vamos armando los fragmentos y entendemos que se trata de alguien que está escuchando un disco y cada “combustión” es una canción. Realmente, cada combustión es lo que produce la canción en la memoria del protagonista, es decir, es algo a lo que la música “le prende fuego”. Cada rememoración está dirigida a una chica, la “nena” del título, quien, aparentemente, está allí con el protagonista mientras los dos escuchan el disco. No hay una narrativa lineal más que la temporalidad que nos da la sucesión de las canciones –de un músico llamado Jerry Cabrón– , son ellas las marcas del tiempo y la sustancia de la memoria. Fragmentos de historias y recuerdos rememorados de manera poética, onírica, que apuntan más a una reflexión sobre la conexión entre las personas, lo que las une y a la vez las separa, que a una acción concreta. En una de las “combustiones” leemos: “Entonces la chica (la de la canción) le quita los audífonos de la oreja, artificio tecnológico que posibilita un encuentro, y le dice sin mirarlo que la música ha acabado, así nomás, que la maldita música ha acabado y que hace demasiado calor en la ciudad como para estar a la intemperie (…) Quién sabe qué habrá del otro lado del corazón de Jerry. Quién sabe qué habrá a las espaldas del nuestro”. Es la historia de una relación contada desde las canciones de Jerry Cabrón, usando las canciones como metáforas del acercamiento/alejamiento de los protagonistas. En otra parte leemos: “Nunca olvidamos nada, nena. Esa es la gran verdad. Por lo menos no las cosas importantes, esas que te saben amargo y te dejan una sensación pastosa en la boca para toda la vida”. En el relato la metáforas y los símiles habitan la escritura, haciendo de ella también un gesto poético: “…nosotros no componemos canciones para sanarnos las heridas, nosotros hacemos sonar una y otra vez este álbum para enterrar los dedos en la cicatriz. Y el silencio nos quema, nena, el silencio nos quema como una lágrima derramada en el infierno”.
El otro ejemplo es “Natalie Portman”. Es un cuento narrado en primera persona en el que la realidad es incierta. Entendemos rápidamente que el narrador podría estar ocultando la verdadera imagen de su vida. Todo el círculo de amistades está trastocado en un ambiente hollywoodense (acentuado por el nombre del bar en el que se reúnen, el “Hollywood”) que se va expandiendo en diferentes actores y en una serie de situaciones que enfatizan un cierto patetismo en la vida del protagonista. La primera frase del cuento es suficiente para entender el juego que propone el cuento: “Nadie va a creer esto pero es la pura verdad: hace dos meses que estoy saliendo con Natalie Portman”. De ahí en adelante el relato configura toda una transmutación de una realidad en otra que satisface mucho más al protagonista: una vida de cine y relaciones entre actores y actrices, una parodia del cotilleo de famosos. Ahora bien, lo importante del cuento es ver lo que subyace en él, los lugares que recorren sus personajes y las decisiones que toman. Estamos en Montreal, recorremos sus calles, visitamos sus bares y estamos en presencia de una realidad migrante. La transposición no es la de realidad en fantasía de Hollywood, es la transferencia de la realidad del inmigrante, de su tierra en otra tierra: “Recuerdo habernos emborrachado en el loft desvencijado de nuestra Julia Roberts caribeña (…). Sin importar donde estemos, Louis y Natalie, uno a cada lado, me susurran al oído respectivo, como una voz en off estereofónica, los datos necesarios que me ayudan a comprender lo que sucede delante de nosotros: el George Clooney puertorriqueño (hay dos, el otro es libanés) acaba de terminar con una Marisa Tomei catalana a causa de un desliz del galán con la mesera de un bar latino”.
Recordemos que estos eran ejemplos de la manera en que Gerardo Ferro no descuidaba la forma del relato, la posición del narrador. Pues bien, el narrador de “Natalie Portman” se sitúa en la posición del inmigrante, esa es su transposición de realidades. Al final, el narrador nos ofrece esta frase que directamente tiene que ver con las decisiones que han movido los acontecimientos del relato pero que tienen que significar mucho más para un inmigrante: “Mis pasos me han traído hasta aquí. La vida está llena de estas pequeñas decisiones capaces de cambiarlo todo”. Y más adelante se pregunta: “¿Qué hacer ahora que yo ya no soy yo?” La identidad es el gran tema de este cuento, y la inmigración es obviamente un asunto que pone en cuestión la estabilidad de sus límites.
Gerardo Ferro es un escritor colombiano que reside desde hace varios años en Montreal. En su escritura leemos tanto al escritor colombiano como al inmigrante. “Busetas”, desde su título, es un cuento de América Latina, específicamente Cartagena –o Kalamarí, el nombre original indígena de la ciudad–. La buseta (carrito, guagua) en la que viaja Alberto, el protagonista, se descompone justo frente a la casa de su padre, lo que deriva en un reencuentro inesperado que nos trae un retrato de ambos personajes en dos tiempos, el presente –el padre ya viejo, enfermo, y Alberto adulto, un tanto lejano– y el pasado –el padre con una buseta recién comprada y Alberto niño, ayudando a su padre a encenderla–. El cuento está lleno de nostalgia, de escenas en las que el viejo mira solitario a la calle para ver los carros pasar. Memorias que se superponen al presente para acentuar la lejanía del padre y el hijo. La buseta, que es un vehículo de transporte, se descompone tanto en el presente (es lo que lleva a Alberto a visitar a su padre) como en el pasado (la buseta que ha comprado el padre de Alberto no enciende), señalando la dificultad de la comunicación y lejanía entre ambos.
“Pájaros” es la historia de una familia que tiene que escapar de una imprecisa situación de persecución. Podría ser un Estado policial, por lo que el cuento podría ser una alegoría política. Sin embargo, nada es absolutamente claro mas que el absoluto presente de la familia, la huida, y de nuevo la ciudad de Kalamarí y la búsqueda de un lugar en el que se pueda vivir mejor. Veo también aquí la transposición de la experiencia migrante en territorio colombiano: “¿Tu familia te ayudará?. “Es lo que me han dicho… Están buscando posibilidades de trabajo en Kalamarí”. Navegan un río en busca del mar, de la perspectiva hacia lo abierto e infinito; y la reflexión, de alguna manera, es sobre el tiempo y el dolor de los viajes en los que se deja atrás una historia: “Ella sabe que el río mide lo que miden todos los muertos que llevan sus aguas”.
En otro registro tenemos el cuento “Zombis”, título que podría hacernos pensar automáticamente en un cuento de horror. Esto es una trampa en el caso de Gerardo Ferro porque aunque podemos percibir que él piensa en temas de género (horror, policial, intriga psicológica, cuento metafísico, ciencia ficción) no se pliega a ellos como si fuese necesario cumplir una serie de características. Sus cuentos son reflexivos y el acercamiento al género es solo un gesto que le permite pensar los temas que realmente lo ocupan: la identidad, el desarraigo y las relaciones. En “Zombis” el narrador aclara, de entrada, que “nuestros zombis” son diferentes a los que conocemos por el cine de horror. El posesivo puede sugerir una reafirmación de América Latina como cultura propia, sin embargo, este debate es de vieja data y “Zombis” no se queda allí; de hecho, ya el uso de este prototipo del cine es una declaración de contaminación, de mezcla. Ahora bien, nuestros zombis, como le aclara el protagonista a su hermano, no tienen características visibles que lo diferencien de otras personas, por eso él dice que es un “buscador” de zombis y no un “cazador” de zombis. Lo difícil es que, al no haber diferencia, cómo sabemos de qué lado estamos, si los zombis son los otros o somos, quizás, nosotros mismos. Un interesante punto de partida para la reflexión sobre la pertenencia a una colectividad y la dificultad hoy en día de poner límites precisos entre un “ellos” y un “nosotros”.
Otra de las historias interesantes es “Claude”, un cuento que entra en el grupo de los cuentos montrealeses del libro. Los protagonistas son una pareja de colombianos que tienen poco tiempo en la ciudad y que se han mudado recientemente a un apartamento más cómodo. Allí conocen a Claude, una mujer extraña que vive sola y que tiene una historia de vida interesante, que mezcla viajes, romances y ciudades. El protagonista es un escritor y la vida de Claude se le hace fascinante, digna de literatura. Claude aparece y desaparece y las conjeturas del escritor y su esposa adquieren visos de historia de misterio pero al final el relato es una gran ejercicio de construcción de personajes. La trama está imbuida en los recuerdos e historias de Claude, por un lado, y el impacto que tienen estas historias en el escritor colombiano, por otro lado. Ella se va haciendo extraña en el cuento y es interesante ver como su coloración (la manera en que se nos presenta en el texto) va cambiando hasta hacernos dudar de su rol en la historia ¿podría ser Claude la antagonista? O quizás ella no es más que la figura sobre la que el escritor vuelca toda su imaginación haciendo de ella un efecto de literatura.
Roberto Bolaño una vez comentó que la literatura por venir no podía ser una literatura preocupada solo en la anécdota o en la historia sino que debía ser una en la que el escritor jugara con la estructura, con la temporalidad, con las voces. Creo que Gerardo Ferro aplica esta premisa, él es un escritor que se ocupa de las formas, del tono de voz de sus personajes, de la estructura temporal en las que sus historias se despliegan, de las imágenes. Escribir es un proceso en el que la palabra construye una perspectiva, un mundo que se le ofrece al lector y aunque la estructura narrativa se alimenta de nuestras experiencias del tiempo, la literatura puede dar el paso para demoler el tiempo secuencial, el rígido orden del futuro que se aproxima, del centelleante presente y de las ruinas de la memoria que vamos dejando atrás. Creo que este atrevimiento de la literatura lo entiende bien Gerardo Ferro.
En su libro nos vamos a encontrar 11 historias que se mueven entre la reflexión sobre América Latina, y en particular Colombia, la experiencia del inmigrante –sin ser necesariamente una literatura de la inmigración–, la identidad, la memoria, la cotidianidad convertida en enigma –como en el cuento “Teoría de los supermercados”–. Creo que a Gerardo Ferro le gusta que sus cuentos giren alrededor de un enigma, de una realidad habitada por una inquietud. Por ello, al final de Nunca olvidamos nada, nena Ferro regresa a Borges –porque a Borges siempre se regresa– para sugerir una sospecha que nunca dejará de inquietarnos: la de una fatalidad entramada en una sucesión de hechos aparentemente azarosos; como el mismo Borges lo diría al final de un ensayo llamado “Nueva refutación del tiempo”: “Nuestro destino no es espantoso por ser irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro.”
(*) Puede adquirir el libro en la librería Las Américas de Montreal.
Humberto Medina (Caracas, 1974). Sociólogo, Máster en Literatura Latinoamericana. Se desempeñó como profesor de literatura en la Universidad Simón Bolívar en Venezuela. Narrador. Ganador del Concurso de Autores Inéditos de la editorial Monte Ávila Editores en el 2012. Actualmente estudia el doctorado en Literatura en la Universidad de Montreal con una investigación sobre la narrativa latinoamericana de vanguardia y la tecnología de medios. Leer más artículos del autor.