Hispanophone conversó con Alejandro Saravia sobre su novela Rojo, amarillo y verde. Patria, violencia y amor son algunos de los temas de este libro, referente innegable de la literatura hispano-canadiense. Saravia es uno de los escritores invitados al próximo Festival Metropolis Bleu de Montreal.
Por Gerardo Ferro Rojas
Publicada originalmente en español (Art-Fact Press y La Enana Blanca, 2003) y traducida recientemente al francés (Urubu, 2017) y al inglés (Biblioasis, 2017), la novela Rojo, amarillo y verde del escritor boliviano-canadiense Alejandro Saravia, se ha convertido con los años en un referente icónico de la literatura hispana en este país.
Alfredo Cutipa, el personaje principal de la novela, es un antiguo soldado boliviano que se ha exiliado en Montreal luego del golpe de Estado de 1980 en Bolivia. Trece años después del golpe, y motivado por su reciente encuentro con una extraña mujer kurda —también llamada Bolivia—, Cutipa se da a la tarea de desenredar la maraña de su identidad como latinoamericano exiliado. Para hacerlo, se propone escribir una novela (la misma que el lector está leyendo) que le ayude a entender su condición de exiliado sin patria, en la que irá incluyendo, como si se tratara de un cuaderno de ruta, todas las reflexiones y ensoñaciones, todas las dudas y revelaciones con las que se enfrenta mientras deambula por las calles de Montreal en medio del frío y la multiculturalidad de una ciudad que no deja de serle ajena.
A propósito de su próxima participación en el Festival Metropolis Bleu este 25 de abril, Hispanophone conversó con Alejandro Saravia sobre su novela.
Tu novela acaba de ser editada al francés y al inglés. ¿Cómo te sientes con esta novela varios años después de su primera edición?
En lo personal me sorprende porque se trata de una novela escrita hace ya varios años. Gracias a la traducción de María José Giménez, fragmentos de esta novela encontraron eco en algunos editores, lo cual nos indica que, gracias al valor de la traducción, lo que escribe la gente que viene de América Latina encuentra mayor resonancia cuando pasa a otras lenguas. En nuestros países el porcentaje de gente que le interesa la literatura no es muy amplio; si a eso se añade que estamos en un espacio por fuera de nuestra lengua, ese grupo se reduce aún más. Eso, por un lado, pone en cuestión la idea de la fidelidad de la lengua a la hora de escribir, y por otro, fortalece la importancia de la traducción.
¿Cómo defines Rojo, amarillo y verde? ¿Cuál es el centro argumental de la novela?
La novela es básicamente la puesta en cuestionamiento de una serie de ideologemas que han formado el sujeto nacional de nuestros países, en este caso específico, el de Bolivia. Crecemos de acuerdo a la noción de pertenecer a una patria. Hay toda una coreografía cultural de signos identitarios que acabas asumiendo casi por ósmosis porque hacen parte del horizonte cultural en el que está inmerso, pero que en el fondo son discursos que han sustentado una serie de dictaduras. El personaje principal es un boliviano que quiere deshacerse de todos los signos de pertenencia a una patria.
En su deseo por deshacerse de su patria, Alfredo Cutipa trata de fundar una nueva. Quizá el gran dilema que agobia a Cutipa en sus caminatas reflexivas por Montreal sea precisamente ese: el deseo de dejar atrás una patria estará siempre en constante confrontación con la patria de la memoria. Para cortar la raíz, Cutipa deberá cavar profundo. Dicho de otra forma, para abandonar su antigua patria y refundar una nueva en el exilio, el personaje no tiene otra opción que revisar su vínculo afectivo con su antigua nación, y de esa manera reinterpretar las nociones de patria que han sido construidas simbólicamente en él. En este sentido, Rojo, amarillo y verde se inscribe en la larga tradición de la novela fundacional latinoamericana, aunque desde un punto de vista más metafísico, si se quiere. Precisamente por estar en un lugar ajeno, diferente, en el que existen otro tipo de violencias simbólicas (que la novela poco explora, hay que decirlo), la fundación de la patria del exilio que procura Cutipa se materializa en el interior mismo del personaje sin precisar de un espacio físico. La propuesta de Saravia parece ser esa: la patria es la que construimos dentro, y en esa construcción, el amor es un elemento fundamental.
Un personaje importante de la novela es Bolivia, mujer kurda de la que se enamora tu personaje.
Sí, mientras Cutipa intenta deshacerse de su patria, conoce en Montreal a una mujer kurda que está buscando, precisamente, todo lo contrario. La mujer hace parte del Partido de los Trabajadores de Kurdistán, que es una organización político militar que está, incluso actualmente, luchando por la independencia de este país. Así que mientras él quiere deshacerse de esa noción de patria, ella quiere crearla.
Justamente ese choque esencial entre los dos personajes —evidenciado además por el nombre de la mujer—, contribuye a fundamentar la tesis planteada arriba. Por un lado, el amor se convierte en el punto de encuentro para la construcción o reconstrucción de la patria, ya sea la de una nueva (la de Cutipa en el exilio) o el fortalecimiento de una antigua (la Kurdistán de Bolivia); y por otro lado, el amor hacia la mujer-Bolivia representa la imposibilidad de Cutipa de escapar del fantasma de la nación-Bolivia que desea reconstruir en su interior.
De esa manera se llega a un nuevo punto clave de la novela: todo proceso de construcción o reconstrucción de la identidad política de una nación, incluso aquella que se realiza al interior de un individuo desde el exilio, es también un proceso violento.
La violencia es otro de los temas importantes de tu novela, ¿cómo está planteada?
La tesis central es que un Estado nacional es la representación y la objetividad de un monopolio de la violencia. Yo viví gran parte de mi vida en Bolivia, casi veinte años, bajo dictaduras militares. Dictaduras que existen en la medida en que la gente cree en ideas dominantes que estas pregonan, como el nacionalismo o el patriotismo, que lo que hacen es legitimar el uso y abuso de la fuerza policial, la represión intelectual, política y de ideas.
De esa represión es de la que escapa Alfredo Cutipa. Desde su exilio deberá hacer memoria sobre esa violencia sistémica y fáctica ejercida por los militares bolivianos, para resignificar el concepto de patria y de nación que éstos implantaron en él. Sin embargo, en ese proceso de resignificar la patria desde el exilio, la novela parece pasar por alto otro tipo de violencias de orden simbólico que todo inmigrante debe enfrentar al llegar a un país nuevo, al chocar con un clima hostil y una cultura diferente. ¿Cómo sobrevive Cutipa en su nuevo entorno? ¿Fue discriminado o no por ser inmigrante? ¿De qué manera esa discriminación (violencia simbólica) afecta la refundación de su patria en el exilio? Son preguntas que nos hacemos como lectores, y que Cutipa parece respondernos, en parte, al estar cada vez más inmerso en sus reflexiones: deambula por las calles, entra y sale de cafés y restaurantes, sumando pensamientos y ensoñaciones, precisamente, como si se tratara de un fantasma sin patria —es decir, sin suelo—, que levita por la ciudad llenándose de ideas sobre lo que fue, para así entender lo que es y lo que será. Sólo entonces pondrá por fin un pie en el piso para caminar con plena convicción de lo que significa ser un boliviano, un suramericano exiliado en Canadá, con una patria nueva que fluye por dentro.
Nuestra patria, que es también nuestra lengua, se redefine al encontrarse con otras. La siguiente pregunta, que es la última, cobra entonces validez:
¿Qué es eso que llamamos literatura hispano-canadiense?
Es resemantizar la geografía física y simbólica de Canadá. Casi diría que se trata de democratizar el imaginario. Por ejemplo, imaginemos que Canadá es una taza de café; pues bien, nuestra tarea es poner nuestro café en esa taza y compartirlo.
Gerardo Ferro Rojas (Colombia, 1979). Escritor y periodista, magister en Estudios Hispánicos de la Universidad de Montreal. Ha publicado los libros de cuentos Cadáveres Exquisitos (2003) y Antropofobia (2006), y las novelas Las Escribanas (2012) y Cuadernos para hombres invisibles (2016). Acaba de publicar el libro de cuentos Nunca olvidamos nada, nena. Reside en Montreal desde 2012. Leer más artículos del autor.