Cuentos
Autor: Lizandro Arbolay
Armada Editorial (2017)
143 páginas
Por Ëlke Tejedi
Alguna vez Borges escribió que “Nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar; cada texto consta de determinadas palabras en un determinado orden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo precioso se ha perdido”. Esta cita me vino a la mente en cuanto intenté empezar esta reseña con un resumen crítico del primer libro de Lizandro Arbolay.
Oscuros varones de Cuba es un libro que arranca, en forma y contenido, contando historias de la colonia en castellano antiguo, para terminar en el lenguaje coloquial de los diálogos de Facebook y un guión de cine. Es un libro que hace explícita su filiación con los Exercises de style de Queneau, narrando cuatrocientos años de historia literaria con tantas voces como el autor puede condensar más o menos razonablemente en menos de 150 páginas. Detrás de cada una de ellas, vemos la obsesión por un tema que atraviesa el fondo de todos los relatos y le da cohesión al conjunto: la relación del escritor cubano con la historia política. Nos encontramos ante un autor tan preocupado por los avatares sociales de su tiempo como para intentar (en vano) encontrar sus raíces y replantarlas con su arte.
Desde las primeras páginas resulta evidente que estamos ante un libro escrito por un conocedor de la literatura que emprende su primera aventura como escritor, después de haber leído mucho, posiblemente de manera obsesiva. Más de un relato resulta demasiado hermético para cualquier lector, de los menos leídos hasta los iniciados en los estudios literarios. Cabe notar, eso sí, que esta variedad temática y narrativa tiene también su lado positivo: el libro ofrece algo para todos los gustos.
Como indica el título, los cuentos tratan de distintos personajes, históricos y ficticios, que ocupan papeles importantes pero relativamente olvidados en la historia y la literatura cubanas. El experimento empieza con “Apariencia del espejo”, cuento de acción y aventuras que narra la batalla entre los vecinos de Bayamo y los piratas franceses que secuestraron al Obispo de Cuba en 1604, suceso que se convertiría en el tema de la primera obra literaria de la historia de Cuba, el poema Espejo de Paciencia (1608). Entre el exorcismo y el sincretismo religioso de “La pelea contra los demonios” y los partes de inteligencia de “Révolutionnaire”, se cuenta la llegada del marxismo a Cuba en la correspondencia de “Los quijotistas”, y presenciamos una reescritura paranoica y resentidamente revolucionaria de “La montaña”, de Virgilio Piñera. Ya con “Ritual de paso” quedan atrás los ejercicios de estilo, y la narración comienza independizarse de la tradición, con una mirada escalofriante sobre la ternura y la sensibilidad de una infancia que empieza a terminar.
La segunda mitad del libro evidencia una destreza singular para articular formas y contenidos, al mismo tiempo que sale de la isla. Destacan particularmente “El último mazorquero” y “Continuidad de la biblioteca”, los cuentos mejor logrados de la colección, en los que comienza a ampliarse la geografía literaria. A partir de aquí, se establece un eje que abarca todo el continente americano, desde Montreal a Buenos Aires. Después de presentarnos el mundo visto desde la perspectiva insular de Cuba, luego Cuba vista por cubanos exiliados en Norteamérica y Europa, la obra termina en el no-lugar del espacio cibernético, y en la (también) insular comunidad intelectual y artística de Montreal.
A lo largo de este recorrido, somos testigos del desarrollo de una gran variedad de estilos meticulosamente elaborados, que equilibran los temas y las ideas de cada período histórico con el desarrollo de una estética que repasa las principales tendencias formales y estilísticas de la literatura en español desde el siglo XVII hasta la actualidad. El resultado final es una colección de textos eclécticos y profundamente interrelacionados entre sí, amén de una reflexión sobre el lenguaje, su uso y evolución en las letras hispanoamericanas desde la colonia hasta nuestros días.
Cualquier lector amante de las letras encontrará en Oscuros varones de Cuba una propuesta original, aunque también demasiado ambiciosa, un banquete desproporcionado para el número de páginas en que se sirve. Al llegar a la última página constatamos que nos encontramos ante una obra a menudo inalcanzable, incluso para quienes tengan presente la miríada de referentes que el autor interpreta y reinterpreta, a veces hasta un hartazgo deliberado, en un juego en el que nos sentimos espectadores o cómplices, y, a veces, peones. A pesar de todo esto, el libro no deja de ser sumamente entretenido, invitándonos a compartir su sentido del humor mordaz y agridulce. Así como de a momentos es oscuro e inalcanzable, no son pocas las páginas en las que se muestra lúcido y accesible. De hecho, uno de los méritos de Arbolay es que llega a ser ilustrativo, cuando logra, sin caer en la condescendencia, iniciarnos en sus lecturas y contagiarnos su interés por los rincones tristemente olvidados de la historia de la literatura hispanoamericana.