Por Raymundo Gomezcásseres
Siempre se ha considerado a la literatura como una de las artes mayores y como en el caso de todas, las causas de su emergencia en ciertos individuos se pierden en las brumas del más insondable misterio. Para explicarlas se han aventurado numerosas hipótesis; su sola mención escapa a los propósitos de este breve escrito. Para nuestro caso particular, desde hace más de una década dicho enigma ha sido arañado debido a la proliferación de las llamadas maestrías en creación literaria. Algunos de los principales propósitos de esos altos estudios son: la indagación académica de la literatura como expresión artística, y la producción de la misma por quienes los realizan. Sobre el primero no hago ningún comentario controversial: coincide con los componentes teórico-literarios de cualquier currículo universitario. En cuanto al segundo, es inevitable plantearse la posibilidad de que estudiantes de creación literaria lleguen a ser escritores. La misma interrogación aplica para quienes hacen parte de talleres de escritura creativa. Ambos quedan cubiertos por la respuesta que se dé, y cada quién la dará desde su experiencia, pero también conforme a sus intereses. La mía, experiencial, es un rotundo no. Resulta curioso que a la par de los altos estudios en creación literaria, no se hayan abierto especializaciones en creación musical, pictórica, o arquitectónica. Más que un tic semántico lo que tenemos aquí es una degradación instrumental del lenguaje: se estudia música, artes plásticas, danza, ¡literatura! La creación no se estudia. Nadie estudia para ser creador. Se es o no se es, y punto. No debe extrañar el hecho de que haya sido precisamente en Estados Unidos (hoy vanguardia planetaria de la “racionalidad instrumental”), donde se iniciaran los postgrados en escritura creativa. El sueño de controlar y someter la naturaleza y los procesos vitales a la voluntad humana valiéndose de la tecnología, se ha extendido a los arcanos de la creación artística. No niego que adelantar un doctorado en creación literaria, o participar en un taller de escritura creativa, faciliten adquirir una versátil y satisfactoria competencia escritural literaria, o mejorarla si ya se posee. He leído relatos de egresados de esos programas (algunos ganadores de importantes concursos), y tienen indudables logros. En ellos se encuentran, dosificados como si cuidadosamente se aplicara una fórmula, todos los insumos que hacen parte de las obras de ficción: narración, historia, trama, argumento. Agréguese un habilidoso tratamiento del lenguaje y encontraremos un buen resultado. ¿Literario? ¿De creación literaria? Si de todo lo dicho se infiere que mi idea de literatura es anacrónica y aparezco como un ‘dinosaurio’, lo acepto y asumo. Pero también reclamo que mis palabras se tomen como lo que son: una simple opinión. Tan válida y respetable como la de cualquiera que proponga que los altos estudios en creación literaria pueden producir Rulfos, Kafkas, Poes, Cavafis, Safos…
CODA: pienso que un artista (escritor), además de tener la grata experiencia de compartir afinidades con una cualificada comunidad de oficio, encontrará en un programa de creación literaria, sólidas y múltiples herramientas que afinarán su condición natural. También creo que con una maestría así, personas que dispongan de un mínimo de sensibilidad e inteligencia, escribirán buenas ficciones. Pero esos estudios no las convertirán en artistas.
Raymundo Gomezcásseres es escritor colombiano. Autor de la trilogía novelística titulada Todos los demonios, conformada por Días así, Metástasis (ambas con dos ediciones) y Proyecto burbuja. Profesor del Programa de Lingüística y Literatura de la Universidad de Cartagena.