La arqueóloga canadiense Erell Hubert nos habla sobre las figurinas moches, objetos rituales que habrían cumplido un rol unificador en el valle del Santa.
Por Lucía Vergel Loo
Bajo el sol del norte peruano, en las costas bañadas por las aguas grises del Océano Pacífico, se erigió entre el siglo I y VIII de Nuestra Era una cultura tenaz que prosperó en medio del desierto, y que dejó tras de sí un rico legado material: la cultura Mochica. Cuando se habla sobre esta civilización, se suelen mencionar sus huacas monumentales así como sus cerámicas pintadas, y se dejan de lado las otras piezas, las sencillas, sin muchos ornamentos, que eran utilizadas en la vida diaria de los moches, y que en muchos casos duermen en el depósito de algún museo, esperando a ser desempolvadas para contar la historia aún poco conocida de este pueblo, la historia de su día a día.
Descifrar la vida cotidiana moche es uno de los grandes retos de Erell Hubert, arqueóloga graduada en la Universidad de Montreal y la Universidad de Cambridge, quien descubrió su interés por esta cultura cuando viajó el año 2008 al Perú para participar en el Proyecto Santa de la Universidad de Montreal, que tenía como objetivo entender mejor el proceso de colonización mochica del valle del Santa.
Su naturaleza curiosa la llevó a fijarse en unos pequeños artefactos a los que nadie prestaba atención, unas figurinas de cerámica generalmente antropomorfas que medían menos de veinte centímetros de alto y que estaban presentes en todas las casas mochicas.
Durante su investigación, Erell descubrió que a diferencia del arte de élite, en el que los hombres fueron representados con más frecuencia, en las figurinas del valle del Santa la imagen femenina fue la más privilegiada. Estas piezas eran muy sencillas y su forma estandarizada, con piernas alargadas y generalmente juntas, y pequeños brazos plegados sobre el pecho. Ellas podían ser representadas desnudas o con un vestido que solo cubría la parte superior del cuerpo, y a veces portaban pequeños ornamentos, como aretes, brazaletes y collares.
De acuerdo con la arqueóloga, es posible que las figurinas hayan formado parte de un ritual compartido por toda la población mochica del Santa, quienes las considerarían como figuras protectoras. Ellas habrían cumplido un rol de intermediario entre el mundo material y el espiritual, que favorecía el bienestar de las personas que las veneraban. Este papel de intermediario entre los mundos explicaría por qué gran parte de las figurinas son representaciones femeninas, pues en la visión mochica las mujeres eran consideradas seres intermediarios entre el mundo de los vivos y el sobrenatural.
“En diversas representaciones del arte moche, las mujeres aparecen como puente entre este mundo y el del más allá, ya sea acompañando a los prisioneros para el sacrificio, manteniendo relaciones con seres sobrenaturales, o preparando las ofrendas para el difunto. Teniendo en cuenta este papel, las figurinas más grandes encontradas en las casas moches podrían haber funcionado como imágenes intermediarias que brindarían protección al hogar, al grupo familiar; y las más pequeñas, de menos de diez centímetros de alto, podrían haber sido llevadas como un amuleto personal”, afirma Erell.
Las figurinas del valle del Santa fueron todas similares, de modo que todos los pobladores podían identificarse con ellas. Sus imágenes no representaban a un personaje en especial, como sí lo hicieron otras figurinas encontradas más al norte, en los desiertos de Paiján, Jequetepeque y Lambayeque, donde se han hallado piezas con largas trenzas con cabezas de serpiente, portando un tocado de plumas, una copa en una mano y un disco en la otra, que representarían a las poderosas sacerdotisas mochicas.
Las del valle eran obras sencillas, y no fueron elitistas, oficiales, ni tuvieron una connotación política. Sus rituales fueron más bien íntimos, pero realizados por toda la población del valle, sin importar el estatus social. Es por ello que Erell cree que estas imágenes habrían servido para crear un sentimiento de unidad y de afiliación en el valle del Santa: “Su forma estandarizada, que no muestra las inequidades sociales que sí aparecen representadas en el arte público mochica, y su uso diario por toda la población moche, me hace pensar que estas piezas sirvieron como un medio de cohesión social. A través de ellas los colonos habrían reafirmado su identidad colectiva como mochicas”.
Es así que estas humildes piezas de barro son más complejas de lo que parecieran a simple vista: ellas habrían poseído un poder protector que sin embargo no salvó a su cultura de desaparecer en el tiempo, y habrían ejercido un rol unificador en la colonia mochica del valle del Santa. Descubrimientos como este demuestran que todos los objetos, incluyendo los más simples, son preciosos a la luz de la historia, pues nos ayudan a entender las antiguas sociedades, y conocer a sus hombres y mujeres, quienes contribuyeron, de una forma u otra, al engrandecimiento de sus culturas.
Erell Hubert estudió Antropología en la Universidad de Montreal y obtuvo su PhD en Arqueología en la Universidad de Cambridge. Su maestría y disertación de PhD tratan sobre las figurinas mochicas del valle del Santa, y sus aportes aparecen en diversas publicaciones, tales como el RACAR: Revue d’art canadienne y el catálogo Peru: Kingdoms of the Sun and the Moon del Museo de Bellas Artes de Montreal.
Lucía Vergel Loo es una periodista peruana que trabajó en la sección Cultural del diario Expreso y en el área de Control de Calidad del diario El Comercio. Actualmente sigue una especialización en Escultura en la Universidad Concordia. Lea más artículos de la autora.
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