Por Katerine Castro Díaz
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Uno de cada cinco ciudadanos canadienses nacimos fuera de este país. En épocas donde el tema migratorio es instrumentalizado por políticos de turno en los cuatro rincones del globo, sobresale el hecho que Canadá sea un país pro-inmigración. El gobierno pone en marcha a nivel federal y provincial programas de rápida inserción de los inmigrantes en el mercado laboral, de desarrollo de sentido de pertenencia y de no discriminación. Incluso, existe un ministerio de la Inmigración. La sociedad trabaja para hacer sentir al recién llegado, el newcomer o nouvel arrivant, bienvenido.
Algo curioso me pasó, sin embargo, hace unos tres años. Acababa de terminar mis estudios de francés y evaluaba si debía lanzarme a la búsqueda de empleo o continuar mi formación académica. Un asesor en inserción laboral me sugirió que optara por lo primero para evitar brechas en mi curriculum. Mientras me ayudaba a adaptarlo al formato “canadiense”, sugirió que lo modificara ligeramente para hacerlo ver menos “sobrecalificado”. Bastaría con quitar un título aquí, eliminar tres empleos allá, como si estuviésemos armando un collage. Añadió que, era mejor si, para empezar, me enfocaba en buscar algo que fuese más “accesible” para mí como recién llegada, un empleo supernumerario, tal vez: “De asistente secretarial o recepcionista te irá bien, y así perfeccionas tu francés”, recuerdo que me dijo. Mientras yo interpretaba las señales que me enviaba, se me hacía un nudo en la garganta: “¿Por qué haría eso?”, pensaba.
Esta conversación hizo que la balanza se inclinara decididamente hacia mi segunda opción: el estudio. Fue precisamente cursando mi maestría que, luego, identifiqué que esa interacción ejemplificaba un fenómeno del que poco se habla en los países que acogen a un gran número de inmigrantes y que decidí investigar como propuesta de política pública: la descualificación profesional.
En el plano profesional, la migración se considera “cualificada” cuando existe un impacto positivo en términos de reconocimiento y valoración de las competencias profesionales de los migrantes dentro del nuevo contexto laboral. Al contrario, cuando el migrante experimenta una devaluación laboral, se habla entonces de descualificación. Aun cuando Canadá está preparado para responder a la migración, no está exento de este fenómeno. No es un secreto que la provincia de Quebec, donde vivo, se sirve de la fuerza migrante para llenar sus necesidades en materia demográfica y económica. Tan sólo aquí, unos 50.000 profesionales llegan anualmente bajo el programa de trabajadores cualificados, un mecanismo que acoge migrantes por su potencial para contribuir a la economía de la región, es decir, en razón de su capital humano. Yo migré bajo este programa.
Lo que resulta paradójico es que, en Quebec, un número significativo de migrantes profesionales sean objeto de descualificación. Más aún, según fuentes oficiales, en la provincia, 45% de los migrantes cualificados, identificados como “minorías visibles” (1), experimentan una descualificación, en comparación con un 19% de los nativos canadienses. Aunque estén empleados, estos trabajadores ocupan empleos atípicos (reemplazos, contratos a tiempo parcial) o de una escolaridad inferior a la suya. Los migrantes originarios de Estados Unidos o de Europa occidental y septentrional, por ejemplo, lo experimentan en menor medida.
¿Por qué las minorías visibles? Creo que la conversación con mi asesor de empleo puede dar algunas luces: el trasfondo era que él asumía que, por ser migrante, latinoamericana, me sería más difícil aspirar a un empleo cualificado. Fue la primera vez que me sentí ajena, diferente. Su consejo respondía a mi calidad migratoria, a mi origen y no a mis competencias. En resumen, la valoración que, como él, hace la demanda laboral, es decir, los empleadores y otros actores que intervienen en el mercado laboral, puede responder a una lógica subjetiva y llena de estereotipos hacia el migrante, incluso a veces sin intención. Algunos asocian el potencial de un trabajador a su origen: entre más caucásico, más reconocimiento se da a la escolaridad, al dominio del idioma, a la experiencia en el extranjero; en últimas, es más competente ocupacionalmente. A la inversa, se sacan las mismas conclusiones. Nada más errado y alejado de la realidad.
Si bien es cierto que la descualificación profesional puede afectar de manera significativa a los migrantes que se reconozcan como “minorías visibles”, los esfuerzos del gobierno en materia de protección y de inserción laboral son notorios. Lo que es más importante aún, la ciudadanía es sensible, informada y está lista a tomar partido a la hora de abogar en cualquier espacio público o privado contra las prácticas cotidianas susceptibles de parecer discriminatorias o discrecionales.
De todo esto aprendí que por muy altos que sean los estándares de inclusión en una sociedad, no estamos exentos de toparnos con sesgos en la vida diaria que pueden pasar inadvertidos, las llamadas “microagresiones”: pequeños comentarios, suposiciones o penalizaciones de origen racial que por muy ligeros que sean, resultan determinantes en la manera como un migrante establece su camino laboral en su nuevo país. Ante cualquier atisbo de descualificación, habría que optar por desafiar aquellas microagresiones que pongan en tela de juicio nuestro capital humano. Eso y desobedecer, como hice con mi asesor. Salí de aquél encuentro decidida a contradecirle y a demostrarle que estaba equivocado.
(1) “Personas que no son caucásicas en raza o color y que no son indígenas nativos”. Statistics Canada.
Katerine Castro Díaz es comunicadora social colombiana, especializada en responsabilidad social y gerencia política, cuenta además con un magíster en ciencia política y asuntos internacionales. Luego de desempeñarse por casi 10 años como especialista en asuntos públicos e internacionales para diversas organizaciones internacionales (Colombia), en el año 2012 se radica en Montreal, Canadá, donde reside. En Canadá ha sido coordinadora de la Red de Estudios Latinoamericanos de Montreal (RÉLAM), y actualmente se desempeña como consejera de alianzas internacionales y comunicaciones en la Dirección de asuntos internacionales de la Université de Montréal.
(*) Artículo publicado inicialmente en www.mujeresentravesia.com
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