¿Cuál será el futuro de la literatura hispanocanadiense?

Difusores de la literatura hispano-canadiense: escritores Jorge Etcheverry y Hugh Hazelton (foto: Editorial Mapalé).

¿Vale seguir publicando sólo en español en una tierra con otras lenguas oficiales? ¿Será suficiente ser traducidos? Los desafíos de la llamada literatura hispano-canadiense. Hablan sus escritores.

Por David Arias-Marín / Con la colaboración de Carlos Bracamonte

Dos jóvenes latinos con intereses literarios van por carretera rumbo a Ottawa. Es un domingo de setiembre con un sol aún entero. Han partido desde Montreal tras participar un día antes de la primera jornada del Festival de las Letras Nootka realizada en la Universidad de Montreal. Allí se habían reunido escritores y editores de origen latino, veteranos y jóvenes, radicados en Canadá, para discutir con franqueza sobre la literatura escrita por los latinoamericanos en este país, para recordar lo que se ha hecho, lo que no se hizo y proponer lo que resta por hacer.

En la Universidad de Ottawa un contingente de expositores aguarda a la comitiva venida desde Montreal para iniciar la segunda jornada. En la ruta, los dos jóvenes latinos opinan acerca de todo lo que escucharon en el primer día del festival. Ese intercambio de ideas bien podría sintetizarse en la siguiente pregunta: ¿tiene algún porvenir la literatura hecha por los latinos en Canadá, sobre todo, la escrita únicamente en español?

Ya en Ottawa, los dos jóvenes se enteran de que el nombre del festival (“Nootka”) proviene de un grupo indígena que habita una isla de la costa oeste canadiense, cerca de Vancouver, donde en 1789 se estableció un asentamiento español. Un hito histórico y poco conocido que los escritores de origen latino en Canadá subrayaron a lo largo de las dos jornadas.

“Algunos textos encontrados datan de 1793”, explica el narrador Alejandro Saravia, uno de los organizadores del festival. “Estos textos no son muchos, pero son fundacionales. Dan cuenta del duelo jurídico entre los pueblos del oeste canadiense y los colonizadores. Estos textos jurídicos son ciertamente fundamentales para las primeras naciones y para sus reclamaciones”. Para Saravia, existe un parentesco político y social entre los pueblos autóctonos de Canadá y minorías como la latinoamericana.

Alejandro Saravia acaba de publicar en inglés su novela “Rojo, amarillo, verde”.

“De lo que se trata aquí es de escribir o reescribir el espacio y resemantizarlo (resignificarlo). Hay que explorar la vertiente de los problemas sociales de los pueblos indígenas marginados y vincularla con los problemas de nuestros pueblos, que son similares”, sentencia el escritor de origen boliviano.

Una preocupación recurrente entre los escritores hispano-canadienses, y planteada puntualmente por la escritora Martha Bátiz Zuk, es la de cómo ingresar a la corriente principal o mainstream de la literatura canadiense desde la posición de escritores latinoamericanos. La respuesta parece estar en la posibilidad de ser traducidos a uno de los idiomas oficiales de Canadá o en escribir directamente textos en inglés o francés que informen de la presencia latinoamericana en este país. El colombiano Luis Molina, editor de Lugar Común y otro de los organizadores del evento, siente, por ejemplo, que no escribe para Canadá, sino para su país:

“Pero con el paso del tiempo – reconoce – siento que Colombia está menos presente y Canadá más”.

Esto se asocia con la preocupación sobre la audiencia de esa literatura hispano-canadiense: el público hacia la que va dirigida. La escritora de origen chileno Camila Reimers argumenta que a ella le interesa la literatura y, como tal, considera que esta debe “transgredir las fronteras y proponer temas que sean universales”. Desde la otra esquina, Alejandro Saravia está seguro de que el proyecto de una literatura hispano-canadiense pasa, entre otras cosas, por “representar la territorialidad en la literatura y, sobre todo, en reconstruir el yo narrativo en otros espacios, con otros referentes”.

El desafío está planteado: cómo escribir y publicar en español, cómo granjearse un público en un país donde la mayoría de los lectores son anglófonos o francófonos, y donde el público hispanohablante, además de minoritario, no parece especialmente atraído por la literatura de sus coterráneos.

Hablan los mayores

Para Hugh Hazelton, profesor de Concordia University, estudioso de la producción literaria hispano-canadiense y editor de La Enana Blanca (una de las primera editoriales en español de Canadá), entre las características más sorprendentes de la producción literaria escrita en español en este país se encuentra el intercambio activo de tradiciones literarias nacionales entre los escritores latinoamericanos.

“Esta es una diferencia respecto a la producción literaria hispana de los Estados Unidos, donde existen unos “bloques étnicos”, explica el profesor.

Lo que se da en Canadá, en su opinión, es una mezcla de tradiciones culturales que configuran  lo que se llama literatura hispano-canadiense. Hazelton recuerda cómo la traducción de las primeras obras vino de la mano de los primeros escritores hispano-canadienses. “La traducción ha sido la llave de entrada de la literatura hispano-canadiense a la corriente principal anglófona y francófona en Canadá. Ha sido importante para la difusión de la obra latino-canadiense. Además, esta literatura se ha establecido como una especialidad literaria en español”. Respecto a las nuevas generaciones, Hazelton cita el caso de Héctor Ruiz, poeta de origen guatemalteco que enseña literatura quebequense en un cégep y escribe en francés. También pone el caso de dos escritores, Alberto Manguel y Pablo Urbanyi, cuyas obras tuvieron una repercusión diferente según el dominio que cada uno tenía del inglés.

Poeta Lady Rojas Benavente.

Para la poeta Lady Rojas Benavente, catedrática de Concordia University, la traducción es un “mecanismo de inserción en el campo literario canadiense. El objetivo es que nuestros bienes culturales sean apropiados simbólicamente por los canadienses”. Esto plantea, para ella, la cuestión de cómo podemos situarnos en tanto escritores latinos frente a las literaturas oficiales canadienses. El reto, sostiene Rojas, es “cómo hacer para que nuestras voces se conozcan y que estas voces entren en el mundo oficial”.

Por su parte, el escritor chileno Jorge Etcheverry, radicado en Ottawa desde los años setenta, considera que la concepción que imperaba en su país de origen era que la literatura debía tener cierta función social. “Esto es claro en la generación mía, la de los años 60. Había una doble práctica: política y estética”. Una vez instalado en Canadá, Etcheverry ve que cada grupo étnico hace lo que él denomina una “canadografía”, es decir, una radiografía de lo que para cada escritor significa Canadá. Dicho esto, es claro para Etcheverry que “la literatura hispano-canadiense se caracteriza, entre otras cosas, por su heterogeneidad. En ella se encuentran elementos de la literatura biográfica, realista, fantástica… El autor latino puede tener diversas identidades. Los límites no son tan claros, hay mucha interacción, muchos cruces”. En medio de este panorama, el objetivo para Etcheverry es “obtener un perfil cultural dentro de la literatura canadiense”.

El chileno Jorge Cancino, escritor y guionista cinematográfico, se refiere a los dos golpes de Estado que vivió: el primero acaecido en Chile, en el año 73, que se tradujo en el derrocamiento de Salvador Allende y la instauración de la dictadura militar, el cual lo llevó a la Argentina; y el segundo, en Argentina, que lo condujo al Canadá en el año 77.

“Cuando llegué aquí – relata Cancino – vi que esto era muy tranquilo. Entonces me dije: bueno, ¿y aquí qué se puede hacer? Me convertí en el fondo en un hacedor de ilusiones”.

Cancino tenía estudios de arquitectura y cine. “¡Venía con una mélange terrible!”, afirma. Su pregunta fundamental, quizás la de todo artista exiliado, fue la de cómo continuar el proceso creativo–artístico en un medio tan diferente y con un manejo tan pobre del idioma. Para ganarse la vida, Cancino escribió algunos guiones de cine en español, “unos muy buenos, otros muy malos”, admite, “que luego un amigo traducía”. Después de eso vino un libro, Juglario, que había empezado en Buenos Aires. Cancino pudo percibir cierta similitud entre los procesos políticos de Quebec y los procesos políticos de algunos países de América Latina. Remitiéndose a su experiencia de exiliado, sostiene que pasó de venir de dos países a vivir en dos países. Trabajó en Radio Canadá, donde “no era fácil la convivencia con los latinos, pero nos divertimos (…) Con el tiempo, los quebequenses empezaron a hablar español. La gente me abrió las puertas”. Cancino escribió poemas, “como todo buen chileno”, pero siempre en español. “Un francés para guiones no es tan exigente como si escribiera un poema”. Aunque acepta la existencia de toda suerte de dificultades para integrarse, Cancino no se define como un nostálgico. “Hay que dar la vuelta a la hoja y seguir.  Eso es todo”.

Mi lengua viaja conmigo

Olga Colmenares, Géiser Dacosta y Gerardo Ferro son escritores entre los 35 y 40 años llegados a Canadá en el transcurso de la última década. Tres escritores de la costa Caribe, los dos primeros venezolanos, el último colombiano, que hablan sobre ese bagaje simbólico que trajeron de sus países de origen y su reacción a lo que significa escribir en un espacio diferente y cómo ello pudo cambiar su escritura.

Olga Colmenares es ingeniera, publicó un libro en Venezuela y trabaja en inglés en la parte técnica de una compañía. Se autodefine como caribe, aunque, según ella, “no parezco venezolana”. La lengua es para Colmenares el ancla, una parte fundamental de su equipaje. Su relación con la literatura es de vieja data, pues siempre había estado merodeando “como un satélite en los talleres literarios”. En relación a su escritura en Canadá, Colmenares es categórica:

“Yo no me quiero integrar. Yo no quiero imitar al canadiense, al quebequense. No quiero abandonar mi lengua”.

Respecto a cómo ha cambiado su manera de escribir y la percepción de sí misma a raíz de su migración, la escritora refleja sentimientos encontrados: “He tenido suerte, he podido ser libre. Aquí me siento feliz, pero nunca me vi tan ajena al contexto. Me sentí recortada, y eso es lo que ha aparecido en mi escritura. Ha aparecido el elemento venezolano. Desde acá veo más de lo que veía estando allá. Pierdes el aquí. Ahora soy otra, soy más venezolana gracias a Canadá”, sintetiza.

Narrador Geyser Dacosta.

El caraqueño Géyser Dacosta vive en Canadá hace diez años. Salió de su país a los 21, haciendo primero una escala prolongada en los Estados Unidos: “Fue allí donde entendí qué era un latinoamericano. Aprendí que mi territorio era el español”. Para Dacosta, insertarse en el mundo literario canadiense puede ser más fácil ahora que antes. “Ellos, los mayores, han creado cosas que yo no podría hacer”. Dacosta se considera un artista, un escritor que trabaja por fuera de la academia. Al ser consultado sobre el futuro de la literatura hispano-canadiense, Acosta responde: “A mí me interesa muy poco imaginar el futuro de la literatura en español en Canadá. Lo que me interesa es el presente. Trabajar todos los días, escribir”.

El escritor trae a colación unas estadísticas que consultó previamente, en las que dice que el español es la sexta lengua más hablada de Canadá. A pesar de eso, “uno no tiene esa percepción en Quebec”. Por otro lado, es  justamente ese carácter minoritario lo que seduce a Dacosta. “Lo que me gusta es que somos una comunidad pequeña. Somos muy pequeños”. Esto no obsta para que se ocupe y se preocupe por mantener la tradición, hecho que él considera hermoso. Al igual que Colmenares, Dacosta se considera “más venezolano, mucho más latinoamericano” ahora que está por fuera de su país. Respecto a la vida en Canadá, Dacosta hace la siguiente consideración:

“Para ser individualista, como muchas personas aquí, hay un truco, y es que el Estado funcione bien. Pienso que si tengo algo importante que decir, lo voy a decir en español”.

Por su parte, el colombiano Gerardo Ferro dice haber hecho muchas cosas para ganarse la vida, tanto en Colombia como en Canadá. Pero por encima de todo se considera escritor: “Así me defino, es lo que me apasiona”. A diferencia de Colmenares, a Ferro le interesa integrarse cada vez más a este país y ayudar a construir la literatura hispana en Canadá. Su viaje no estuvo exento de dificultades, toda vez que en el momento de hacer las maletas, una pregunta crucial lo asaltó: “¿Y dónde llevo mis libros?”. Si empacar una vida en dos maletas ya de por sí resultaba difícil, ni qué decir de lo que significaba trasladar una biblioteca. Por fortuna, el autor ha podido traer sus libros a cuentagotas en cada viaje que hace a Colombia. “Mi lengua viaja conmigo, eso es lo único que uno trae, sobre todo si es escritor”, dice Ferro. Para él, “no habría futuro para las letras hispano-canadienses si desconocemos que somos una gran nación híbrida”. Una de las preocupaciones de este escritor cartagenero tiene que ver con la actitud que observa en sus coetáneos: “Nuestra generación es una generación dormida, aletargada, sumida en la apatía, la abulia, a diferencia de generaciones pasadas”. En ese sentido, lo que interesa a Ferro, quien ha publicado dos novelas y algunos libros de cuentos en Colombia, es “hacer una literatura que no contribuya a ese adormecimiento. Es un compromiso ético, político”.

La literatura es para algunos una lucha discursiva, y la función de los escritores es luchar contra distintas formas de alienación. Para otros, como Alejandro Saravia, se debe “intentar una actitud descolonizadora en la literatura y una puesta en cuestión de los discursos que forman al sujeto”.

Quijotes en Canadá

El problema de la producción y la edición está en el centro de las preocupaciones de las casas editoriales en general y, en especial, de aquellas que, establecidas en Canadá, publican en lenguas minoritarias como el español. En efecto, una pregunta acuciante para los editores es: ¿por qué fundar una editorial en español en un país como Canadá?

Las respuestas parecen ir más por el lado emocional que racional. Al menos así lo explica Caroline Hugny, de la editorial Urubu, quien sostiene que su principal motivación para fundar una editorial que publica ediciones bilingües en francés y español es su “fascinación por el idioma español”. A este encanto se suma la constatación que hace la misma Hugny sobre las pocas traducciones que existen al francés de la literatura en español, la cual, siendo de calidad, tiene escasas opciones de llegar a los lectores francófonos.

En el caso de la editora Silvia Alfaro, fundadora de la revista cultural Mapalé, sus objetivos son promover la escritura de los autores latinoamericanos residentes en Canadá y difundir la riqueza cultural de este continente. Con los años Alfaro dio un giro de timón a su proyecto:

“Al comienzo buscábamos que lo que se publicara fuera el primer libro de un autor. Luego abrimos el espectro y empezamos a publicar otras cosas. Nos dimos cuenta de que ese criterio no podía mantenerse estático. La diversidad de géneros también es importante. Publicamos cuentos, novelas, poesía… Incluso hay un libro de sismología en nuestro catálogo”, relata Alfaro.

Caso distinto es del de Hugh Hazelton, quien ha combinado su labor docente e investigativa con la edición de textos literarios. Proyectos como La enana blanca – de comienzos de los años ochenta-, Red Giant Editions, Gusano de charco, entre otros, han sido posibles principalmente a través de la edición e impresión de poemarios, diarios y antologías de cuentos. A diferencia de otras editoriales, en las que se trabaja en equipo, Hazelton trabaja solo y el presupuesto proviene, la mayoría de las veces, de su bolsillo y con todos los riesgos que ello implica.

En este panorama aparece Mémoire d’encrier, una editorial independiente cuyo objetivo es publicar las obras de escritores de pueblos autóctonos de todo Canadá y, en general, de aquellos a quienes denomina invisible writers. Parte importante de la filosofía de esta editorial se resume en esta frase: “if the reader doesn’t exist, you have to create it” (“si el lector no existe, créalo”). En relación con los criterios de publicación de las editoriales, Hugny afirma que ante todo busca textos que la emocionen. Para Alfaro, el criterio de selección tiene que ver con “sentir que hay un valor literario en los textos”, algo que, reconoce, “es muy subjetivo”.  Eso mismo piensa Luis Molina, de la editorial Lugar común con sede en Ottawa. Esta editorial cuenta con varias secciones o colecciones de géneros como la crónica, la poesía y la narrativa. Cada sección tiene un editor y, en general, prefieren el estilo sencillo y directo y los relatos breves. El criterio, según Molina, combina las consideraciones literarias con las comerciales: “hay muchos escritores, pero no muchos lectores”. El propósito de su editorial es convertirse en “elegible” para recibir fondos del gobierno.

Sobre el cierre de las participaciones, el periodista César Salvatierra, radicado en Canadá hace siete años, valoró el esfuerzo de los escritores y editores; sin embargo, tiene la impresión de que en todo este tiempo no han puesto la mira en los lectores y, si lo han hecho, no ha sido con la relevancia que merecen. Muchas preguntas lo asaltan: “¿Sabemos a fondo quiénes son los lectores?, ¿Sabemos qué leen los más jóvenes? ¿Qué piensan los editores al momento de lanzar los libros al mercado? ¿Consideran las traducciones? ¿Por qué no hay muchas traducciones al inglés o al francés si estamos en un país mayoritariamente bilingüe”. Estas y otras consideraciones se prolongan en el viaje de regreso a Montreal de los dos jóvenes de marras.

Como se aprecia, los esfuerzos por escribir, publicar y, más aún, encontrar un público lector en español en un país como Canadá parecen quijotescos. Para muchos es también un reto inspirador. Palabras cargadas de futuro; el tiempo dictará el balance. Anochece. Los dos jóvenes siguen rodando por la autopista. El otoño se anuncia  con el viento.


David Arias es integrante del comité editorial de la Revista HispanphoneLea más artículos del autor.

Carlos Bracamonte es coeditor de la revista Hispanophone de Canadá. Publica una columna sobre historias de inmigrantes en NM Noticias. Lea más artículos del autor.