CORTÁZAR, EL BUSCADOR

Julio Cortázar (1914-1984) y su gata Flanelle (fuente: Flickr).

Por Raymundo Gomezcásseres *

la vida me va quedando chiquita como los trajes cuando tenía doce años y cada semana crecía un par de centímetros. -Julio Cortázar-
(De una carta a Jean Andreu, 23 de febrero de 1972)
I
EL EXAMEN

Los aniversarios de nacimiento de los grandes hombres se celebran con alegría, los de su muerte se lamentan con tristeza. Cortázar murió de leucemia y padeció acromegalia. Esta consiste en que quien la sufre no deja de crecer. Extraña complicación para alguien que nunca tuvo entre sus propósitos, por un lado, ser uno de los hombres más altos del mundo, y por el otro uno de los escritores más admirados entre los de su generación. Lo primero no dependió en lo más mínimo de su voluntad. Lo segundo fue producto de su dedicación febril a la escritura. Y desde el comienzo como correspondía a un grande, con la conciencia de la envergadura del propósito. Lo dice en una entrevista a Bárbara Dohman en 1976: ‘… dudaba mucho en llegar a publicar un libro. Me observaba a mí mismo, estudiando mi propio desarrollo sin querer jamás forzar las cosas. Sabía que llegaría un momento en que lo que yo escribiera valdría un poco más de lo que escribían otros de mi edad en Argentina. Pero a causa de mi elevado concepto de la literatura consideraba estúpida la costumbre de publicar cualquier cosa, como se hacía en Argentina en aquellos tiempos en que un chico de veinte años autor de un puñado de sonetos, corría de un lado para otro tratando de que alguien se los aceptara para la imprenta. Y si no conseguía encontrar quien se los publicara, pagaba él mismo los gastos de edición… Y así me reservaba’. Desde su adolescencia Cortázar solo quiere hacer bien las cosas; ‘sin forzarlas’. ‘Las cosas’ en este caso es singular,  y una sola: escribir. Escribir es buscar y encontrar en, y con la palabra lo que no se puede con otros medios. La búsqueda del Cortázar escritor, explorador del lenguaje, reaparecerá como búsquedas existenciales, estéticas, emocionales, y afectivas, en los personajes de sus cuentos y novelas.

II

PERSEGUIDORES

La búsqueda como sustrato de la condición humana irrumpe como motivo  ‘cortazariano’ desde sus relatos tempranos. En Lejana (Bestiario, su primer libro de cuentos) la protagonista, Alina Reyes de Aráoz, una mujer distinguida, joven y hermosa en proceso de divorcio, rechazada, sofocada por el ambiente de los amigos y la familia, se aleja en busca de aquello cuya falta le impide vivir en armonía. El deslumbramiento ocurre de manera imprevista durante un viaje (parte del itinerario de su huida), a Budapest mientras transita por uno de los puentes que tiene la ciudad, sobre un Danubio congelado. La trama de la transformación, sutil, casi invisible, de la cual Cortázar es uno de los maestros mayores, resuelve la búsqueda de Alina en los últimos renglones del relato: ‘en el centro del puente desolado la harapienta mujer de pelo negro y lacio esperaba…’ Alina queda en Budapest metamorfoseada, más que eso, sustituida como otredad en la habitante de calle con la que se ha encontrado y fundido en un abrazo empático, mientras ‘la otra’, como piel de serpiente mudada, abandonada, la que ha dejado de ser para siempre a partir de ese momento, retorna al infierno de su anodina y gris existencia en el centro de cuyo vórtice la aguarda el temido y doloroso divorcio.

Un poco después de haber publicado su nouvelle El perseguidor, Cortázar diría a Luis Harss: ‘No había observado con demasiado detalle a la gente hasta que escribí El perseguidor’. El protagonista de la historia, un saxofonista adicto y descompuesto llamado Johnny Carter, ‘más que nunca solo frente a lo que persigue, a lo que se le huye mientras más lo persigue’, encarna una percepción atípica. Sin importar que fuera porque estuviera tocando fondo, o porque efectivamente poseía una sensibilidad superior, lo cierto era que ‘un pobre diablo con más pestes que el demonio debajo de la piel, tenía bastante conciencia para sentir que todo era como una jalea, que todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco, para descubrir los agujeros. En la puerta, en la cama: agujeros. En la mano, en el diario, en el tiempo, en el aire: todo lleno de agujeros, todo esponja, todo como un colador colándose a sí mismo’. La alucinación es intuición de algo no manifiesto, pero latente que se abre paso a través de los agujeros de quienes pueden y saben canalizarlo para hacerlo visible. En el caso de Johnny ocurre con su virtuosismo con el saxo: Si cuando yo toco, tú ves los ángeles, no es culpa mía. Si los otros abren la boca y dicen que he alcanzado la perfección, no es culpa mía. Y lo peor es que yo no valgo nada, que lo que yo toco y la gente me aplaude no vale nada, realmente no vale nada’. La apercepción artística ‘en modo’ Johnny Carter se mueve entre la incertidumbre de acceder a la verdad que su arte le revela, y su conflicto con el mundo, con los demás que lo ignoran todo, y lo peor: que ignoran que ignoran que sus verdades son espejismos que se basan en estar ‘muy seguros de sí mismos, convencidísimos de sus recetas, sus jeringas, su maldito sicoanálisis, sus no fume, sus no beba…’ cuyos resultados tras décadas de aplicación apenas convencen a los incautos, a quienes no les importa vivir engañados toda la vida. En cambio, a los Johnny Carter les bastaría con abrir ‘una nada, una rajita’ (solo eso pretendía el saxofonista) las puertas de la percepción hacia un universo al que él y solo él podía acceder. Morirá intentándolo aunque al final aguarde el fracaso.

III

JUGANDO RAYUELA

Rayuela es el punto de inflexión en la producción novelística de Cortázar. Por su insuperada apostura ella marca un antes de y un después deRayuela es la novela de las incertidumbres, de las aperturas irresolutas; de las preguntas sin respuesta. El relato empieza preguntando: ¿Encontraría a La Maga? Preguntamos por lo buscado. Y apenas un poco adelante, el protagonista, Horacio Oliveira, se autodefine: ‘para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas’. Según palabras de Oliveira, La Maga participa de esa impronta: ‘En fin, no es fácil hablar de La Maga que a esta hora anda seguramente por Belleville o Pantin, mirando aplicadamente el suelo hasta encontrar un pedazo de género rojo. Si no lo encuentra seguirá así toda la noche, revolverá en los tachos de basura los ojos vidriosos, convencida de que algo horrible le va a ocurrir si no encuentra esa prenda de rescate, la señal del perdón o del aplazamiento’. Todos los integrantes del Club de la serpiente (Etienne, Babs, Gregorovius, Wong, Roland), son buscadores: de abismos metafísicos, de soluciones ‘patafísicas’. Los objetos y objetivos de las búsquedas están definidos como paralelismos binarios que se oponen diametralmente. Los más visibles son los de Horacio y La Maga. En el capítulo 19, mientas le acaricia el pelo, esta dice a Oliveira: ‘yo creo que te comprendo. Vos buscás algo y no sabés que es. Yo también y tampoco sé lo que es. Pero son dos cosas diferentes’. La Maga encarna el conocimiento intuitivo propio de los niños, los santos, los locos, y los artistas, opuesto a las lógicas de cuadrículas del mundo intelectual de los demás integrantes del ‘club’.  Ese cartesianismo social y emocional lo observa y experimenta Horacio como nadie: ‘Dos estudiantes leían y escribían en una mesa y Oliveira los veía alzar la vista y mirar hacia el grupo de los albañiles, volver al libro o el cuaderno y mirar de nuevo. De una caja de cristal a otra, mirarse, aislarse, mirarse: eso era todo. Los albañiles, los estudiantes, los vendedores de lotería, cada grupo, cada uno en su caja de vidrio’. Sí, cada grupo, incluido El club de la serpiente, encapsulado en su propia caja. ‘Solamente Oliveira se daba cuenta de que La Maga se asomaba a cada rato a esas grandes terrazas sin tiempo que todos ellos buscaban dialécticamente’. (Cap. 4). (…) ‘Ella no necesitaba saber, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es su orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y del alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en prejuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Ah, déjame entrar, déjame ver algún día como ven tus ojos’. (Cap. 21).  Pero quizá la mejor descripción de la inutilidad de la búsqueda (o mejor, de lo buscado) tiene su registro más alto en la carta que La Maga escribiera a Rocamadour (su hijo), después que este muriera, y antes de ella suicidarse. En la misiva que parece más dirigida a Oliveira, dice: necesito tanto tiempo para entender un poco eso que los otros y Horacio entienden enseguida, pero ellos que todo lo entienden tan bien no te pueden entender a ti y a mí (…) no entienden y en realidad no les importa, y a mí que tanto me importa solamente sé que no te puedo tener conmigo, que es malo para los dos, que tengo que estar sola con Horacio, vivir con Horacio, quién sabe hasta cuándo ayudándolo a buscar lo que él busca y que también tú buscarás, Rocamadour, porque serás un hombre y también buscarás como un tonto. (Cap. 32).

IV

FINAL DEL JUEGO

Debe ser un despropósito pero lo voy a decir. El mejor personaje creado por un escritor es él mismo. Yendo más lejos podría considerarse que los protagonistas de sus obras se confabulan para inventarlo y darle la forma borrosa que va adquiriendo a medida que escribe, mientras ellos se hacen cada vez más palpables. El Cortázar que buscó (¿sin encontrar?), cierra la búsqueda de su sí mismo literario con ese personaje fantasmal que es el Morelli de Rayuela. El escritor proyecta su persecución en ese alter ego en quien descarga la difícil tarea de llevarla a feliz término haciendo ‘una narrativa que no sea pretexto para la transmisión de un ‘mensaje’ (no hay mensajes, hay mensajeros y eso es el mensaje, como el amor es el que ama); una narrativa que actúe como coagulante de vivencias, como catalizadora de nociones confusas y mal entendidas, y que incida en primer término en el que la escribe, para lo cual hay que escribirla como anti-novela porque todo orden cerrado dejará sistemáticamente afuera esos anuncios que pueden volvernos mensajeros, acercarnos a nuestros propios límites de los que tan lejos estamos cara a cara’. Sin embargo, incluso a ese Morelli creado por Cortázar creado por Morelli, también le llega la hora de reconocer la derrota de su búsqueda. 62 modelo para armar fue el intento fallido por realizar la ‘anti-novela’, la gran ‘morelliana’ proyectada en el capítulo ‘62’ de Rayuela. Por ello, a diferencia de la protagonista de Lejana, el Cortázar escritor, demiurgo de todos esos personajes rotos, desgarrados por búsquedas inciertas, seguirá incompleto, superado por sus alter egos ficticios. De ahí que, tal vez anticipando el inevitable final ocurrido aquel fatídico doce de febrero de 1984, afirmara lo que bien podría ser un doloroso epitafio: ‘Rayuela prueba cómo mucho de esa búsqueda puede terminar en fracaso, en la medida en que no se puede dejar así no más de ser occidental, con toda la tradición judeo-cristiana que hemos heredado y que nos ha hecho lo que somos. (Cartagena, enero 25-28 de 2018).

Bibliografía:

Bestiario. 1ª edición, 1951.

Las armas secretas. 1ª edición, 1959.

Rayuela. 19 edición, 1976.

Los nuestros. Luis Harss (en colaboración con Bárbara Dohman). 1ª edición 1966.

Todos de Editorial Sudamericana de Buenos Aires.

Cortázar, la isla final. (Recopilación de autores varios). (1983). Editorial Ultramar. Barcelona.

Bernárdez Aurora y Álvarez Garriga Carles, (2014). Cortázar de la A a la Z (Un álbum biográfico). Editorial Alfaguara. Buenos Aires. 1ª edición. (En el centenario del nacimiento de Cortázar).