Diario de un inmigrante: Pero usted no sabe inglés

Fuente: www.zun.com.br

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Por Carlos Bracamonte

Sentada frente al jurado que la entrevista para el empleo, la señora Rosa espera con ansiedad la siguiente pregunta. Uno de los miembros lanza la interrogante que cae sobre ella como un zarpazo:

– Díganos, madame, ¿usted sabe inglés?

Aunque sonríe de puro nervio, Rosa se acomoda las gafas como expresando dominio. Si quiere asegurarse el contrato, debe contestar con un rotundo “sí” acompañando el adverbio con un “por supuesto, of course, faltaba más” y moviendo la cabeza en simultáneo y con aplomo para confirmar.

– ¿Madame, usted sabe inglés? -, le repiten.

Rosa es enfermera y bordea el medio siglo de vida. Arribó a Montreal hace seis años. Mucho antes su esposo había llegado solo para buscar empleo. Después de él arribaron sus dos hijas aún adolescentes. Sólo faltaba Rosa para reunirse como antaño. Pero antes del feliz reencuentro, su esposo enfermó de gravedad. Una penosa ironía acompaña esta historia: mientras él agonizaba en un hospital de Montreal, el avión que traía a Rosa aterrizaba en Toronto. No llegó a tiempo. Luego volvió al Perú con sus hijas y las cenizas de su esposo. Ya no quería saber nada de Canadá pero sus hijas la hicieron cambiar de opinión: “mamá, mi papá hizo mucho para que nos fuéramos para allá”. Una vez que regresaron a Montreal, ya no había tiempo para afligirse, debía sacar adelante a las chicas. Resolvió trabajar de inmediato y estudiar francés. Hacía limpieza todas las noches de lunes a viernes. Al amanecer se iba a sus clases de francés. Rosa gozaba de una prodigiosa resistencia ejercitada en sus años como jefa de enfermeras en un hospital de su país. Por las madrugadas de los fines de semana se iba a un club de golf a las afueras de la ciudad: fregaba baños, lustraba pisos, frotaba los finos espejos donde más tarde se mirarían los acaudalados socios.

Así estuvo varios años hasta que al fin hizo caso al consejo: “estudia algo, Rosita”. Sin abandonar sus trabajos de aseo, Rosa se inscribió en un curso sobre higiene y salubridad en hospitales. Se trataba de un oficio de sumo cuidado, pariente lejano de la enfermería. Rosa era la primera en llegar a clases y en ocupar la primera fila. Pasaron los meses hasta que, a poco de culminar, la profesora la llamó a un lado del aula para invitarla a postular a una plaza en un hospital. Rosa no sabía por qué la profesora la había elegido. Quizá fue porque durante el curso, y ayudada por su experiencia como enfermera, respondía a las preguntas de la maestra como esas alumnas sabelotodo. Cuando escuchó la oferta de la profesora pensó: “Debe ser una señal del de arriba”. Con esa recomendación se presentó a la entrevista donde el impaciente jurado aguarda su respuesta: ¿Madame, sabe inglés?

– Sí, sí, claro que sé. Of course –, resuelve Rosa con el arrojo de quien lanza los dados a ver qué pasa.

Dicho esto, el jurado la ametralla inclemente en la lengua del Tío Sam. La expresión desencajada de Rosa suplica piedad.

– ¿Entendió?

– Bueno, un poco…

– ¿Sabe o no sabe inglés, madame?-, insisten.

– Sí, sí sé, pero el inglés que aprendí en la escuela de mi país-, y sonríe con candidez.

Madame, para este puesto necesitamos personas que hablen francés e inglés. ¿Cómo va a ayudar usted a un paciente si no sabe inglés?

– De repente mi inglés no es perfecto, pero puedo ayudar a quien lo necesite gracias a mi experiencia como jefa de enfermeras en mi país.

– Seguramente, pero usted no sabe inglés…

Rosa se marcha cabizbaja.

Y pasan los días.

Sigue en sus trabajitos de aseo y yendo a sus clases. Una tarde se encuentra con su profesora y le cuenta lo sucedido. La profesora hace una llamada por teléfono y luego le dice a Rosa que aprobó la entrevista y que no se preocupe por el inglés porque el director del hospital le pagará el curso para que lo aprenda una vez que firme el contrato. Rosa considera: “debe ser una señal del de arriba”.

Sus hijas ya son jóvenes y estudian una profesión. Rosa no tiene aún muchas horas de turno en el hospital, por eso no deja de hacer limpieza en un banco. Cuando culmina su jornada, ya sea de día, al atardecer o pasada la medianoche, regresa como un rayo a su casa. Abre la puerta sin hacer ruido, saluda a sus hijas si están despiertas y apura el paso hacia una de las habitaciones donde se halla el hombre de sus sueños: Rosa se ha vuelto a enamorar. Una vez dentro, advierte el aroma de flores nuevas, la paz que embellece una casa. Alguien duerme. Entonces enciende la lámpara, se apoya sobre la orilla de la cama, asoma su cabeza con calma y contempla el sueño delicado de un niño: su nieto. Para Rosa, la gran señal del de arriba.

Publicado originalmente en NM Noticias, el 28 de abril de 2016.


Carlos Bracamonte es periodista peruano. Publica una columna sobre historias de inmigrantes en NM Noticias. Es editor de la revista Hispanophone de Canadá. Lea más artículos del autor.