Alia y el poder de la movilización

Alia Hassan-Cournol fue vocera de la Marcha de Mujeres en Montreal en enero último.

Alia Hassan-Cournol es el rostro detrás de la organización de la Marcha de Mujeres en Montreal, un movimiento mundial que se levantó tras la elección de Donald Trump. El recorrido de esta inmigrante, su búsqueda de identidad y su militancia por la igualdad, muestra que su historia, lejos de ser personal, es colectiva.

Por Katerine Castro Díaz

Cuando Alia era pequeña, su padre nunca le habló en árabe. Ahora sabe que quiso protegerla del prejuicio del que él fue víctima alguna vez; evitar que la trataran diferente en el “país de la libertad, la igualdad y la fraternidad”. De padre egipcio y madre francesa, Alia nació y creció en Francia. Su madre era cristiana; su padre, musulmán. Pero ya sabemos que el amor poco conoce de origen o de religión.  Desde antes de nacer, la interculturalidad ha permeado su vida y, de alguna manera, ha sido el hilo conductor en su marcado activismo y compromiso con los derechos civiles, con la búsqueda de reivindicación, justicia e igualdad social.

Con tan sólo 28 años, Alia Hassan-Cournol coordinó y fue vocera de la Marcha de las Mujeres en Montreal el pasado 21 de enero. Su activa participación y compromiso fue significativo para el éxito de la manifestación. En tan sólo tres semanas, esta internacionalista logró sentar en la misma mesa a distintos actores clave de la sociedad civil montrealesa. Se aseguró que más allá de pancartas y consignas llamativas, la jornada se desarrollara a través de una programación políticamente dinámica e intersectorial. Los micrófonos sólo se abrirían a la sociedad civil: representantes feministas, activistas, académicos; líderes de organizaciones de base, de múltiples orígenes, etnias, religiones y condición social debían estar presentes. Y lo logró. La agenda fue diversa e incluyente, hombres y mujeres participaron por igual.  Como sucedió en las más de 600 ciudades a lo largo y ancho del mundo donde tuvo lugar, la movilización sobrepasó las expectativas de los organizadores. Tan sólo en Montreal, casi 10 mil personas participaron en la Marcha de las Mujeres, de unas 4 mil que se esperaban.

Lo curioso, es que la Marcha lejos de ser efímera, pareciera ser el primer paso hacia el despertar de una sociedad civil activa, el levantamiento de la conciencia ciudadana lista a militar contra la discriminación racial, la misoginia y cualquier forma de exclusión que atente contra los derechos humanos, prejuicios exacerbados por la crisis migratoria en Europa y, más recientemente, por la llegada al poder de Donald Trump en los Estados Unidos, lo que en últimas desencadenó la movilización.

Conocí a Alia mientras completábamos la maestría en Ciencia Política y al enterarme de que era la organizadora del capítulo montrealés de la Marcha, sentí curiosidad por entender lo que la motivó a tomar parte activa en la manifestación. ¿Cómo una chica migrante, interracial, logró propulsar esta forma de acción colectiva en una de las ciudades más importantes de Canadá?  Quizá no es casual.

Aunque nació y creció en Francia, su nombre y sus facciones dan cuenta de sus raíces egipcias, por lo que, desde pequeña, no era vista como francesa.  Pero tampoco se sentía árabe; no hablaba la lengua, ni conocía la religión de su padre, el islamismo. La búsqueda de identidad, acompañada de la militancia, aparecieron desde edad temprana: “A los quince años ya me comprometía con causas sociales”, me cuenta. Junto con su mejor amiga de esa época, creó un movimiento estudiantil llamado ‘JUMO’, Jóvenes Unidos por el Medio-Oriente. “Buscábamos desarrollar una agenda cultural en la escuela para mostrar los puntos en común entre las comunidades judías y árabes del Medio-Oriente; acercarnos y luchar contra la tensión desde la cultura. No era del todo un movimiento político, pero era muy intercultural”, recuerda.

Tal vez la vena activista de Alia es heredada de su padre, quien desde muy joven fue militante de izquierda en El Cairo.  Allí, en Egipto, se conocieron sus padres para luego trasladarse a Francia. El año 2011 trajo consigo un nuevo cambio. Para entonces, la madre de Alia ya había fallecido, y en El Cairo, la gente se levantaba en un inmenso movimiento social contra el gobierno de turno. Su padre vio en la llamada Primavera Árabe, una oportunidad para regresar. Pero, ¿por qué hacerlo cuando muchos estaban tratando de salir de Egipto? “Era algo más fuerte que él. Él lo sentía como su deber; tenía que estar allí”, recuerda Alia.

Inquieta, crítica, a los 20 años decidió cortar con todo lo que conocía y, en ésa búsqueda constante por descubrirse, decidió venirse a estudiar a Canadá, donde se ha radicado. Desde entonces, se ha comprometido desde la academia con el activismo social: “investigación y activismo son complementarios”, menciona. “Empecé mi investigación de maestría sobre la implicación de las comunidades tunecinas y egipcias en Montreal en el momento de la revolución de 2011. Fue haciendo mi investigación de campo que conocí a muchos representantes de la sociedad civil”. Luego, trabajando con una ONG que promueve los derechos de las mujeres, participó casualmente en un comité que exploraba la adhesión a la Marcha. En una reunión preparatoria, su nombre fue propuesto como coordinadora del capítulo en Montreal. “Todo fue muy rápido; les gustó mi mirada intersectorial, mi preocupación por la representatividad de las minorías en todas sus formas, tanto en el comité como en la movilización misma”, comenta. “Decidí asumir el reto”.

¿Por qué marchar? Para Alia, la llegada de Trump al poder ha legitimado un discurso excluyente, cuestionando, además, los derechos de las minorías y las libertades civiles por las que ya ha se habían logrado reivindicaciones importantes. “Todo lo que no sea blanco, cristiano o heterosexual es cuestionado”, asegura. Más que una actividad puntual, la Marcha por las Mujeres fue un llamado a la acción a través del cual la sociedad ejerció colectivamente un poder reivindicador en favor de dichas libertades, “no se trata solamente de reivindicar a la mujer, de combatir la misoginia, sino de defender los derechos humanos, aquí y allá. Esto es una inquietud transnacional”.

Si bien es cierto que la manifestación de enero fue puntual, la estructura organizativa que adoptaron los coordinadores empieza a mostrar el impacto que la emoción colectiva y la contestación puede tener en el empoderamiento de la sociedad civil. Para Alia, la Marcha en Montreal funcionó además como una plataforma para que los interrogantes y los problemas de la mujer y de las minorías, en Montreal y Quebec, fuesen incluidos en la agenda política vigente. “Creo que la Marcha puede convertirse en un movimiento social, en la medida en que se integre en cada espacio local la realidad de las comunidades y la problemática de cada país, bajo una misma voz”, asegura.

Algunas veces fugaces, otras imprecisas, muchas revoluciones a lo largo de la historia han demostrado que su poder en materia de cambio social, cultural y político, es irrefutable. Lo cierto es que todas han sido activadas por el ciudadano común, el de a pie, que organizado colectivamente en favor de una misma causa ha logrado ejercer un poder considerable para enfrentarse a las élites.

Alia Hassan-Cournol fue el rostro de la Marcha de Mujeres en Montreal. En su búsqueda personal, encontró los símbolos culturales que permitieron estructurar la manifestación en la ciudad. Su lucha no es única, es la de muchos y muchas.


Katerine Castro Díaz es comunicadora social colombiana, especializada en responsabilidad social y gerencia política, cuenta además con un magíster en ciencia política y asuntos internacionales. Luego de desempeñarse por casi 10 años como especialista en asuntos públicos e internacionales para diversas organizaciones internacionales (Colombia), en el año 2012 se radica en Montreal, Canadá, donde reside. En Canadá ha sido coordinadora de la Red de Estudios Latinoamericanos de Montreal (RÉLAM), y actualmente se desempeña como consejera de alianzas internacionales y comunicaciones en la Dirección de asuntos internacionales de la Université de Montréal.

(*) Artículo publicado inicialmente en Mujeres en travesía

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