Cervantes y el Quijote cuatro siglos después

El héroe trágico está a un paso de convertirse en loco ridículo. «Tú, lector, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere». (foto: EFE/Archivo).

Javier Rubiera hace una valoración de la obra que más preguntas e interpretaciones ha suscitado en la historia de la literatura en lengua española.

Por Javier Rubiera

El Quijote ha sido traducido a más de setenta lenguas y dé él se han realizado unas dos mil quinientas ediciones distintas, convirtiéndose así en uno de los libros con mayor número de impresiones en el mundo, sólo superado por la Biblia, y por alguna novela de Agatha Christie.

Antes de la publicación de la Segunda Parte del Quijote (1615), y en lugares tan alejados como Valladolid (España), Heidelberg (Alemania) y Pausa (Perú), ya se encuentran testimonios de fiestas o celebraciones con gente disfrazada como los personajes de la novela. Desde muy pronto se constata la plasticidad que contienen las aventuras de don Quijote, con su fuerte capacidad para sugerir imágenes, como se pondrá de manifiesto desde la primera representación de don Quijote y Sancho en una edición impresa (traducción francesa de 1618) hasta las ilustraciones de maestros como W. Hogarth, G. Doré o H. Daumier.

Simple libro cómico lleno de situaciones hilarantes; símbolo del carácter español; emblema de la condición humana… Las páginas del Quijote han dado lugar a todo tipo de interpretaciones a lo largo de los cuatro siglos de su existencia. Pero ante todo, para muchos es la primera novela moderna, modelo y referencia obligada de los grandes maestros del género que como Fielding y Sterne en el siglo XVIII, Flaubert y Dostoievski en el XIX o Joyce y Proust en el XX desarrollaron el arte de narrar la comedia de la vida humana, con sus aspiraciones y sus desengaños. Del arte de Molière, que encarnó a Sancho Panza en escena allá por 1660, a las notas de Purcell, de Massenet o de R. Straus; del pincel de Picasso o de Dalí a la cámara de Orson Welles, la historia de don Quijote ha sido inagotable fuente de inspiración para grandes artistas. Asimismo, y de manera sorprendente, la imagen del hidalgo y de su escudero ha alcanzado una difusión extraordinaria a través de los más variados soportes (sellos, ex-libris, cromos, anuncios publicitarios, tarjetas postales, dibujos animados, etc.), que lo han convertido en ícono de la mitología popular, mucho más que ningún otro personaje literario.

La hora del lector

La extraordinaria capacidad del Quijote para acumular diferentes niveles de sentido y para resistir a interpretaciones distintas se debe a la actitud irónica de su creador. La ironía de Cervantes se funda en el equívoco y en reconocer que la realidad y la verdad se pueden ver desde muy diferentes puntos de vista, que a veces son contradictorios y a veces complementarios. Pero el Quijote no es un tratado de moral ni un ensayo filosófico, sino una novela. Cervantes no formula un compendio de proposiciones argumentativas, sino que crea personajes que viven aventuras en una realidad conflictiva, que es a la vez deformación, estilización y reflejo de una España envuelta en grave crisis.

Es el Quijote una verdadera obra abierta que da la sensación al lector de que contiene una significación profunda que va más allá de las locas aventuras del ingenioso hidalgo de La Mancha. Como Cervantes, con su distanciamiento crítico e irónico, se aparta o se esconde (por ejemplo por medio de varios narradores interpuestos) y no proporciona una interpretación explícita y única de los hechos narrados. El lector se pregunta cuál es el sentido del Quijote, y se lo pregunta desde su propio horizonte histórico. Por eso las distintas generaciones proponen sus diferentes interpretaciones, respondiendo a la invitación cervantina avanzada ya en el prólogo : «y así puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere».

El poder de la lectura

En la vida vulgar de un viejo hidalgo de La Mancha se introduce algo insólito, extraordinario, sorprendente: el proyecto de convertir la literatura en vida. El Quijote sigue hablando al hombre de hoy al tratar del poder de la imaginación y de la ficción como formas necesarias de enriquecer y prolongar la experiencia cotidiana. No es difícil identificarse con esa necesidad tan humana de salir de la rutina y del aburrimiento diario y, en una clara manifestación de descontento consigo mismo, empeñarse en ser de otra forma. El Quijote nos habla de la mágica virtud del libro para ensanchar nuestros horizontes limitados, lo cual nos permite ser o al menos soñar con ser de un modo diferente. Esa posibilidad de salir de uno mismo y poder vivir otras vidas puede realizarse a través de la literatura. Uno puede hacerlo como escritor, inventando historias y personajes de papel, o como lector que se deja llevar por la magia de la ficción y participa en una acción imaginaria. Con don Quijote tenemos algo más, distinto y trasgresor, pues un individuo, insatisfecho con la vida que le ha tocado vivir, cree que es capaz de modificar la realidad a partir de la ficción literaria, inventándose a sí mismo como personaje, jugando a ser otro en un mundo transformado en literatura.

Pero el Quijote nos habla también de los riesgos de confundir la verdad de lo que leemos con la realidad, y los ¿riesgos? de querer imponer dogmáticamente, con fanatismo, nuestros deseos y nuestros ideales, aunque estén basados en principios impecables o indudables para la mayoría. Pienso, por ejemplo, en la famosa aventura de los galeotes, donde en nombre de la Libertad y del Perdón (con mayúscula) se libera a un grupo de delincuentes peligrosos, y donde en nombre de la Justicia, y mediante la violencia, se desafía a la Ley. Es un riesgo y una tentación que, a veces trágicamente, siente el individuo en cualquier sociedad, desde la Antígona griega, empeñada en enterrar el cadáver de su hermano en contra de las leyes de la ciudad, hasta el que actualmente está convencido de los beneficios de la eutanasia y ayuda a bien morir a un ser querido, también en contra de la Ley. Este situarse por encima de la ley, para imponer un sentido individual de la justicia que se cree el correcto, es uno de los conflictos que se muestran en el Quijote, a cuyo protagonista no importa tanto el resultado final de sus acciones, el beneficio que pueda sacar de ellas, como la noble voluntad y la clara intención de hacer el bien.

Al encarnar este ideal en un loco del que todos se burlan y por el que el lector va poco a poco sintiendo compasión, Cervantes nos envuelve en un ambiente inquietante y enigmático en el que, como afirma Harold Bloom, nos enfrentamos a un espejo que nos sobrecoge incluso en los momentos en que más disfrutamos.

Cuando, ya al final de la novela, el Caballero de la Blanca Luna vence a don Quijote y le pone la lanza a dos pulgadas de su cabeza amenazándole con matarle si no se retracta, «Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:

– Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra».

¿Qué reconocemos en esta actitud de don Quijote: ¿la valiente entereza de un héroe que no quiere renunciar a su verdad o la temeraria testarudez de un lunático dispuesto a morir por una idea? ¿Es un mártir o es un fanático? La interpretación de la vida humana no deja de ser un enigma. El héroe trágico está a un paso de convertirse en loco ridículo. «Tú, lector, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere».

Javier Rubiera es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo (1993) y profesor de la Universidad de  Montreal desde 1998. Ha publicado diversos trabajos sobre el Siglo de Oro hispánico, destacando su libro sobre La construcción del espacio en la comedia española del siglo de oro (2005). Actualmente se interesa por el desafío de las nuevas tecnologías en relación con la edición de textos dramáticos y la búsqueda de nuevos caminos para el desarrollo de una filología digital. Leer más artículos del autor.